Como ya sabemos, los francos habían derrotado no hacía mucho el intento musulmán de conquistar su reino. Liderados por Carlos Martel, consiguieron frenar en Poitiers (732) un avance que parecía arrasador e imparable. Tiempo después nacería Carlomagno, nieto del héroe de la gesta y quien estaba destinado a convertirse en el emperador de la nueva Europa gracias a su inteligencia y lucidez.
Desde Poitiers, la política europea franca consistió en crear una especie de zonas militares en los confines del reino, estas zonas recibieron el nombre de marcas y eran regidas por marqueses, que buscaban crear una especie de muros defensivos entre el interior del reino y cualquier enemigo que pretendiese un ataque o una invasión. Resultará curioso cómo tras la derrota de Napoleón un milenio más tarde el resto de países realizarían una acción similar con la creación artificial de reinos pantalla entre ellos y Francia. El caso es que la Península Ibérica fue siempre una obsesión para los francos quienes veían en el reino musulmán el principal peligro a su independencia.
Tras algunos fracasos en el lado oeste de los pirineos, Carlomagno pudo, de una vez por todas, crear la tan ansiada Marca Hispánica con la toma de Gerona y, sobre todo, de Barcelona en 801. Los francos denominarían a estas tierras como la Septimania e incluiría los condados de Gerona, Barcelona, Urgel, Rosellón, Ampurias, Cerdeña, Ausona y Besalú regidos por un marqués francés que tenía potestad sobre todos los condes locales. Así proseguiría esta tradición durante un par de siglos.
Mientras tanto, en el oeste de los pirineos Navarra y Aragón nacían como condados. En Navarra la escasez de efectivos, la dificultad de defensa del territorio y el escaso rédito económico que las tierras aportaban, facilitó que los autóctonos y muladíes, como la estirpe Banu Qasi, fueran recuperando aquellas tierras tan poco significativas para el emirato cordobés, más preocupado en otras cuestiones.
Navarra se sacudió en poco tiempo el intento de dominio carolingio y, entre mitos y leyendas, surgen los primeros señores navarros. A principios de siglo aparece un poderoso guerrero llamado Íñigo Íñiguez, considerado tradicionalmente como el primer rey de Pamplona (posteriormente Navarra), que por su virtuosismo militar ganó el sobrenombre de “Arista”. “Arista” luchó contra carolingios y musulmanes y fortaleció su dominio al emparejarse con los poderosos Banu Qasi. Poco después de su reinado llegaron diferentes circunstancias adversas para la continuidad del reino, como la invasión normanda que sufrió Navarra, donde los vikingos llegaron a capturar a su heredero, García I. A pesar de todo, Navarra persistiría y el siguiente siglo vería proclamarse a Sancho Garcés I, el Grande, el primer rey de la dinastía Jimena quien llevaría el reino de Navarra a una expansión territorial nunca antes vista.
En el condado de Aragón, aunque rápidamente consiguieron expulsar a los musulmanes, se tuvo que aceptar la llegada y ocupación de las tropas carolingias. En aquel tiempo Aragón era un pequeño territorio que se extendía por el valle en el que discurre el río que le da nombre y su principal ciudad y capital era Jaca. Desde allí nacerían todas las intrigas destinadas a arrebatar el control que los francos ejercían sobre aquel tramo de los Pirineos. A final de siglo algunos nobles aragoneses unen sus esfuerzos y consiguen derrotar a los ya muy debilitados gobernadores francos.
Desde entonces, el conde aragonés Aznar Galindo proclamará su autoridad sobre un condado que rápidamente crecería gracias a los flujos constantes de migración de mozárabes huidos del al-Ándalus. Surgen también dos enclaves vitales para el condado y su política de repoblación: los monasterios de San Pedro de Siresa y de San Juan de la Peña. Estos monasterios se transformarán en catalizadores culturales y de saber y, poco a poco, irán dando forma a la futura concepción de lo que más tarde sería el reino aragonés.