Podría decirse que la Antigua Grecia nos legó el mundo.
Debemos a los griegos los conceptos de democracia, o filosofía, por ejemplo, así como basamos nuestra forma de vivir actual en un gran desarrollo de las artes y de las ciencias que sin ellos no hubiera sido posible disfrutar hoy en día.
Numerosos adelantos técnicos y tecnológicos como la taxonomía, los relojes, los faros, las cañerías, los molinos de agua, las puertas automáticas o los primeros avances científicos en los campos de la biología, la medicina, la domótica o la robótica fueron también originarios de la Antigua Grecia.
Los romanos, por el contrario, no eran tan ingeniosos ni inventivos como los griegos, y su amor por las artes (poesía, literatura, plásticas) era claramente inferior y menos prolífico; sin embargo, eran mucho más pragmáticos y funcionalistas que ellos.
Podríamos decir que mientras los griegos eran artistas, los romanos eran ingenieros.
Pero las pasiones humanas igualaban a ambas sociedades. El amor, la envidia, el odio o la amistad son sentimientos comunes a todas las personas, y el arte, por lo tanto, también, ya que es el método de canalización de aquello que es tan irracional que no se puede expresar.
El teatro griego proviene de los antiguos cultos mistéricos que se derivaban de las principales deidades paganas. Estos rezos, ofrendas y tradiciones de carácter litúrgico acabaron desembocando en los festivales populares de la Antigua Grecia que rendían culto a Dioniso, el dios griego de la fertilidad, el vino y los placeres carnales.
Aristóteles fue quien analizó y recopiló las primeras teorías sobre los orígenes del teatro griego. En sus escritos, el filósofo afirma que la tragedia evolucionó a partir de los ditirambos, que eran canciones cantadas por el pueblo a modo de alabanza hacia Dioniso durante los festivales anuales.
Aunque al principio los ditirambos comenzaron como un estilo teatral y musical de improvisación rítmica y frenética, el poeta Arión nos habla del desarrollo del ditirambo a partir de una narración guionizada y formalizada, cantada por un coro profesional.
Pero luego cambiaría todo durante el siglo V a.C, de la mano de un poeta llamado Tespis, que inventó un nuevo estilo monológico que revolucionaría para siempre la historia del teatro.
En esta nueva forma dramática, un actor en solitario salía a escena para llevar a cabo los discursos de los guiones de la narración, empleando distintas máscaras para diferenciar a los personajes.
Los actores griegos hablaban y actuaban como si ellos mismos fueran los personajes, y se relacionaban con el coro, que actuaban como narradores externos y comentaristas de la acción.
Por lo tanto, es bastante común ver a Tespis representado como el primer actor de la historia.
Este nuevo estilo teatral pasó a formar parte de las celebraciones oficiales de las fiestas dionisíacas. Durante el año 534 a.C., se empezaron a celebrar concursos anuales de representaciones drámaticas, hasta que en el año 471 a.C., el dramaturgo Esquilo introdujo un segundo actor en la escena, lo que hizo posible el diálogo entre los personajes en el escenario.
Después, alrededor del año 468 a.C., Sófocles introdujo un tercer actor, generando situaciones dramáticas más complejas. Los personajes continuaban portando máscaras en escena, y el trío interpretativo acabó convirtiéndose en la convención formal de este arte.
El coro también poseía la función de un personaje independiente, y no necesariamente actuaba como narrador. Además, poco a poco la temática de las obras se fue ampliando, de modo que se empezaron a tratar otros temas de la mitología griega, al margen de Dioniso.
Durante el siglo V a.C., el teatro clásico se había convertido en una parte esencial de la cultura ateniense, y en una gran institución de orgullo cívico.
Y aunque había una gran cantidad de extraordinarios dramaturgos y actores en esta época, únicamente el trabajo de cuatro escritores ha sobrevivido en forma de obras de teatro completas: todos ellos atenienses.
Esquilo, Sófocles y Eurípides (que fueron dramaturgos trágicos) y Aristófanes (escritor cómico) fueron sus nombres, y sus obras de teatro, junto con algunas otras fuentes secundarias (como los estudios de Aristóteles), son la base de lo que actualmente sabemos sobre el teatro griego.
No obstante, el poder de Atenas cayó en picado tras su apabullante derrota frente a Esparta en la Guerra del Peloponeso. A pesar de que sus tradiciones teatrales parecían haber perdido su vitalidad clásica anterior, el teatro griego continuó durante el período helenístico de Alejandro Magno. Sin embargo, el género principal de este nuevo teatro no fue la tragedia, sino la llamada «nueva comedia«: farsas cómicas sobre las vidas anodinas de los ciudadanos comunes.
De esta época únicamente se conservan las obras del dramaturgo Menandro, un escritor cómico fuertemente influido por Terencio y Plauto.
Los ludi circenses (o «juegos circenses», en castellano) eran aquellos que se celebraban en los anfiteatros o en los circos romanos, y se subdividían a su vez en tres tipos:
- Juegos de gladiadores: Estos ludi (juegos) consistían en una serie de combates entre las distintas clases de gladiadores, que se llamaban así porque empleaban una gladius («espada», en latín) para luchar.
Se emitían en los anfiteatros, que eran una especie de recintos de perfil ovalado o circular que poseían una buena visibilidad desde cualquier punto.
Los gladiadores luchaban cuerpo a cuerpo intentando dar muerte al oponente. Por lo general, su vida importaba poco o nada a los espectadores, ya que la mayoría de los combatientes eran esclavos o prisioneros de guerra.
Si el perdedor resultaba herido tras la pelea, su suerte vital quedaba a merced de la opinión del público congregado: un flamear generalizado de pañuelos blancos que se repartían antes del inicio del espectáculo suponía su indulto, mientras que una marea de pulgares inclinados hacia abajo indicaba una condena a muerte sobre la arena.
- Hombres echados a las fieras: estos sangrientos y morbosos combates, también llamados venationes o directamente cacerías, consistían básicamente en duros enfrentamientos con bestias salvajes a las que el gladiador debía capturar o matar.
Presenciar estos brutales espectáculos era todavía más atroz y desagradable que hacer lo propio con los primeros, porque los hombres que participaban en ellos, para empezar, eran presos condenados a muerte, y se enfrentaban a los animales en condiciones de notoria inferioridad física.
Los desgraciados que no conseguían derrotar a las fieras (tigres, leones, osos o panteras, por ejemplo), eran cruelmente devorados delante de todos los espectadores.
- Carreras de aurigas: eran mucho menos violentas, pero más deportivas y emocionantes que los combates.
Estas carreras de carros tirados por caballos se celebraban en los circos, que eran unos recintos de perfil alargado (como los actuales hipódromos) cuya pista estaba dividida por una línea llamada spina (espina) en torno a la cual los aurigas debían completar varias vueltas para vencer: una operación muy peligrosa que exigía mucha técnica y una gran destreza.
Los contrincantes que competían solían ser cuatro, caracterizados cada uno de ellos con un color distintivo diferente, y era muy habitual que los espectadores realizaran apuestas cruzadas y siguieran el desarrollo de la carrera con mucha emoción.
Por el contrario, los ludi scaenici eran las representaciones escénicas que se celebraban en los teatros.
Los romanos preferían la comedia por encima de la tragedia, y Terencio y Plauto fueron los autores latinos teatrales más importantes, quienes divertían continuamente a sus espectadores con sus tramas de enredos e ingeniosos chistes.
También gozaron de una fervorosa aceptación popular diversos géneros menores del teatro como pudieron ser el mimo o la pantomima.