En el 711 el mundo musulmán se extendió por la península ibérica. Algunos de los príncipes hispano-visigodos se convirtieron ante las ventajas del nuevo poder que había tomado la antigua provincia romana, mientras que otros, decidieron resistir. Comenzó así la Reconquista.
Esta resistencia no fue rápida, ni en un principio estuvo planificada. Los príncipes que resistieron en el norte, de entre los que la historia ha destacado a don Pelayo, tenían la conciencia de que la cultura romana y cristiana era el destino original de aquellas tierras ocupadas por los infieles. Los reinos del norte se convirtieron entonces en la frontera de una civilización, de una ecúmene, llamada Europa frente a toda una cultura extraña y diferente que provenía de tierras más allá de lo que en su tiempo fuera el Imperio Romano.
Así pues, a pesar de diferencias regionales, orígenes diversos, ambiciones personales… los cristianos del norte peninsular tenían muy claro que debían recuperar lo que se perdió: la antigua provincia romana de Hispania y la gloria del Imperio Romano. Por ello, durante más de 700 años se produjo lo que los historiadores han tenido a bien llamar Reconquista. Este proceso produjo una cultura propia. Mientras que en Italia y en otros lugares de Europa las grandes dinastías legitimaban su origen en dioses mitológicos, emperadores o grandes hombres de la Roma clásica, las dinastías españolas se legitimaron en los guerreros que lucharon contra los infieles, aquellos que recuperaron el terreno perdido siglos atrás.
Esta cultura del “frente” de batalla es la que forjó la cultura de los reinos hispánicos que nacieron durante este proceso. Es importante tener esta idea en cuenta si queremos entender el porqué de las posteriores guerras contra el turco. La Reconquista no acabó en 1492, el norte de África también había sido parte del Imperio Romano. Por otro lado, América se consideraba una nueva frontera que había sido concedida a España por su fidelidad hacia el Imperio y la Iglesia. Reconquista, conquista y evangelización, cada una con sus formas diferentes de proceder, eran parte de la idiosincrasia de aquellos hombres (y mujeres) que dominaron el mundo durante los siglos XVI y XVII.
La Reconquista y los Reyes Católicos
Con la unión de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, la unidad de la antigua provincia romana de Hispania estaba cerca. Varios frentes quedaban todavía abiertos: Navarra, Portugal y el reino Nazarí de Granada. Mientras que mediante alianzas matrimoniales se intentaba aumentar la influencia en Europa, los reyes emprendieron la empresa de Granada, conscientes de que la Reconquista no acabaría hasta conseguir expulsar de Hispania a los musulmanes. Asistiremos en este conflicto a una de las primeras guerras europeas en las que se utilizaron armas de fuego y que algunos autores la insertan como clave en lo que se conoce por la historiografía como Revolución Militar. La victoria de 1492 otorgó a Isabel y Fernando el título de Reyes Católicos por parte del papa Alejandro VI.
Aunque a los mudéjares se les permitió conservar su religión, las presiones cristianas y las resistencias mudéjares obligaron a los reyes a firmar la Pragmática de 11 de febrero de 1502 que obligaba a la conversión o al exilio. Las tensiones en esta zona serán continuas a lo largo del s. XVI.
Como hemos señalado más arriba, la presencia del Imperio Romano en el imaginario de los reyes los impulsó a tomar el reino de Granada, pero no quedó ahí su empeño, sino que también tenían en cuenta que el norte de África formaba parte de la administración de Roma. También la necesidad de los nobles por practicar el “deporte de la guerra” fue un aliciente para emprender la campaña de Orán (Argelia). Una vez fallecida Isabel (1504), el cardenal Cisneros tomó las riendas de Castilla y puso sus ojos en el norte africano. En 1509 dirigió la campaña contra la plaza argelina junto con Pedro Navarro, obteniendo la victoria. La ciudad de Orán se mantuvo bajo dominio español cerca de trescientos años.
El mismo Pedro Navarro conquistaría Trípoli (Libia) en 1510, pero Carlos I entregaría la plaza a los caballeros de San Juan de Jerusalén en 1524.
Los turcos y Carlos I, el rey emperador
Ya bajo el reinado de Carlos I de España y V del Sacro Imperio se acometió, por la inercia que ya se venía dando desde los reyes católicos, la expedición contra Argel (Argelia), por Diego de Vera en 1516, pero esta resultó un fracaso. Se volvió a intentar en 1518 al mando de Hugo de Moncada, pero el resultado fue igual de malo.
El mismo Hugo de Moncada realizó una nueva expedición en 1520, esta vez contra Túnez, con el objetivo de tomar la isla de Gelves (actual Jerba, en Túnez), puesto que desde allí los turcos acosaban a las naves españolas. Ya se había intentado tomar bajo el reinado de Fernando el Católico en 1510, pero fue un desastre. Esta vez no ocurrió igual, el jeque de la isla, ante la superioridad hispánica, acabó capitulando y convirtiéndose en tributario de la corona.
En 1534 Barbarroja dominaba el Mediterráneo occidental acosando a los barcos mercantes españoles. Además, el pirata llegó a tomar Túnez, deponiendo al señor de aquellas tierras que era vasallo del rey. Al emperador le pareció esencial recuperar el control de aquellas tierras, por ello comenzó a planear una gran empresa para lograrlo. A ella se sumaron numerosos nobles de España, así como tropas del Sacro Imperio, órdenes militares como la de Malta, barcos y tropas portuguesas, genoveses y ayudas tanto de material como económicas como la financiación que hizo el papa de un destacamento.
Se prepararon dos flotas, una en Barcelona y otra en Génova. Una vez reunidos los efectivos zarparon hacia Túnez en 1535. El primer objetivo fue La Goleta (Túnez), puesto que era el puerto principal. Las tropas desembarcaron y se organizaron para el avance. En vanguardia iban los Tercios, recién creados mediante las ordenanzas de 1534. Túnez fue tomada el 21 de julio de 1535, convirtiendo esta empresa en el orgullo del rey-emperador Carlos quien mandaría tejer grandes tapices en conmemoración de la expedición junto a las victorias obtenidas en Italia en las guerras contra Francia.
Barbarroja y batallas navales
Para cuando llegaron las tropas españolas a las costas tunecinas, el pirata Barbarroja ya había huido. El emperador ordenó al almirante genovés Andrea Doria que lo persiguiera y lo atrapara. En 1538 la flota cristiana se encontraba en la bahía de Préveza (Grecia) cuando fueron informados de que los barcos del pirata turco se acercaban al lugar. A pesar de la superioridad de la flota cristiana, una serie de errores tácticos y los condicionantes climáticos provocaron que Barbarroja se hiciera con la victoria. El pirata también consiguió tomar Castelnuovo (actual Herceg Novi, en Montenegro) en 1539 después de una heroica resistencia española, muriendo prácticamente todos ellos en combate.
La lucha por el control del Mediterráneo produjo intensas batallas navales entre españoles y turcos como lo fueron Girolata (Córcega) o Alborán (Almería, España) en 1540. Carlos I siguió con sus campañas e intentó, sin éxito, tomar Argel en 1541. Por si fuera poco, la reanudación de las guerras italianas contra Francia abrió un nuevo frente. El Imperio Otomano se alió con los franceses para luchar contra los españoles. En este contexto tenemos contiendas como la defensa de Niza (Francia) en 1543, que se saldó con la victoria imperial.
La toma de Mahdía
Mahdía (Túnez) en 1550 supuso otra victoria de las tropas cristianas sobre los turcos, quienes vendieron cara su piel. El pirata Turgut Reis tomó esta plaza fuertemente fortificada con el apoyo de los poderes locales con el objetivo de hacer de ella su base de acciones piráticas. Ante este hecho, el emperador Carlos, con el apoyo del papa y de los Caballeros de Malta, decidió organizar la recuperación de la plaza. En junio de ese año se inició el asedio que fue duro, pues la ciudad estaba bien fortificada y la guarnición interior hacía constantes salidas para hostigar a las tropas españolas.
Se complicó aún más el asedio cuando llegaron los refuerzos turcos, lo que Turgut aprovechó para realizar un ataque a las tropas cristianas, quienes comenzaron a retroceder no sin defender su posición e incluso a los muertos, pues los musulmanes los recogían para mutilarlos y exhibirlos. Salvaron la situación los Caballeros de la Orden de Malta quienes repelieron a las tropas de Turgut con ayuda de la artillería. Éste, sorprendido por la reacción cristiana, huyó de la ciudad. Cuando llegaron los refuerzos de Italia se inició un bombardeo sobre la ciudad y, habiendo abierto tres brechas, se ordenaron ataques simultáneos. Los defensores lucharon con valor y las bajas fueron muy numerosas en ambos bandos. La ciudad cayó finalmente después de dos meses de asedio.
Bibliografía
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González Jiménez, Manuel, “Sobre la ideología de la Reconquista”, Memoria, mito y realidad en la historia medieval: XIII Semana de Estudios Medievales, Nájera, del 29 de julio al 2 de agosto de 2002, coord. por José Ignacio de la Iglesia Duarte, José Luis Martín Rodríguez, 2003.
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