El heliocentrismo en disputa y la condena de Galileo
El pensamiento que predominaba en la cultura de la época de Galileo Galilei era el aristotélico-ptolemaico. La publicación del De Revolutionibus de Copérnico, más de veinte años antes del nacimiento de Galileo en 1564, determinó la trayectoria intelectual de diversos astrónomos posteriores. Kepler trató de poner de manifiesto la verdad del sistema copernicano a través de las leyes y armonías que dirigen los movimientos de los cuerpos celestes y la organización del cosmos. Galileo contribuyó a la misma causa copernicana, pero con aportaciones de diferente índole: por una parte, intenta refutar las argumentaciones contra el movimiento de la Tierra que se basan en los fenómenos terrestres como pruebas, ya que la movilidad no es percibida. Por otra parte, pretende poner de relieve que el heliocentrismo se ajusta mejor a los fenómenos celestes percibidos con el novedoso telescopio.
Estas líneas de investigación en relación al heliocentrismo copernicano lo llevaron a abrir la posibilidad de la revitalización de los supuestos teóricos que se mantenían vigentes desde Aristóteles. Sin embargo, estos mismos trabajos también lo llevaron a sufrir uno de los procesos más célebres de la historia por estar en contra de las convicciones dogmáticas religiosas que tanto peso sociopolítico tenían en la época.
Si se asume el movimiento terrestre y, además, es manifiesto que no es observable para aquellos que participan del mismo, entonces surgen ideas fundamentales como la del movimiento inercial y concepciones mecánicas sobre la materia y la realidad alejadas de los principios intrínsecos de movimiento propios de la teleología aristotélica. Con la física celeste de Kepler y la física de una Tierra móvil de Galileo da comienzo la cimentación de la denominada ciencia moderna hasta asentar las bases de la mecánica clásica con Newton[1].
Galileo perfeccionó un novedoso artefacto, el telescopio, y lo dirigió hacia el cielo para conseguir observaciones astronómicas más precisas. Si bien es cierto que la primera patente conocida de este artilugio corresponde a Hans Lippershey, también hay que aclarar que debemos a Galileo sus primeras mejoras y su uso astronómico. El efecto sobre Galileo del telescopio fue convencerlo de que una Tierra en movimiento y un Sol en el centro, pues tenían mejor explicación las nuevas observaciones sobre las fases de Venus, las manchas del Sol, los anillos de Saturno, las estrellas de la Vía Láctea, los satélites de Júpiter o la superficie de la Luna.
Hasta 1610 no se puede determinar con claridad la postura de Galileo respecto a los sistemas ptolemaico y copernicano. En este año publica el Sidereus nuncius (Mensajero sideral), en el cual se encuentran los primeros resultados de las observaciones astronómicas con telescopio. La controversia de esta obra radicaba en qué era lo que se observaba y en justificar si dichas observaciones constituían pruebas para el sistema copernicano. El año siguiente Galileo viaja a Roma para intentar entenderse y congeniar con el Collegio Romano, el cual era una influyente autoridad en los estudios astronómicos. Se trataba del principal centro de estudios de los jesuitas, que obtuvo su prestigio por los trabajos de Clavius que era un firme realista geocéntrico que contribuyó en la reforma relativa al calendario gregoriano. En aquellos momentos, establecer con precisión los calendarios era una labor especialmente relevante por sus implicaciones sociales y religiosas. Una de las principales labores aplicadas de los astrónomos era esta.
En el Collegio Romano fueron al principio escépticos respecto a la veracidad de lo que Galileo declaraba observar pero, tras observaciones propias con el telescopio, se aceptó la realidad de los nuevos fenómenos percibidos. Sin embargo, lo que no se aceptó fue el carácter probatorio de dichas observaciones. Es más, ni siquiera el propio Galileo consideraba que fueran pruebas absolutamente concluyentes. Tanto Christophorus Clavius como el inquisidor Roberto Belarmino y el papa Pablo V acogieron bien a Galileo y a sus explicaciones. Pero esta simpatía inicial cambiará con el tiempo.
Al regresar a Florencia, Galileo se implicó en dos polémicas con las que empezó a ganarse enemigos. Primero, debatió con Lodovico delle Colombe sobre la causa de la flotación de los cuerpos. Galileo mantuvo una postura arquimedeana mientras su contrincante era un férreo aristotélico anticopernicano. A raíz del debate, que fue informal, escribió un libro sobre hidrostática: Il Discorso intorno alle cose che stanno in su l’acqua. Después, discutió con el jesuita Chistoph Scheiner sobre las manchas solares, a propósito de lo cual publicó Istoria e dimostrazione intorno alla macchie solari.
La animadversión por él empezó a incrementar, puesto que, allende los debates técnicos, Galileo empleaba el sarcasmo para ridiculizar a los adversarios. Además, tuvo el arrojo de intervenir en debates sobre las relaciones entre ciencia y religión, en los que expresaba que la interpretación (no la veracidad) de las Sagradas Escrituras podía ser tal que fuera compatible con la hipótesis copernicana. El pronunciamiento de Galileo lo hizo a colación de la participación de uno de sus discípulos, Benedetto Castelli, en un debate auspiciado por la duquesa Cristina de Lorena (consorte de Fernando I de Medici) que impelió a Castelli a posicionarse respecto a la posibilidad de conciliar el movimiento de la Tierra con lo que se dice en la Biblia. Galileo escribió la Carta a Castelli y la Carta a Cristina de Lorena, Gran Duquesa de Toscana para defender la naturaleza metafórica de algunos pasajes de la Biblia y congeniarla con los estudios sobre la naturaleza, lo cual podía ser subversivo en la época de la Contrarreforma.
La Carta de Castelli llegó a manos de la Inquisición en 1615 a través del dominico Nicolo Lorini y el también dominico Tommaso Caccini declaró en contra de Galileo. Sin embargo, no hubo condena. Galileo decidió volver a Roma para defender y aclarar su posición de la independencia entre ciencia y teología, pero obtuvo el resultado contrario al esperado. Hay que insistir en la fuerza de la Contrarreforma y en la de sus adalides políticos como los representantes en Roma del poderoso reino español. Fue entonces cuando el cardenal Bellarmino determinó que Galileo debía referirse a la movilidad de la Tierra y a la centralidad del Sol ex suppositione, esto es, como hipótesis de trabajo que permite salvar las apariencias de un modo más exacto, pero no como una tesis cierta sobre la realidad cosmológica. Las referencias al movimiento del Sol en las Sagradas Escrituras debían, por tanto, ser interpretadas de forma literal. El instrumentalismo del heliocentrismo ya eran defendidos por la Iglesia católica. Hay que recordar que los trabajos de Copérnico no fueron censurados en su momento. La postura oficial de la Iglesia a este respecto era la literalidad bíblica y el instrumentalismo copernicano.
A continuación, el cardenal Bellarmino exhortó al papa Pablo V a que el Santo Oficio pasara a examen las proposiciones que versaban sobre la centralidad y el reposo del Sol, y sobre el movimiento de la Tierra. Dicho examen se llevó a cabo por los teólogos correspondientes y tuvo un resultado devastador para Galileo, a pesar de que él mismo no fuera condenado ni mencionado. Lo que la comisión de teólogos decretó el 24 de febrero de 1616 fue, en primer lugar, que la concepción copernicana por la cual el Sol está en el centro y carece de movimiento es “necia y absurda desde el punto de vista filosófico, y además formalmente herética ya que contradice expresamente muchas de las afirmaciones de las Sagradas Escrituras, tanto en su significado literal como en el significado que les atribuyen los Santos Padres y los doctores en teología”. En segundo lugar, en cuanto a la proposición que expresa que la Tierra no está en el centro, se dice que “merece idéntica censura que la anterior desde el punto de vista filosófico, mientras que desde el punto de vista teológico es erróneo en lo que se refiere a la fe”. Con la promulgación de la sentencia en su correspondiente edicto el 5 de marzo de 1616 fue la primera vez que la Iglesia católica condenaba el heliocentrismo. Esto aconteció más de setenta años después de que Copérnico muriera.
En esta ocasión no hubo una condena explícita a Galileo, sino tan sólo una amonestación privada para que no divulgase ni apoyase las dos proposiciones censuradas. Dicha advertencia estuvo a cargo de Bellarmino el 26 de febrero de 1616 en la residencia del propio cardenal ante la supervisión del padre Comisario General de la Inquisición. No obstante, sólo fue una advertencia para prevenirle de castigos mayores si se diera la circunstancia de que desobedeciese. Galileo no tuvo que abjurar de sus ideas ni tuvo que cumplir ninguna clase de penitencia. Pero la situación en la que se vio envuelto era claramente restrictiva en su trabajo de orientación copernicana. Además, existe ambigüedad respecto a la prohibición, pues no está claro si se trataba de un impedimento absoluto o si podía emplear el movimiento de la Tierra y la centralidad del Sol como hipótesis metodológicas con carácter instrumental.
Durante cierto tiempo, Galileo se mantuvo en relativo silencio, dedicándose a la precisión de algunas de sus observaciones astronómicas previas (particularmente los satélites de Júpiter, los cuales posibilitaban idear y disponer un método destinado a la mesura de longitudes por sus eclipses). Sin embargo, en noviembre de 1618 ocurrió un evento decisivo en el desarrollo de los acontecimientos: tres cometas fueron atisbados en el cielo. Tal hecho produjo una nueva polémica que, como es sabido, no fue precisamente favorecedora para Galileo.
La controversia se acercó a Galileo por un libro sobre cometas que escribió el matemático jesuita del Collegio Romano, Oracio Grassi. El marco teórico con el que comprendía el fenómeno de los cometas se aproximaba a la perspectiva de Tycho Brahe, de modo que Mario Guiducci replicó sus observaciones con un pronunciamiento público en contra de los jesuitas. Lo importante del asunto es que Guiducci era discípulo de Galileo y sus palabras eran en realidad propuestas suyas. Por su parte, Grassi respondió directamente a Galileo bajo el pseudónimo de Lotario Sarsi. Por consiguiente, Galileo hizo lo propio en 1623 y contrarreplicó con su célebre obra Il Saggiatore (El Ensayador). El furor del Collegio Romano se vio agravado por los elementos sarcásticos de la obra de Galileo.
Hay que aclarar que la explicación que en Il Saggiatore se ofrece de los cometas es errónea y mantiene mayor cercanía con Aristóteles que con Brahe. Sin embargo, su valor reside en las consideraciones sobre el carácter matemático de los fenómenos naturales y en la hipótesis atomista. Este segundo aspecto era el otro gran tema conflictivo para la Iglesia católica además del heliocentrismo en materia de filosofía natural. El motivo de esta oposición radicaba en que los teólogos consideraban que el atomismo era incompatible con el hilemorfismo aristotélico y, por tanto, imposibilitaba la explicación de temas teológicos determinantes. Un ejemplo de ello es el misterio de la transubstanciación de la Eucaristía definida en el Concilio de Trento, pues su planteamiento (no comprensión absoluta, pues es un misterio) necesita conceptos como el de ousía (normalmente traducido como substancia): con la consagración, toda la substancia del pan cambia en la substancia del cuerpo de Cristo. De hecho, Pietro Redondi en Galileo herético sostiene que el principal factor que llevó a la condena de Galileo fue precisamente el atomismo y no el heliocentrismo.
En 1623, el mismo año en el que se publicó Il Sagiatori, su amigo el cardenal Maffeo Barberini se hizo con el papado escogiendo el nombre de Urbano VIII. Galileo le solicitó que anulase el edicto de 1616, pero no lo hizo. Lo que sí le permitió fue aludir a su teoría de las mareas con el requerimiento de que considerase el movimiento de la Tierra con carácter meramente hipotético. Galileo aprovechó esta coyuntura de mínima concesión para elaborar su obra más importante respecto a la apología del copernicanismo: Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo, Tolemaic, e Coperniciano (Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano).El libro se publicó en 1632 en Florencia y no pasaron más de cinco meses para que la Inquisición lo retirara de su circulación pública y citara a Galileo para que se presentase ante su autoridad. Galileo comparece en febrero de 1633 y en abril da comienzo su proceso, uno de los más conocidos de la historia. Finalmente Galileo es condenado a prisión perpetua y a abjurar de los contenidos de sus trabajos. Ante la seria amenaza, no tuvo más opción que abjurar y, tras hacerlo de rodillas y públicamente, el papa remite la condena de prisión por la de arresto domiciliario, pero el carácter vitalicio de la pena se mantuvo.
Durante su cautiverio domiciliario escribió su libro Discorsi e dimostrazioni matematiche, intorno a due nuove scienze attenenti alla meccanica & i movimenti locali (Discurso y demostración matemática, en torno a dos nuevas ciencias). Pero no se volvió a hacer cargo del copernicanismo. En este libro es donde aparecen temas que hicieron pasar a Galileo a la historia de la ciencia, como la correcta ley de caída de los graves, la investigación sobre la trayectoria parabólica de los proyectiles o la ley del isocronismo de las oscilaciones pendulares.
Son muchos los motivos que se barajan para comprender la animadversión hacia Galileo de su antiguo amigo, el papa Urbano VIII. En primer lugar, es posible que considerase que el astrónomo se estaba burlando de él al hacer que en el Dialogo sopra… el personaje más ignorante manifestara declaraciones que él mismo había pronunciado. En segundo lugar, hay quien cree el papa se sintió engañado puesto que Galileo le ocultó el episodio de la amonestación de Bellarmino, la cual Galileo negó. Por último, hay que tener en cuenta las presiones de los sectores contrarreformistas de la política interior e internacional, como el embajador del rey de España. Asimismo, Galileo alegó que la prohibición del cardenal Bellarmino no fue absoluta, sino que le estaba permitido aludir a la hipótesis copernicana ex suppositione, la cual directriz cumplió, puesto que en la obra consta de forma explícita que se asume como “pura hipótesis matemática”. Galileo decidió amaprarse en esta argumentación al creer que contaba con el favor papal. Sin embargo, no logró convencer a los censores de que no era un realista copernicano, que en verdad sí era.
El temperamento de Galileo era audaz, arriesgado y controvertido. Por este motivo se le atribuye la frase “Eppur si muove” (“Y sin embargo se mueve”) supuestamente pronunciada inmediatamente tras la abjuración. No obstante, se trata de algo no comprobado y que es improbable que se hiciese. Lo que sí es cierto es que Galileo tuvo que “abjurar, maldecir y aborrecer” la teoría del movimiento de la Tierra.
Bibliografía
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[1] Cf. Rioja 2009, p.225.