El día de Navidad de 1624, Felipe IV tuvo que dedicarle horas al estudio en el Alcázar de Madrid. El joven monarca de 19 años debía leer en secreto un documento que su valido, Gaspar de Guzmán, le había escrito pensando en su educación como rey de la Monarquía Hispánica. Como ya hiciera Carlos V con su hijo Felipe en 1543 al dejarle unas instrucciones secretas para instruirle en el arte de gobernar, el conde-duque de Olivares, como si de un padre se tratara, expuso por escrito a Felipe IV sus ideas e intenciones sobre el gobierno de la monarquía. Un programa bautizado con el nombre de Gran Memorial, didáctico y con planes de acción cuya pretensión harían tambalear los cimientos de aquella monarquía polisinodial.
El Gran Memorial, punto de partida de la España del XVII
El Gran Memorial, según John H. Elliott, recientemente fallecido y uno de los historiadores que más ha investigado la vida y obra de Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, es el punto de partida del análisis que el privado de Felipe IV hizo sobre la situación de la Monarquía Hispánica en la segunda década del siglo XVII. Una época sumida en una percepción de decadencia política y económica, en la que la monarquía más poderosa de su tiempo ya no gozaba de la reputación lograda en la centuria anterior. Castilla, timón del imperio, sufría “un proceso de regresión”. Por sí misma ya no podía remar en solitario. Al frente de aquel ‘barco imperial’ se necesitaba un rey fuerte, autoritario, para superar “las debilidades internas” y hacer frente “al poderío militar y económico de sus enemigos” (franceses y holandeses). Solo un poder autoritario podría reflotar aquel barco y mantener, o más bien recuperar, la hegemonía europea de la que gozó la Monarquía Hispánica en tiempos de Carlos V y Felipe II, dos de los grandes referentes del conde-duque de Olivares (J. H. Elliott).
A juicio del valido del Rey – quien rehusó llamarse así por el contenido peyorativo del término, dando preferencia a la denominación de ‘primer ministro’- , el gobierno de Felipe IV debía acometer un programa ambicioso de reformas económicas, sociales, administrativas y políticas en aras de “resucitar la Monarquía de Vuestra Majestad” (J.H.Elliott). Si bien, desde comienzos del siglo XVII hubo una auténtica orgía de reformas auspiciadas por los llamados arbitristas, “observadores de la decadencia con ribetes de reformadores” para el historiador J. Valdeón, la forma de llevarlas a cabo por parte de Olivares era la novedad: un puño de hierro revestido de guante de terciopelo, como diría el hispanista J. H. Elliott.
Un valido autoritario
Gaspar de Guzmán estuvo al frente del gobierno de la Monarquía Hispánica durante veinte años con un marcado autoritarismo. Restaurar la reputación del Rey, unificar sus territorios acabando con los fueros de los distintos reinos componentes de la monarquía y sanear la economía de Castilla eran sus principales objetivos. Intentos de reformas que le granjearon grandes enemistades sobre todo entre los grupos privilegiados que vieron peligrar sus intereses. Acabar con la corrupción, austeridad frente al gasto desmedido, mayor contribución de la nobleza y el clero a las arcas de la Hacienda regia, premiar la natalidad, evitar la despoblación, reactivar el comercio y una nueva política fiscal. Reformas que en 1624 apremiaban, pues la Monarquía necesitaba dinero y hombres para afrontar un nuevo contexto europeo que exigía recuperar la reputación regia. La Pax Hispánica auspiciada por Felipe III había llegado a su fin y con ella, la Tregua de los Doce años con las Provincias Unidas. La hegemonía de los Habsburgo de Viena y Madrid en Europa estaba amenazada. Había que defenderla en una guerra religiosa y política que duraría treinta años.
Una monarquía unificada
Olivares instruyó a Felipe IV a través del Gran Memorial sobre la iglesia española, la alta nobleza, el pueblo y, los distintos reinos de los que se componía la Monarquía Hispánica, en especial, los de la península ibérica. En la última parte del Gran Memorial el conde-duque plasmó su proyecto más ambicioso: transformar España en una monarquía unificada en la que los reinos peninsulares compartiesen las mismas leyes e instituciones. Quiso ir más allá de una monarquía compuesta por diferentes reinos y territorios, cada uno con sus privilegios bajo la soberanía de un mismo monarca. Crear un único Estado legislado con las leyes de Castilla: “Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su monarquía el hacerse rey de España; … no se contente con ser rey de Portugal, de Aragón, de Valencia, conde de Barcelona, sino que trabaje … por reducir estos reinos de que se compone España al estilo y las leyes de Castilla”.
Era la culminación de un proceso de centralización y castellanización de la monarquía iniciado por los Reyes Católicos y que Olivares pretendió culminar. Pero fracasó en su intento. Hubo que esperar a la llegada de los Borbones en 1701 para que aquel proyecto retomara el impulso. No se trataba solo de una orientación para el buen gobierno del joven Rey, sino de una nueva forma de gobierno.
Un cambio radical que exigía sacrificios
No era tarea sencilla. Castilla “exigía paridad a la hora de los sacrificios” fiscales, mientras que el resto de los reinos peninsulares “exigían igualdad en los beneficios”. Había que encontrar, como decía J. H. Elliott, “un equilibrio”. Olivares expuso al Rey tres métodos. El primero, el que más le gustaba aunque fuera “el más dificultoso”, que los castellanos dejaran de tener la preeminencia a la hora de ocupar cargos públicos y mercedes, y fomentar matrimonios mixtos entre la alta nobleza de los distintos reinos. El segundo, conseguir la unión por vía de la negociación, amparándose el Rey en el ejército para demostrar una posición de fuerza. Y el tercero, el más eficaz para Olivares, que el monarca visitara los reinos y, con el pretexto de sofocar una revuelta, llamar al ejército para poner orden e imponer las leyes de Castilla.
Crear una monarquía “unida y solidaria”, como afirma el historiador J. Valdeón, era un cambio demasiado radical como para que fuera aceptado sin resistencia. Significaba que cada territorio debía renunciar a su identidad y a sus privilegios y, por si fuera poco, acogerse a las leyes castellanas. El recelo ante una monarquía cada vez más autoritaria y años de costumbres arraigadas impedían aquella’ gesta política’. Redistribuir cargas y beneficios, no gustaba a ninguna de las partes que conformaban la Monarquía. Ni los castellanos estaban dispuestos a abandonar la primacía a la hora de ocupar cargos y repartir beneficios que les reportaba América, ni el resto de peninsulares estaban dispuestos a renunciar a sus privilegios políticos (J.H. Elliott).
La Unión de Armas, la puesta en práctica del Gran Memorial
Sin embargo, Olivares no claudicó. Al año siguiente del Gran Memorial presentó ante las Cortes el proyecto de la Unión de Armas, la creación de un ejército común y permanente para la defensa de todos los territorios al que debían contribuir todos los reinos de manera solidaria y equitativa. Se trataba de la expresión práctica de la última parte del Gran Memorial. Olivares desconocía en aquel entonces que años después aquella pretensión, que para él favorecería la integración territorial y dotaría a la Monarquía de un mayor potencial bélico, sería causa directa de la crisis de 1640 que desembocaría, paradójicamente, en desunión (Cataluña), independencia (Portugal) y su caída en desgracia.
Olivares no pretendió “castellanizar la península” sino “elevar a su rey a cotas nunca vistas de superioridad” (J.H. Elliott). Ese fue su principal objetivo. Para conseguirlo, Castilla era el modelo a seguir. Reino donde la autoridad del rey, desde los Reyes Católicos, era superior.
Olivares sentía como una obligación “convencer a Felipe de que la autoridad real era un arte que se tenía que aprender”. Y ahí estaba él para guiarle. Su respeto por la monarquía española fue máximo, “pura idolatría” (J. Valdeón). El Gran Memorial fue el legado, quizás, de un hombre de Estado y no de un usurpador del poder regio. Quiso, pero no pudo, ‘unir España’. Ni él, ni ningún otro ha conseguido hacerlo después. Las ‘Españas’ siguen ahí, cada una con sus privilegios, costumbres y manera de entender lo que es un Estado.
Bibliografía:
Elliott, John H, El conde-duque de Olivares (Barcelona: Austral, 2021)
Floristán, Alfredo, Historia de España en la Edad Moderna (Barcelona: Planeta, 2019)
Valdeón, Julio. Joseph Pérez. Santos Juliá. Historia de España (Barcelona: Austral, 2018)