Wittgenstein fue sin duda uno de los filósofos más influyentes del siglo XX. Su repercusión —e incluso admiración, cuando no veneración— traspasó los límites del “gremio” filosófico, convirtiéndose en un referente intelectual para académicos y científicos de todo tipo de disciplinas.
El presente escrito consiste en la realización de ciertos comentarios aclaratorios sobre la cuestión de la tarea de la filosofía mencionada y puesta en marcha en los textos de la llamada “segunda etapa” de Wittgenstein. Es importante tener en cuenta que no se trata de un comentario del Tractatus logico-philosophicus (que representaría su primera etapa), antes bien, estas consideraciones provienen principalmente de las Investigaciones filosóficas y de Los cuadernos azul y marrón. Como se verá, esta concepción de la filosofía rebaja las desmesuradas pretensiones que ha caracterizado a esta disciplina en buena parte de sus desarrollos tradicionales, resultando una tarea más bien humilde pero eficaz.
Hay que partir por mencionar que el término “filosofía”, tal como lo usa Wittgenstein en estos textos, tiene dos sentidos muy marcados: uno propio y otro peyorativo. Es precisamente la indicación sobre el modo en que cada uno de los dos sentidos del término se usa lo que se pretende aclarar. Como primera aproximación hacia el esclarecimiento de la tarea filosófica podemos decir que un sentido de “filosofía” se usa en relación a la práctica de la filosofía tradicional cuya empresa, con pretensión de legitimidad racional, es la de descubrir y determinar la consistencia real de las cosas: es una tarea metafísica. En cambio, la “filosofía” tal como Wittgenstein la usa, como práctica con legitimidad racional, se realiza como labor que lucha contra los errores que supone la filosofía en el sentido anterior y el falso problema que ella misma entraña como tarea. El tipo de errores, de corrección y de causas de dichos errores es la clase de asuntos que se pretenden esclarecer, puesto que de lo que se trata no es de un perfeccionamiento y progreso de la filosofía en el sentido metafísico, sino más bien de que el metafísico llegue a un punto en el que él mismo se dé cuenta de que está incurriendo en un mal uso del lenguaje, que se dé cuenta de los errores gramaticales.
Es necesario señalar que en ocasiones el lenguaje propicia el surgimiento de ciertas analogías que llevan a confusiones en la medida en que insertan a ciertas preguntas en un contexto problemático ficticio, del cual se puede advertir su vacuidad. Estas analogías fomentan a sentirse en un problema sin estar en un contexto problemático real. La pregunta filosófica misma (de la filosofía en sentido peyorativo) plantea que hay algo así como una esencia de aquello sobre lo que interroga, que espera ser desvelada y determinada en su verdad. Esta pregunta filosófica se justifica señalando que lo que hace es algo análogo a la pregunta por el significado de cualquier cosa en un contexto pragmático común. Pero la frase “¿qué es X?” tiene un sentido problemático en tanto que lo que se pretende comprender es el uso del término X, el cual sería su significado. Esto quiere decir que la pregunta por la esencia de X no tiene sentido, no es un problema real, puesto que no hay una concepción de lo que X sea en el uso del mismo término que es sobre lo que se pregunta. No hay nada más allá del significado que es el uso. Por ejemplo, si nos hacemos la pregunta ¿qué es el tiempo? No hay una “concepción” acerca del estatuto quiditativo del tiempo en el uso de la palabra “tiempo”. El tiempo no es un predicado que discrimine algo, no es algún tipo de realidad que hay que investigar filosóficamente: no se predica de nada que sea un “esto”.
Al no contar con una noción diáfana y con una formalización explícita del uso de las expresiones que manejamos, se producen con normalidad este tipo de errores gramaticales. Reconocer el uso de las palabras es un “darse cuenta”, es un cierto “ver conexiones”, la comprensión estriba en un modo de mirar a las cosas.
En el lenguaje nos encontramos con algunas analogías entre ciertas formas de expresión que nos llevan a la intención de hacer algo así como penetrar los fenómenos. Ante esto, las investigaciones de carácter filosófico de Wittgenstein se dirigen, más bien, hacia el tipo de enunciado que sobre los fenómenos se hacen. Esto quiere decir que es una investigación de tipo gramatical, en tanto que lo que se examina es el uso de las expresiones y términos. Este ejercicio aclara malentendidos respecto al uso de las palabras que son ocasionados por tales analogías que llevan a confusiones a este respecto.
En este sentido, Wittgenstein recuerda que cuando Agustín habla del tiempo, tiene que dar cuenta de los diferentes enunciados que acerca de la duración de los acontecimientos se hacen, lo cual no se identifica con ciertos enunciados sobre aquello en lo que el tiempo consistiría en su ser propio.
Tales consideraciones son gramaticales, no son averiguaciones empíricas. Respecto a estas consideraciones, no es pertinente y es irrelevante cualquier constatación empírica desde la que prescribir qué pensamientos son posibles o no. No es la falta de información la que genera los malentendidos, de modo que la información adicional no los resuelve. Para solventar dichos problemas es preciso reconocer lo que “siempre hemos conocido”, es decir, el funcionamiento del lenguaje y el uso de los términos en el que ya estamos insertos y en el que nos expresamos en tanto que hablantes competentes de un idioma, y el uso no es nada empíricamente constatable. No se pueden contravenir esas regla, puesto que estamos ya insertos en el lenguaje, dichas reglas ya están asumidas. Por lo tanto, lo que se expresa en un enunciado gramatical no es algo que el que lo expresa no sepa, sino algo que puede reconocer por él mismo: no hace falta añadir nada nuevo, no es necesario ningún recurso a la experiencia. Son reglas de uso y no son descubrimientos de nada. De este modo se entiende que Wittgenstein diga que no se puede proponer teoría alguna (en filosofía), puesto que estos problemas no son empíricos, sino que se resuelven en el lenguaje.
Reconocer las relaciones de uso es algo que sólo puede hacer aquel que ya tiene el uso. Esto quiere decir que no es la corrección, mediante un método explicativo unívoco y perfectamente definido por parte del que ya ha reconocido las reglas de uso, por lo que se solventan las confusiones. Sino que, más bien, es el que está en la confusión el que debe reconocer, él mismo, el mal uso que está haciendo de las reglas; y este reconocimiento lo hace a partir de las descripciones de aquel otro que ya ha reconocido las reglas, el cual le hace caer en la cuenta de su error, le hace que él mismo reconozca su error.
El tipo del que sean estas descripciones depende de cada contexto, depende del tipo de error al que se enfrente. Esta disolución de los malentendidos sólo se puede llevar a cabo mediante la descripción del funcionamiento gramatical del lenguaje que compartimos. Lo que se hace no es una corrección, sino que es algo que el mismo que se encuentra en la confusión va a reconocer. En virtud de reconocer algo gramatical, dejará de hablar del modo en que habla; y eso sería el caso que contrarresta una analogía que lleva a problemas ficticios. Que la investigación sea de tipo gramatical quiere decir que es sobre algo que expresa relaciones de uso. Son reglas vinculantes de uso lo que se expresa.
Wittgenstein hace notar que “son sólo castillos en el aire” lo que se destruye con su práctica filosófica, es decir, que no se están destruyendo elaboraciones teóricas importantes y legítimas racionalmente, sino que sólo se trata de la disolución de ciertas confusiones sobre las que se asientan aparatos conceptuales de gran envergadura, lo cual se hace reconociendo algo que ya sabemos. La filosofía, en este sentido, no es la praxis a partir de la cual se construye algo nuevo, sino por la que se disuelven malentendidos del lenguaje.
Lo que da sentido a la tarea filosófica, en el modo en que Wittgenstein la reivindica, es que de hecho hay enredos y confusiones gramaticales. No se concibe a la filosofía como algo que tenga un propósito aislado y autofundante, sino que sólo tiene sentido en virtud de que hay confusión. La solución es la disolución de pseudoproblemas: la motivación de fondo es el echar abajo cierto tipo de confusiones, así que la praxis filosófica consiste en realizar esto.
En definitiva, la filosofía que Wittgenstein reivindica es la que se encarga de disolver los enredos de las construcciones a partir de pseudoproblemas que la filosofía metafísica elabora. La tarea que Wittgenstein reivindica como filosófica está orientada al propósito que se cumple por el reconocimiento del confundido. Así pues, se entiende que la filosofía deje todo como está: no añade nada nuevo, ni corrige en base a constataciones racionales que sean «auténticamente verdaderas» y que antes hayan pasado desapercibidas, simplemente lo que hace es dejar al lenguaje en su uso normal por el reconocimiento de sus reglas de uso que ya teníamos asumidas.
El fruto de la filosofía radica en el hallazgo de ciertos sinsentidos y la identificación de levantamientos teóricos hinchados por exceder las reglas del uso del lenguaje que dichos sinsentidos provocan. El calibre de estos hinchamientos o «chichones» pone de manifiesto la relevancia de tales descubrimientos de la investigación filosófica como disolución de problemas. Es decir, que el valor de la filosofía que lleva a cabo Wittgenstein estriba en la envergadura de los errores de la filosofía metafísica que disuelve.
Es necesario esclarecer que la tarea filosófica de Wittgenstein no tiene como finalidad afinar y conceptualizar las reglas de uso de los términos. El tipo de claridad que Wittgenstein aporta es la de disolver los pseudoproblemas, de modo que lo que se busca es que en alguien desaparezca la problemática filosófica metafísica, es decir, que el fin es una claridad completa en la que no haya una preocupación por la búsqueda de algo fundamental que determina todo, y no llegar a algo así como la resolución de «todos los problemas». No hay un método único para llegar a esta claridad, sino que se tendrán que poner en marcha diversos caminos, ya que distintas analogías llevan a distintos problemas, por lo que son necesarias distintas terapias.
La filosofía en sentido propio no implica un abandono de nada, no conlleva un impedimento para decir cualquier cosa. Simplemente nos lleva a despojarnos de la pretensión de sentido de ciertas combinaciones de palabras y expresiones. Los grandes problemas esenciales planteados por la tradición filosófica occidental no son más que pseudoproblemas, no se pueden plantear con pretensión de dirigir una investigación con legitimidad racional. La filosofía en sentido propio tiene el cometido de disolver tales enredos gramaticales. Y la continuidad de esta labor está ligada a la persistencia en el lenguaje de ciertas expresiones que llevan a confusiones, como por ejemplo, que el verbo “ser” aparente funcionar del mismo modo como lo hacen otros verbos tales como “andar” o “saltar”.
A este respecto, Wittgenstein nos ofrece, a modo de ejemplo, una situación para reconocer y darnos cuenta de la confusión que los problemas metafísicos suponen: propone imaginar un juego entre un niño y un adulto, en el que el adulto dibuja cosas y le explica al niño cosas tales como “esto es una casa” o “esto es un perro” en relación a los dibujos pintados. Ahora bien, el niño pinta un garabato y pregunta “¿y esto qué es?”. Tal pregunta del niño no es un verdadero problema, pero parece pertinente la pregunta en tanto que acción análoga a las que el adulto hace. Bien, pues ocurre lo mismo en el lenguaje, el cual tiene trampas similares que nos llevan a plantear como un problema real algo que no tiene sentido. De la misma forma en que habría que decirle al niño que la pregunta no es pertinente dentro del juego que está manteniendo con el adulto, la filosofía en sentido propio debe hacer que los que están confundidos reconozcan el uso pertinente ya asumido de las expresiones en cuestión y disuelvan su confusión. Esta tarea se lleva a cabo mediante recursos muy diversos tales como este mismo ejemplo que el propio Wittgenstein nos brinda para aclararnos.
En conclusión, la realización de esta tarea de la filosofía en sentido propio, tal como Wittgenstein la propone, es una praxis con legitimidad racional y es irreductible. La motivación del ejercicio de esta filosofía es la de echar abajo ciertas formas de discurso que teniendo intención de justificación racional no la tienen. Este tipo de investigación tiene un carácter autónomo, en tanto que ninguna otra disciplina le marca la pauta y no está incluida dentro de otro campo situado en el mismo plano que otros sectores homólogos. En definitiva, esta actividad realiza un ejercicio filosófico racional de carácter post-metafísico, puesto que su labor es precisamente la de disolver los pseudoproblemas metafísicos y derribar sus construcciones ilegítimas mediante el reconocimiento de las reglas gramaticales en las que ya estamos insertos haciendo que el metafísico se dé cuenta de su mal uso del lenguaje y de las confusiones en las que está envuelto.
Bibliografía
Wittgenstein, L. (2007). Los cuadernos azul y marrón. Madrid: Tecnos.
Wittgenstein, L. (2017). Investigaciones filosóficas. Madrid: Trotta.