La Historia, afirmaba Cicerón, es luz de la verdad, la vida de la memoria, maestra de la vida. Esta cita latina nos puede ayudar a entender mejor qué es la Historia como ciencia y cuál es la responsabilidad de los historiadores.
Muchos piensan que la Historia son una sucesión de datos objetivos los cuales describen de forma positiva los acontecimientos que sucedieron en el pasado. Nada más lejos de la realidad. Por otro lado, las corrientes posmodernistas sitúan la subjetividad como algo central en la construcción de la historia, es decir: hay tantas verdades y construcciones de la Historia como personas o grupos en el mundo. Puro relativismo.
Por ello mismo traemos esta cita de Cicerón, donde el orador latino no nos dice que la Historia sea “la verdad”, sino la que la ilumina. Es decir, es como un farolillo que nos va mostrando el camino a seguir, siendo lo más importante la actitud en la búsqueda que la propia lumbre, pues ésta a veces alumbrará más y otras menos.
La Historia es vita memoriae, vida de la memoria, no la memoria en sí, sino aquello que le permite respirar. Muchas veces volver a nuestra infancia o juventud nos permite recordar quienes somos, así lo mismo con la sociedad, el pasado nos habla de nuestro presente y de nuestro futuro, por ello también es la Historia magistra vitae.
Por todo esto, la Historia no puede ser una simple adquisición de conocimientos alejados de nuestra existencia y la existencia de nuestro mundo, sino que debe ser concebida como aquellas palabras que nos decía nuestro padre o abuelo, cargadas de experiencia y sabiduría, y que nos guían y acompañan en nuestra vida.
Así pues, por poner un ejemplo, un hecho objetivo como el descubrimiento de América no debe ser considerado simplemente como una anécdota. En 2009 el presidente Barack Obama proclamó el 9 de octubre como día de Leif Erikson, un vikingo noruego que sobre el año 1000 llegó a las costas orientales de Norteamérica. Curioso que el día oficial de este “descubridor” sea tres días antes del avistamiento de tierras americanas por las tres carabelas hispanas capitaneadas por Colón. Si tratáramos el descubrimiento como una anécdota aislada, entonces tanto valdría el descubrimiento de Erikson como el de Colón, incluso situaríamos como más importante el del vikingo solamente por el hecho de que “llegó primero”.
Entonces es cuando llega el farolillo de la Historia, que va más allá de la simple anécdota y no se ciñe al pasado únicamente, sino que ilumina el camino, el ya recorrido, el que ahora recorremos y el que nos queda por recorrer. Y la Historia se pregunta, investiga y no encuentra casualidades. La cultura nórdica se considera a sí misma como originaria de una raza superior, de ahí surgen las grandes controversias raciales del norte de Europa y Norteamérica, controversias que no se encuentran en el mundo latino. Existen innumerables diferencias entre las culturas nórdica y latina, diferencias que se gestaron a lo largo de la historia y cuyas concepciones del hombre y del mundo en el que vive pueden marcar, aún en la actualidad, los destinos de los pueblos y de la sociedad en general.
El conocimiento de estas diferencias entre los muchos acontecimientos, corrientes y personajes de la historia, lo que implicaron y lo que ahora implican, lo que supone recordarlos u olvidarlos, darles mayor importancia o menos, investigarlos etc. todo ello es lo que forma la tarea del historiador. Por ello mismo los historiadores no somos enciclopedias andantes, sino profesionales que aprendemos a guiarnos por esa luz, analizar los hechos desde una perspectiva integral y reflexionar sobre ellos, con el objetivo de compartir lo que descubrimos para que nuestro trabajo contribuya a construir toda una cultura del bien común.