«Toda necesidad tiene un ego que alimentar»
Pimpers Paradise, Bob Marley
Brazzaville. Capital de la República del Congo. Es una ciudad ubicada al sureste de este país africano, bañada por el caudaloso río Congo.
En la otra orilla, Kinshasa (la antigua Leopoldville), capital a su vez de la República Democrática del Congo.
Pero centrémonos en Brazzaville. Es el principal centro neurálgico, administrativo y financiero del país. Con casi un millón y medio de habitantes, concentra un tercio de la población congoleña total.
La República del Congo es actualmente un país en vías de desarrollo. La mayoría de su población vive de la agricultura de subsistencia y de la artesanía, mientras que el principal motor de la economía nacional es la exportación de petróleo, hidrocarburos y madera. Gas natural, metales como el cobre, elementos químicos como el uranio, zinc, fosfato o hidróxido de potasio, tabaco, cemento, jabones, mercancías textiles, café o licores son otros productos que también poseen un gran peso en el Producto Interior Bruto del país.
Pero a pesar de tener tantos recursos naturales e industriales, la República del Congo es uno de los países más pobres del mundo. Tiene muy poca agua, tasas de paro exageradamente elevadas, salarios muy bajos y prácticamente ningún servicio social está asegurado, más allá de la caridad de personas bien posicionadas, ONG o instituciones religiosas.
Pero hay un extravagante grupo social que destaca en medio de toda esta miseria y precariedad económica: los dandis del Congo.
Los dandis son un curioso estrato social (siempre masculino) que pueden llegar a pedir préstamos bancarios hasta por valor de ocho millones de francos congoleños (unos 4000 euros) para comprarse trajes y zapatos de marca y así destacar sobre los demás.
Trajes completos de marca auténticos (siendo los más habituales Kenzo, Emporio Armani, Givenchy, Canali, Neil Barrett, Gucci, Prada, Burberry o Yves Saint Laurent), combinados con lujosos zapatos de piel o cuero (Crockett & Jones o Weston), conforman el atuendo típico y diario de estos dandis.
No obstante, y aunque pueda parecer todo lo contrario, el movimiento dandi está muy organizado, incluso políticamente. Todos ellos forman la SAPE: «Société des Ambianceurs et des Personnes Élégantes«, en francés. (Sociedad de Animadores y Personas Elegantes, traducido literalmente al castellano).
Las razones de la existencia de los dandis del Congo y de la SAPE hay que buscarlas en la historia reciente de este país tropical.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los combatientes congoleños que lograron regresar con vida de la contienda trajeron consigo la última moda parisina a sus pueblos de origen. Al principio solían organizar pequeñas reuniones de amigos para charlar sobre política, economía o ropa y así poder lucir sus modelos.
Pero poco a poco se fue invitando a cada vez más gente a estas fiestas privadas, y lentamente el germen del dandismo fue instalándose entre la sociedad masculina. La creación de la SAPE era ya un hecho.
Durante la Guerra Fría, era habitual que los sucesivos dictadores fueran turnándose en el poder de lo que actualmente es la República del Congo, y tendían a utilizar el nacionalismo exacerbado y el rechazo hacia todo lo europeo como estandarte y arma arrojadiza para obtener el apoyo popular.
Es ahí donde interviene la figura del dandi como oposición a la dictadura y medio de defensa de la libertad de expresión. En una época en la que los tiranos imponían la obligación de llevar vestimentas tradicionales locales, los dandis contestaban luciendo su ropa europea por las calles.
Por lo tanto, la institución del dandismo crece unida a la reivindicación política de la libertad y a la lucha contra todo tipo de opresión. Por ejemplo, Pepa Wamba, uno de los músicos congoleños más famosos de los años sesenta, utilizó precisamente este método de canalización para oponerse a esa «vuelta a la autenticidad» que ordenaba el dictador Mobutu.
Los años ochenta supusieron un duro revés para el universo dandi, ya que tres guerras civiles sumamente devastadoras y consecutivas arrasaron la práctica totalidad del país.
Pero en la actualidad, este movimiento ha conseguido recuperarse y renacer de sus cenizas con más fuerza que nunca.
Ser un dandi conlleva muchos sacrificios. De entrada, en Brazzaville, por el valor que cuestan unos zapatos Weston o un traje completo de Emporio Armani, puedes comprar una vivienda familiar o unos pequeños terrenos para cultivar.
Los dandis a menudo recurren a grandes préstamos hipotecarios para financiar su lujo (corbatas, calcetines, relojes de pulsera…), llevando la miseria a sus familias, que se ven obligadas a bañarse en barreños o en el río Congo porque no disponen de agua corriente en sus casas.
Comen sobre todo harina de centeno, pan y arroz, y viven entre paredes llenas de grietas, polvo y suciedad, en los límites de la selva, rodeados de enfermedades infecciosas y de animales salvajes que pueden llegar a ser muy peligrosos.
Y por lo general, para que un padre de familia pueda llegar a convertirse en un buen dandi y ser aceptado en la SAPE, es habitual que sus hijos deban vestir pañales hasta la adolescencia por «no tener dinero» para comprarles ropa normal.
La SAPE organiza periódicamente reuniones de estos caballeros de la elegancia (como mínimo, una vez cada fin de semana), y en estas fiestas compiten por ver quién lleva la ropa y los accesorios más caros, elegantes y lujosos.
Toda la indumentaria deberá ser siempre auténtica y de marca; llevar falsificaciones supone la expulsión inmediata de la SAPE, y además, todos poseen un gran conocimiento sobre la moda, y advierten muy rápidamente cuándo tienen un impostor entre ellos.
Además, cada año organizan un concurso anual en el que se proclama al mejor dandi de toda la comunidad. Los mejores dandis se preparan a conciencia para esta competición, comprando los mejores trajes para exhibirlos ante los jueces. La recompensa para el ganador es una importante dotación económica y un viaje a París para obtener más y mejores modas europeas, así como la extraordinaria satisfacción personal y el prestigio social que ganar un título así conlleva.
También existe una ONG vinculada y creada por ellos: Dandis En Peligro, donde cualquiera que crea en la causa y quiera apoyar a este colorido movimiento puede realizar donaciones altruistas de dinero.
Aunque su forma de vestir pueda parecernos hortera y su conducta sea tan egoísta y clasista, para ser un buen dandi no hace falta recurrir a gastar grandes cantidades de dinero en coches o en ropa: una de las normas más básicas de la SAPE considera que la elegancia no está reñida con el elevado poder adquisitivo.
Y aunque su existencia y excéntrico comportamiento puedan llegar a suponer todo un auténtico reto para la psicología humana, lo cierto es que toda esta historia también parece esconder una bonita moraleja: siéntete bien con lo que llevas, y sigue siempre tu propio estilo.
Fuente
Los dandis del Congo: un estallido de color entre la miseria. Pixelaco.