Lino Camprubí Bueno, es nieto del famoso filósofo Gustavo Bueno. Cursó estudios de doctorado en las universidades de Sevilla y de Cornell y en 2011 se doctoró en la Universidad de California en Los Ángeles. Fue investigador post-doctoral en la Universidad Autónoma de Barcelona y profesor invitado en la Universidad de Chicago. Ha sido Investigador Doctor en el Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia en Berlín. Desde 2018 es investigador Ramón y Cajal en la Universidad de Sevilla. Es también Investigador Principal de la ERC Consolidator DEEPMED sobre la historia del descubrimiento de las profundidades del Mar Mediterráneo. Además es autor de ‘Engineers and the Making of the Francoist Regime‘ (Cambridge, Mass.: The MIT Press, 2014) junto con un buen número de artículos en revistas especializadas de historia de las ciencias y las técnicas y del libro ‘Los ingenieros de Franco’ (2017) del cual procede esta entrevista.
¿Qué significaba exactamente para el régimen franquista la ‘redención’ de España?
En ocasiones hay palabras que, como un imán, atraen sobre sí distintos significados; diferentes personas o grupos la usan y parece que están diciendo lo mismo, pero en realidad cada uno entiende cosas ligeramente distintas. “Redención” jugó ese papel de pegamento entre algunas de las familias políticas que conformaban el heterogéneo régimen de Franco. Desde la Falange a los tradicionalistas católicos, todos creían estar participando en la redención de España. También los técnicos, una familia política de importancia primordial en el primer franquismo, aunque no siempre bien avenida y demasiado a menudo olvidada.
“Redención” reemplazó a otros términos que habían animado la vida política española como “restauración”, “reforma”, “regeneración” o “revolución”, tomando un poco de cada uno de ellos. El primer significado es obviamente el religioso: la restauración moral del poder que la Iglesia católica había perdido en España. Pero inmediatamente se añadía el significado económico de reconstrucción de un paisaje destrozado por las bombas, los asedios y los saqueos. La “redención de España” significaba, además y ante todo, el imperativo moral de reconstruir los lazos rotos por la lucha fratricida, de la que los vencedores culpaban a los vencidos. Tocaba purificar, incluso mediante la represión y el terror, los pecados que habían disuelto la unidad territorial y política española.
Esta mezcla entre religión, economía y nacionalismo es lo que años más tarde empezó a llamarse nacionalcatolicismo. El poder social y control moral de la Iglesia durante el franquismo es bien conocido. En cambio, la dimensión económica del nacionalcatolicismo tiende a olvidarse, incluso sorprenderá a algunos historiadores. Pero esta conexión se basaba en el argumento simple de que la independencia política y social de España dependía de la dependencia económica. Sin este componente no se entiende cómo el nacionalcatolicismo pudo aglutinar intereses y tradiciones políticas dispares. Tampoco se entiende cómo fue capaz de adaptarse tan rápidamente a los tiempos, desde los inicios más próximos al fascismo y al tradicionalismo hasta el desarrollismo de los 60 y la relativa apertura de los 70.
¿Cuál fue el papel de los ingenieros, técnicos y científicos en la arquitectura del nuevo régimen tras finalizar la Guerra Civil?
Los ingenieros españoles gozaban de prestigio y poder político desde al menos la segunda mitad del siglo XIX. Este poder a veces se concretaba en asientos parlamentarios o carteras presidenciales, pero las más de las veces consistía en diseñar e implementar las grandes políticas públicas del país.
Tras la Guerra Civil, algunos de estos ingenieros, entre ellos ingenieros militares, pudieron ejercer este poder sin las cortapisas del parlamentarismo. Tanto es así que los historiadores económicos se han referido a la política económica del primer franquismo como “ingenierismo”. Los ingenieros con poder en el franquismo no siempre estaban de acuerdo en las prioridades productivas: unos favorecían la agricultura y otros la industria, unos el petróleo y otro la nuclear, etc. Pero sí compartían un nacionalismo económico favorable a alguna forma de autarquía o autosuficiencia. Esto fue clave en la promoción de la investigación científica.
Diferentes ideólogos del nacionalcatolicismo habían argumentado que, en un país de escasos recursos como España, sólo la investigación científica y técnica podía aspirar a acercar esa independencia económica indispensable para la independencia política y social. Si el argumento tenía cierto atractivo antes y durante la Guerra Civil, se convirtió en inapelable ante el relativo aislamiento económico de España al término de la Segunda Guerra Mundial. Las potencias europeas, inmersas en su propio esfuerzo reconstructivo y contrarias políticamente a Franco, vetaban a España el acceso a determinados productos (no a todos), o los vendían a precios prohibitivos dada la escasez de divisas extranjeras. Había que promover la industria propia, sobre todo en sectores considerados de interés nacional, tanto militares como productivos.
Esta voluntad industrializadora animó la creación del Instituto Nacional de Industria, que llegó a desarrollar un enorme holding de empresas públicas. El énfasis en las aplicaciones científicas también marcó las dos primeras décadas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Hay que subrayar que el CSIC y el grupo católico Opus Dei no se entienden uno sin el otro: crecieron juntos a través del liderazgo de José María Albareda y de los edificios de Miguel Fisac.
¿Qué supuso para el régimen y la economía española la aprobación del Plan de Estabilización de 1959?
Hemos hablado de la influencia de los ingenieros en la política económica, en la política científica y en las transformaciones del nacionalcatolicismo. Pero hay más. Los ingenieros y científicos fueron también clave tanto en la organización corporativa de la economía mediante los sindicatos verticales como en la posterior legitimización política del régimen por las obras durante el desarrollismo. La transición entre el modelo autárquico-corporativo y liberal-desarrollista suele situarse entre 1957 y 1959. Aunque fue un punto de inflexión importante, hubo continuidades importantes que se entienden mejor si se atiende al papel de técnicos, ingenieros y científicos en ambos subperiodos del franquismo.
En 1957 Franco da entrada en el nuevo gobierno a los primeros “tecnócratas” del Opus Dei. El término tecnocracia se refiere al gobierno técnico y, se entiende, despolitizado. Como el propio López Rodó dejo claro, sin embargo, éste no era el caso: todo gobierno toma partido político, por mucho que movilice conocimientos técnicos. Para entender la política de los tecnócratas puede ayudar recordar que el Opus Dei era una organización que había crecido y se había expandido bajo el paraguas ideológico y financiero del CSIC. Era la política del nacionalcatolicismo industrializador. Hasta aquí, las continuidades son importantes.
La ruptura residía en que los nuevos técnicos a cargo de la política económica no eran ingenieros de formación, sino economistas, y enfrentaban una situación de déficit cercano a la bancarrota. El Plan de Estabilización de 1959 se centró en estabilizar las cuentas públicas. Para ello aceleró un proceso de liberalización de la economía vertical que ya había empezado a principios de los 50, impulsado entre otros por ingenieros agrónomos e industriales.
La apertura a inversiones extranjeras fue clave en el espectacular crecimiento económico que siguió durante la década de los 60. Sin embargo, economistas como Prado de la Escosura recuerdan que el crecimiento se había iniciado ya en torno a 1953, y que la industrialización del país estaba en marcha. Tampoco hay que olvidar que algunas de las más importantes empresas públicas del INI siguieron creciendo en la década de 1960 y tuvieron un papel central en el boom desarrollista a través de colaboraciones con la empresa privada.
Las continuidades se aprecian también en las fallas del modelo de crecimiento. Podríamos poner como ejemplos la escasa financiación para ciencias básicas o el poco interés en generar patentes de innovación.
¿Qué importancia tuvo el control del estrecho de Gibraltar para las relaciones exteriores franquistas?
La subdivisión del franquismo en dos periodos se sustenta en buenas razones, pero tiene también mucho de convencional. Una continuidad muy fácil de ver es que la apertura a los mercados internacionales de 1959 había venido preparándose por una serie de alianzas que habían sacado al régimen franquista de su relativo aislamiento tras la Segunda Guerra Mundial.
En 1953 se firman los acuerdos con la Santa Sede y con Estados Unidos. Éstos últimos venían preparándose desde finales de 1949, cuando la Unión Soviética probó con éxito la bomba atómica y la Guerra Fría se convirtió en el eje vertebrador de la política exterior norteamericana. Estrategas y congresistas norteamericanos pasaron a ver a Franco no como un enemigo de la democracia sino como un enemigo del comunismo.
Los acuerdos hispanoamericanos de 1953 fueron de naturaleza militar y tecnológica. A través de bases aéreas, se trataba de convertir la península ibérica en la retaguardia desde la que defender un posible ataque nuclear soviético sobre Europa.
Muy pronto, sin embargo, España pasó de retaguardia a vanguardia por el nuevo significado estratégico que los submarinos nucleares otorgaron al Estrecho de Gibraltar. Ya en 1954 se ampliaron los planes para Rota. Alojaría a los nuevos submarinos Polaris, además de cables de vigilancia antisubmarina equipados con hidrófonos y destinados a detectar submarinos soviéticos en su paso del Atlántico al Mediterráneo.
“Gibraltar, español” fue una reivindicación de orgullo nacional, pero alentada por este contexto más amplio en el que el peñón pasaba a formar parte de un gigantesco sistema global de vigilancia antisubmarina en el que tanto España como el Reino Unido querían participar. Dado que las corrientes marinas afectan a la propagación del sonido en el agua, la oceanografía se convirtió en prioridad militar.
Entre el cierre del canal de Suez en 1956 y la guerra de los 6 días entre Egipto e Israel en 1967, el Mediterráneo oriental vio la que fue sin duda la concentración más grande de submarinos soviéticos y americanos de la historia por metro cúbico. El lugar de paso de tantos submarinos era el Estrecho de Gibraltar. Para España la alianza con EEUU revalorizaba su papel en el Estrecho. Para el Reino Unido, excluir a España de la OTAN era clave para justificar mantener su posición estratégica en el peñón.
¿Cuál fue el significado estratégico del territorio del Sáhara Occidental tanto para la dictadura franquista como para Marruecos?
El caso del Sáhara es ejemplar de las relaciones entre ciencia y geopolítica. Es sabido que, en 1975, con Franco ya en el lecho de muerte, Hassan II lanzó a cientos de miles de civiles a la frontera con el Sáhara Occidental, logrando que el ejército español abandonara sus posiciones en pocos días. La Marcha Verde convirtió a Marruecos en la última potencia colonial en África, dado que aún hoy la ONU y la mayoría de países no reconocen la soberanía marroquí sobre el territorio.
Menos conocidos son los esfuerzos por varias partes por reconducir la situación en la década precedente, y la importancia clave de los fosfatos del Sáhara en la lucha por su soberanía. El fosfato es un mineral esencial para producir fertilizantes. Y resulta que Marruecos tiene el 75% de las reservas mundiales. En los 60 y 70, el crecimiento mundial de la producción agrícola conocido como Revolución Verde ofreció a Marruecos la ocasión perfecta para subir precios. Independiente de Francia desde 1956, Hassan II basó la economía y estabilidad de su reinado en las exportaciones de fosfato.
La cosa se complicó cuando en 1962 los geofísicos del INI hallaron en Bu-Craa una de las mayores y más ricas minas del mundo. Aunque el fosfato de Bu-Craa era sólo una fracción del marroquí, su riqueza y relativa facilidad de extracción ponía en peligro los altos precios que sostenían al régimen alauita.
Siguió una década de intensas negociaciones a varias bandas: España, Marruecos, Estados Unidos, Francia, Argelia…Las cubicaciones geofísicas del total de mineral en la mina de Bu-Craa y en otros lugares del mundo servía de munición diplomática. Tras unos acuerdos secretos con Marruecos, España comenzó a exportar fosfatos de Bu-Craa al precio que marcaba Rabat.
Pero apareció el Frente Polisario y atacó la cinta transportadora que unía la mina con el puerto. Frenada la circulación, España decidió convocar el referéndum de autodeterminación que pedía el Polisario. Hassan II no podía arriesgarse a un Sáhara plenamente español. Estados Unidos, a su vez, no podía arriesgarse a un Sáhara aliado de Argelia y de la URRS, que hubiera dispuesto de un puerto en el Atlántico. Kissinger fue claro: Hassan debe quedarse y para ello necesita el Sáhara y sus fosfatos. Dada la debilidad de un franquismo moribundo y la importancia de la alianza con EEUU para la estabilidad política y económica, convencer al entonces Príncipe Juan Carlos de que lo mejor era entregar el territorio fue la parte fácil.
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