Nolan se adentra en la psicología complejísima de Robert Oppenheimer

Christopher Nolan es uno de los mejores cineastas de la actualidad. Ya desde sus primeros trabajos en EEUU, como Memento (2000) o Insomnia (2002) se prefiguraban las líneas maestras de su cine: paradojas temporales, personajes atormentados, narración mediante flashback, tramas complicadas con múltiples e inesperados giros de guion, etc. Su consagración como cineasta total quizás vino dada por su célebre trilogía sobre el caballero oscuro (Batman Begins (2005)¸ El caballero oscuro (2008) y El caballero oscuro: la leyenda renace (2012). En esta trilogía Nolan reinterpretaba, con los códigos del cine negro, al célebre personaje de los cómics de DC, que ya fue adaptado previamente por Tim Burton. A partir de ahí, la carrera de Nolan estuvo marcada por dos cintas de ciencia ficción que se han convertido en un clásico del género del siglo XXI, a saber, Inception (2010)¸e Interestellar (2014).

En 2023, tras su relativo fracaso con Tenet (2020), Nolan regresa al cine histórico después de los notables resultados cosechados con su obra, Dunkirk (2017), donde nos narraba el conocido episodio histórico de la retirada de tropas franco-británicas, acosadas por las fuerzas de Hitler, hito que a la postre resultaría trascendental en el devenir de la Segunda Guerra Mundial. Ahora, Nolan se adentra de nuevo en el cine histórico con un biopic sobre la figura de Robert Oppenheimer, científico que lideró el proyecto Manhattan y padre de la bomba atómica. Con esta película, Oppenheimer (2023) Nolan logra un prodigio cinematográfico. Una obra destinada a perdurar en las vetustas estanterías del séptimo arte. No es un biopic al uso, hagiográfico, sobre el Prometeo americano. Nolan emula, en este sentido, a la película del pasado año, dirigida por Andrew Dominik, Blonde, con la que dicho cineasta, sirviéndose del icono de la cultura pop del siglo XX, Marilyn Monroe, (excelsamente interpretada por Ana de Armas) realizaba un descarnado y atroz retrato de las miserias humanas que constriñen a la sociedad norteamericana.

Cillian Murphy interpretando a Robert Oppenheimer

Con su Oppenheimer, Nolan efectúa una lúcida radiografía de los oscuros entresijos de la política interior de EEUU durante los convulsos años de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría. El cineasta británico toma como referencia el modelo clásico de películas como  ¿Vencedores o vencidos? de Stanley Kramer, o Siete días de mayo, de J. Frankenheimer, para realizar un sórdido y lóbrego retrato del sempiterno conflicto entre política y ciencia; entre teoría y práctica; entre moralidad y amoralidad; y entre el bien y el mal. Todo ello bajo el prisma de los códigos del cine noir americano, tomando como principal referencia la obra maestra de Oliver Stone, JFK (1991). Allí, Stone nos sumergía adrenalínicamente en los avatares del caso Kennedy y L. H. Oswald; en Oppenheimer, Nolan nos adentra en la psicología complejísima de Robert Oppenheimer, una mente tan brillante como atribulada, tan admirable como atormentada.

El cineasta británico, como él mismo ha revelado en múltiples entrevistas, tiene a Stanley Kubrick como principal influencia. Uno de los defectos que la mayor parte de los críticos le atribuyen a la obra de Kubrick, es que sus personajes son demasiados fríos, trascendentales, amorales, más allá del bien y del mal, parafraseando el título de la conocida obra de Nietzsche. Pues bien, a mi entender, aquí Nolan corrige ese supuesto defecto: humaniza a sus protagonistas, pero no por ello los ensalza. Y es que, Oppenheimer, bien  puede ser un híbrido entre el coronel Dax, de Senderos de gloria (1957) y el Dave Bowman de 2001: a space odyssey (1968). Oppenheimer es un tipo que quiere el bien (Dax), pero le fascina lo ignoto (Bowman), con sus pros y sus contras. El Prometeo americano siente tribulaciones morales (“tengo las manos manchadas de sangre”, le espeta al presidente Truman), pero a su vez anhela ver terminada su obra, y por eso siente cierto descontento cuando recibe la noticia del suicidio de Hítler en su búnker, porque ya su novedoso y mortífero experimento no podrá ser arrojado contra el Tercer Reich.

Robert Oppenheimer. Fuente: GETTY.

Con esta película, Nolan no incurre en el manido complejo de Jesucristo, de pretender juzgar a vivos y muertos, sino que muestra los hechos en una ejemplar crónica casi periodística, con ciertas resonancias del Alan Pakula de Todos los hombres del presidente (1976) y del David Fincher de Zodiac (2007) y de su aclamada serie Mindhunter (2017). Por lo tanto, Nolan coge el libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin y hace él una obra cinematográfica redonda, que bien podría haberse titulado “El triunfo y la tragedia de Robert Oppenheimer”, porque así se podría resumir su vida: triunfo y tragedia, vida con notorios tintes shakespearianos. Francis Ford Coppola, en sus Padrinos, utilizaba a Shakespeare para narrar la tragedia de la familia Corleone, al tiempo que mostraba, concomitantemente, las miserias y ruindades del andamiaje político estadounidense. Aquí, Nolan también utiliza la obra del célebre dramaturgo para denunciar furibundamente el clima de terror policial que se impuso en la sociedad estadounidense a consecuencia del nefasto macartismo.

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