Los cátaros, víctimas de la intolerancia religiosa

Considerados como herejes, los cátaros sufrieron una persecución sin límites hasta su práctica desaparición en el siglo XIII. Llevados por la búsqueda de la perfección espiritual, las autoridades eclesiásticas de Roma vieron en ellos un peligro para la permanencia de su poder. Tras varios años de luchas encarnizadas que provocaron la caída de sus líderes, finalmente los cátaros se convirtieron en leyenda.

Los cátaros fueron víctimas de la incomprensión religiosa de su tiempo. Fuente: zendalibros.com

¿Quiénes eran los cátaros?

Hacia el año 1000, surgió en las tierras de Languedoc (sudeste de Francia) una doctrina cristiana denominada catarismo. Deseosos de formar su propia comunidad, los cátaros abrazaron una fe más pura y se desmarcaron del discurso oficial de Roma ¿Pero cuáles eran sus creencias? ¿Por qué surgieron problemas con los católicos? Los predicadores de la doctrina cátara se consideraban así mismos como herederos de los apóstoles y creían en un Jesucristo que era puro espíritu, desprovisto de cuerpo material. Bajo este punto de vista, resultaba imposible que hubiera podido morir en la cruz. Tomaban como ejemplo el Evangelio de San Juan, del cual obviaron algunos pasajes. Además rechazaban el Antiguo Testamento, al considerarlo un compendio de crímenes, atrocidades y traiciones. Como es obvio, estas consideraciones entraban en conflicto con las creencias de la fe católica.

A estos mensajeros de la palabra de Dios se les consideró «buenos hombres» y «buenas damas«. Hay que destacar que entre estos predicadores existía también una jerarquía. En la cúspide de la misma se hallaban los «perfectos» y «perfectas«, quienes vivían rodeados por una masa de creyentes que les seguía ciegamente. Para el pueblo llano, los buenos hombres y las buenas damas eran los auténticos amigos de Dios. Ellos se encargaron de extender entre sus fieles algunos de sus más controvertidos dogmas: el mundo era obra del Diablo por lo que la materia era considerada como pecaminosa, el bautismo con agua era ineficaz, la salvación del alma sólo era posible fuera del matrimonio, la hostia consagrada no constituía el cuerpo de Jesucristo y no era posible la resurrección de los muertos ya que el cuerpo quedaba corrompido en la tierra al ser obra de Satán.

El catarismo se extendió por parte de las actuales Italia, Alemania, así como en la Corona de Aragón, pero fue en el sudeste de Francia donde consiguió un arraigo mucho mayor. En este último territorio, existía un choque de mentalidades debido a las libertades artísticas, civiles y religiosas que se defendían allí en contraposición a la Francia más septentrional, mucho más puritana, monárquica y feudal. Así mismo, dado el carácter más abierto de la sociedad del sur de Francia, el clero de esta zona se había relajado en sus costumbres. Por esta razón, las clases más humildes empezaron a escuchar a los bons homes (buenos hombres) que predicaban sobre la caridad y la pobreza siguiendo su propio ejemplo. Pero no todos veían con buenos ojos esta nueva doctrina que amenazaba con romper la hegemonía de Roma en esta región. En aquel momento, Toulouse era una de las ciudades más prósperas de Europa.

Mapa del sur de Francia, en vísperas de la batalla de Muret (1213)

Conflicto con el papado

El auge del catarismo en el condado de Toulouse no agradó demasiado a la Iglesia católica de Roma. Sus sacerdotes eran desplazados por los bons homes, cuyo prestigio y voz iban en aumento. En algunos lugares, los clérigos incluso llegaron a darse por vencidos pues nadie les prestaba atención. A mediados del siglo XII, las autoridades de Roma decidieron poner cartas en el asunto. Debido al resquebrajamiento de su autoridad, se envió a la región de Languedoc al gran predicador e impulsor de la orden del Temple, Bernardo de Claraval. Su objetivo era reconducir la fe de las almas «descarriadas». No obstante, su cometido resultó en un auténtico fiasco. Más tarde, en 1163 el papa Alejandro III convocó el Concilio de Tours, en el cual se condenó la herejía que había surgido en el condado de Toulouse y que se había extendido a otras provincias cercanas como la Gascuña. El conflicto estaba servido.

Pese a estas diferencias, hubo un intento de apaciguamiento entre católicos y bons homes auspiciado por el obispo de Albi, que no obstante acabó de forma estrepitosa. A principios del siglo XIII, un nuevo papa, Inocencio III, estaba dispuesto a combatir la herejía de los cátaros con todas sus fuerzas. Por ello, designó como legado suyo en el condado de Toulouse a Pierre de Castelnau, que contó con la ayuda de Arnaud Amalric (abad de la orden del Císter) y de Domingo de Guzmán (fundador de los dominicos). Castelnau miraba con recelo al conde de Toulouse, Raymond VI, ya que este era muy laxo en lo referente a la doctrina de los bons homes. Por orden del papa, Castelnau le excomulgó, lo que a la postre supuso la confiscación de todos sus bienes, tierras incluidas. Ante el devenir de los acontecimientos, el desafortunado conde decidió rectificar y seguir el camino dictado por la autoridad papal.

Fresco de Inocencio III, hacia 1219

Cruzada contra los cátaros (cruzada albigense)

Cuando parecía que las aguas volvían a su cauce, Castelnau fue asesinado por un enigmático jinete en 1208. Esta extraña muerte avivó las tensiones entre cátaros y católicos. Pronto corrió el rumor de que el responsable de la muerte del legado papal había sido uno de los sirvientes del conde o un cátaro, por que el Papa decidió sacar tajada del asunto y proclamar la cruzada contra aquellos que consideraba herejes. En todas las iglesias cristianas se lanzaron encendidas arengas hacia aquellos que osaban alejarse de la fe de Dios. Para los cátaros había comenzado una auténtica pesadilla. Obispos y sacerdotes católicos exhortaron al pueblo a empuñar las armas para combatir a los herejes. Arnaud Amalric comandó el ejército cruzado y a sus integrantes se les prometió el perdón de todos sus pecados y el reparto de ciertos bienes confiscados al enemigo. Una oferta que no podían rechazar.

Ante la amenaza que suponía el contingente cruzado y el escaso número de sus fuerzas, Raymond VI se rindió y decidió aceptar la voluntad impuesta. El nuevo legado papal, Milton, se encargó de humillarlo públicamente como castigo a su desobediencia. El conde fue azotado hasta sangrar delante de tres arzobispos y más de 20 obispos. Fue tal el dolor soportado por el noble, que aceptó someterse a la Iglesia de Roma, y para sorpresa de todos, quiso participar como un cruzado más en la lucha contra los cátaros. Esto suponía la restitución del condado de Toulouse así como sus bienes y propiedades. Sin embargo, el Papa no terminaba de fiarse de las intenciones del conde por lo que encomió a sus representantes vigilarlo de forma estrecha. En una carta dejó claras cuales debían de ser las acciones a seguir: «Simulad que sois sus amigos, a la espera de que cometa un error que os permita destruirle».

Mientras tanto, atraídos por la salvación eterna y por la codicia de los bienes ajenos, en Lyon se había formado un gran ejército con el objetivo de destruir a los cátaros. Toda la región de Languedoc temblaba ante la vorágine destructiva de los «soldados de Dios». Tras arrasar varias ciudades y ocupar Montpellier, se puso en asedio a la localidad de Béziers, cuyos defensores resistieron valientemente. Las intenciones de Arnaud Amalric no podían ser más perturbadoras: «Borraré de la faz de la tierra esa ciudad. No quedará de ella ni una sola piedra». El ejército cruzado logró romper las murallas y proceder al saqueo y devastación de la ciudad. Algunas fuentes afirman que 20.000 de sus habitantes fueron pasados a cuchillo. No fueron perdonados niños, mujeres o ancianos. Ante la duda de matar a católicos entre los cátaros, algunas fuentes afirman que Amalric replicó a sus hombres: «Matadlos a todos, y Dios reconocerá a los suyos«.

Masacre de Béziers

La desolación se extiende por Occitania

La matanza de Béziers en 1209 sirvió de escarmiento a otras ciudades como Narbona, que se rindió nada más ver aparecer a los cruzados. Sin embargo, en Carcasona, al vizconde Raymond Trencavel no le tembló el pulso frente a las tropas de Amalric. Fue entonces cuando hizo su aparición Pedro II de Aragón (el que posteriormente participó en la famosa batalla de las Navas de Tolosa), para ejercer de mediador entre Trencavel, cuñado suyo, y el ejército cruzado. Pero los honorables esfuerzos del rey aragonés fueron en vano, pues Carcasona fue tomada y Trencavel apresado. El vizconde moriría poco después en prisión, posiblemente envenenado. Después de este trágico episodio, muchos cruzados dejaron las armas a la vez que entregaron parte de su botín a la Iglesia. No obstante, fueron sustituidos por mercenarios y gentes de dudosa reputación para continuar con la barbarie.

Una vez eliminado Trencavel de la ecuación, Amalric donó sus bienes y títulos a Simón de Montfort, conde Leicester, un tipo sanguinario, codicioso y sin ningún tipo de escrúpulos. Mientras tanto, Inocencio III había lanzado un ultimátum al irredento conde Raymond VI, quien había vuelto a las andadas. Si pretendía salvar su pellejo, debía desarmar a sus tropas, destruir sus fortalezas y vivir desterrado junto a su familia. Desde luego estas condiciones eran inaceptables, por lo que los cruzados iniciaron el asedio de Termes. La ciudad solo pudo aguantar unos meses, víctima de los ataques enemigos y la disentería. Los supervivientes fueron quemados en la hoguera. Poco después le tocó el turno a Lavaur, bajo el mando de la viuda Donna Geralda junto con una reducida guarnición. Tras su caída, la defensora Geralda fue desnudada y posteriormente lapidada a pesar de su avanzado estado de gestación.

Los soldados de Dios seguían dejando un reguero de destrucción allá donde pasaban. Parecía que nada les podía detener. Pero ante las imponentes murallas de Toulouse, sufrieron una aparatosa derrota a manos de las fuerzas de Raymond VI, Gastón de Bearn y el conde de Foix. Próximos a la frontera de su reino, Pedro II de Aragón decidió intervenir en ayuda de su consuegro Raymond VI. A pesar de su reciente victoria en las Navas de Tolosa en 1212 contra los almohades, Inocencio III amenazó al rey aragonés con castigarle si apoyaba a los rebeldes. Pero Pedro no se dejó amedrentar. Fuertemente convencido de su causa, se presentó en Toulouse con un imponente ejército dispuesto a enfrentarse a sus enemigos. En contra de la opinión de los defensores de la ciudad, el rey aragonés optó por una batalla campal en la llanura abierta de Muret. Más tarde esta estrategia se demostraría un error garrafal.

Batalla de Muret (1213)

Simón de Monfort fue más astuto y encargó a algunos de sus hombres dar muerte al rey nada más comenzar la batalla. Finalmente, Pedro II fue acosado por un tropel de soldados y cayó abatido de su caballo. Así fue como encontró su final uno de los monarcas más recordados de la historia de Aragón. La muerte del rey causó confusión entre las filas aragonesas. Los cruzados empujaron a los restos de las fuerzas de Toulouse hasta las orillas del río Garona, donde muchos murieron ahogados. Solo se salvó Raymond VI, su hijo y unos pocos soldados. La derrota de Muret alejó las esperanzas de conseguir una victoria contra los cruzados, aunque la guerra estaba lejos de acabar. Los desencuentros entre Simón de Monfort y Arnaud de Amalric, provocaron el desconcierto entre el bando católico y el rey de Francia, Felipe II, retiró el grueso de sus tropas. Los cátaros continuaron en su lucha contra la persecución religiosa.

El fin de los cátaros

En Marsella, Raymond VI pudo reorganizar a su ejército y su hijo Raymond VII se enfrentó a Simón de Montfort en Beucaire. Pero Monfort logró escabullirse y hacerse fuerte en Toulouse. No obstante, las gente de la ciudad le recibieron con hostilidad. Aun así, pudo hacerse con el control de uno de los arrabales de Toulouse. En un momento dado, una gran piedra tirada por una catapulta controlada por mujeres, le impactó de lleno en la cabeza y le causó la muerte. Uno de los personajes que más había participado en contra de los cátaros había caído. Corría el año 1218. Fue entonces cuando Raymond VII pudo recuperar el condado de Toulouse para su causa. Hubo una pequeña tregua que permitió de nuevo el auge del catarismo, pero el rey de Francia siguió arrasando Occitania mediante una «guerra singular«. Esta táctica consistía en sabotajes masivos, envenenamiento de ganado, quema de cosechas y aldeas, destrucción de puentes, etc. Para evitar nuevas penalidades, el conde de Toulouse firmó en 1229 el Tratado de Meaux-París por el que ponía fin a la cruzada albigense, aunque ello supondría la anexión de su territorio a la Corona francesa. Pero todavía no había acabado todo.

Un nuevo giro de los acontecimientos ocurrió con la fundación de la Inquisición pontificia por Gregorio IX. Una nueva ola de intolerancia religiosa sacudió Europa. Hogueras, torturas, persecuciones se sucedieron sin remedio. Los bons homes quedaron reducidos a dos enclaves: Fenouillède junto a la frontera catalana y el castillo de Montségur. Luis IX de Francia (San Luis) estaba dispuesto a acabar con la doctrina cátara de una vez por todas. Los rebeldes se reagruparon bajo Raymond Trecavel el Joven y Raymond VII de Toulouse, que contaban con el apoyo de Navarra, Aragón y Castilla. Tras sufrir innumerables infortunios, los cátaros llevaron a cabo la matanza de Avignonet, donde murieron los inquisidores Guillaume Arnaud y Etienne de Saint-Thibéry, junto a 70 hombres de su séquito. Pero el ejército francés consiguió derrotar a Raymond VII. El asedio al castillo de Montségur en 1244 fue el último episodio de resistencia cátara. Después de su rendición, 200 supervivientes fueron quemados vivos en la hoguera. Los fieles que quedaron se escondieron en los Pirineos, en Lombardía o en el norte de España. Con el paso del tiempo y a pesar de su aniquilamiento, los cátaros se convirtieron en toda una leyenda en Europa.

Luis IX el Santo, por el Greco

Bibliografía

Ávila, G. J. (2005). La Mitología Cátara – Símbolos y pilares del catarismo occitano. Madrid: mr ediciones.

Fábrega, O. (2022). Eso no estaba en mi libro de historia de los cátaros. Editorial Almuzara.

Jiménez P. (2022). ‘Cátaros, el nacimiento de una herejía’. Historia National Geographic. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/cataros-nacimiento-herejia_15630

Laínez, M. F. Cátaros. La fe que desafió al papado. Historia y Vida.

Foto de portada de zendalibros.com

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