Doña Marina, respeto y admiración

Traidora para unos y heroína para otros. La figura de la mal llamada «Malinche«, ha sido sometida a juicio constante a lo largo de los siglos, un juicio que recientemente viene cargado de inquina y rencor desmedido por culpa de una turba de desacreditados postmodernistas.

Poco se sabe de la vida de Malinalli antes de la llegada de Hernán Cortés y la hueste española a la península de Yucatán. Nuestro escaso conocimiento se nutre de las distintas crónicas de los conquistadores y relatos de los naturales de aquellas tierras. Se estima que nació entre los años 1496 y 1501 en el sur de la actual Veracruz, cerca de Coatzacoalcos, una región fronteriza y en constante fluidez cultural maya-nahuatl. Según Bernal Díaz del Castillo era hija de los caciques y señores de un poblado conocido por Copainala.

Siendo muy niña Malinalli perdió a su padre, y como a rey muerto rey puesto, su madre casó de segundas con otro señor principal, con el cual pronto tuvo un hijo. Esto colocaba a la pequeña Malinalli en una situación compleja, pues a ojos de su padrastro representaba un peligroso obstáculo para quien debía ser el auténtico heredero: su hijo. Así pues, cierta noche padrastro y madre vendieron a la niña a unos comerciantes de Xicalango, los cuales a su vez la vendieron en su población.

«Que su padre y madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Painala, y tenía otros pueblos sujetos a él, obra de ocho leguas de la villa de Guazacualco; y murió el padre, quedando muy niña, y la madre se casó con otro cacique mancebo, y hubieron un hijo, y según pareció, queríanlo bien al hijo que habían habido; acordaron entre el padre y la madre de darle el cacicazgo después de sus días, y porque en ello no hubiese estorbo, dieron de noche a la niña doña Marina a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama que se había muerto. Y en aquella sazón murió una hija de una india esclava suya y publicaron que era la heredera; por manera que los de Xicalango la dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés.» Bernal Díaz del Castillo, «Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España» (XXXVII).

Al poco de aquello la pequeña Malinalli fue tomada como botín de guerra por el cacique maya Tabascoob, señor de Potonchán, quien se enfrentó a los de Xicalango por aquello de entrar y salir de sus dominios sin ni si quiera pedir permiso. La joven Mallintzin siguió los pasos de la falsa moneda, que de mano en mano va y ninguno se la queda. Sin embargo, ella sí se quedó con algo, de todo este trasiego adquirió un dominio y fluidez sin igual del idioma maya del Yucatán y del nahuatl (la cual era su lengua materna).

Permaneció como esclava de Tabascoob durante 6 años aproximadamente, hasta la llegada de Hernán Cortés a Yucatán. El 14 de marzo de 1519, tras la batalla de Centla los bravos indios de Potonchán fueron derrotados por la hueste española, tras lo cual los de Potonchán rindieron cuentas a los castellanos y les hicieron entrega de una serie de presentes, entre los cuales se contaban 19 mujeres. Ahí estaba Malinalli.

Y no fue nada todo este presente en comparación de veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer que se dijo doña Marina, que así se llamó después de vuelta cristiana. Bernal Díaz del Castillo, «Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España» (XXXVI)

A pesar de ser entregada por esposa en un primer momento a Alonso Hernández de Portocarrero, la recién bautizada Marina nunca pudo ocultar la atracción que sintió por el capitán general de la hueste española, del mismo modo Cortés tampoco pudo esconder sus sentimientos. Tan pronto como pudo despachó a Portocarrero con destino a España (donde moriría) para defender los intereses de la expedición frente a las pretensiones de Velázquez, y así en poco tiempo se galvanizó lo que los más románticos refieren como un apasionado amor, los más sosegados como una admiración mutua y los más papanatas como un traición sin escrúpulos contra su pueblo. Pero, ¿qué hay de cierto en esto?

¿Qué hubo entre doña Marina y Hernán Cortés?

A decir verdad poca cuenta da Cortés sobre la que fuera su amante y concubina en las Cartas de Relación enviadas al emperador Carlos V, quizás porque urgía más necesidad el hecho de justificar la conquista de México, o también quizás porque Cortés era hombre casado -con una parienta de Velázquez, que no son palabras menores- y no era necesario dar más detalles aparte de que era una notable traductora. Sin embargo, por parte de los cronistas y testimonios de la época nos queda claro que entre ambos hubo una relación personal que iba más allá del interés y la necesidad.

¿Quedó ese amor en la pura admiración y no pasó la barrera de la pasión? Es difícil saberlo, pero yo juraría que no. Conocida es de sobra la fama de mujeriego de Cortés, pero también que fue casado a la fuerza, y quizás Marina supuso un punto de inflexión en su vida. Un amor libre, sujeto a la improvisación, lejos de las estrictas y rígidas miradas del solar peninsular, un amor adscrito al secretismo y a ese espíritu aventurero y sagaz que siempre acompañó al extremeño.

Doña Marina -que así fue conocida por sus compañeros de aventuras- quizás pudo ver en un primer momento en Cortés esa figura varonil, paternal, noble y fuerte de la que siempre había adolecido. Es irrefutable que Marina se acercó a Cortés buscando el amparo y la protección del más principal de todos aquellos teúles venidos de allende de los mares, un amparo y una protección de las que carecía desde la perdida de su padre y que Cortés no dudó en brindar. Lo mismo le sucedió al español al encontrar en su nueva amante ese calor maternal que como buen hijo único que era echaba en falta desde que partió de Medellín, una confianza ciega y un amor plasmado en los sentimientos más puros y primarios.

Las muestras de cariño que ambos se profesaban y los más íntimos amigos del conquistador pudieron observar así lo demuestran. Tras la Noche Triste, por ejemplo, la primera preocupación de Cortés fuera Marina. Otra muestra es el hijo que entrambos tuvieron, Martín, un nombre para nada casual, pues aparte del regocijo que supuso que el primer hijo fuera varón, Cortés quiso honrar a su vástago con el nombre de su padre don Martín Cortés de Monroy.

Pero no todo el monte era orégano, Marina también padeció los engaños de Cortés años después. Engaños que en el fondo le pesaron al de Medellín y trató de enmendar casando a quien siempre guardó en su corazón con uno de sus más notables hombres, Juan Jaramillo, y regalándole por dote los pueblos de Olutla y Jáltipan. Además, Cortés se ocupará en todo momento del bienestar de doña Marina y del cuidado, educación y legitimación de su hijo Martín.

¿A quién traicionó doña Marina?

A nadie. Harto explicado queda el pasado de nuestra protagonista y en nada podemos apreciar traición. Marina fue una superviviente desde su más áspera infancia, supo adaptarse a los violentos y continuos cambios que sacudieron Mesoamérica a lo largo de la primera mitad del s.XVI, aprendió bien y rápido, sin más maestro que la experiencia y sin más ayuda que esa condición felina y luchadora que es innata en las mujeres. ¿A qué pueblo traicionó si jamás pudo echar raíces? ¿A quién falló si siempre marchó en condición de sierva o esclava? ¿De qué acusarla cuando lo único que quería era escapar de tan miserable condición y alcanzar un futuro mejor?

¿Fue reconocida y admirada?

, de hecho no hay más que observar los códices, siempre que se representa a Cortés hablando con algunos caciques o principales a su lado está doña Marina. Y sobre todo el reconocimiento le viene de la hueste cortesiana, buena cuenta de ello da Bernal Díaz del castillo cuando dice:

Fue gran principio para nuestra conquista, y así se nos hacían todas las cosas loado sea Dios, muy prósperamente. He querido declarar esto porque sin ir doña Marina no podíamos entender la lengua de la Nueva España y México. Bernal Díaz del Castillo, «Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España» (XXXVII)

O en su más exaltada afirmación -sobre la cual publiqué hace poco en Libros y Lanzas– en la que eleva a doña Marina a la condición de varón y guerrero, lo cual para la época no era baladí:

Doña Marina, con ser mujer de la tierra, qué esfuerzo tan varonil tenía, que como ir cada día que nos habían de matar y comer nuestras carnes con ají, y habernos visto cercados en las batallas pasadas, y que ahora todos estábamos heridos y dolientes, jamás vimos flaqueza en ella, sino muy mayor esfuerzo que de mujer. Bernal Díaz del Castillo, «Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España»

Bibliografía:

Díaz del Castillo, Bernal. «Historia verdadera de la conquista de la Nueva España».

Martínez, Jose Luis. «Hernán Cortés».

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