En el periodo de entreguerras Oswald Spengler escribió «La Decadencia de Occidente» (Der Untergang des Abendlandes. Umrisse einer Morphologie der Weltgeschichte, en alemán), obra realizada en dos volúmenes y publicada entre 1918 y 1923. El primero se publicó en 1918, y el segundo volumen apareció en 1922, titulado «Perspectivas de la historia mundial».
El ocaso de la cultura occidental
Spengler presentaba la historia universal como un conjunto de culturas, Antigua o Apolínea, Egipcia, India, Babilónica, China, Mágica, Occidental o Fáustica, culturas que se desarrollaban de manera independiente unas de otras. Pero cada una de estas culturas, a manera de los cuerpos humanos, recorren un ciclo vital en cuatro etapas, juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia.
Según Spengler, cada una de estas etapas de la cultura, tenía rasgos distintivos que se manifestaban en todas las culturas. Oswald Spengler, aplicando un método que llamó «morfología comparativa de las culturas», sostuvo que la cultura occidental ingresaba en su etapa final, es decir, en su decadencia, algo que se podría predecir en los próximos sucesos de la historia de Occidente.
Oswald Spengler, fue filósofo de la historia alemana, tuvo una enorme repercusión internacional entre ambas guerras mundiales, pero luego pasó al olvido, salvo para especialistas o estudiosos del tema. A partir de la difusión de la teoría de Samuel Huntington, y su choque de civilizaciones, ha vuelto a cobrar interés el concepto de civilizaciones entendida como círculos culturales cerrados (Kulturkreise), como esferas megáricas, que se enfrentan cuando entran en contacto.
El introductor de la obra de Spengler, en el mundo hispanoparlante, fue José Ortega y Gasset. Siguiendo a Oswald Spengler, Ortega y Gasset, se animó a decir que la denominada Primera Guerra Mundial, no había sido tal, ya que había sido una guerra interna de la civilización europea, entre imperios europeos como el británico u inglés, el francés, alemán, ruso y austrohúngaro. Pero sin afectar a otras civilizaciones como la hindú o la china.
Estas guerras internas eran manifestaciones de la cultura europea, guerras por intereses económicos, que estaban llevando al final a su democracia e inauguraban un poder cesarista despótico, ese nuevo poder, todo apuntaba en Oswald Spengler, que sería Rusia, la llamada «Tercera Roma«. El pueblo ruso era considerado por Oswald Spengler como un «pueblo de pueblos» que anunciaba la promesa de una nueva civilización, una nueva Roma.
Lo reprochable en Spengler, para empezar, es su filosofía política. Desde una política materialista y realista, se debe decir sobre las guerras que los estados o imperios, se enfrentan por intereses, como lo expuso Henry John Temple, tercer vizconde de Palmerston (1784-1865), primer ministro del Reino Unido, más conocido como Lord Palmerston.
«No tenemos (Gran Bretaña) aliados eternos, y no tenemos (Gran Bretaña) enemigos perpetuos. Nuestros intereses son eternos y perpetuos, y nuestra obligación es vigilarlos.»
Spengler nunca dijo cuál era el motor de la historia, más allá de la decadencia de las culturas y el volver a empezar con otras culturas, en un eterno determinismo cíclico. Los imperios que hacen la historia se enfrentan por mantener o aumentar su eutaxia. En nuestra filosofía política sostenemos la teoría de la dialéctica de imperios.
La dialéctica de imperios como motor de la historia
Dijo con total certeza Raymond Aron: «La guerra es de todos los tiempos históricos y de todas las civilizaciones», es decir, es un fenómeno político y social fundamental, esencial en el análisis de lo político y del Estado. Hemos citado a Raymond Aron, pero podríamos haber incluido al general prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831), quien definió a la guerra como la continuación de la política por otros medios.
Pero, Gustavo Bueno, con motivo de la presentación de su libro: «La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización», dijo lo siguiente: «Yo lo digo más directamente: la guerra es política», para añadir que «la política es cada Estado con sus intereses» y la paz es «la paz de la victoria para restablecer un orden», por lo que no puede hablarse sin apellido: «la paz es soviética, americana, francesa, española o ibarretxea». Ni continuación, ni desvío, es directamente política.
También sostuvo Gustavo Bueno la siguiente afirmación: «Heráclito: ‘La guerra es el padre de todas las cosas’, yo diría que la guerra es el padre de la historia, y la constitución de los Estados no pueden entenderse al margen de la historia». Los neokantianos, los idealistas, los progres, los pacifistas, y los armonistas, que sostienen una visión totalmente equivocada de la historia, no quieren hablar ni pensar en la guerra.
Esta postura no solo se encuentra en el hombre común y corriente, lo que sería irrelevante, lo grave es que lo sostienen los comunicadores, los intelectuales, los jefes de Estado, los políticos. Ven a la guerra como una cuestión de salvajes, ignorando que la guerra es propia de la civilización, antes de la aparición de los Estados lo que había eran cacerías, agarradas, pero no guerras.
Tampoco la guerra es el fracaso de la diplomacia como sostuvo el entonces secretario de Estado de Obama, John Kerry. Eran tiempos en los que Putin se llevaba bien con ambos y su supuesta línea roja. La guerra como la diplomacia son ramas de la capa cortical, sucede que la diplomacia cede su lugar (nunca totalmente) a la guerra. Ambas, la diplomacia y la guerra, son caras de la misma moneda.
La diplomacia cede momentáneamente su lugar a la guerra, y nunca deja de operar, lo hace antes preparando el terreno, durante y después de la guerra. Al canciller Bismarck cierta vez le preguntaron cómo planeaba sus guerras, él respondió, que primero mandaba los granaderos y luego los diplomáticos. Putin envió soldados con vestimenta civil a la región del Donbáss y luego meneó la perdiz con su diplomacia. Y ahora invade Ucrania con su operación militar especial.
Las guerras tienen siempre un sustrato material, que se encuentran ligados a la capa basal, a la capa cortical y las sociedades políticas, se enfrentan por mantener sus intereses. La eutaxia de un Estado se debe mantener aun a costa de la vida de muchos ciudadanos. El progreso militar solo puede conseguirse en función de la organización social y tecnológica de los Estados.
La paz tiene muchas especies, la paz de la cual hablan en los medios de comunicación es la paz psicológica, también se puede hablar de una paz poética, religiosa, de los espíritus, de los cementerios. Pero la paz política no es otra cosa que el orden establecido por el vencedor o los vencedores. La paz no busca la guerra, a lo sumo la encuentra; pero la Guerra si busca la Paz, es decir, la Victoria, la aplicación del orden impuesto por el vencedor o los vencedores.
En cuanto a la paz perpetua, la paz kantiana, que estos días ha estado dando vueltas por YouTube, es un imposible, la paz perpetua entendida no en sentido positivo político-militar, que usaron tanto Maximiliano de Alemania, Francisco I o Carlos V. Kant extrapoló ese término positivo político-militar para llevarlo a un ideal de su razón pura. Esa paz perpetua solo es posible como un idealismo.
No es posible la paz perpetua kantiana a menos que consideremos verdadero el Fin de la Historia. La invasión rusa a Ucrania nos muestra que la Historia sigue vive y que goza de buena salud. Nuestro mundo político está repartido entre Estados, y los Estados surgen de los restos de los imperios. El motor de la Historia no es la lucha de clases y la historia es la historia de la dialéctica entre imperios.
Aunque los hombres tengan planes, metas, programas, la historia como tal no tiene metas, ni fines, ni sentido, no tiene telos, no hay causa final histórica, ni un destino final prefijado para los Estados. El «destino» lo decidirá la codeterminación política entre el «amigo» y el «enemigo» político. Porque los Estados se encuentran, no ya en un estado etológico hobbesiano, donde el hombre es el lobo del hombre (homo homini lupus), sino en una interminable «biocenosis social» como dijo Gustavo Bueno.
Oswald Spengler tampoco supo avizorar la aparición de un nuevo imperio, los Estados Unidos, que ya ha superado la centuria como tal. Tampoco la utilización del término «cultura» es claro, habría que realizar una tarea filosófica para desmenuzar ese término, o al menos definiendo que entendemos por ella. Si tenemos en cuenta la morfología comparativa de las culturas espengleriana, la civilización occidental, que está sometida a las leyes orgánicas del crecimiento y la decadencia, también morirá, porque ninguna civilización anterior lo ha logrado.
Bibliografía
Antonio Gramsci. Cartas desde la cárcel. CreateSpace Independent Publishing Platform
Gustavo Bueno Martínez. La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización. Ediciones B
Henri Massis. Defensa de Occidente. Editorial Osiris (1947)
Johann Gottlieb Fichte. Discursos a la nación alemana. Editorial Tecnos
José Vasconcelos. Estudios Indostánicos. University of Michigan Library
Juan José Sebreli. El asedio a la modernidad. Crítica del relativismo cultural. Editorial Sudamericana.
Marx y Engels. Correspondencia. Biblioteca de autores socialistas
Oswald Spengler. La decadencia de occidente. Tomos I y II. Espasa Calpe (1958)
Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones: y la reconfiguración del orden mundial, Paidós, Barcelona (1997).