El 16 de octubre de 1962, la noticia del día no la llevó en primera plana ningún periódico. La noticia se la comunicó a Kennedy, con el sigilo debido, McGeorge Bundy, su asesor en asuntos de seguridad nacional.
El domingo anterior, un piloto de la fuerza aérea norteamericana a los mandos de un avión espía U-2 había sobrevolado San Cristóbal, provincia de Pinar del Río, en Cuba. Cuando, de regreso a la base, se revelaron los carretes y analizaron las imágenes, llegaron a la conclusión de que en la zona se había levantado una instalación militar con rampas de lanzamiento para misiles R-12 de fabricación soviética, portadores de ojivas nucleares, con capacidad para alcanzar y borrar del mapa la Casa Blanca y cualquier otro punto de los Estados Unidos.
El vuelo del avión espía norteamericano no había sido rutinario; volaba sobre aviso. La CIA venía alertando desde hacía meses a Kennedy de la presencia soviética en Cuba, a solo noventa millas de suelo estadounidense.
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