Camino de la Revolución, 1905
Antes de 1905, el Imperio Ruso, siempre a caballo entre dos mundos, Europa y Asia, empezaba a quedarse cada vez más descolgado de Occidente. En 1860, una década después de las últimas grandes revoluciones liberales de Europa, el país aún era plenamente un régimen absolutista de carácter feudal en el que una escasa burguesía comenzaba a desarrollar el conjunto de cambios políticos, legales, sociales y económicos que permitirían al Imperio dar sus primeros pasos hacia el capitalismo. Siempre, eso sí, bajo la atenta mirada de la autocracia zarista.
Aunque las reformas liberales empezaban a afectar a las estructuras económicas, sociales y culturales, el sistema político permanecía totalmente hermético e inamovible. Todos los intentos y ruegos para adoptar una mayor democracia y transparencia dentro de las estructuras de poder fueron duramente rechazados por los zares y la burocracia imperial. Incluso los pocos cambios consensuados, como la creación de los consejos rurales, tuvieron un alcance exiguo. La frustración por la inmovilidad zarista, en contraste con la de sus vecinos europeos, acabó siendo el germen a diversas rebeliones y creando una impronta dentro de algunos sectores de la población para los que la famosa demanda de “Tierra y Libertad” sólo se podrían satisfacer mediante la revolución.
Los primeros movimientos revolucionarios que comenzaron a surgir por la época no formaban parte de un grupo unificado, sino más bien un vasto espectro de células radicales, cada una con su propio ideario, escondidas para evadir la justicia de los zares. Las diferencias ideológicas entre las células, que no coincidían en sus planes para con la sociedad rusa ni la forma en que llevarlos a cabo, y la falta de unidad de acción impidieron que estos grupos llegaran a significar algún tipo de peligro para la Monarquía, por lo que esta apenas le prestó atención. Sin embargo, esto estaba a punto de cambiar.
En 1881, el Zar Alejandro II (1855-1881) muere en un atentado con bomba perpetrado por un grupo revolucionario escindido de Zemlyá y Volia (Tierra y Libertad). Fue sucedido por Alejandro III (1881-1894), ferviente conservador totalmente deseoso de vengar la muerte de su predecesor. Distanciándose de su padre y siguiendo la doctrina de su abuelo, se adhirió a una política de ortodoxia, nacionalismo y autoritarismo. Bajo su mando, el servicio policial secreto redobló todas las actividades destinadas a suprimir los movimientos revolucionarios o democratizadores del país, encarcelando o exiliando a sus miembros, se tomaron medidas contra “no rusos” y se potenció la fe ortodoxa sobre el resto de religiones. La comunidad judía, como suele ser habitual, fue puesta en el punto de mira. El éxodo de los intelectuales contrarios a la autocracia militar, los “no rusos” y los judíos hacia Europa Occidental permitió poner, por primera vez, en contacto a los pensadores rusos con el ideario marxista que se extendía sin parangón entre el resto de países. El primer grupo marxista ruso se funda en 1883, aunque el marxismo no obtendría una verdadera influencia en la sociedad hasta 1898, año de la fundación del POSDR (Partido Obrero Socialdemócrata Ruso).
Mientras los exiliados recorrían Europa empapándose de la chispa de la revolución socialista, en Rusia se potenciaba el proceso industrializador, intensificado en la última década del siglo XIX, con la construcción del ferrocarril Transiberiano y las reformas emprendidas por el ministro de finanzas, Serguéi Witte, el gran Ministro de la Rusia zarista, quien impulsó la economía nacional atrayendo a la inversión extranjera fijando el rublo al patrón oro. Sin embargo, a pesar de todas las reformas, el crecimiento y la prosperidad económica tan solo se concentrarían en Moscú, San Petersburgo, Ucrania y Bakú.
A la muerte de Alejandro III, con su hijo Nicolás II (1894-1917) en el poder, podemos dar comienzo al período prerrevolucionario. En 1901 da comienzo una crisis internacional que azotó a la Europa de la época y que se manifestó en Rusia de un modo particularmente agudo y doloroso al haber basado su economía mayoritariamente en el capital de los inversores extranjeros, quienes se retiraban a sus respectivos países. Las huelgas y manifestaciones rápidamente empezaron a aparecer y pronto se multiplicaron. Bajo el yugo de la crisis se arruinaron pequeñas y medianas empresas y la gente comenzó a pasar hambre. Tras el cierre de más de 3.000 fábricas, los famélicos trabajadores solo podían observar impotentes como las gigantescas corporaciones capitalistas monopolizaban las industrias vitales: la minería, metalurgia, fabricación de maquinaria… que pasaron a concentrarse en unas pocas manos.
En este ambiente de frustración y miseria se funda el Partido Socialista-Revolucionario (SR) como una organización de combate terrorista. El SR protagonizaría famosos y celebres atentados y asesinatos contra muchas de las figuras más relevantes de la Rusia zarista hasta 1905, logrando tan solo que el gobierno acabara transfiriendo aún más poderes a la policía.
La crisis sirvió para caldear un ambiente ya en ebullición merced a la falta de progresos democráticos y liberalizadores. Miles de desempleados de las fábricas regresaban a sus casas, al campo, donde solo les daban la bienvenida las malas cosechas y el hambre. En 1901, por primera vez en la historia rusa, miles de trabajadores respondieron al llamamiento de los partidos revolucionarios echándose a las calles de las principales ciudades bajo las viejas consignas de “Pan y Libertad”. Con motivo del 1 de Mayo, se convocó una huelga masiva que se extendió por todo el país, degenerando en choques violentos entre obreros y policía que acabó imponiendo una terrible represión.
En 1902 las revueltas y huelgas se recrudecieron en todo el país, manifestando el incipiente e imparable ascenso del tardío movimiento obrero ruso. La policía observaba con impotencia las reuniones y los mítines auspiciados por el POSDR, por lo que se vio obligada a recurrir a las tropas para reducir a los obreros. En 1903, bajo la dirección de los comités del POSDR, se llevaron a cabo huelgas generales en el sur del país, donde más de 200.000 obreros protestaron contra la autocracia zarista. Al final del año se produce uno de los eventos que acabaría conformando el curso de la historia.
Dentro del POSDR existían dos tendencias dominantes: una más conciliadora y democrática, que prefería pactar con los partidos liberales burgueses antes de, con el tiempo, llegar a la famosa dictadura del proletariado, y otra más radical e intransigente, que defendía que la ascensión del proletariado y la toma de todo el poder debía de hacerse de forma directa y violenta. Al finalizar el segundo congreso del POSDR, cuando se decidieron los puestos de poder dentro del partido y su curso de acción, ganaron las tesis de los segundos, encabezados por Lenin, quien renombró a su grupo como los bolcheviques (mayoritarios) y al resto mencheviques (minoritarios). La escisión fue irremediable y, de forma irónica, sería la única vez hasta su ascenso al poder, donde las tesis defendidas por los bolcheviques volverían a ser mayoritarias, siendo relegados hasta entonces a una posición marginal dentro de Rusia.
La efervescencia del momento no afectó solo a la clase obrera. Bajo la influencia de la lucha revolucionaria del proletariado se pusieron en movimientos otras clases y capas sociales. Los campesinos, sumidos en la desesperación de su miseria, se alzaron contra sus señores. En 1902 los levantamientos se habían tornado en actos violentos mientras los aldeanos se apoderaban de las tierras de los terratenientes y resistían con fiereza a la policía y el ejército. En las ciudades, el movimiento universitario estudiantil protagonizó huelgas y duros enfrentamientos contra la policía y la burguesía, sobre todo la baja y media, aunque escasa en el país, empezaba a dirigir sus ojos y demandas directamente al zar en busca de reformas que pudieran traer una mayor liberalización y democratización en el país.
La inminencia de la revolución se percibía en todos los estratos de la sociedad, por lo que el zar Nicolás II, en un intento de desviar la atención y unir al pueblo bajo un mismo fervor patriótico, declaró la guerra a Japón, un pequeño país al este que no podría competir con la magnificencia del Imperio. La guerra, que estallaría en enero de 1904, solo acrecentaría todas las contradicciones de la Rusia zarista, acelerando los acontecimientos revolucionarios. En un principio popular, las continuas derrotas en la guerra y la falta de objetivos claros acabaron contribuyendo al descontento general. La corrupción de los oficiales rusos, que traficaban hasta con el avituallamiento de sus propios hombres, y su ineptitud impidieron al ejército ruso ganar a unas tropas mucho más disciplinadas, mejor equipadas y mucho más motivadas como eran las japonesas.
La guerra solo sirvió para hundir aún más la economía y quebrar al erario público, dando lugar a bajadas generalizadas en los salarios y un aumento en la carestía. En el campo, la movilización del ejército tanto para labores de represión como de guerra en el frente oriental privó de brazos a las familias campesinas, generando descontento y hambre. A finales de año, un tercio del ejército tenía asignadas tareas de represión en el país. Lo que había sido utilizado como una cortina de humo acabaría ahogando a sus propios promotores.
A finales de 1904 Rusia está irreversiblemente derrotada en la guerra. La Marina Rusa ha sido prácticamente destruida y el ejército ha sufrido más de 200.000 bajas en el fallido intento de detener el imparable avance japonés por territorio ruso.
Lenin publicaría entonces un pronóstico de extraordinaria exactitud avisando de lo que pasaría si el país era finalmente derrotado en la guerra: “El desarrollo de la crisis política en Rusia depende ahora, sobre todo, del curso de la guerra contra Japón. Esta guerra ha puesto y pone al descubierto toda la podredumbre de la autocracia (…) y empuja a la insurrección más de lo que podría hacerlo cualquier cosa a las masas atormentadas del pueblo, a las que esta guerra criminal y bochornosa impone indecibles sacrificios. (…) todo lo que sirve para prolongar la guerra no hará más que agravar y agudizar la derrota”.
La chispa que inició el incendio fue un movimiento de solidaridad entre trabajadores motivado por el despido de cuatro obreros. Cuando se rechazó su reingreso al trabajo comenzó, en el acto, un paro en la fábrica. Pronto se adhirieron otras fábricas y miles de proletarios se sumaron a la manifestación en ese 3 de enero de 1905. El sábado 8 enero la huelga se había convertido ya en una huelga general y los participantes empezaban a contarse en cientos de miles. Rusia jamás había presenciado algo similar. La ciudad de San Petersburgo se quedó sin periódicos, sin agua y sin luz bajo un ambiente que presagiaba lo peor para el poder absoluto zarista.
El 9 de enero pasaría a la historia como el “Domingo Sangriento”. Esa misma mañana, una manifestación pacífica de protesta de obreros marchó por la calles de San Petersburgo. Estaba conformada por familias enteras y buscaban entregar al zar una petición de mejores laborales. A la cabeza se situaba un sacerdote y no respondía a ninguna consigna política. De hecho, los manifestantes marchaban portando iconos religiosos, cruces y retratos del zar, sin armas.
A pesar de esto, seguramente motivado por el clima de tensión que se vivía en todo el país, la manifestación fue salvajemente aplastada por tropas del ejército y los cosacos apostados frente al Palacio de Invierno, que no dudaron en disparar sucesivas descargas contra la multitud, persiguiéndolos después durante horas, cobrándose un número indeterminado de víctimas. Unas 2.000, según los periódicos de la época, entre hombres, mujeres y niños. El zar Nicolás II, de todas formas, no estaba en el palacio. Había abandonado la capital temiendo por su seguridad. Cuando se difundieron las noticias de la sangrienta represión y la huida del zar, el furor se apoderó del pueblo. La masacre fue un punto de inflexión para la fe que aún mantenía el campesinado en el zar. Los obreros empezaron a armarse y a enfrentar a las tropas. En todo el país se declararon huelgas y estas comenzaron a transformarse en una insurrección. El divorcio entre el zar y su pueblo abocaba al país a lo peor.
La represión del “Domingo Sangriento” hizo posible que muchos elementos de la sociedad emprendieran masivamente una protesta activa. Cada grupo tenía sus demandas, pero todos buscaban un mismo objetivo: cambiar el régimen absolutista. La situación económica de los campesinos era insostenible, sin embargo, sin una dirección unificada, poco podían hacer. Los levantamientos se multiplicaron durante todo el año aumentando la ocupación de tierras de la aristocracia, el saqueo de latifundios, la caza ilegal, la violencia y los incendios.
El problema campesino se arrastraría durante los siguientes 3 años. Las concesiones gubernamentales fueron vistas como un apoyo tácito a la redistribución de la tierra, por lo que se produjeron nuevos ataques para forzar a los terratenientes y propietarios a que huyeran. Creyendo que una reforma agraria era inminente, los campesinos quisieron aplicarla anticipadamente pero fueron firmemente reprimidos.
Los obreros, mientras tanto, hacían uso de sus armas. Se produjeron huelgas masivas inmediatamente después del “Domingo Sangriento”. La movilización se propagó rápidamente a los demás centros industriales y comenzaron a producirse incidentes entre los obreros y el ejército. En marzo, todas las universidades cerraron sus puertas en tanto que alumnos y docentes eran animadores de las huelgas y protestas, permitiendo que se unieran estudiantes radicales a los trabajadores en huelga. El primero de los posteriormente famosos soviets se estableció en Ivanovna-Voznesensk durante una huelga textil. En pocos meses los Soviets de Trabajadores se repartieron por todas las ciudades.
Estos soviets de diputados obreros, elegidos democráticamente por el propio proletariado, comenzaron a desempeñar el papel de gobierno provisional en muchas ciudades de Rusia. Los Soviets fueron comandados principalmente por los mencheviques ya que, en esta ocasión, los bolcheviques se opusieron a los mismos. Los leninistas consideraban que solo un partido fuerte y unificado podría guiar al proletariado hacía la Revolución, por lo que exigieron la completa subyugación de los comités a los órganos del partido, puesto que lo representantes elegidos por los trabajadores no podrían perseguir los verdaderos intereses de la clase trabajadora. Tiempo después, aprendiendo de los errores pasados, no permitirían que un arma política tan poderosa cayera en manos de otros partidos.
En el ejército cundía la inquietud y el desánimo tras la sangrienta y fracasada guerra con Japón, siendo visible principalmente en las unidades de reserva, lo que hacía difícil para el gobierno contar con la lealtad de los reclutas. Al difundirse públicamente las graves derrotas rusas en el Extremo Oriente, el Gobierno emprendió rápidamente negociaciones de paz con Japón, firmando el Tratado de Portsmouth con la mediación de Estados Unidos, reconociendo la derrota del Imperio Ruso.
A lo largo de 1905 hubo diversos motines entre la marinería en Sebastopol, Vladivostok y Kronstadt, alcanzando en junio su mayor exponente con la insurrección del acorazado Potemkin. Los motines eran desorganizados y acabaron siendo brutalmente aplacados, pero el descontento entre la masa popular y su propio ejército causó el temor gubernamental.
En la periferia, tras años de intentos de rusificación llevados a cabo desde el reinado de Alejandro III, los movimientos nacionalistas buscaban revertir la situación. Los polacos, fineses y las provincias bálticas reivindicaron su autonomía, así como libertad para usar sus lenguas nacionales y promover su propia cultura. Los colectivos musulmanes también fueron especialmente activos.
El Gobierno pasó rápidamente a la acción. El zar había tenido la esperanza de evitar cualquier cambio importante en la administración, por lo que destituyó al Ministro de Interior responsabilizándole de la masacre del “Domingo Sangriento”. Tras el asesinato de su pariente, el gran duque Serguéi Aleksándrovich, acordó realizar diversas concesiones. El 18 de febrero firmaría tres declaraciones, en la más importante de las cuales anunciaría la creación de una asamblea consultiva, la Duma Estatal. El 6 de agosto se promulgó una ley electoral. Cuando se dieron a conocer los escasos poderes de la Duma y las limitaciones al censo electoral, la impaciencia se incrementaría dando lugar a una huelga general en Octubre. El más poderoso de los soviets, el Sóviet de San Petersburgo, liderado por un grupo menchevique encabezado por Trotsky, organizó la “Gran Huelga” paralizando la capital rusa por días, durante los cuales no circularon tranvías ni operaron telégrafos ni teléfonos. Esta huelga se propagaría rápidamente a Moscú y llegaría hasta los ferrocarriles. En pocos días no había ningún tren activo en todo el Imperio Ruso.
El 17 de octubre, finalmente, tras mucha resistencia por parte de Nicolás II, se promulga el Manifiesto de Octubre para evitar un baño de sangre y, seguramente, ante la constatación del gobierno de que no podría contar con sus propias tropas. El manifiesto concede una gran cantidad de derechos civiles, la legalización de los partidos políticos, el sufragio universal y el establecimiento de la Duma como órgano legislativo central.
Cuando se proclama el manifiesto hubo manifestaciones espontáneas de apoyo en todas las grandes ciudades. Las huelgas de la capital y otros lugares fueron oficialmente desconvocadas o fracasaron al poco tiempo. Sin embargo, las concesiones estuvieron acompañadas por un redoblado esfuerzo represor contra los disturbios, encabezados en parte por una reacción conservadora contra grupos judíos.
Los disturbios acabarían en diciembre con un repunte final en Moscú. Entre el 5 y el 7 un comité bolchevique forzó una huelga general mediante amenazas de agresión y represalias a aquellos que no la respetasen. El Gobierno envió tropas el día 7 dando comienzo a una cruenta batalla calle por calle. Una semana después se desplegó artillería para dispersar las manifestaciones y bombardear los distritos obreros. El 18 de diciembre los bolcheviques se rendirían, dejando tras de sí un saldo de mil muertos y zonas enteras de la ciudad en ruinas.
Entre los partidos políticos creados, o legalizados, estuvo el Partido Democrático Constitucional, de corte liberal, el Grupo Laborista de los campesinos, el socialdemócrata Unión del 17 de Octubre (los octubristas) y la reaccionaria Unión de Terratenientes. Las primeras elecciones a la Duma se celebraron en marzo de 1906 y fueron boicoteadas por los socialistas, el SR, los bolcheviques y los anarquistas.
Ese mismo abril, el Gobierno promulgó la Constitución, asentando los límites de este nuevo orden político. La Carta Magna confirmaba al zar como gobernante absoluto con control total del ejecutivo, política exterior, Iglesia y Fuerzas Armadas. La Duma fue reformada, transformándose en una cámara de menor rango que el Consejo de Estado, la mitad de cuyos miembros eran elegidos directamente por el monarca. Las leyes habían de ser aprobadas por la Duma, el Consejo y el zar como trámite previo a su puesta en vigor, permitiendo al gobierno, en “condiciones excepcionales” sortear la Duma para promulgar leyes. Los ministros eran elegidos por el Zar y solo le rendían cuentas a él, respondiendo individualmente ante el monarca. La Duma carecía de poderes para controlar la acción de gobierno del soberano o de los ministros, pudiendo ser disuelta por el Zar en cualquier momento.
Tras demandar una liberalización más profunda y servir como plataforma para agitadores, la primera Duma fue disuelta por el zar en julio de 1906. A pesar de las esperanzas de los grupos revolucionarios y los temores del gobierno no hubo una reacción popular generalizada, permitiendo desatar una intensa represión sobre los pequeños grupos terroristas y revolucionarios.
En esencia el país permaneció inalterado. El poder político continuó perteneciendo al Zar en exclusiva, con la riqueza y la tierra en manos de la nobleza. La creación de la Duma y la represión, sin embargo, consiguió desestabilizar a los grupos revolucionarios. Sus líderes fueron encarcelados o huyeron al exilio mientras que sus organizadores se debatían en disputas internas: ¿debían aceptar la legalidad y presentarse a la Duma o continuar al margen? La división permanecería hasta el nuevo impulso de la Gran Guerra en 1914. La Revolución de 1905 acabaría siendo tan solo un primer ensayo general para la revolución que aún estaba por llegar.
La primera gran campaña revolucionaria podría haber terminado, pero las causas más profundas del estallido aún se mantenían inalterables en sus aspectos más esenciales. La estructura agraria semifeudal de servidumbre que levantó a los campesinos se vio reforzada y la pérdida de poderes de la Duma junto el carácter autócrata de la Rusia zarista permitió aglutinar a la burguesía, y parte de otros sectores de la población, en la lucha por alcanzar una verdadera transformación democrática. Mientras tanto, el proletariado dormía a la espera de ser despertado por el fantasma que llegaba desde Occidente.
Bibliografía
- Lorenzo, Pedro Luis. Personas con Historia, Ivoox.
- El abrazo del oso, Ivoox.
- Diez días que estremecieron el mundo, John Reed.
- Lenin, la otra cara de la Revolución Rusa, documental.
- La Revolución rusa, Cuadernos Historia 16.