En un artículo anterior, habíamos visto como Adolf Hitler alcanzaba el poder tras su victoria en las elecciones de marzo de 1933. Poco después de inaugurarse el III Reich o el ‘imperio de los mil años’, Hitler llevó a cabo una política agresiva expansionista con el fin de cobrarse la revancha del Tratado de Versalles. Ante esta situación, Francia y Reino Unido evitaron enfrentarse por todos los medios con el führer hasta la invasión de Polonia el 1 de septiembre de 1939.
Adolf Hitler conquista el poder
Las elecciones federales del 5 de marzo de 1933 arrojaron el mejor resultado para el Partido Nacionalsocialista Alemán: un 44% de los votos y 288 asientos. Posteriormente, la ley habilitante del 24 de marzo de 1933 otorgaba al canciller alemán poderes casi absolutos y permitía al gobierno nazi dictar leyes sin la intervención del Reichstag. La República de Weimar se había desvanecido de facto. En su lugar se inauguraba el III Reich alemán o el ‘imperio de los mil años’, según las pretensiones de Hitler. El 2 de agosto de 1934, se unieron los cargos de canciller y presidente en su persona tras la muerte del mariscal Paul von Hindenburg. Adolf Hitler se había convertido en el führer indiscutible de toda Alemania. Durante sus primeros años, llevó a cabo un intimidante rearme del ejército alemán (de 100.000 a 500.000 hombres) así como una posterior expansión territorial en contra de los postulados del Tratado de Versalles. El estallido de un nuevo conflicto tan solo era cuestión de tiempo.
Referéndum del Sarre y remilitarización de Renania
Fiel a sus principios, Adolf Hitler quería restituir los territorios que habían sido usurpados a Alemania en virtud del Tratado de Versalles. La región fronteriza del Sarre había estado bajo la administración de la Sociedad de Naciones durante 15 años (1920-1935). Pasado ese período, se celebró un referéndum para decidir su situación. El 13 de enero de 1935, el 90% de su población votó a favor de la reintegración con Alemania, haciéndose efectiva desde el 1 de marzo. Otro de aquellos territorios apetitosos para el führer era Renania, una rica región industrial a ambos lados del río Rin. En principio, seguía perteneciendo a Alemania pero se había declarado su desmilitarización como una de las condiciones indispensables del Tratado de Versalles.
Esta medida se había tomado con el firme propósito de evitar una nueva invasión de Alemania a través de la frontera francesa. No obstante, Hitler envió tropas a esta región aprovechando que los franceses se encontraban de jornada electoral y los británicos disfrutando del fin de semana. El 7 de marzo de 1936, varios batallones del ejército alemán irrumpieron en Renania ante la inacción de Francia y del Reino Unido. Ante una posible respuesta hostil por parte de Francia, las instrucciones eran la retirada inmediata de las tropas. No obstante, para respiro de Hitler y sus colaboradores tan sólo hubo algunas quejas de bajo nivel sin llegar a acciones beligerantes. La primera jugada de Hitler había resultado exitosa. Tanto Francia como Reino Unido erraron al subestimar los planes del führer. Por otro lado, los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 sirvieron como propaganda para tratar de atraer los elogios del resto del mundo hacia el III Reich.
Guerra Civil española (1936-1939)
En los días 17 y 18 de julio de 1936, se inició el golpe de Estado militar contra el gobierno de la Segunda República española. Tanto Hitler como Mussolini prestaron ayuda desde el primer momento al bando sublevado vulnerando el Comité de No Intervención. Pero no sólo las potencias fascistas colaboraron con su causa, pues el Reino Unido y Estados Unidos suministraron petróleo al ejército sublevado junto con el envío de voluntarios por parte de los gobiernos irlandés y portugués. Por otro lado, el gobierno republicano contó con la intervención de la Unión Soviética financiada a través de las reservas de oro del Banco de España, las Brigadas Internacionales y el apoyo diplomático de México. La ayuda de Hitler (no tanto la de Mussolini) fue clave para el triunfo final del general Franco en 1939. La Guerra Civil española se convirtió en el preámbulo de la siguiente contienda que se habría de librar en Europa. Para Hitler el conflicto español supuso una oportunidad única para probar y mejorar sus nuevas armas. Una de sus acciones más contundentes fue el bombardeo indiscriminado contra la población civil de Guernica, efectuado por la Legión Cóndor el 26 de abril de 1937.
La anexión de Austria: el Anschluss
Uno de los sueños de Hitler era el ‘Anschluss’ o la unión de Alemania con Austria. En un primer momento, el führer presionó al gobierno para que legalizara al partido nazi austríaco. El canciller austríaco Schuschnigg se entrevistó con Hitler en su retiro de Berchtesgaden, en los Alpes bávaros. En un ambiente intimidatorio, Hitler le obligó a firmar la entrega de su país o de lo contrario procedería a su invasión. Fue tal la presión recibida que Schuschnigg se vio obligado a aceptar sus condiciones. Pero de regreso a Viena, Schuschnigg decidió gastar el último cartucho que le quedaba: convocar un plebiscito para decidir en última instancia la independencia de Austria o la unión con Alemania. La fecha se fijó para el mes de marzo de 1938. Hitler aprovechó entonces para infiltrar a sus tropas en territorio austríaco y azuzar a su población. Los partidarios de la unión se echaron a la calle entonando Führer! y Heil Hitler! a viva voz y exhibiendo sin ningún inconveniente el saludo fascista. Por el contrario, aquellos que se oponían trataron de guardar silencio o mantenerse al margen ante lo que pudiese ocurrir.
Los resultados del controvertido plebiscito arrojaron una victoria abrumadora para el proyecto de Adolf Hitler: el 99’73% del electorado votó a favor del Anschluss. Sin embargo, este arrollador triunfo fue del todo atípico pues los electores debían ejercer su derecho al voto bajo la amenazante mirada de un agente de las SS. Por otro lado, en la misma papeleta del voto aparecían como opciones un círculo del ‘Sí’ mucho más grande que el del ‘No’, ejerciendo cierta presión psicológica a favor del Anschluss. Curiosamente, Benito Mussolini aceptó de buen grado esta anexión por parte de Alemania, a pesar de que se consideraba a sí mismo como el protector de Austria. Esto dejaba manos libres al líder alemán para sus planes expansionistas en Centroeuropa. Como consecuencia del Anschluss, la población judía austríaca pronto fue víctima de los abusos y humillaciones por parte de agentes nazis de las SS y ante la mirada cómplice de sus conciudadanos.
La crisis de los Sudetes e invasión de Checoslovaquia
Una vez con Austria bajo su poder, le tocaba el turno a la siguiente nación: Checoslovaquia. Este país de reciente creación había surgido con la desmembración del Imperio austrohúngaro después de su derrota en la Primera Guerra Mundial en 1918. Hitler puso su atenta mirada en la región fronteriza de los Sudetes, donde vivía una mayoría de población de origen germano. Por otro lado, esta región era muy rica en carbón y acero además de poseer mano de obra muy cualificada. El bocado era demasiado apetitoso como para dejarlo pasar. Ante la crisis que se avecinaba en el horizonte, Benito Mussolini se ofreció como mediador ante las potencias europeas.
Los líderes de Francia, Reino Unido, Italia y Alemania se reunieron en Múnich en septiembre de 1938 para hablar sobre el delicado asunto de los Sudetes. Curiosamente, ningún representante de Checoslovaquia fue invitado a dicha reunión. Chamberlain y Daladier aceptaron las exigencias de Hitler y le facilitaron los Sudetes a cambio de la promesa de no anexionarse más territorios. El gobierno checoslovaco no tuvo más remedio que hacer efectiva la entrega de esta región. Más tarde, Chamberlain regresó triunfante a Londres proclamando la «paz para nuestros tiempos». Pero entonces Winston Churchill lamentaría lo ocurrido con una intervención que resultó profética: «Y no crean ustedes que este es el fin. Esto es solamente el comienzo. Hemos preferido el deshonor a la guerra, y ahora tendremos el deshonor y también la guerra«.
El veterano político británico de la vieja escuela no se equivocaba respecto a las oscuras intenciones de Hitler. A pesar de ello, la revista estadounidense Time proclamó a Hitler el ‘hombre del año’ de 1938 e incluso le dedicó su portada. No era para menos, pues el führer había conseguido 114.000 km2 más de territorio y once millones de habitantes sin pegar un solo tiro. De manera insólita, el parlamentario sueco E. G. C. Brandt lo llegaría a proponer para el Premio Nobel de la Paz en reconocimiento por los logros alcanzados en los Acuerdos de Múnich. Aunque menos contento parecía el propio Hitler, ya que él hubiese preferido una negativa por parte del gobierno checo para así forzar una intervención militar y ocupar el resto de Checoslovaquia.
No obstante, esta oportunidad llegaría en marzo de 1939. Checoslovaquia se había quedado muy debilitada tras la entrega de los Sudetes. Además de esta región, Hitler consideraba los territorios de Bohemia-Moravia y Eslovaquia dentro de la zona de influencia del III Reich. Para ejecutar su jugada maestra, solicitó la presencia del presidente checoslovaco Emil Hachá en su recién estrenada cancillería especialmente diseñada para intimidar a los mandatarios extranjeros. Se preparó una encerrona al anciano Hachá, el cual tuvo que recorrer extensas estancias custodiadas por agentes de las S.S. en la llamada ‘ruta de los diplomáticos’ a altas horas de la noche, hasta llegar al imponente despacho del führer del tamaño de dos canchas de tenis.
Para cuando llegó ante la presencia de Hitler, este le exigió la entrega inmediata del resto de Checoslovaquia. Después de varios desmayos por parte del anciano Hachá, aceptó firmar el protocolo de ocupación. El 15 de marzo de 1939, tropas alemanas invadieron Chequia que a partir de entonces se convirtió en el protectorado de Bohemia-Moravia. A su vez, Eslovaquia quedó como un estado títere de Alemania. Por otro lado, en el mismo mes de marzo Hitler se anexionó la ciudad portuaria de Memel situada en Lituania. Para su dicha, las potencias que debían haberle hecho frente (Francia y Reino Unido) no supieron reaccionar ante estas nuevas agresiones. Hitler no podía estar más exultante, pues todos su objetivos se cumplían sin ningún derramamiento de sangre.
Pero todavía no era suficiente para las ansias del incansable führer. El 15 de abril de 1939, tanto Hitler como Mussolini recibieron una carta nada amistosa del presidente Roosevelt en la que les preguntaba de forma directa si estaban dispuestos a invadir más países (además de las invasiones de Alemania, Mussolini había ocupado Etiopía en 1936 y Albania en 1939). En un alarde de orgullo y exhibición personal únicos, Hitler respondió a Roosevelt con un elaborado discurso de unas dos horas de duración, en el cual exponía sus orígenes, su difícil trayectoria y su ferviente patriotismo.
En el mes de mayo, Alemania e Italia firmaron el llamado Pacto de Acero con el fin de apoyarse mutuamente en caso de guerra. El führer reunió a la cúpula militar alemana para informarles de que un conflicto estaba próximo. Debido al ingente gasto militar de Alemania durante todo su mandato, se hacía necesario seguir invadiendo nuevos territorios para hacerse con sus reservas de oro y así evitar la bancarrota del Estado. Ninguno de los temerosos militares puso objeciones a su líder supremo, a pesar de sus numerosas dudas y recelos.
Pacto Ribbentrop-Mólotov e invasión de Polonia
La siguiente pieza en el tablero era Polonia, otro país surgido tras el Tratado de Versalles. Tanto Hitler como Stalin ambicionaban este suculento territorio, ante la pasividad de sus supuestos aliados franceses y británicos. Después de fracasar una alianza anglo-franco-soviética, Stalin negoció un pacto de no agresión con el III Reich para sorpresa del resto del mundo. El 23 de agosto de 1939, quedaba firmado el Pacto Ribbentrop-Mólotov, llamado así por los respectivos ministros de asuntos exteriores alemán y soviético. En una de sus clausulas secretas, se concretaba la repartición de Polonia y del resto de Europa del Este en dos zonas de influencia, una para el III Reich y otra para la Unión Soviética. Esto último no sería reconocido oficialmente por la Unión Soviética hasta tiempos más recientes.
Otra vez Hitler se había marcado un tanto. Sin embargo, a pesar de esta aparente cordialidad, Hitler y Stalin esperaban ganar algo de tiempo con este pacto y así retrasar su inevitable enfrentamiento. Al atardecer del 31 de agosto de 1939, agentes nazis disfrazados de polacos atacaron una emisora de radio en la frontera con Polonia para utilizarlo como pretexto para la posterior invasión. Unas horas después, tropas alemanas irrumpieron en la Ciudad Libre de Danzig, localizada entre Prusia Oriental y el resto de Alemania. Esta vez Francia y Reino Unido sí respondieron. Finalmente, el 3 de septiembre declararon la guerra al III Reich ante la negativa de Hitler de retirar su ofensiva. La Segunda Guerra Mundial había comenzado.
Bibliografía:
Galán, E. J. (2012). Historia del mundo contada para escépticos. Editorial Planeta, Barcelona.
Galán E. J. (2015). La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos. Editorial Planeta, Barcelona.
Galán E. J. (2005). Una Historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie. Editorial Planeta, Barcelona.
Haffner, S. (2000). Historia de un alemán. Editorial Planeta, S.A.
Hernández, J. (2017). Eso no estaba en mi libro de la Segunda Guerra Mundial. Editorial Almuzara, S.L.