En el vídeo en el que el presidente de México desveló, junto a su esposa, que había enviado cartas al rey de España y al Papa exigiendo disculpas por variadas cuestiones, afirmó que la Iglesia católica “excomulgó a nuestros héroes patrios” (25 marzo, 2019). En realidad, la excomunión de Hidalgo es, como su calabozo en Chihuahua, mera fábula.
Hidalgo
El presbítero Miguel Hidalgo (1753-1811) fue designado por el capitán de milicias Miguel Allende (1769-1811) para encabezar el levantamiento contra el Gobierno virreinal que, a través de juntas secretas, llevaba meses preparando. Felipe González, miembro de la junta de San Miguel, propuso al capitán: “asociarse a algún eclesiástico, para que pudiera persuadir a sus compatriotas y lo siguieran con confianza (…) Allende propuso invitar para tal papel a Miguel Hidalgo” (Jiménez Codinach, G: 65).
Fue elegido por su fama de teólogo, buenas relaciones y ser párroco de Dolores, cercano a San Miguel (hoy, San Miguel de Allende, Guanajuato). El objetivo de Allende era crear una junta americana para gobernar el reino en nombre del cautivo Fernando VII y evitar que Nueva España cayera en manos de Napoleón, lo mismo que quiso hacer el virrey José de Iturrigaray, y por lo que fue depuesto y enviado a España, tras el golpe de Estado de septiembre de 1808, que le sustituyó por Pedro de Garibay. Aunque, según Carlos Herrejón, su mejor biógrafo, Hidalgo deseaba la independencia absoluta.
El descubrimiento de la conspiración y la determinación del hoy “Padre de la Patria” por iniciar la insurrección (mañana del 16 septiembre, 1810), prendió la guerra civil, que tuvo su primer gran baño de sangre en la toma de la Alhóndiga (depósito de granos) de Granaditas, en la ciudad de Guanajuato (28 de septiembre) y las matanzas de españoles europeos ordenadas por Hidalgo. La insurgencia, tras amenazar la ciudad de México (octubre, 1810) fue casi aniquilada tras la captura de Hidalgo, Allende y el resto de los principales líderes (marzo, 1811), y la ejecución de José María Morelos (1815), pero el virreinato no encontró la paz hasta la independencia del “Imperio Mexicano” (1821).
La celda
De los 800 insurgentes capturados en Acatita de Baján (Coahuila) cuando iban camino de Estados Unidos para buscar voluntarios y dinero, los 30 principales, entre ellos Hidalgo y Allende, fueron llevados para ser enjuiciados a Chihuahua, donde fueron encerrados en el antiguo seminario Nuestra Señora de Loreto, fundado por los jesuitas (1718) gracias a los donativos de los residentes para ser iglesia, residencia y escuela de párvulos tarahumaras. Al ser expulsados los jesuitas (1767), el edificio pasó a ser hospital militar. Hidalgo se alojó en una de las aulas, la número 1 (Allende en la 2), que debemos imaginar amplia y con acceso al patio donde fueron fusilados (Hidalgo el 30 de julio, 1811).
Tras la Independencia (1821) nadie se preocupó por el lugar, por lo que tras diversos avatares, del colegio no quedó nada, y de la iglesia aledaña, solo una torre, que terminó insertada en el Palacio Federal (1910). En 1972 se abrió el “Museo Calabozo de Hidalgo”, que recreó la celda en los restos de la torre. El resultado es una estancia angosta que, gracias a los guías del museo, despierta en los visitantes de la hoy Casa Chihuahua la indignación por la crueldad de los gachupines con el Padre de la Patria. Y no es porque los encargados del museo no lo sepan, porque la maestra de historiadores Guadalupe Jiménez Codinach se lo advirtió antes de la última remodelación:
La “celda” unida a la idea de un juicio inquisitorial –por sacerdote, porque antes de ser fusilado tuvo que ser degradado-, y su decapitación (su cabeza fue exhibida en la Alhóndiga de Granaditas), dotan al final de Hidalgo de la aureola del martirio. Para Fernando Benítez (+2000) uno de los capitostes de la industria cultural mexicana, “solo los juicios de Moscú en que Stalin se deshizo de los revolucionarios de 1917 han tenido el dramatismo y crueldad del doble proceso seguido contra el cura” . Ahí es nada.
La excomunión
En cuanto a la excomunión, el obispo electo de Michoacán, su antiguo amigo Manuel Abad y Queipo, expidió un edicto (24 septiembre, 1810) en el que declaró que el «cura de Dolores y sus sequaces, los tres citados capitanes” –Allende, Aldama y Abasolo-, habían “incurrido en la excomunion mayor del Canon: Siquis suadente Diabolo, por haber atentado la persona y libertad del sacristan de Dolores, del cura de Chamacuero y de varios religiosos del convento del Carmen de Celaya, aprisionándolos y manteniéndolos arrestados”, declaración que fue apoyada por el arzobispo de México, Francisco Xavier de Lizana y Beaumont (11 octubre, 1810) pero nulificada por el cabildo de la catedral de Valladolid, “por esa razón, Hidalgo y sus compañeros de lucha, aprehendidos en marzo de 1811 y encarcelados más tarde en el Real Hospital Militar de la Villa de San Felipe Real de Chihuahua (…) no tuvieron problema alguno para confesarse y recibir la comunión varias veces antes de ser fusilados” (Jiménez Codinach, G. «La excomunión de Hidalgo») y tras su ejecución, sus cuerpos fueron acogidos a sagrado, primero en la capilla del templo de San Francisco de Asís en Chihuahua -entre 1811 y 1823-, para terminar al pie del Altar de los Reyes de la Catedral de México, antes de reposar definitivamente en la Columna de la Independencia (1926).
Resumiendo, Hidalgo no está ni murió excomulgado. Pero el reclamo de que el Papa levante su excomunión aparece periódicamente, así con ocasión del Bicentenario (2010) la polémica sobre la excomunión de Hidalgo arreció, y un grupo de diputados de diferentes grupos parlamentarios presentaron (2007) “una exhortación a la Secretaría de Relaciones Exteriores y a la de Gobernación respectivamente, para gestionar ante el Estado Vaticano, el levantamiento de los edictos de excomunión de dos de los próceres de la independencia de México: Miguel Hidalgo y Costilla, y José María Morelos y Pavón” (quien tampoco, por cierto, murió excomulgado).
Para colmo, a mediados del siglo XX se popularizó el supuesto texto de la “excomunión de Hidalgo” que incluía toda una serie de maldiciones contra el cura de Dolores. En realidad, es una adaptación de un documento medieval –inserto en el Textus Roffensis–, y cualquier persona sensata puede advertir que es una estupidez, con párrafos tales como «Que sea maldito mingiendo o cantando» . A pesar de ello, ha sido dado por válido por numerosos autores, e incluso se “coló” en la Gaceta del Senado mexicano (5 febrero, 2008).
Procesión
El relato de nación liberal -para el que México es una nación asimilada a la azteca, que muere en la Conquista, estuvo tres siglos esclavizada y resucitó en la Independencia-, fue impuesto por los vencedores de las guerras entre conservadores y liberales en el siglo XIX y reforzado por la Dictadura Perfecta, régimen cuya Constitución de 1917, profundamente anticatólica, terminó provocando las guerras cristeras, en las que murieron 250.000 mexicanos y millón y medio tomaron el camino del exilio, en un país de 16.5 millones (1930). Por ello, es permanente el intento de «descatolizar a Hidalgo«, que se levantó, entre otros asuntos, para defender la inmunidad del clero, amenazados por el afrancesamiento de los gachupines. La excomunión facilita dibujar un “Padre de la Patria”, de vocación errada, afrancesado y con varias amantes e hijos, que hoy se ha hecho popular gracias a divulgadores de historia como Paco Ignacio Taibo II, asturiano radicado en México, morenista y director del Fondo de Cultura Económica.
Una de las mejores descripciones del Hidalgo insurgente se la debemos a Diego García Conde (1760-1825). Nacido en Barcelona y destinado a Nueva España como capitán agregado al Regimiento de Dragones de México (1789), ganó fama como ingeniero y fue el autor del mapa de la ciudad de México más importante del siglo XIX. Capturado (6 octubre, 1810) por una partida insurgente dirigida por un español europeo, Agustín Marroquín, el “generalísimo” Hidalgo lo mandó matar y salvó la vida de milagro, lo que describió en un Oficio muy circunstanciado al virrey (13 diciembre, 1810). Trece años después, Diego y su hermano Alejo, oficiales de la recién nacida república mexicana, fueron dos de los cuatro generales que escoltaron el féretro que trasladó los restos de los capitanes insurgentes a la Catedral (1823).
Sería mejor que, en vez de excomuniones, maldiciones y celdas gore, se recordase la unión y el perdón entre realistas e insurgentes que alumbró la nación y el Estado mexicano.
Bibliografía
Jiménez Codinach, G. «De alta lealtad: Ignacio Allende y los sucesos de 1808-1811» en Terán, M. y Serrano Ortega, J.A. Las guerras de independencia en la América española (2002), Colegio de Michoacán, INAH, UMSNH, pp. 63-78.
Jiménez Codinach, G. «La independencia» CEHM (23 septiembre, 2015).
Jiménez Codinach, G. «La excomunión de Hidalgo» La Jornada (2007).
https://www.jornada.com.mx/2007/10/22/index.php?section=opinion&article=022a1pol
Ortega Sánchez, J.M. «Diego García Conde, de español a mexicano (1760-1825)» Ares nº79 (2021)
Pérez Vejo, T. «Los hijos de Cuauhtémoc. El paraíso prehispánico en el imaginario mexicano decimonónico». Araucaria. Vol.5, Nº9 (2003)
https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=28250906
Sanchiz Ruiz, J. y Gímez Gallardo Latapí. «Las falsas paternidades del Padre de la Patria» Estud. hist. mod. contemp. Mex no.44 Ciudad de México jul./dic. 2012
http://Estud. hist. mod. contemp. Mex no.44 Ciudad de México jul./dic. 2012
«Texto del edicto de Abad y Queipo: Gazeta extraordinaria del Gobierno de México del viernes 28 de septiembre de 1810».