¿Fue justo el lanzamiento de la bomba atómica?: La importancia de los criterios éticos

Nube de hongo de la bomba atómica de Nagasaki.

Los lanzamientos de la bomba atómica en 1945 sobre Hiroshima y Nagasaki constituyen eventos determinantes en el desarrollo de los acontecimientos políticos contemporáneos, así como un desafío moral de dimensiones sin precedentes. Este suceso causó un gran impacto no sólo en las relaciones internacionales y en el desarrollo geopolítico actual, sino que supuso una conmoción para los criterios éticos que debían juzgar tales actos.

Para la comprensión moral del suceso y para poder realizar un juicio sobre la corrección o no del lanzamiento de las bombas atómicas, es necesario tener criterios éticos que permitan discernir racionalmente lo que acontece en el régimen práctico de sentido de la realidad. El abordaje del tema del uso de armamento nuclear destinado a la destrucción masiva exige tener en cuenta diversas dimensiones como la historia, la geoestrategia o las relaciones internacionales. Es evidente que la explicación del bombardeo atómico responde a razones no exclusivamente éticas. Sin embargo, ésta es una cuestión central para comprender y juzgar los hechos.

Foto de Nagasaki tras la bomba.

La ética la entendemos como aquel campo filosófico que se dedica al estudio de la moral. Se trata, por tanto, de una disciplina con métodos de análisis que mantienen un rigor conceptual propio de las construcciones racionales de la filosofía. En tanto que filosofía moral, se toma la dimensión moral de la realidad para su estudio racional y, por tanto, sus conceptos no se reducen a los factores psicológicos o socioeconómicos. Además, la ética reflexiona sobre las justificaciones racionales de las directrices que dirigen las acciones particulares. Es un saber práctico y en cierto grado normativo que esclarece los criterios de actuación en orden a lo justo o lo bueno, entre otros.

La relevancia de los criterios éticos estriba en la necesidad de justificar racionalmente la concepción moral conforme a la cual juzgamos y actuamos en el mundo. Los criterios éticos permiten poner en cuestión y examinar la legitimidad racional de los valores, normas o principios que dirigen la actividad individual o social. A continuación, se exponen de modo sucinto y somero dos de las corrientes éticas más representativas (que no únicas) de la modernidad, a saber, el formalismo ético y el utilitarismo. A partir de ellas se ofrece una interpretación de los hechos con resultados distintos. Se trata de las interpretaciones habituales a la luz de la comprensión usual de los hechos, por la que el bombardeo comportó el final de la Segunda Guerra Mundial y la muerte de alrededor de 250.000 personas, la mayoría civiles. Esto ocurrió en dos operaciones militares el 6 y el 9 de agosto de 1945, fechas en las que detonaron las bombas Little Boy y Fat Man sobre Hiroshima y Nagasaki, respectivamente.

Hay que tener en cuenta consideraciones diversas que conciben los fenómenos de diferentes maneras en relación a distintos factores. Por un lado, según el historiador Samuel Walker, la bomba atómica se lanzó también con la intención de manifestar la potencia bélica norteamericana frente a la Unión Soviética, ya que era sabido que la guerra estaba llegando a su fin y los soviéticos estaban controlando el este de Europa. Por otro lado, hay que mencionar que Harry Truman, el entonces presidente de EEUU y responsable de la acción militar, estaba ante la disyuntiva inevitable de dos males: una bomba destructiva que forzara la rendición de Japón o una invasión prolongada y sangrienta para sendos países combatientes. Opiniones como la del historiador Jeff Jacoby se orientan a pensar que la primera opción era la menos perjudicial. Otros comentaristas e historiadores entienden que el ejército nipón ya había sido derrotado y no tenía posibilidades reales de vencer. Por tanto, la masacre fue innecesaria, especialmente por ser de población civil.

Maqueta de la bomba Fat Man.

“Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto (…): el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí.” Immanuel Kant

El formalismo ético propugna que los principios racionales del juicio moral sean de carácter formal. Kant es el representante más destacado de esta línea de pensamiento ético. El formalismo ético no significa que no se tenga en cuenta la materia de la acción para determinar su valor moral ni que los imperativos no tengan ningún contenido[1], sino que lo central es recurrir a la forma de la ley moral para determinar su contenido, es decir, que la universalidad de la ley moral (la cual es su forma) es el criterio para especificar la materia de la misma.

Kant separa dos ámbitos de sentido racional: el teórico y el práctico. El que nos ocupa es el segundo, el cual se refiere a lo que puede suceder por obra de la voluntad libre de las personas. La reflexión práctica parte de un hecho de razón: todas las personas tienen conciencia moral de leyes incondicionadas que se tienen que cumplir por deber. Dicho deber se reconoce racionalmente y no se deriva del bien (se mantiene la distinción entre el ser y el deber ser). El valor moral de los actos de las personas se estima en virtud del respeto al deber como motivo del obrar. Hay que actuar conforme al deber por deber.

Los imperativos categóricos son aquellos mandatos que exigen el cumplimiento de una acción de forma incondicionada y universal. Su justificación radica en la racionalidad constitutiva de nuestra humanidad, de acuerdo a la cual debemos actuar. El seguimiento de los imperativos categóricos no lleva necesariamente al placer y su forma universal es la que determina el contenido. Los imperativos morales se encuentran ya en la vida moral de las personas y no son el resultado de la reflexión filosófica. Le ética se encargaría de examinar la forma de la razón en las características de las máximas de las acciones para ser consideradas leyes morales[2].

Kant establece diversas formulaciones del imperativo categórico para discernir las características racionales formales de las leyes prácticas. Dichas formulaciones son: a)”obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal”, b)” obra de tal modo que trates a la humanidad siempre como un fin en sí mismo y nunca solamente como medio” y c)”obra de tal modo que tu voluntad pueda considerarse como legisladora universal”. Estas formulaciones son equivalentes y expresan la misma ley. Destacan la universalidad y el valor absoluto de los seres racionales dotados de una dignidad libre, los cuales deben ser tratados como fines en sí mismos.

La libertad la entiende Kant como autonomía, es decir, como la capacidad de actuar conforme a las leyes que la conciencia del propio sujeto moral reconoce como universales. La ley no la da el exterior, sino que es propia. Sólo los seres que poseen esta capacidad tienen dignidad y no deben ser tratados como medios.

Kant.

Es mejor ser un hombre satisfecho que un cerdo satisfecho, es mejor ser Sócrates insatisfecho, que un loco satisfecho. Y si el loco o el cerdo son de distinta opinión, es porque sólo conocen su propio lado de la cuestión. El otro extremo de la comparación conoce ambos lados.” John Stuart Mill

El utilitarismo es una renovación moderna del hedonismo clásico y adopta un carácter social ausente en sus formulaciones previas. Para esta concepción, el motor de la actuación de las personas es el placer y su búsqueda. Además, todos tenemos sentimiento morales sociales como la simpatía por los que somos conscientes de que las demás personas también persiguen el placer. De este modo, el objetivo moral no es otro más que maximizar el placer del mayor número posible de seres vivos. Por tanto, el criterio ético de decisión racional es proporcionar la mayor felicidad (o placer) para el mayor número de personas. Este principio debe orientar la elección correcta de cualquier sujeto moral. Esta regla se extiende en su aplicación a la vida social y el concepto de utilidad subjetiva ha cimentado categorías fundamentales de algunas teorías sociales, especialmente económicas.

Los dos teóricos clásicos del utilitarismo fueron Jeremy Bentham y John Stuart Mill. El primero defendía cierta “aritmética de los placeres” en virtud de la cual existiría una igualdad cualitativa entre los placeres, por lo que pueden ser medidos atendiendo a la intensidad, la seguridad, la duración o la proximidad. Además, sería posible la comparación de placeres de distintos sujetos para conseguir un cómputo total de placer máximo. Por su parte, Stuart Mill sí considera una diferencia cualitativa entre placeres, de manera tal que habría placeres superiores a otros. Los placeres más elevados son los intelectuales y morales, y el tipo de placer sólo puede ser discernido de un modo experiencial por parte del sujeto que los percibe.

En los desarrollos contemporáneos se han distinguido dos formas de la filosofía moral utilitarista. Por un lado, el utilitarismo del acto, que juzga la moralidad de las acciones particulares, teniendo en cuenta las consecuencias de cada acto. Por otro lado, el utilitarismo de la regla, por el cual las acciones individuales deben adecuarse a las reglas de actuación que, en caso de ser seguidas por todos, llevarían al resultado óptimo en cuanto a las consecuencias que proveen de mayor placer a la suma de los sujetos de una sociedad.

John Stuart Mill, por George Frederic Watts.

Consiguientemente, si fundamentamos el juicio ético en el principio utilitarista de la maximización del placer, y asumimos acríticamente que el lanzamiento de las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas acabó con la guerra y, por tanto, salvó más vidas de las que aniquiló[3], entonces la acción fue moralmente correcta. Por el contrario, atendiendo a las formulaciones del imperativo categórico, la máxima de la acción de bombardear atómicamente debe cumplir los rasgos racionales de la universalidad de su cumplimiento y del tratamiento de los seres humanos como fines en sí mismos. Por tanto, el lanzamiento de las bombas atómicas no puede considerarse como una ley moral correcta, puesto que esta operación militar sólo tiene sentido por la instrumentalización de las personas para un fin mayor y por pretender ser exclusiva de un bando bélico.

En cualquier caso, finalizamos con el carácter intrínsecamente complejo y no concluido de la valoración moral del fenómeno. Asimismo, hay que aclarar que incluso dentro de estas concepciones éticas no existe una interpretación unívoca de la acción del bombardeo atómico, puesto que dentro de ellas mismas existen diversas formas de determinar el significado moral de tal acto.

 

 

Para profundizar

Belandria, M. “Ley moral e imperativo categórico en la doctrina práctica kantiana”. Filosofía. N.20, 2009, pp. 7-32.

Kant, I. Crítica de la razón práctica. Ed. Sígueme. 1997: Salamanca.

Kant, I. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Ed. Espasa Calpe. 1995: Madrid.

Mill, J. S. El utilitarismo. Ed. Alianza. 2007: Madrid.

Palacios García, J. M. “La esencia del formalismo ético”. Revista de filosofía. N.6, 1991, pp. 335-350.

 

 

[1] Véase “la esencia del formalismo ético” de Palacios.

[2] “Según Kant, los principios prácticos son preceptos que pueden tener una validez subjetiva u objetiva. Los primeros, los que tienen validez subjetiva, valen para la voluntad del sujeto que los reconoce como tales; a estos principios les da el nombre de máximas.

Los preceptos que valen objetivamente, es decir, que son válidos para la voluntad de todo ser racional, se distinguen a su vez en dos clases: a) imperativos hipotéticos, b) imperativos categóricos.

Los imperativos hipotéticos son los que determinan las condiciones de la causalidad del ente racional como causa eficiente sólo respecto del efecto y suficiencia para el mismo, y contienen únicamente preceptos de habilidad. Los que determinan la voluntad incondicionadamente y prescinden del efecto que ella puede ocasionar, son imperativos categóricos y únicamente leyes prácticas.” (Belandria, M. “Ley moral e imperativo categórico en la doctrina práctica kantiana”).

[3] Es muy discutida la legitimidad racional del uso de contrafactuales en historia: historia alterna o curso hipotético de sucesos. Por ejemplo: ¿Qué habría ocurrido o cuántos habrían muerto si no se hubiesen lanzado las bombas atómicas y hubiese continuado la guerra? Los contrafactuales también tienen presencia y son importantes en campos como la lógica modal y las teorías de la causalidad.

Scroll al inicio