Conversaciones entre un creyente y un ateo

Hay personas que se dedican a recorrer los barrios o vecindades para predicar la palabra de Dios, frecuentemente según las creencias de los testigos de Jehová. En Argentina se los llama evangelistas.

Normalmente, desde que tengo un criterio personal formado acerca de la religión, no solía prestarme al debate con estas personas, ya que lo veía como una pérdida de tiempo para ambos. Con el mayor respeto posible, les explicaba que no me interesa oír sobre la palabra de Dios, a veces dejando que infirieran la razón, que podía ser que estaba ocupado en el momento, o que no creía en Dios, o incluso hasta que era satánico, si se enfocaban desde la ignorancia en mi remera negra de alguna banda de heavy metal.

Para ser más específico, personalmente me considero en un matiz entre el ateísmo y el agnosticismo, ya que casi siempre estoy completamente seguro de que las leyes naturales son las que rigen la existencia y no hay ninguna fuerza mayor que comande con manos invisibles nuestro destino. Sin embargo, a veces dudo (y solo eso) sobre si tal vez haya algo más en el universo, no un dios que nos maneje como fichas de ajedrez, sino alguna energía que no se atenga exactamente a las leyes de la naturaleza.

En fin, recientemente la tuve suerte de conversar ocasionalmente con uno de estos evangelistas, vamos a llamarlo Juan. En las primeras charlas con Juan, él trataba, naturalmente, de conocer en qué situación me encontraba yo con respecto a mis creencias. Si creía o no en Dios, o en alguna deidad, y la forma de llegar a esa información era la siguiente: “Usted vio, Nicolás, que la situación en el mundo está complicada. Usted sabe de todos los problemas que ocurren todos los días, ¿verdad? ¿Por qué piensa que pasan estas cosas?”

Fui sincero y directo: “Creo que el mundo está como está por la inmoralidad del hombre. Porque el sistema en el que vivimos lleva al hombre a la codicia y al egoísmo. Todos se interesan primero por ellos mismos, sin importar si roban o perjudican a los demás.”

A lo que me respondió: “Sí, tenés mucha razón. El hombre está muy alejado de Dios. Por eso actúa como actúa”. Lo cual es un argumento válido para un creyente, porque se supone que las religiones son guías para un desarrollo espiritual y moral de las personas, para que “no robes”, “no mates” y “ames a tu prójimo”. La base teórica es rescatable, es un mensaje positivo y beneficioso para la vida en comunidad.

Hasta allí, podría decirse que ‘ambos teníamos razón’. Luego de un par de citas bíblicas en las que, según él, se predecía “todo lo que está pasando”, como guerras y desunión -cosas que pasaron siempre a lo largo de la historia-, quedamos en conversar alguna otra vez.

Me había dejado una pequeña revista de su organización para leer. Leí algunos artículos tratando de interiorizarme con su forma de ver las cosas. Uno de ellos me llamó la atención. Se titulaba “El escudo térmico de la hormiga plateada del Sahara”. En él se explica la adaptabilidad de una subespecie de hormiga para tolerar el calor del desierto, y se plantea la duda de si esto es producto de la evolución o del diseño (de Dios). Me llamó la atención la forma en la que se contraponía a las creencias religiosas con la ciencia. Es decir, había que elegir entre creer en la ciencia, el estudio de la naturaleza a través del método científico, observaciones y experimentaciones; o en la religión, lo divino, lo etéreo.

La siguiente ocasión le comenté mi postura con respecto a esto, y aprovechamos para profundizar un poco más. Le expliqué que no era creyente porque, personalmente, me convencían más las teorías del Big Bang y de la evolución por selección natural, que el creacionismo.

Cabe aclarar que las teorías científicas son formas de conocimiento comprobado que se mejoran constantemente según las nuevas evidencias que van surgiendo. Es decir, la palabra teoría en este contexto no debe tomarse como referencia a una mera suposición.

Dado que siempre conversamos con mucho respeto hacia las creencias del otro, Juan decidió simplemente reafirmar su postura, es decir que “Dios nos creó a todos con un propósito y un plan definido”, y ambos simplemente aceptamos las formas de pensamiento mutuas.

Juan procedió a explicarme por qué yo debía creer en Dios. A su entender, “todos debíamos creer en Él y seguir sus enseñanzas para lograr la paz”, que es lo que ambos acordábamos que era el objetivo a seguir como sociedad. Le respondí que más allá de no creer en un dios, yo quería paz y bienestar social tanto como él. Solo que no lo buscaba a través de la religión, sino obrando el bien, respetando a los demás y haciendo lo que pudiera desde mi humilde papel para hacer un mundo mejor.

Su respuesta fue que “el hombre a lo largo de la historia ha tratado de buscar la paz según su propio criterio, pero siempre falló. Por ende, la única forma de llegar a la paz es a través de Dios”. Nuevamente, me pareció un argumento válido. Es cierto que hasta ahora nunca se llegó a la paz y que el mundo está en una decadencia que crece cada día.

Ahora bien, personalmente no creo que la religión sea necesariamente la única forma de llegar a la paz. Sobre todo porque veo que las distintas religiones causan más división que unión y más guerra que paz. Pero eso ya es una cuestión de las religiones organizadas como institución.

En los últimos años y cada vez más, las religiones, sobre todo la católica, fueron perdiendo credibilidad como instituciones. Esto es así porque se conocen casos de hipocresía en sus cúpulas. Hechos relacionados con el abuso sexual o la corrupción son suficientes para hacer a la gente dudar de la santidad de ‘los representantes de Dios en la tierra’.

Pero justamente, lo positivo de esto es que las personas puedan ver que por mucho tiempo estuvieron siguiendo doctrinas ciegamente. Y esto puede llevar a tener una cosmovisión con más pensamiento crítico, que permita tomar algunas enseñanzas religiosas que resulten positivas y dejar de lado aquellas negativas, como por ejemplo las que inspiren rechazo hacia los que son diferentes.

Sobre todo, pienso que las diferentes creencias de cada uno son positivas, siempre y cuando apunten al bienestar social en un marco de respeto. Con Juan tenemos diferencias de criterios: él cree que al hombre lo creó Dios, yo creo que la naturaleza. Él cree que para vivir en paz como sociedad debemos seguir las enseñanzas de la biblia, y yo creo que debemos seguir nuestro instinto humano, que de por sí nos lleva a cuidar los unos de los otros y bregar por el bienestar de las personas en general. Sin embargo, hay que aclarar que la estructura en la que está conformada la sociedad a veces dificulta el desarrollo pleno de la empatía entre las personas, dada la importancia y la necesidad de la competencia como forma de supervivencia en un sistema en el que la riqueza de unos implica la pobreza de otros y viceversa.

En definitiva, lo importante es que el respeto, la unión y la empatía son pilares de cualquier religión, así como de cualquier persona que no crea en una religión en particular, y esas son las guías que debemos seguir por el simple hecho de ser humanos, aceptando nuestras diferencias y concentrándonos en las cosas que tenemos en común.

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