Gavrilo Princip forma parte de ese ínfimo porcentaje de personas que cuentan con estatuas1. No necesitó ni inteligencia ni estudios para conseguirlas. Sin embargo, ha llegado ser considerado el personaje más importante del siglo XX2. Tampoco necesitó vivir mucho para conseguirlo, pues murió de tuberculosis con sólo 23 años; es más: le sobraron cuatro años de vida. Para conseguir semejantes logros, le bastó con matar, con asesinar al archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono austriaco, y a su mujer el 28 de junio de 1914 en Sarajevo, a la que confundió –según confesó– con un señor con bigote, Oskar Potiorek, el gobernador de Bosnia. En esa empresa habían fracasado el mismo día varios nacionalistas (hubo, al menos, tres intentos fallidos). Gavrilo Princip, en cambio, tuvo mucha suerte. Por una parte, estaba comiendo en una tienda, cuando apareció el coche del archiduque que se había equivocado de dirección y estaba tratando de dar la vuelta, lo que favoreció el atentado. Por otra parte, dos disparos le bastaron para entrar en la historia3.
Ese crimen nacionalista provocó en una Europa nacionalista la Primera Guerra Mundial.
La Primera Guerra Mundial produjo la muerte de una decena de millones de personas. Ésa es únicamente la cifra más terrible de una larga serie de estadísticas del sufrimiento: mutilados, heridos (veinte millones), huérfanos, viudas, parientes de luto, arruinados, destrucciones, gastos que podrían haberse empleado en aliviar necesidades,… Los que sobrevivieron perdieron cuatro años de sus cortas vidas.
A eso hay que sumar los conflictos violentos de la posguerra y las penalidades de la coyuntura negativa que siguió a la guerra en muchos países [Robert Gerwarth, Los vencidos: Por qué la Primera Guerra Mundial no concluyó del todo (1917-1923)].
La Segunda Guerra Mundial fue consecuencia de la primera. Esta vez, los muertos superaron ampliamente el medio centenar de millones. Y los demás sufrimientos también se multiplicaron, dejando una Europa arruinada. De nuevo, los conflictos violentos continuaron en la posguerra [Keith Lowe, Continente salvaje: Europa después de la Segunda Guerra Mundial]. Y la Europa oriental se vio sometida a unas terribles dictaduras totalitarias, salvo Grecia, que se libró gracias a una sangrienta guerra civil.
Entre una y otra contienda triunfó la revolución rusa, impensable sin la I Guerra Mundial, y apareció el fascismo y el nazismo, que fueron consecuencias de esa guerra.
Pues bien, las estatuas de Princip, como los demás homenajes recibidos (calles, murales públicos, nombres de escuelas, hagiografías, películas del mismo género, casa natal reconstruida con motivo del centenario del magnicidio, y la capilla que tiene dedicada en el cementerio), no sólo convierten a un crimen chapucero en un acto heroico, sino que significan que mereció mucho la pena. Pero sólo para un nacionalista yugoslavo o serbio, porque para los demás nacionalistas, muchos de ellos también damnificados, la valoración del crimen no difiere de la de los no nacionalistas.
Lo cierto es que el doble asesinato no mereció la pena para la gente que ha vivido en el territorio de la antigua Yugoslavia en el siglo siguiente. En esa centuria han tenido tres crueles guerras –si se cuenta como una las cuatro que componen las llamadas guerras yugoslavas (1991-2001)–, que han ocupado veinte años y producido más de dos millones de muertos, seis décadas de dictaduras y una situación económica lamentable4. No cabe la menor duda de que les habría ido mejor formando parte de una provincia austriaca.
Ciertamente, ése es un precio dispuesto a pagar por un nacionalista. Pero lo cierto, es que ha sido un mal negocio: Yugoslavia está dividida hoy en seis o siete Estados (la situación de Kosovo todavía no se ha resuelto), y Serbia es más pequeña que en 1914. En realidad, lo único conseguido por los nacionalismos yugoslavo o serbio ha sido ensuciar la historia del país, lo que se puede predicar también del croata, tanto por los crímenes de la Segunda Guerra Mundial como por la actuación en las Guerras de Yugoslavia (que se suele olvidar), aunque en este caso se puede alegar que se ha conseguido la independencia.
También fue un mal negocio para Gavrilo Princip: arruinó su vida; lo único que consiguió es pasar a la historia como un criminal y un ejemplo de lo que el nacionalismo puede hacer en un pobre hombre.
El pésimo balance no ha impedido que los nacionalistas serbios celebraran el centenario del asesinato. En Visegrado, ciudad bosnia en la que los nacionalistas serbios han creado un parque temático nacionalista y que antes de la limpieza étnica tenía mayoría musulmana, se celebró una ceremonia siniestra el día del centenario ante la presencia del patriarca ortodoxo de la Iglesia serbia, el presidente de Serbia (cuya formación política se hace llamar “Partido Progresista Serbio”), y el pretendiente al trono, entre otras autoridades:
“El pasado 28 de junio, en la ciudad bosnia de Visegrad, fronteriza con Serbia, un actor que representaba a Gavrilo Princip, el asesino de Francisco Fernando de Austria, descendió del cielo sobre alas angelicales y apuntó su pistola como para volver a disparar contra el sucesor del trono del imperio austrohúngaro. En presencia de las máximas autoridades políticas, monárquicas y eclesiásticas serbias, decenas de grandes banderas serbias ondeaban en la ciudad al sonido del himno serbio, aunque Visegrad pertenece a Bosnia. Se trataba de toda una declaración de principios” [Monika Zgustova “La santificación de un asesino”, El País, 13/07/2014]. Otro acto fue la inauguración de un gran mosaico dedicado al criminal.
Mientras en un parque de un barrio serbio de Sarajevo, se inauguraba otra estatua de Gavrilo Princip con la presencia de las autoridades del Ente serbio de Bosnia. Al año siguiente, en el mismo día, se inauguró una más en Belgrado, en un lugar principal, con la presencia de los presidentes de Serbia y del Ente Serbio de Bosnia. El cineasta Emir Kusturica no ha tenido problemas para inmortalizarse con una fotografía en la que besa la estatua que el criminal tiene en Tovarisevo5.
Eso es el nacionalismo. Sirve para comprender conductas irracionales e inicuas. Esperemos que la III Guerra Mundial no se inicie también por los problemas nacionalistas de Europa oriental.
Notas:
1 Nacido en Bosnia y considerado étnicamente serbio, Gavrilo Princip se creía yugoslavo, como declaró en el juicio: «Soy un yugoslavo nacionalista y lucho por la unificación de todos los yugoslavos bajo la forma de gobierno que fuere y para que se liberen de Austria». No es sólo que el asesino confundiera la libertad de Yugoslavia con la de los yugoslavos. Así lo hacen también los que rinden homenaje.
2 El historiador Matthew White, que se considera un atrocitólogo, ha defendido que Gavrilo Princip es la persona más importante del siglo XX: «He aquí un hombre que, sin ayuda de nadie, provoca una reacción en cadena que en última instancia causa la muerte de ochenta millones de personas.
¡Supera esto, Albert Einstein!
Sólo con un par de balas, este terrorista inicia la Primera Guerra Mundial, que derrocó cuatro monarquías y provocó un vació de poder que fue ocupado por los comunistas en Rusia y los nazis en Alemania, que luego se vieron las caras en la Segunda Guerra Mundial. […]
Ciertas personas minimizan la importancia de Princip diciendo que una guerra entre las grandes potencias era inevitable tarde o temprano dadas las tensiones de la época, pero yo digo que no era más inevitable que, pongamos, una guerra entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Sin el desencadenante, se habría podido evitar la Gran Guerra, y sin ella no habría existido Lenin, Hitler Ni Eisenhower” (“Who´s the most important person of the twentieth century?”, cit. por S. Pinker, Los ángeles que
llevamos dentro, p. 303).
Ciertamente, se puede considerar que Princip sólo encendió una cerilla en un ambiente cargado de gas. Pero para el propósito de estas líneas, resulta irrelevante, pues ese gas era el nacionalismo, que provocó una guerra que hoy resultaría inimaginable y, desde luego, no provocaría el entusiasmo que produjo su comienzo.
Por lo demás el crimen muestra –una vez más– que resulta mucho más fácil provocar grandes males que bienes. Bajo el dominio nazi, eran necesarias varias personas para salvar un judío; una sola podía denunciar a varias.
3 La planificación del magnicidio fue muy chapucera, lo que explica los intentos fallidos (bombas y pistolas que no funcionaron, bomba mal arrojada, cápsulas de cianuro en mal estado, lo que impidió que los terroristas se suicidaran); sólo un cúmulo muy improbable de circunstancias permitió finalmente el doble asesinato. Cuando había parado a comer un bocadillo, Gavrilo Princip se encontró por casualidad con el coche del archiduque, que había improvisado un nuevo recorrido tras la bomba que le habían
arrojado, y en unas condiciones muy favorables para el atentado: como el vehículo carecía de marcha atrás, lo estaban empujando para que retrocediera (maniobra provocada por una equivocación del conductor, que no había sido informado correctamente de la nueva ruta). Antes –y tras los atentados fallidos– habían aconsejado al heredero del trono que cancelara el desfile por la ciudad.
4 Serbia tenía en 2012 un PIB nominal per cápita de 9.215 dólares, menos de un tercio que el de España, aunque más que Bosnia-Herzegovina, Macedonia del Norte y Kosovo. Es uno de los países más pobres de Europa, ocupando el puesto 76 en el mundo.
5 Kusturica ha declarado que “Gavrilo Princip es el orgullo nacional de nosotros los serbios”, un “mensajero de la libertad”, “una persona que llevó libertad a los esclavos”, “un héroe nacional”. Ciertamente estaba dispuesto a morir por Yugoslavia (llevaba una cápsula de cianuro), pero porque era un precio aceptable para matar.
Antes de que te vayas…