El 28 de mayo del año 1291, cayó en manos musulmanas San Juan de Acre, la última plaza cristiana importante de Tierra Santa tras casi 200 años de luchas infatigables entre los estados cruzados y los seguidores de la fe de Mahoma. Se terminaba así de esta manera, el período histórico conocido como las Cruzadas, en las que el islam y la cristiandad habían confrontado por el control de los lugares santos de la vida de Jesucristo.
Antecedentes: las Cruzadas
Tras la petición de ayuda por parte del emperador bizantino Alejo I Comneno en su lucha contra las tribus turcas selyúcidas, en 1095 el papa Urbano II convocó el concilio de Clermont para llamar a liberar Tierra Santa de los infieles al grito de ‘Deus vult’ (Dios lo quiere). Este fue el inicio de la Primera Cruzada (1096-1099), por otro lado la más exitosa de todas. Voluntarios procedentes de todos los rincones de Europa acudieron a la arenga de su señor espiritual atraídos por la salvación de Cristo si cumplían con su cometido. Tras una larga y difícil travesía, el ejército cruzado bajo el mando de Godofredo de Bouillón conquistó con una violencia desmedida la ciudad santa de Jerusalén el 15 de julio de 1099, su principal objetivo. Se formaba así el Reino de Jerusalén, al que le siguieron la forja de otros estados cruzados: el condado de Edesa, el Principado de Antioquía y el condado de Trípoli. Desde muy pronto, estos estados cruzados se enfrentaron a sus vecinos musulmanes por el control efectivo de Oriente Próximo, protagonizando múltiples encuentros tanto exitosos como malogrados a lo largo de casi 200 años.
En 1144, el condado de Edesa fue el primero en sucumbir ante el empuje del islam. Por esta razón, se organizó la Segunda Cruzada (1147-1149) que resultó en un auténtico fiasco para los cristianos. Posteriormente, la rivalidad entre el rey cristiano Balduino IV el Leproso y el sultán de Egipto Saladino, fundador de la dinastía ayubí, resultó en la firma de un conveniente tratado de paz para ambas partes. Sin embargo, más tarde tuvo lugar el fatídico enfrentamiento entre el rey de Jerusalén Guido de Lusignan (sucesor de Balduino IV) y el sultán Saladino en la batalla de los Cuernos de Hattin (1187). La contundente derrota cristiana fue aprovechada por Saladino para hacerse con el control de casi toda Tierra Santa, incluidas Acre y Jerusalén. Este hecho desencadenó el establecimiento de la Tercera Cruzada (1189-1192). En ella participaron varios monarcas cristianos como Federico Barbarroja o Felipe II de Francia, aunque el verdadero protagonista fue el rey inglés Ricardo Corazón de León. Durante esta campaña, se logró recuperar la ciudad de Acre en 1191 tras un largo asedio. Finalmente, después de varios encuentros tanto Saladino como Ricardo I firmaron el tratado de Jaffa en 1192. A través de este tratado, Jerusalén permaneció en manos del islam aunque se permitían las peregrinaciones cristianas siempre y cuando estas fueran de carácter pacífico.
La Cuarta Cruzada (1202-1204) fue sin duda la más problemática y desastrosa para Bizancio. El mismo ejército cristiano supuestamente encargado de socorrer a los estados cruzados de Tierra Santa, procedió al saqueo y destrucción de Constantinopla, la capital del Imperio bizantino, donde se vivían fraticidas luchas de poder entre diversos emperadores. Los actos de barbarie cometidos provocaron una gran repulsa en todos los reinos cristianos. Después de esta destrucción, se estableció el efímero Imperio latino de Constantinopla que duró hasta 1261. Tampoco hubo grandes avances en la Quinta Cruzada (1217-1221), en la que participaron Andrés II de Hungría junto con Leopoldo VI de Austria. A pesar de la conquista de la plaza de Damieta, finalmente el Imperio ayubí de Egipto se impuso de forma contundente ante la coalición cristiana y su aliado, el sultanato selyúcida de Rüm. Después de su victoria, el sultán al-Kamil aceptó negociar un tratado de paz de ocho años de duración. Pero a pesar de este contratiempo, todavía quedaría una última oportunidad para los cristianos de recuperar la emblemática ciudad donde murió Jesucristo.
Durante la Sexta Cruzada (1228-1229), el emperador del Sacro Imperio Federico II logró reconquistar Jerusalén para la cristiandad en el año 1229 a través de un tratado de paz con el sultán de Egipto al-Kamil. No obstante, esta ocupación cristiana duraría hasta 1244, cuando el sultán Baibars tomó la ciudad santa al asalto. Por ello, se convocó la Séptima Cruzada, encabezada por Luis IX de Francia entre 1248-1254. En 1250, la dinastía ayubí fue derrocada por los mamelucos, los cuales perdurarían durante más de 250 años. Luis IX acabó derrotado y apresado en Egipto. Cuando parecía que la presencia cristiana en Tierra Santa llegaba a su fin, aparecieron las hordas mongolas arrasando todo a su paso. En 1258, tomaron y devastaron Bagdad, la capital del imperio abasí. Se dice que el último califa murió enrollado en una alfombra pisoteado violentamente por los caballos de sus enemigos. Sin embargo, los mongoles fueron frenados por los mamelucos en la batalla del pozo de Goliat en 1260, en la que fue su primera derrota. Posteriormente cayeron las fortalezas cristianas de Cesarea, Arsuf, Jaffa y Antioquía. Luis IX de Francia protagonizaría la Octava Cruzada en 1270, que acabó con la muerte del rey cristiano en Túnez. El príncipe Eduardo, futuro Eduardo I de Inglaterra, decidió continuar la cruzada inconclusa de Luis IX entre 1271-1272, la cual acabó en una tregua. Algunos consideran la campaña de Eduardo como la Novena Cruzada, la última que tendría lugar.
El asedio de San Juan de Acre (1291)
Después de la última cruzada protagonizada por Eduardo I de Inglaterra, los cruzados conservaban a duras penas San Juan de Acre, Tiro, Sidón, Trípoli, Tortosa y otras plazas de menor entidad además de la isla de Chipre. Para la década de 1280, San Juan de Acre constituía el principal baluarte de la cristiandad en Tierra Santa. Gobernada por los caballeros hospitalarios y templarios, todo parecía indicar que Acre caería pronto ante el empuje de los mamelucos, cuyo poder se extendía desde Egipto hasta Siria. En 1282, el rey Enrique II de Lusiñán de Chipre pactó una tregua con el sultán mameluco Qalaun. Sin embargo, a partir de 1290 una serie de altercados contra la población musulmana cometidos por parte de algunos cruzados venidos del exterior ocasionó que el sultán decidiera acabar con la presencia cristiana en Tierra Santa de una vez por todas. Así pues, se iniciaron los preparativos para el asedio de San Juan de Acre, el principal bastión en poder de los infieles.
El 6 de abril de 1291, el imponente ejército mameluco se apostó a las puertas de Acre. El nuevo sultán al-Ashraf logró reunir un gran número de máquinas de asedio, incluida una gran catapulta, con el propósito de abrir una brecha en la doble muralla de la ciudad. Posteriormente, se haría uso de su aplastante superioridad numérica (algunas fuentes hablan de hasta 100.000 hombres, si bien esto es algo exagerado) ante los defensores cristianos. Sin embargo, el asedio se prolongó más de lo que había imaginado el sultán, ya que los sitiados pudieron recibir suministros y tropas desde la cercana isla de Chipre. Aún así, su situación no era del todo halagüeña pues sus fuerzas eran muy inferiores en número. Las encarnizadas escenas de lucha entre cristianos y musulmanes fueron recogidas por el cronista Templario de Tiro. Al principio, los sitiados protagonizaron algunas salidas contra el campamento enemigo con escasos resultados. A medida que transcurrían los días, la situación se tornaba cada vez más desesperada para los seguidores de Cristo. Pero todavía les quedaría un pequeño respiro.
Justo cuando ya se habían perdido casi todas las esperanzas, un contingente procedente de Famagusta (Chipre) al mando de Enrique II formado por cuarenta barcos, dos mil infantes y cien caballeros llegó para socorrer Acre. A pesar de esta ayuda, los sitiados sabían que les quedaba poco tiempo. Por esta razón, intentaron pactar con el sultán por medio de la vía diplomática, sin ningún éxito. El día 15 de mayo, se derrumbó una parte de la muralla, por lo que los musulmanes aprovecharon para atacar por la Puerta de San Antonio custodiada por templarios y hospitalarios. En la mañana del 18 de mayo, el sultán ordenó el asalto final. Los esfuerzos se concentraron en la llamada torre Maldita, la cual formaba un ángulo en la muralla. El contingente mameluco logró hacerse paso entre la defensa cristiana gracias a la potente maquinaria de asedio. Los cristianos intentaron desesperadamente repeler a sus atacantes en la Puerta de San Antonio. Finalmente, la torre Maldita cedió y el ejército musulmán penetró en Acre a través de la Puerta de San Nicolás. El gran maestre del Temple, Guillermo de Beaujeu, cayó en combate. Poco después, le siguió el hospitalario Mateo de Clermont. La ciudad estaba perdida.
Por si fuera poco, ante el destino poco prometedor que acechaba a Acre, el rey Enrique II decidió huir en dirección a Chipre. Mientras tanto, en el sector oriental el comandante Juan de Grailly fue herido y el caballero Otón de Grandson intentó reorganizar al mayor número de hombres posible y embarcarlos cerca del Arsenal. Allí, el panorama era dantesco: mujeres, niños y ancianos trataban de alcanzar alguna de las galeras disponibles para huir de sus conquistadores. El patriarca Nicolás de Hanapé permitió subir en su bote a un gran número de refugiados, por lo que acabó hundiéndose. Otros más aviesos, como el templario Roger de Flor, aprovecharon para escapar junto con varias damas nobles a las que les arrancó un suculento rescate. Al anochecer del día 18, empezó el saqueo de Acre, incluidas sus iglesias. Sin embargo, todavía quedaban algunos reductos de resistencia. Los últimos defensores (unos 10.000 según Templario de Tiro) se congregaron en el castillo del Temple situado en el extremo suroeste de la ciudad, donde resistieron hasta su derrumbe definitivo el día 28 de mayo. Antes había tenido lugar un último intento de rendición pactada por parte del mariscal del Temple Pedro de Sevrey, que acabó en tragedia.
Consecuencias
La desolación en el mundo cristiano por la conquista musulmana de Acre fue tremenda. El propio Templario de Tiro narró el episodio con grandes dosis de dramatismo. Tras la dramática caída de Acre, se perdieron igualmente las ciudades de Tiro, Beirut, Tortosa, Sidón y el enclave templario del castillo Peregrino (fortaleza Atlit). Una guarnición templaria logró refugiarse en la isla de Ruad (Arwad), a tres kilómetros de la ciudad de Tortosa (actual Tartus, Siria) hasta 1303. Desde este pequeño enclave tuvieron lugar algunos intentos infructuosos de reconquistar Acre. Muchos caballeros terminaron buscando cobijo en la cercana isla de Chipre, gobernada por la dinastía Lusiñán, que en 1426 se vio obligada a reconocer la soberanía de los mamelucos sobre sus dominios. Después de casi 200 años ininterrumpidos de luchas, alianzas y desencuentros por la búsqueda de la gloria eterna, los ideales de las Cruzadas, iniciados a finales del siglo XI, se habían extinguido para siempre. Por otro lado, los mamelucos permanecieron en el poder en Tierra Santa hasta su derrocamiento en 1517 por otra gran potencia musulmana, el Imperio otomano, en manos del sultán Selim I.
Bibliografía:
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