El término dogmatismo tiene a día de hoy distintas connotaciones, principalmente peyorativas, y es de uso muy extendido fuera de los diferentes ámbitos específicos en los que se ha desarrollado conceptualmente.
A continuación, nos aproximamos a ciertos puntos destacados en la historia de pensamiento relacionados con la comprensión del dogmatismo. En su uso peyorativo, «dogma» hace referencia, en general, a aquello que se tiene por verdad sin pasar por examen crítico. Pero, como se verá, por «dogmático» no se ha comprendido siempre un fanático incapaz de justificar racionalmente su posición y que sólo apunta a la autoridad.
“Dogmatismo es, pues, el procedimiento dogmático de la razón pura sin una previa crítica de su propio poder”
Kant
La primera noción que sobreviene al tratar esta temática es la del dogmatismo religioso. No se trata de un mero dicterio dirigido a reprochar o impugnar desde el exterior la naturaleza no justificada racionalmente de ciertos principios de fe. Antes bien, la palabra “dogma” adquirió su significación religioso-doctrinal específica teórica e históricamente en el Concilio de Trento, aunque ya se empleaba previamente. En este sentido, los dogmas no son más que aquellas verdades reveladas por Dios de modo directo. Tales verdades son reconocidas por la Iglesia y establecidas como objetos de fe obligatorios e inconcusos. Son principios innegables e indiscutibles a partir de los cuales se puede razonar. Esta concepción fue confeccionada por los propios religiosos y no implicaba un irracionalismo completo en las construcciones teológicas y demás materias: basta aproximarse a la ingente producción escolástica.
Ahora bien, el término ya se usaba con antelación a esta fecha y el contenido religioso no agota su sentido. El vocablo griego dógma (δόγμα) estaba originalmente relacionado con la opinión filosófica referida a los principios. En virtud de este concepto, el término dogmatikós (δογματικός) aludía a aquello que concierne a una doctrina o fundamentado en principios. En este contexto, los filósofos dogmáticos primaban los principios y la afirmación, y se oponían a los escépticos, esto es, a los que “miraban con cuidado”, a los que seguían indagando por no estar en posesión de la verdad y negaban la existencia de un saber último y absolutamente justificado. No obstante, se ha discutido si el escepticismo no tiene también condiciones dogmáticas, a pesar de sus pretensiones.
Sin embargo, este antiguo criterio general no es suficiente para concluir la cuestión, incluso dentro únicamente del ámbito racional. La cuestión del dogmatismo es compleja y ya en el período historiográfico de la Modernidad se emplea el término dogmático para aludir a un procedimiento demostrativo a partir de principios. Pascal diferenció el saber dogmático de aquellos otros que se justifican en la memoria y en los registros de otros, tales como la jurisprudencia o la historia. En este caso, por disciplinas dogmáticas se entiende que son aquellas que, como la geometría o la física, son demostrativas y se justifican por el razonamiento y la experiencia.
Normalmente se entiende como dogmática la postura de Descartes, que parte de una certeza metafísica fundamental de la que no se puede dudar. El movimiento reflexivo de auto-justificación del sujeto se concibe como un fundamentalismo dogmático racionalista. Como ejemplos contrarios se suelen destacar figuras como la de Hume o la del propio Pascal, más cercanos a un escepticismo de fundamentación pero no caen en un relativismo extremo por atenerse al hábito y la costumbre, en el caso de Hume; y a la apuesta racional a favor de la creencia en la existencia de Dios, en el caso de Pascal.
Un caso importante es el kantiano. El filósofo alemán —que declaró que Hume lo despertó del “sueño dogmático”— demostró en su proyecto crítico la imposibilidad de una metafísica dogmática racionalista (principalmente en referencia a Leibniz y Wolff). En su gran obra Crítica de la Razón Pura discute la cuestión de la disciplina de la razón pura en su uso dogmático (al final del capítulo I sección primera de la “Doctrina trascendental del método”, A736, B764). En este pasaje muestra que el método dogmático no es adecuado para el uso especulativo de la razón.
La explicación implica nociones de su sistema teórico, pero lo podemos sintetizar del siguiente modo: Kant distingue las proposiciones apodícticas (necesariamente válidas) en dogmata y mathemata. Las primeras son proposiciones sintéticas extraídas de conceptos y las segundas también son proposiciones sintéticas pero formadas por construcción de conceptos. Serían los dogmas los que corresponderían al conocimiento filosófico, pero esto no es posible dado que la razón pura no contiene juicios sintéticos formados por conceptos. Sí se establecen principios seguros pero no de forma directa a partir de conceptos del entendimiento, sino que el procedimiento es indirecto: por la relación de los conceptos con la experiencia posible, que es contingente. Es, por tanto, la experiencia posible la que facilita el fundamento de la prueba de los principios, puesto que son su condición de posibilidad.
Esta mención simplificada de un punto relevante del idealismo trascendental kantiano tampoco zanja el asunto, pues es un tema muy recurrente y extensamente tratado en desarrollos posteriores. No obstante, el idealismo trascendental supuso un punto de inflexión en el rechazo y la forma de comprender el dogmatismo como procedimiento dentro del ámbito de lo racional.
Las repercusiones ideológicas nunca son simples y, en ocasiones, se forman curiosos aliados. Defez Martín (2000) afirma que el escepticismo, en principio contrario al dogmatismo, fue empleado como instrumento para sostener posturas religiosas dogmáticas, particularmente entre los siglos XV y XVII en Europa: en Francia un fideísmo católico, en Italia un saber religioso milenarista antipapal, y en Inglaterra y Países Bajos un misticismo profético relacionado con cierto protestantismo iluminado. Esto da buena muestra de la importancia del pensamiento y de que este asunto no se queda en lo meramente conceptual. Por otro lado, la Iglesia católica mantuvo cierto escepticismo instrumentalista en cuestiones astronómicas que le permitía hacer cálculos más exactos sin asumir la realidad de posiciones como el copernicanismo.
En filosofía, el dogmatismo no tiene por qué estar unido necesariamente a la ausencia de examen racional, sino a posiciones fundamentalistas y a expresiones como pudo ser la metafísica racionalista del siglo XVII que, pudiendo ser errónea, primó la justificación racional. Después de Kant, la oposición al dogmatismo no vino tanto del escepticismo cuanto del criticismo, que no se opone al proceder dogmático demostrativo en ciencia, sino a un supuesto conocimiento puro de conceptos. Asimismo, es importante tener en cuenta desarrollos contemporáneos en campos como la teoría de la justificación epistémica o el desarrollo de la lógica moderna. Por último, cabe decir que el peligro viene cuando interviene la falta de examen crítico y ésta se cristaliza en fundamentalismo e intransigencia política, social y religiosa.
Bibliografía
Defez Martín, A. (2000). Dogma-dogmatismo. En Muñoz, J. y Velarde, J. Compendio de epistemología (pp. 188-191). Madrid: Trotta.
Descartes, R. (2005). Meditaciones metafísicas. Oviedo: KRK.
Ferrater Mora, J. (2004). Diccionario de filosofía. Barcelona: Ariel.
Hume, D. (2014). Tratado de la naturaleza humana. Madrid: Tecnos.
Kant, I. (2013). Crítica de la razón pura. Madrid: Taurus.
Pascal, B. (1998). Pensamientos. Madrid: Cátedra.