La Guerra de Crimea fue un conflicto ocurrido entre 1853-1856 que se libró entre una coalición conformada por el Imperio otomano, Francia, Reino Unido y el Reino de Cerdeña contra el Imperio ruso y el Reino de Grecia. La península de Crimea se convirtió en el principal escenario de este enfrentamiento armado, que se saldó con la derrota de Rusia establecida a través del Tratado de París.
Antecedentes: decadencia otomana y expansionismo ruso
A finales del siglo XVII, el Imperio otomano se encontraba en clara decadencia con respecto a las naciones europeas. La corrupción era una práctica endémica y su ejército se había quedado obsoleto frente a los de sus amenazantes vecinos. Ante esta situación de debilidad, las potencias europeas (entre ellas Rusia) empezaron a intervenir cada vez más en los asuntos internos del Imperio otomano bajo el pretexto de proteger a las minorías cristianas, pero con el firme objetivo de ir tomando ventaja. En 1821, estalló la Guerra de Independencia de Grecia que había permanecido bajo el yugo otomano desde hacía siglos. Finalmente con la ayuda de Francia, Reino Unido y Rusia, el país heleno consiguió su ansiada independencia en 1830, significando un duro golpe para el orgullo de la Sublime Puerta. A su vez, a través del Tratado de Adrianópolis de 1829 Rusia consiguió reforzar su influencia sobre el Cáucaso y los Balcanes. Esta actitud de mantener al Imperio otomano debilitado será una constante en la política exterior rusa hasta el estallido de la Guerra de Crimea (1853-1856).
Por otro lado, el principado de Moscú había ido unificando progresivamente los estados eslavos de la antigua Rus de Kiev, transformándose en un zarato (1547) y después en un imperio (1721). Esta inexorable expansión provocó el irremediable choque de rusos y otomanos, dando lugar a incontables conflictos durante tres siglos entre las dos grandes potencias conocidos como las guerras ruso-turcas. Tras finalizar la guerra ruso-turca de 1768-1774, el kanato de Crimea antes vasallo del Imperio otomano, quedó bajo el control de facto por parte de Rusia. Además los zares obtuvieron otras ventajas como el derecho de tránsito de sus barcos a través de los estrechos de Dardanelos y del Bósforo, así como la intervención en los asuntos concernientes a la iglesia ortodoxa otomana. El kanato de Crimea quedó finalmente incorporado al Imperio ruso en 1783 durante el reinado de Catalina II la Grande. No obstante, el Imperio otomano volvería a enfrentarse a su eterno enemigo en un nuevo conflicto entre 1787-1792. Nuevamente derrotado, la Sublime Puerta reconoció de forma definitiva la anexión rusa del kanato de Crimea además de la cesión de Yedisán (suroeste de la actual Ucrania).
Para algunos políticos rusos, la expansión de Rusia hacia el sur presentaba un cierto cariz religioso en un intento por reunir a toda la población ortodoxa bajo la tutela de Moscú, la autoproclamada «Tercera Roma«. La población musulmana tártara que habitaba estos territorios se veía como un peligro para los planes expansionistas del imperio de los zares. Por esta razón, se ideó un ambicioso proyecto de colonización en el territorio conocido como «Nueva Rusia» (sur de la actual Ucrania). A finales del siglo XVIII se fundaron en esta zona importantes ciudades como Sebastopol u Odesa. Los esfuerzos de Rusia se centraron en tratar de expulsar a los tártaros de sus territorios por diversos medios así como favorecer el establecimiento de población cristiana en su lugar. No obstante, este auge tan vertiginoso del gigante del este fue visto con cierto recelo por parte del resto de potencias europeas. La rivalidad declarada entre el Imperio ruso y Reino Unido por el control de zonas como Persia o Afganistán próximas a la colonia británica de la India, dio lugar a lo que se denominó como «El Gran Juego«. A su vez, el creciente interés de Rusia en el mar Mediterráneo suponía una amenaza para el comercio colonial británico, el cual ya estaba penetrando en las regiones bajo dominio del Imperio otomano en la primera mitad del siglo XIX.
Crisis de los Santos Lugares
La creación del Segundo Imperio francés (1852-1870) de la mano de Napoleón III, produjo un cambio brusco en la escena europea. La política exterior de Francia se reorientó con el propósito de recuperar su antigua influencia perdida tras el Congreso de Viena (1815), aunque sin llegar a los niveles de su antiguo emperador Napoleón I Bonaparte. Los lejanos recuerdos de la derrota napoleónica en Rusia, así como las desavenencias entre Napoleón III y el zar Nicolás I, originaron un alejamiento entre estas dos naciones. La disputa que existía entre católicos y ortodoxos en torno al control de los Santos Lugares en Tierra Santa (territorio del imperio otomano) fue el pretexto de Francia (de mayoría católica) para enfrentarse a Rusia y limitar de esta manera la influencia de la iglesia ortodoxa. Estas tensiones entre católicos y ortodoxos acabaron por afectar a la Sublime Puerta y a sus relaciones con Rusia. Napoleón III pretendió obtener del sultán otomano Abdülmecit I el control efectivo sobre los Santos Lugares. Para intentar frenar los intereses de Francia sobre Tierra Santa, Nicolás I envió a Constantinopla al general Aleksandr Ménshikov en febrero de 1853. Rusia exigió la firma de un nuevo tratado con las autoridades otomanas que le permitiese el derecho de intervención con el fin de proteger a la población cristiana ortodoxa.
Desarrollo (1853-1856)
Rusia movilizó a sus tropas en la desembocadura del Danubio como medida de presión. Los principados de Valaquia y Moldavia, vasallos del Imperio otomano, fueron invadidos por Rusia lo que supuso un serio contratiempo para la Sublime Puerta. En el otoño de 1853, estallaron definitivamente las hostilidades entre el Imperio ruso y el otomano. En la batalla de Sinope, ocurrida el 30 de noviembre de 1853, tuvo lugar la destrucción de la flota turca a manos de los rusos. Otros enfrentamientos entre rusos y otomanos ocurrieron en el Cáucaso, frontera entre los dos imperios. Con el fin de sostener al Imperio otomano, el 25 de marzo de 1854 Francia, Reino Unido y el reino de Cerdeña declararon la guerra a Rusia. La intervención de Francia y Reino Unido en auxilio del Imperio otomano, tenía como objetivo impedir la salida de Rusia hacia el mar Mediterráneo. Los ejércitos aliados de Francia y Reino Unido invadieron la península de Crimea, territorio estratégico donde se encontraba la base naval rusa de Sebastopol. El desembarco comenzó el 14 de septiembre de 1854. El resultado de la batalla de Almá hizo retroceder a las tropas rusas que optaron por buscar refugio en Sebastopol. Otras cruentas batallas en este período fueron las de Balaclava y la de Inkermán. Durante este trágico episodio, buena parte de los soldados murió a causa de las enfermedades, el frío y la precariedad de la medicina bélica.
El sitio de Sebastopol por las fuerzas aliadas duró once meses, desde octubre de 1854 hasta su rendición en septiembre de 1855. Es de destacar que la difícil comunicación y las enormes distancias en Rusia, complicaron enormemente la logística de sus tropas. Por si fuera poco, el ejército ruso no estaba lo suficientemente preparado para sostener el esfuerzo de la guerra además de hallarse muy atrasado tanto en el aspecto táctico como en el organizativo, lo que le supuso una seria desventaja. Uno de sus mayores males fue la ineptitud del mando, en manos del príncipe Menshikov. Por contra, la Marina de guerra rusa organizó satisfactoriamente la defensa de Sebastopol que logró mantenerse durante casi un año frente a unas fuerzas muy superiores en número (300.000 franceses, 100.000 británicos y 30.000 turcos frente a unos 30.000 rusos). Una larga línea de trincheras de 120 km había sido excavada con gran mortandad para los combatientes de ambos bandos. Finalmente, con la base de Sebastopol en manos aliadas y tras la llegada al poder del nuevo zar Alejandro II, quien no compartía los sentimientos belicistas de su padre, se hacía innecesario continuar con la guerra.
Consecuencias
La firma del Tratado de París el 30 de marzo de 1856 puso fin a la guerra de Crimea, sin demasiados cambios territoriales. A través de este tratado se convertía al mar Negro en un territorio neutral, lo que supuso un serio revés para los intereses expansionistas rusos. Además perdía su influencia sobre los principiados de Moldavia y Valaquia. El equilibro europeo nacido del Congreso de Viena de 1815 quedaba enterrado definitivamente. Las futuras naciones de Alemania e Italia pudieron culminar sus procesos de unificación tras la desaparición de la Santa Alianza formada por Rusia, Austria y Prusia.
Por otro lado, algunos analistas han descrito a la guerra de Crimea como la ‘última guerra antigua‘ y el ‘primer conflicto moderno‘. Esto fue debido a la utilización de viejas tácticas de combate propias del siglo XVIII a la vez que se introdujeron armas mucho más mortíferas que en anteriores contiendas, tales como la artillería de sitio de gran calibre o los fusiles rayados del ejército aliado. A su vez, otros inventos de esta época como el barco de vapor, el ferrocarril, el telégrafo o la fotografía cobraron gran importancia durante este enfrentamiento, hasta el punto de influir de manera decisiva en él.
Pero la guerra de Crimea también significó la profusión de corresponsales de guerra, periodistas y fotógrafos profesionales que influyeron en la opinión pública de sus respectivos países, al informar detenidamente sobre el curso de los acontecimientos. En Reino Unido, este hecho incluso propició la caída del gobierno en manos de George Hamilton-Gordon. Siguiendo este razonamiento, el propio Napoleón III llegaría a proclamar lo siguiente: «En la etapa de la civilización en que nos encontramos, el éxito de los ejércitos, por brillante que sea, es sólo transitorio. En realidad, es la opinión pública la que conquista la última victoria». Una sentencia que se demostraría inapelable en los tiempos venideros.
Este conflicto también tuvo consecuencias a nivel sentimental y político. En Rusia aumentó el resentimiento contra Occidente, lo que provocó un dilema entre su identidad europea y asiática. La derrota rusa en la Guerra de Crimea había dejado patente el descomunal atraso ante la superioridad técnica de Francia y Reino Unido, por lo que Alejandro II abordó una intensa reforma del país. Una de sus medidas más ambiciosas fue la abolición de la servidumbre en 1861, aunque a efectos prácticos esto no mejoró demasiado las condiciones de extrema pobreza del campesinado ruso. A pesar de los intentos de Alejandro II por introducir reformas en su país, los siguiente zares (su hijo Alejandro III y su nieto Nicolás II) no presentaron la misma prontitud que su antecesor a la hora de mejorar la situación de su pueblo. La dinastía Románov quedaría finalmente abolida tras los sucesos de la Revolución rusa de 1917.
En el lado de los vencedores, Reino Unido consolidó la fortaleza de su industria nacional y de las clases medias pues los oficiales y soldados de bajo rango habían demostrado gran entrega, al contrario que sus superiores. En Francia, la victoria reforzó el patriotismo y dio alas a la expansión imperialista, aunque ello no impidió la caída de Napoleón III en la posterior batalla de Sedán (1870) en el curso de la guerra franco-prusiana. El Imperio otomano quedó bajo la tutela de Francia y Reino Unido, los cuales deseaban apropiarse de sus territorios. Después de la guerra, al Imperio otomano se le llegó a apodar como el ‘enfermo de Europa‘. Por otro lado, esta debilidad frente a sus vecinos europeos, propició que Austria y Rusia pusieran sus ojos en el territorio de los Balcanes, epicentro de futuros conflictos hasta la irrupción de la todavía más devastadora Gran Guerra (posteriormente llamada Primera Guerra Mundial).
Bibliografía
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