Obtener la boina roja identificativa de las Fuerzas Especiales del Ejército Ruso no es una tarea precisamente reservada para débiles.
Algunas de las pruebas que los aspirantes a este preciado trofeo deben completar con éxito son: realizar marchas de más de diez kilómetros de longitud bajo temperaturas extremas en terrenos tan áridos como abruptos, bucear en agua congelada, asaltar edificios de más de cien metros de altura, superar series de complejos ejercicios acrobáticos y vencer en numerosos combates de artes marciales.
En otras palabras, vestir una boina roja en tu uniforme acredita una cualificación superior a la del resto de la tropa. Haberse ganado la autorización para utilizarla indica también la pertenencia al grupo de Operaciones, Fuerzas y Servicios Especiales del ejército ruso.
El comandante Serguéi Lisiuk, comandante del destacamento Vitiaz de las Fuerzas Especiales de la Unión Soviética, fue el principal ideólogo e impulsor de la idea de crear un conjunto de pruebas para reunir a los mejores soldados del ejército y crear con ellos una temible división de élite.
Los actuales boinas rojas poseen una resistencia física y mental apabullante; una fuerza, velocidad e inteligencia que en ocasiones parecen extraterrestres y una excelente capacidad de manejo de armas y habilidad para rendir bajo presión en condiciones infrahumanas.
Las pruebas para convertirse en boina roja se convocan cada cierto tiempo, pero muy pocos aspirantes logran superarlas.
Los requisitos de este tortuoso concurso para obtener la tan preciada boina roja consisten en superar tres pruebas principales.
El examen de conocimientos y aptitudes generales para convertirse en un boina roja es extremadamente difícil, llegando a ser incluso cruel en muchas ocasiones. La fotografía retrata perfectamente la dureza de algunas de las pruebas, y la indispensable necesidad de estar en una excelente forma física para superarlas.
La primera prueba está diseñada para demostrar el nivel de preparación física de los aspirantes: 8 kilómetros de carrera campo a través y un sprint final de 100 metros de longitud.
La mayor parte del frío recorrido cuenta con obstáculos acuáticos y pantanos de agua estancada que deben vadear. Además, tienen que atravesar lugares altamente contaminados con máscaras de protección antigás. Es frecuente encontrarse también con otros obstáculos adicionales, como campos de minas o zonas con humo tóxico e incendios.
Pruebas de fuerza, saltos de longitud y de altura o escaladas con cuerda de edificios o barrancos con un escaso tiempo limitado completan la primera prueba.
En ocasiones, los soldados también tienen que reptar y esquivar disparos. Y al mismo tiempo tienen que lidiar también con un terrible grupo especial que se dedican a seguir a los soldados aspirantes durante sus pruebas, arrojándoles objetos contundentes, agua e incluso material pirótecnico.
Una vez superada esta primera parte, el «concursante» debe realizar un duro sprint de 100 metros, cuatro veces seguidas. Después de ello, y si sus fuerzas todavía resisten, debe completar una compleja tanda de flexiones y acrobacias.
La tercera y última etapa dura solo doce minutos, pero los soldados la describen como “doce minutos en el infierno”. Este período se divide en cuatro partes de tres minutos, y en cada una de ellas el candidato debe luchar cuerpo a cuerpo contra otro oponente para confirmar que es un digno merecedor de la boina roja.
Estas encarnizadas peleas son un excelente símbolo de la dureza que entrañan estas pruebas.
Finalmente, los que superan todas las pruebas consiguen la anhelada boina roja. No obstante, en cada división principal de las Fuerzas Especiales existe el consejo de Boinas Rojas, un órgano de tipo judicial al uso (tribunal militar) que puede prohibir su uso a un soldado que ya la tiene si ha cometido algún delito o traición.