La estatua de Pigmalión, la metamorfosis hecha realidad

Se cuenta que el antiguo rey de Chipre, Pigmalión, deseaba con todas sus fuerzas encontrar a la esposa perfecta. Al no poder hallarla, se dedicó en cuerpo y alma a fabricar la estatua más bella de cuantas habían existido, tanto, que incluso llegaría a enamorarse de ella.

Pigmalión, de Jean-Baptiste Regnault (1786), Museo Nacional del Palacio de Versalles.

Desde tiempos remotos, en la isla de Chipre se rendía culto a la diosa del amor y de la belleza, Afrodita. Pigmalión, el rey de Chipre, se encargaba de oficializar las ceremonias a la divinidad en el templo sagrado. Aparte de gobernar para su pueblo, este monarca era un excelente escultor. Su técnica con las manos era de una maestría inigualable. Algunos incluso llegaron a aseverar que su arte superaba a la de Dédalo, el constructor del famoso laberinto de Creta. Pero a pesar de este magnífico don, Pigmalión no estaba del todo satisfecho.

Durante muchos años, el rey chipriota se había mantenido muy ocupado intentando encontrar esposa. Para su desgracia, ninguna mujer encajaba con su ideal de belleza. Además, a su alrededor se encontraban las Propétides, unas impúdicas féminas que abandonaban a sus maridos para dar rienda suelta a sus deseos carnales con desconocidos. Por si fuera poco, convencían a sus parejas para ofender a los dioses. En ocasiones, estos les ofrecían a sus huéspedes, a quienes mataban previamente, en vez de a los bueyes tradicionales como era lo habitual.

La diosa Afrodita no iba a dejar pasar por alto estas acciones. Como castigo, a las desafortunadas Propétides las transformó en piedras inertes, mientras que sus esposos quedaron convertidos en bueyes dispuestos para el sacrificio. Un destino nada alentador. Por esta razón, Pigmalión no tenía demasiadas candidatas que pudieran interesarle. Como parecía que iba a permanecer soltero el resto de su vida, se consagró a la tarea de esculpir las estatuas más bellas que jamás se hubieran creado. Quizás si se las ofrecía a Afrodita, podría reparar en parte el daño causado por su pueblo.

Cuando trabajaba el mármol, Pigmalión parecía poseído por una fuerza sobrenatural. Sus manos se movían con una pasión que parecía no conocer límites. Era tal el sentimiento que ponía en sus obras, que fabricó una estatua femenina llamada Galatea, tan perfecta y hermosa que dejó cautivado a su propio creador. No sólo eso, sino que según iba pasando el tiempo, Pigmalión quedó totalmente enamorado de aquella efigie. Día tras día, no podía dejar de observarla. Era tan delicada y maravillosa que deseaba que no estuviera hecha de piedra. Pero al tocarla, volvía a sentir, una y otra vez, la misma textura fría y pétrea.

Pigmalión y Galatea.

En Chipre quedaba poco tiempo para la gran fiesta de Afrodita. Todas las personas del lugar acudían al templo para brindar sus ofrendas a la diosa del amor. Pigmalión se reunió con aquellas gentes para suplicarle a Afrodita que otorgara vida a su querida Galatea, sin por el momento obtener ninguna respuesta. De regreso a su hogar, se sintió cansado y abatido. Dentro de su taller, todo seguía igual. Su creación continuaba con la misma expresión, inmóvil y ajena a todo. Presa de la desesperación, Pigmalión corría a abrazarla y besarla con la esperanza de que se cumpliera su deseo más anhelado, pero no ocurrió nada.

Finalmente desistió de su empeño y quedó sumido en un profundo sueño. En él, volvía de la ceremonia de Afrodita y al tocar a su amada Galatea, podía sentir cómo sus dedos se hundían en el mármol antes duro. Por sus venas ahora corría la sangre, su estatua se había convertido en una bella joven para gran regocijo de Pigmalión. Al despertarse, se encontró con la mismísima diosa Afrodita, quien había estado escuchando sus súplicas. –“Mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal”. Así fue como el sueño de Pigmalión se hizo realidad.

Reflexión del mito

Aunque con un final feliz, este mito plantea numerosas cuestiones. Tras darse por vencido en encontrar pareja entre los seres vivientes, Pigmalión había perdido el sentido de la realidad. El arte se había convertido en su obsesión particular. Estaba tan obcecado en conseguir la perfección absoluta, que llegó a reproducir una estatua de acuerdo a sus estándares ideales. A medida que transcurría el tiempo, el rey de Chipre únicamente pensaba en la admiración que le provocaba su creación, hasta el punto que la amó como si se tratase de una persona auténtica. Pero solo se trataba de una ilusión. En último término, fue la diosa Afrodita la que decidió cumplir su deseo, tan enamorado como estaba de aquella estatua de nombre Galatea.

Por medio de esta historia, en psicología se ha acuñado lo que se conoce como efecto Pigmalión”. Dicho efecto actúa sobre el comportamiento humano de manera que determinados estímulos positivos nos animan a creer en nosotros mismos. De igual manera, los comentarios o pensamientos negativos, harán que fracasemos en nuestros objetivos. Se trata, por tanto, de una profecía autocumplida, una expectativa que nos incita a actuar de tal modo que conseguimos que esa misma expectativa se acabe cumpliendo. Pigmalión creía firmemente que podía conseguir aquello que su corazón tanto anhelaba. Está claro que no podemos otorgar vida a una estatua, aún así podremos lograr otras cosas si de verdad creemos en nuestras posibilidades.

El efecto Pigmalión hará que fracasemos o triunfos en función de los estímulos. Fuente: mundoprimaria.com

Bibliografía

-Commelin, P. (2017). Mitología griega y romana. La Esfera de los Libros, S.L.

-Goñi, C. (2017). Cuéntame un mito. Editorial Ariel.

-Hard, R. (2004). El gran libro de la mitología griega. La Esfera de los Libros, S.L.

-Schwab, G. (2021). Leyendas griegas. Editorial Taschen.

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