Aunque no está actualmente reconocida en ningún manual o guía académica de Psicología, existe una palabra que sirve para definir el miedo irracional que muchas personas padecen hacia los payasos y los mimos: coulrofobia.
Es un temor basado en un pánico irracional que suele manifestarse principalmente en niños y durante las primeras etapas de la adolescencia, pero también puede aparecer en adultos y personas de edad avanzada.
El miedo a los payasos es un factor de identidad cultural que siempre nos ha perseguido: ya sea por sus maquiavélicas sonrisas, sus inquietantes movimientos o sus siniestros disfraces, mucha gente no se siente cómoda con su presencia o incluso pueden llegar a sufrir ataques de ansiedad.
Decía Joanna Scott que las máscaras son maravillosamente paradójicas en sí mismas: mientras ocultan la realidad física de las personas que las llevan, al mismo tiempo muestran cómo el portador quiere ser visto socialmente.
Para la mayoría de los payasos, su trabajo es mucho más que eso: forma parte de su propia identidad, de lo que ellos mismos son en realidad.
Es por esto que la imagen distorsionada del payaso feliz y alegre que hace reír a los niños en el circo es una proyección edulcorada de la figura de este tipo de artistas: no todos interpretan papeles de payasos amistosos. Algunos son personajes tristes y oscuros, deprimidos o terroríficos que buscan atemorizar a su público cuando se disfrazan, llegando algunos incluso al vandalismo y al asalto callejero.
El hecho de escoger entre vestir máscaras o llevar maquillaje y pinturas faciales dice mucho también del payaso que interpretan: esconder su rostro a menudo constituye marcadores psicológicos de proyección de conductas con marcados rasgos antisociales, llegando incluso a la despersonalización individual de la persona que se oculta, fundamental en los payasos «malos» que el imaginario cultural colectivo nos ha inoculado a lo largo de la Historia.
La dualidad entre la bondad o la maldad de los payasos siempre ha contribuido a alentar el misterio que rodea a esta inquietante forma de manifestación artística, lo cual unido a sus (a menudo) terroríficos disfraces hacen de ellos la peor pesadilla para muchas personas.
Aunque el teatro con máscaras y maquillaje ha existido desde la Antigua Grecia (Tespis, considerado como el primer actor y dramaturgo de la Historia, ya nos hablaba de él), pasando por el Imperio romano y la cultura japonesa (Kabuki), la figura artística del payaso de circo es relativamente reciente.
Los payasos vivieron su auge artístico entre finales del siglo XVIII, el XIX y principios del siglo XX, cuando el circo se vio desplazado por nuevas formas de creación artística como el cabaré, el teatro musical o el cine.
No obstante, la disciplina circense (acróbatas, mimos, equilibristas o domadores de animales) ha sabido sobrevivir hasta nuestra actualidad, aunque actualmente atraviesa un momento de baja popularidad.
Entre otros muchos factores, esto se debe a que la presión constante del activismo social, ecológico y animalista ha derivado en la supresión de muchos de los espectáculos que anteriormente empleaban fieras salvajes, haciendo que el circo pierda mucho público e interés general.
Otros motivos que han llevado al declive del circo han sido la aparición de televisiones en prácticamente todos los hogares, y toda una serie de nuevas distracciones, pasatiempos y actividades de ocio que han relegado a este espectáculo a un segundo plano.
Esta crisis del mundo circense se ha agravado principalmente en América: a principios del año pasado, el histórico circo estadounidense de los Hermanos Ringling se vio obligado a echar el cierre y desapareció, acuciado por sus deudas y pérdidas económicas, siendo seguido por tantos otros muchos.
Esto derivó en que una gran cantidad de payasos perdieran sus trabajos y pasaran a quedarse en paro, o trabajando para rodeos locales, muchos de ellos ilegales.
No obstante, la cultura de los payasos también vivió un momento de apogeo después de la Segunda Guerra Mundial: Stan Bult, un veterano payaso de circo, creó el International Circus Clown Club (ICCC, literalmente «Club Internacional de Payasos de Circo»).
El objetivo de esta organización era dotar a los payasos de todo el planeta del prestigio, apoyo, interés social e importancia que sus profesiones realmente tenían en el mundo de la cultura.
Cualquier mimo o payaso, fuera del país que fuera, tenía derecho a formar parte de esta asociación y defender sus intereses personales y laborales frente a la creciente amenaza del cine y el entretenimiento de masas. La creciente presión mundial que esta organización ejerció acabó derivando en la creación de leyes especiales que protegían y blindaban al mundo del circo en una sociedad tristemente cada vez menos interesada en él.
Stan Bult también quería que todos los payasos del mundo pudieran poseer derechos intelectuales de propiedad sobre sus disfraces, máscaras y técnicas de maquillaje, por lo que los animó a registrarse en su organización y dejar constancia de sus nombres y apariencias, con el fin de que nadie pudiera usurparles su identidad en el futuro y apropiarse de sus espectáculos individuales.
Para ello, utilizaron huevos falsos en los que cada payaso pudo dibujar y decorar imitando sus propias apariencias físicas cuando se subían a los escenarios.
En la actualidad, existen muchos payasos que trabajan como actores, mimos o músicos fuera del mundo del circo, siendo Pepe Viyuela uno de los mejores ejemplos en España.
En resumen, aunque muchas veces no entendamos su forma de expresarse y puedan producirnos pánico, la Historia de los payasos es increíblemente rica en detalles y muestra la cronología temporal de un maravilloso arte circense que entre todos deberíamos intentar proteger y cuidar como parte de nuestra condición humana.