Francisco de Cuéllar, un español en la salvaje Irlanda

La historia de la Felicísima Armada de Felipe II, mal conocida por el nombre de la Armada Invencible no acabó en las costas del sur de Gran Bretaña. Los barcos que sobrevivieron no tuvieron más remedio que bordear las islas británicas, algunos llegaron a Irlanda: esta es la aventura de un naufrago, Francisco de Cuéllar.

Restos de uno de los barcos españoles que todavía pueden verse en la playa de Streedagh

La lucha contra los vientos

Después del fracaso de la Armada frente a las costas de Inglaterra debido al temporal, los barcos españoles no tuvieron más remedio que seguir los vientos hacia el norte. En su camino, los temporales hicieron que algunos se estrellasen contra las costas inglesas y escocesas. Otros lograron superar las dificultades de estos mares y sobrepasar Escocia, llegando a Irlanda. Tres naves españolas, la Santa María del Visón, la Juliana y la Lavia avistaron la costa de la isla esmeralda y continuaron con su navegación de cabotaje. Sin embargo, el 21 de septiembre de aquel fatídico año de 1588, una fuerte tormenta embistió los barcos contra las rocas de la playa de Streedagh. Así nos lo relata el propio Cuéllar en la carta que escribió a Felipe II:

«…vino tan gran temporal en travesía, con mar por el cielo, de suerte que las amarras no pudieron tener ni las velas servir, y fuimos á embestir con todas tres naos en una playa llena de arena bien chica, cercada de grandísimos peñascos de una parte y de otra, cosa jamás vista, porque en espacio de una hora se hicieron todas tres naos pedazos, de las cuales no se escaparon 300 hombres, y se ahogaron más de mil, y entre ellos mucha gente principal, capitanes, caballeros y otros entretenidos.»

Playa de Streedagh, Irlanda

Desencuentro con los irlandeses… y con los ingleses

De los pocos que sobrevivieron, muchos cayeron en las manos de los nativos irlandeses, que esperaban en la costa para ver si conseguían algo valioso. Éstos no fueron amables con los españoles, desnudaban a los pobres náufragos y se llevaban sus ropas y los pocos bienes que llevaban encima. Los que no murieron herido por el maltrato de los salvajes, lo hicieron de frío aquella noche. Sin embargo, Francisco de Cuéllar sobrevivió y a la mañana siguiente reanudó su aventura:

«…empecé á andar poco á poco en busca de un monasterio de monjes para me reparar en él como pudiese, al cual llegué con harta tribulación y pena, y le hallé despoblado y la iglesia y santos quemados, y todo destruido, y doce españoles ahorcados dentro de la iglesia por mano de los luteranos ingleses que en nuestra busca andaban para nos acabar á todos los que nos habíamos escapado de la fortuna de la mar, y todos los frailes huidos á los montes con temor de los enemigos que también los sacrificaran si los cogieran, como lo acostumbraban hacer, no dejándoles templo ni ermita en pie, porque todas las han derribado y hecho abrevadero de vacas y puercos…»

Monasterio de Staad, cerca de la playa de Streedagh

Ya veis que no eran los irlandeses los únicos salvajes que había en aquella isla, aunque más «civilizados», los ingleses eran mucho peor que aquellos. Ante tal desolación, nuestro capitán volvió a la playa en busca de supervivientes y se encontró a otros dos españoles. Con ayuda de los cuales y utilizando sus propias manos, comenzaron a enterrar a algunos de los más de 400 cuerpos que había en la playa. Algunos de los bárbaros que allí seguían se compadecieron de ellos y les indicaron un lugar seguro donde guarecerse.

El Señor de O’Rourke

Cuéllar, malherido de una pierna, no podía seguir el ritmo de sus compañeros, quienes se adelantaron dejándolo solo. Por el camino le robaron e hirieron, pero algunas gentes de allí también le ayudaron, indicándole el camino a las tierras de un señor irlandés que estaba acogiendo a los náufragos españoles: O’Rourke (o Ruerque como lo llama el propio Cuéllar).

Lago de Glencar

De camino hacia las tierras de este generoso señor, Cuéllar volvió a ser asaltado, golpeado y despojado de sus ropas. Llegó a un gran lago (el lago de Glencar) junto al cual había unas chozas, donde fue a refugiarse. La suerte hizo que allí se encontraran otros tres españoles con los que prosiguió su ruta. Sin embargo, nuestro capitán estaba muy débil por las heridas y apenas podía continuar y pasó unos días junto a una familia de irlandeses que le sanaron las heridas y le dieron de comer.

En la villa y castillo de O’Rourke se encontró con unos setenta compatriotas heridos y desnudos que allí estaban refugiados. Sin embargo no halló al señor de la villa, quien estaba combatiendo a los ingleses. Pronto llegaron noticias de que el navío Girona se encontraba en la costa rescatando a los españoles que habían naufragado. Cuéllar y nos veinte compañeros partieron a su encuentro, pero el capitán seguía débil, lo dejaron atrás y no pudo embarcar. El Girona naufragó días después.

Castillo de O’Rourke

Los irlandeses en el siglo XVI

Antes de continuar con las aventuras de nuestro capitán en la isla esmeralda, queremos reproducir la descripción que hace Cuéllar de los irlandeses, escribe así a Felipe II:

«Su propiedad destos salvajes es vivir como brutos en las montañas, que las hay muy ásperas en aquella parte de Irlanda donde nos perdimos. Viven en chozas hechas de pajas; son todos hombres corpulentos y de lindas facciones y miembros; sueltos como corzos; no comen más de mía vez al día, y ésa ha de ser de noche, y lo que ordinariamente comen es manteca con pan de avena; beben leche aceda por no tener otra bebida; no beben agua, siendo la mejor del mundo. Las fiestas comen alguna carne medio cocida, sin pan ni sal, que es su usanza ésta. Vístense como ellos son, con calzas justas y sayos cortos de pelotes muy gruesos; cúbrense con mantas y traen el cabello hasta los ojos.

Son grandes caminadores y sufridores de trabajos; tienen continuamente guerra con los ingleses que allí hay de guarnición por la Reina, de los cuales se defienden y no los dejan entrar en sus tierras, que todas son anegadas y empantanadas; se van toda aquella parte más de cuarenta leguas de largo y ancho; su mayor inclinación destos es ser ladrones y robarse los unos á los otros, de suerte que no pasa día sin que se toque al arma entre ellos, porque sabiendo los de aquel casar que en éste hay ganados ó otra cosa, luego vienen de mano armada de noche y anda Santiago y se matan los unos a los otros, y sabiendo los ingleses de los presidios quién ha recogido y robado más ganados, luego vienen sobre ellos á quitárselos y no tienen otro remedio sino retirarse á las montañas con sus mujeres y ganados, que no tienen otra hacienda ni más menaje ni ropa. Duermen en el suelo sobre juncos acabados de cortar y llenos de agua y hielo.

Las más de las mujeres son muy hermosas, pero mal compuestas; no visten más de la camisa y una manta con que se cubren y un paño de lienzo muy doblado sobre la cabeza, atado por la frente. Son grandes trabajadoras y caseras á su modo; nómbranse cristianos esta gente; dícese misa entre ellos; rígense por la orden de la Iglesia romana; casi todas las más de sus iglesias, monasterios y ermitas están derribadas por manos de los ingleses que hay de guarnición y de los de la tierra que á que á ellos se han juntado, que son tan malos como ellos, y en resolución, en este reino no hay justicia ni razón, y así hace cada uno lo que quiere.»

La defensa del castillo de McClancy

Hacia noviembre de aquel año, Cuéllar y un grupo de ocho españoles llegaron a las tierras de un señor irlandés de nombre McClancy, a quien ellos llamaban Manglana. Allí fueron bien recibidos y, según lo que nos ha llegado hoy en día, permanecieron en el castillo de Rosclogher. Cuando ya llevaban un tiempo allí les llegaron malas noticias: el gobernador de Dublín, bajo el mando de la reina de Inglaterra, había enviado contra los supervivientes de la Armada mil setecientos soldados.

McClancy decidió huir a las montañas para no ser apresado por los ingleses. Los españoles, con Cuéllar a la cabeza, viendo que no les quedaban muchas salidas, decidieron quedarse en el castillo y defenderlo con las armas disponibles. Nueve españoles contra casi dos mil ingleses, una decisión suicida. Prepararon la defensa lo mejor que pudieron y esperaron a la muerte guarnecidos tras los fríos muros de aquel castillo en tierras extrañas.

Los restos del castillo de Rosclogher, hoy en día inundados

Los ingleses llegaron decididos a acabar con cualquier español que encontrasen, pero aquellos soldados náufragos no se lo pusieron fácil. Gracias al terreno, extremadamente pantanoso, y a la determinación de los españoles, el sitio se alargó 17 días. Cuéllar demandó un salvoconducto para volver a España a cambio de rendir la plaza, pero los ingleses se negaron y ahorcaron ante ellos a dos españoles que tenían presos. Esto no arredró a nuestro capitán. Finalmente los ingleses levantaron el campamento a causa del mal tiempo y marcharon.

El obispo de Derry y Escocia

McClancy volvió de las montañas lleno de gozo por la victoria obtenida por los españoles, les recompensó lo mejor que pudo y hasta ofreció la mano de su hermana a Cuéllar, quien rechazó esta oferta. Pocos días antes de Navidad marcharon hacia Derry, donde el obispo de la ciudad había acogido a otro grupo de españoles que también querían marchar a Escocia, pues según se decía el rey de allí les era favorable.

Nada más lejos de la realidad. El rey de Escocia estaba controlado por la reina de Inglaterra y nuestros amigos lo tuvieron tanto o más complicado que en Irlanda. Sin embargo, la diplomacia española y los apoyos católicos en Gran Bretaña consiguieron que los dejaran con vida y los embarcaran hacia Flandes.

Seguramente Cuéllar también contemplo la asombrosa Calzada de los Gigantes

La traición inglesa y otro naufragio

Los ingleses prometieron respetar el paso de los barcos que llevaban a los españoles náufragos de la Armada hacia Flandes a cambio de un precio acordado. Sin embargo, los ingleses ya habían hablado con los holandeses para que nada más llegaran a Dunquerque, los españoles fueran pasados a cuchillo. La suerte (o la providencia como cuenta Cuéllar) quiso que su barco naufragara otra vez y pudiera escapar de los holandeses, lo que no ocurrió con otros 270 compañeros, que fueron asesinados.

Por fin en el continente

Desde Flandes escribió Cuéllar su carta a Felipe II, contándole sus aventuras en Irlanda. Os dejamos el documento íntegro en este enlace. Nuestro capitán continuó su oficio de soldado bajo el mando de Alejandro de Farnesio y otros oficiales, participando en el socorro de París y otras empresas francesas. También participará en la guerra de Piamonte bajo el mando del duque de Saboya y estuvo un tiempo sirviendo en Nápoles. En 1601 embarcará hacia las islas de barlovento (como veis los naufragios sufridos no le amedrentaron) y también llegó al Nuevo Mundo. Se desconocen los datos de su muerte y si tuvo o no descendencia.

Hoy en día los irlandeses todavía recuerdan aquellos hechos. Se ha levantado junto a la playa de Streedagh un monumento en recuerdo a aquellos españoles que perecieron en los naufragios. Además anualmente se lleva a cabo una celebración en la que participa la Armada Española y recientemente la asociación cultural Spanish Armada Ireland ha realizado un sencillo documental que podéis visualizar aquí.

Referencias

Carta de Cuéllar: https://celt.ucc.ie/published/S108200/text002.html

Asociación en Irlanda: https://www.spanisharmadaireland.com/

Asociación en España: https://www.armadainvencible.org/

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