Hernán Cortés, el sueño de ser conquistador

Cuando el adelantado Diego Velázquez eligió a Hernán Cortés como capitán de su expedición, creía que con él podría hacer y deshacer a su antojo. No sabía que el extremeño estaba convencido de que “había de comer con trompetas o morir ahorcado».

Un empresario joven y afortunado

En su Crónica de la Nueva España, Cervantes de Salazar contaba que, en cierta ocasión, tras despertar de un sueño que nadie adivinaba premonitorio, Cortés salió “con un contento nuevo y no visto” a relatar a sus más íntimos amigos que, en un tiempo no muy lejano, “había de comer con trompetas o morir ahorcado, e que ya iba conociendo su ventura y lo que las estrellas le prometían”.

Hernán Cortés

Desde su asiento en Cuba allá por 1511, la vida del de Medellín había dado un vuelco en todos los sentidos. En muy poco tiempo, el pobre indiano venido de Medellín que había pasado un lustro al margen de todo honor y toda gloria, se convirtió en uno de los hacendados más ricos de Cuba. ¿La clave del éxito? La ganadería.

Cortés tomó buena nota de su estancia en La Española. El éxito no estaba en el oro, sino en la ganadería. Siguiendo esa línea, pronto se convirtió en el hacendado más rico de Cuba

Durante su estancia en La Española, Cortés advirtió que la promesa del oro a raudales no era más que una leyenda. Había visto caer en la ruina a cientos de hombres. Pero aquellos que, como Nicolás de Ovando, optaron por otras inversiones, terminaron más ricos de lo que nunca pudieron imaginar. El ejemplo del que fuera gobernador de La Española era perfecto: acumuló una excelente fortuna apostando por la ganadería y diversificando sus explotaciones. Cortés tomó buena nota y replicó con éxito la fórmula de Ovando en una Cuba, donde aún no existían verdaderas explotaciones agropecuarias y donde cada vez recalaban más españoles necesitados de carnes, cueros, lanas y monturas.

Dos viejos socios con nuevas rencillas

Pero Diego Velázquez no llevó nada bien que su alumno aventajado pasase de sumiso y obediente a rival incipiente, especialmente cuando Cortés protagonizó una protesta de hacendados cubanos contra la administración del adelantado.

Francisco Hernández de Córdoba emboscado

El de Cuéllar no tardó en cobrarse la afrenta y, hacia 1514, aprovechando una falsa promesa de matrimonio que Cortés había hecho a una tal Catalina Suárez -sirvienta de la esposa de Velázquez- con el fin de pasar una noche con ella, encarceló al extremeño hasta que cumpliese su promesa y restaurase el honor de la muchacha. Cortés accedió, no sin resentimientos, aunque por el momento convenía restaurar el compadrazgo con quien había sido su principal valedor en el Nuevo Mundo. En recompensa (y para calmar las aguas), Velázquez le concedió al reconciliado y recién casado la alcaldía de Santiago de Cuba, cargo nada despreciable.

Velázquez siempre receló del rápido auge de Cortés y nunca le perdonó que encabezara una protesta contra él. Por eso lo encarceló y le obligó a casarse a la espera de poder domesticarle.

Durante unos años, ambos continuaron sus caminos procurando no entorpecerse. El metelinense prosiguió con sus explotaciones ganaderas y Velázquez probó suerte con expediciones de exploración al continente americano. Fue así cómo, entre 1517 y 1518, el adelantado cubano envió dos misiones de reconocimiento a la costa del Yucatán: una, al mando de Francisco Hernández de Córdoba y otra, dirigida por Juan de Grijalva. La primera terminó con más pena que gloria y la segunda no prosperó lo suficiente, pero ambas trajeron consigo animosas noticias relacionadas con el hallazgo de una civilización de cierta importancia y promesas evidenciales de una riqueza aurífera sin precedentes.

Expedición de Juan de Grijalva. Fuente: Pueblos originarios (@pue_originarios)

Un sueño «que las estrellas le prometían»

Velázquez despidiendo a Cortés

Aquí volvieron a unirse los intereses de los antiguos socios, porque el de Cuéllar no quería arriesgar toda su hacienda y era sobradamente consciente de que en toda Cuba no había otra fortuna como la de Cortés capaz de respaldar la formación de una armada de cierta envergadura. Y es que si Velázquez tenía ansias por conquistar y poblar tan rica tierra como habían pregonado sus exploradores, Cortés estaba aún más dispuesto a liderar aquella empresa, por ello no dudó en empeñar todos sus bienes para la consecución de tal fin.

Velázquez confiaba en que la bisoñez de Cortés le permitiría tejer a su antojo. Olvidaba que el extremeño lo había empeñado todo y que su determinación era arrolladora.

El error de Velázquez, quizás, fue confiar en que la inexperiencia y la bisoñez del metelinense conseguirían domesticarlo y hacerlo “muy fiel en todo lo que le encomendase”. No sabía que Cortés “había de comer con trompetas o morir ahorcado». Su determinación vencería.


Bibliografía:

Carlos Moreno Amador, La batalla de Centla y el inicio de la conquista de México: Análisis histórico y militar (2020).

José Luis Martínez, Hernán Cortés (1990).

Esteban Mira Caballos, Hernán Cortés: el fin de una leyenda (2010).

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