Algún día nuestra cultura también desaparecerá y no por culpa de los gobernantes que invierten poco en este sector, sino porque todo lo humano tiene fecha de caducidad.
Si algún curioso o investigador del futuro tiene la suerte de encontrar un papel impreso con un calendario en unas ruinas de un edificio supuestamente de uso público, ¿qué crees que pensará? Si es un calendario oficial, le pasará como a nosotros, poco entenderá, pero imagínate que se encuentra con un calendario laboral o académico: le resultará familiar, pero diferente. Y si estudia otras ruinas en otros países donde también encuentre evidencias de este testimonio comprobará que hay una gran semejanza entre ellos y que la gran mayoría presenta un tiempo sagrado, marcado por las fiestas religiosas de cada creencia, y un tiempo profano, establecido
por fiestas de carácter político-civil.
Pues lo mismo nos sucede a nosotros cuando nos encontramos con los calendarios de la antigua Roma. Nos resultan familiares, pero a la vez extraños. También para los romanos existía un tiempo sagrado y un tiempo profano, estrechamente vinculado, pero el calendario tenía un valor muy importante porque era el encargado de mantener la pax deorum, la paz con los dioses, y, por eso, eran los sacerdotes los encargados de establecerlo y custodiarlo. Los romanos llamaban a estos calendarios fasti porque se utilizaban para saber en qué días podían llevarse a cabo las actividades administrativas y políticas (dies fasti) y en cuáles las religiosas (dies nefasti).
En el siglo IV a. C., durante la República, se produjo un hecho sin precedentes. El edil Gneo Flavio, escriba del pontífice máximo, decidió hacer público en el foro los fasti, con lo que los despojó del carácter sagrado y secreto que tenían anteriormente. Así su fijación quedó secularizada y pasaría a ser una de las funciones de estos magistrados.
Actualmente se conservan de forma fragmentaria algunos calendarios romanos. Estos reciben el nombre del lugar donde se han hallado o se conservan (Fasti Amiterni, Fasti Caeretani, Fasti Feriale, Fasti Cumanum, Fasti Ostienses, Fasti Pinciani, Fasti Praenestini, Fasti Tusculani, Fasti Vaticani, Fasti Venusini) o del estudioso que los encontró (Fasti Farnesiani, Fasti Maffeiani, Fasti Pighiani).
En los últimos años se han encontrado nuevas evidencias como el calendario hallado bajo la basílica Santa Maria Maggiore de Roma en 2009:
o el descubierto en Cádiz en 2018.
Uno de los testimonios más antiguos conservados son los Fasti Antiates Maiores, un calendario prejuliano de época republicana. Fue creado entre el 67 y el 55 a. C. y se descubrió en 1915 en Anzio, la antigua Antium, en una cripta junto a la costa. Ahora se encuentra en Roma, concretamente en el Palazzo Massimo alle Terme, que forma parte del Museo Nazionale Romano.
Aunque los fasti que han llegado hasta nuestros días pertenecen al período republicano y sobre todo al imperial, sabemos por los escritores antiguos (Tito Livio, Cicerón, Ovidio, Macrobio) que su mítico origen se remonta hasta los mismos inicios de la época monárquica. Según la tradición, el calendario romano más antiguo fue el establecido por Rómulo, primer rey de Roma, a mediados del siglo VIII a. C., posteriormente reformado por su sucesor el rey Numa Pompilio. Pero nuestro calendario tiene más de dos milenios de antigüedad porque sus raíces se hunden hasta llegar a la antigua Babilonia.
Referencias bibliográficas:
- Néstor F. Marqués, Un año en la antigua Roma: La vida cotidiana de los
romanos a través de su calendario. Espasa. - Jörg Rüpke, The Roman Calendar from Numa to Constantine. Wiley-Blackwell.
- Agnes Kirsopp Michels, The Calendar of the Roman Republic. Princeton
University Press.
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