La conquista de América no supuso el enriquecimiento de todos sus participantes. Muchos conquistadores quedaron seriamente endeudados a la conclusión de las expediciones.
El espejismo metalífero
Si bien es cierto que la promesa del oro y la imaginación de riquezas infinitas fueron los principales motivos que empujaron a miles de españoles a embarcarse en las más incógnitas y arriesgadas empresas más allá del mar, la realidad terminaba por imponerse una vez finalizaba la aventura.
El caso de la conquista de México (1519-1521) es uno de los mejores exponentes. Al inicio de la expedición, el entusiasmo por mejorar sus vidas llevó a cientos de hombres a solicitar préstamos y favores para adquirir armas, armaduras y vituallas con las que ataviarse y sustentarse durante un largo tiempo en un lugar desconocido. Cada uno aportó cuanto tenía, asumiendo un riesgo incalculable, especialmente cuando la hacienda era grande -caso de Hernán Cortés, que lo empeñó todo-. Aquello fue un factor determinante en el desarrollo de la conquista.
Un botín muy desigual
A la conclusión de la empresa cortesiana, llegó el momento de repartir el botín obtenido entre la hueste, fundiendo todas las piezas de oro recabadas, tal y como recogían las ordenanzas de 1520 que todos firmaron. El monto ascendía a, aproximadamente, 130.000 pesos de oro (598kg) según López de Gómara, que repartido quedaba así:
- 1/5 para la Corona (lo reglamentado en todas las capitulaciones): 26.000 pesos.
- 1/5 para Cortés (acordado por la hueste): 20.000 pesos.
- 3/5 para la hueste (a repartir descontando a capitanes): 83.200 pesos.
En este punto, la contraprestación económica se veía reñida con el número de supervivientes. Por lo que es normal que la recompensa obtenida decepcionara y enfervorizara a más de uno, razón por la cual Cortés, como otros conquistadores, se vio obligado a improvisar un régimen de servidumbre feudal -a la europea- concediendo tierras y vasallos a buena parte de sus hombres y enviando a otros tantos a nuevas expediciones hasta tener noticias del rey. Así, los mismos soldados que un día se enrolaron en la aventura que creían cambiaría sus vidas, terminaron reenganchándose una y otra vez en nuevas empresas que quizás terminarían costándoselas.
La cruda realidad
Tras varias décadas probando suerte para poner fin a sus deudas y mejorar su situación, muchos conquistadores españoles terminaban viéndose arruinados, lisiados por lo que les restaba de vida y marcados por los estragos de la guerra. Algunas crónicas muestran esta cruda realidad, yendo incluso más allá, recogiendo que vivían en la más absoluta miseria, en chozas de paja o a la intemperie, sin tener apenas qué llevarse a la boca ni pudiendo sustentar a sus hijos.
Apartados y vistos con recelo por la nueva administración enviada por la Corona, a muchos no les quedó más que recurrir a la camaradería de antaño, auxiliándose entre ellos o pidiendo socorros económicos a sus antiguos capitanes enriquecidos. La desesperación, en sus casos más extremos, llevó a muchos a solicitar licencia para sobrevivir pidiendo limosna, dependiendo de la caridad cristiana a la que nunca pudieron imaginar acogerse.
La conquista, una empresa más
No, la conquista de América no supuso el enriquecimiento de todos sus participantes. Si bien un buen número de conquistadores conseguía triunfar y reembolsar lo invertido, la mayoría quedó seriamente endeudada a la conclusión de las expediciones. Incluso hubo algunas que nacieron malditas desde el comienzo de su embarque y significaron la ruina de las familias de sus capitanes por varias generaciones.
La conquista no dejaba de ser una empresa particular bajo la licencia y amparo de la Corona. Todos buscaban el triunfo y el éxito, pero los beneficios casi nunca resultaban ser los esperados, especialmente para el común de los soldados, que viejos y empobrecidos fueron olvidados por una administración que tanto debía a quienes pusieron un Nuevo Mundo a sus pies.
Bibliografía:
-Mira Caballos, Esteban. Hernán Cortés: el fin de una leyenda. (2010).
-Martínez, José Luis. Hernán Cortés. (1990).
-Benjamín Terán, Juan. El nacimiento de la América española. (1927).
-Cuevas Góngora, David. El tesoro perdido de Moctezuma. (2011).