En 2016, María Elvira Roca Barea publicaba Imperiofobia y leyenda negra, ensayo histórico que se convirtió en un auténtico “bestseller”, algo poco habitual en este tipo de libros. Roca Barea va desmontando a lo largo de las páginas de su magistral libro el relato negrolegendario que acompaña a todos los Imperios, centrándose muy especialmente en el Imperio español.
La leyenda negra que acompañó a la proyección imperial española ya fue tratada por Julián Juderías en su ensayo canónico sobre el tema, La Leyenda Negra. Desde entonces se han publicado infinidad de libros que han denunciado la falsificación burda de la Historia de España que provoca la leyenda negra: La leyenda negra: Historia y opinión de Ricardo García Cárcel; Los orígenes de la Leyenda Negra española de Sverker Arnoldson; Árbol de odio de Philip Powell; La leyenda negra de Joseph Pérez; Sobre la leyenda negra de Iván Vélez; 1492 España contra sus fantasmas de Pedro Insua…
José Luis Villacañas, catedrático de filosofía, ha publicado recientemente Imperiofilia y el populismo nacional-católico, donde se propone fundamentalmente rebatir las tesis centrales del libro de Roca Barea. Dicho ensayo del profesor Villacañas ha de encuadrarse en su trilogía sobre Historia de España: La formación de los reinos hispánicos; La monarquía hispánica; y ¿Qué imperio? Un ensayo polémico sobre Carlos V y la España Imperial. La interpretación filosófica de la Historia de España llevada a cabo por el profesor Villacañas se opone, de forma radical, a la desarrollada ampliamente por Gustavo Bueno dentro de las coordenadas del materialismo filosófico, sobre todo en su potente libro España frente a Europa.
J.L. Villacañas niega la existencia de un imperio español. Puede leerse en la página 302 de Imperiofilia la siguiente afirmación: “la pregunta que no se hace Roca Barea es: ¿Qué era el imperio español? Y debemos responderla así: el imperio español no ha existido nunca”. Esta rotunda afirmación choca frontalmente con la tesis fundamental defendida por Bueno que considero sumamente apropiada: la unidad interna de España estuvo determinada por su identidad imperial. El desarrollo de un ortograma imperial fue determinante en la constitución de España como entidad relevante de la Historia Universal (entendida esta, fundamentalmente, como dialéctica de los Imperios Universales). Dicho de otro modo, España tiene interés para la Historia Universal en tanto en cuanto se desarrolló como Imperio Universal de carácter generador. El profesor Villacañas dirá que nunca existió tal imperio, sino que tan solo fue una dudosa dignidad que recayó sobre Carlos I de España y V de Alemania por una cuestión de azar dinástico. He aquí el error que considero fundamental: J.L Villacañas confunde el Sacro Romano Imperio y el Imperio español. Pero para entender la proyección imperial de España, la llamada Monarquía Hispánica, es imprescindible retrotraerse (regressus) a las montañas asturianas del siglo VIII.
Diríamos, siguiendo de nuevo a Bueno, que la primera unidad de Hispania estuvo determinada por su identidad romana. Tras la victoria en la II Guerra Púnica, Roma empezará a organizar la península ibérica hasta convertirla en una provincia del Imperio (diócesis en tiempos del emperador Diocleciano). Sería ingenuo por nuestra parte decir que Trajano, Adriano, Teodosio… y demás personajes nacidos en Hispania son españoles, básicamente porque su identidad es romana. Hispania no es el centro del imperio, es una provincia más del mismo. Dicha unidad de los pueblos ibéricos lograda por Roma se mantuvo intacta con la penetración de los visigodos en Hispania, penetración que se desarrolló de forma masiva a partir de ser derrotados por Clodoveo en la batalla de Vouillé de 507. Si bien, como decíamos, Hispania conservó su unidad, no fue así su identidad (nótese que unidad e identidad son conceptos inextricablemente entretejidos). La identidad de la Hispania visigoda fue eminentemente católica, sobre todo a partir del abandono del arrianismo y conversión oficial al catolicismo de Recaredo en el Concilio de Toledo III de 589.
El punto de ruptura deberá ser situado, pues, en el siglo VIII, con la penetración en Hispania de las huestes islámicas de Tarik y Muza en el 711 y la derrota de Rodrigo en la jornada del Guadalete. Dicha invasión musulmana rompió la unidad que había forjado Roma, abriéndose paso pues una nueva identidad en los resistentes a la invasión refugiados en el norte de la península.
Esa nueva identidad estuvo relacionada con la asunción de un ortograma imperial infinito, que cristalizará sobre todo en tiempos de Alfonso II el Casto, que fijó una nueva capital en Oviedo. Ese ortograma imperial tenía como objetivo el recubrimiento del Islam, no solo peninsular, sino también extrapeninsular, de ahí que sea infinito desde su génesis. Por tanto será el ejercicio del ortograma lo que determinará la unidad de la Koinonía política y cultural que es España durante la llamada Edad Media. Considero pues, incompleto el concepto de Re-Conquista, pues lo que verdaderamente sucede no es una reconstrucción de la Hispania visigoda, sino la construcción de España. Valga como prueba algo que normalmente se suele ignorar: la onomástica. Los reyes asturianos, castellanos, leoneses, aragoneses… no retomaron los nombres godos (Alarico, Ataúlfo, Leovigildo, Ervigio…) sino que tomaron otros nuevos (Alfonso, Ramiro, Ordoño, Vermudo…). Sintetizando: la identidad imperial determinó la unidad de la Koinonía política y cultural compuesta por Reinos, Condados… . Fue el ejercicio del ortograma imperial lo que determinó la unidad de España.
Este punto de ruptura que causó la penetración islámica ya fue visto magistralmente por H. Pirenne, quien avisó que el fin del mundo antiguo no habría que situarlo en 476, cuando el hérulo Odoacro depone a Rómulo Augústulo y envía las insignias imperiales al emperador de la pars orientalis Zenón, sino en el momento en que la unidad del mundo mediterráneo se rompe por la irrupción de un elemento nuevo: el Islam. Por tanto, los llamados reinos bárbaros no serían sino una degeneración del Imperio romano. Desde esta perspectiva, afirmamos, aunque actualmente sea políticamente incorrecto, que España surgió frente al Islam (no entro a valorar si para bien o para mal. Es completamente indiferente)
Alfonso VII será el último rey de Castilla y León en usar el título imperial. A su muerte en 1157, divide los reinos entre sus hijos (Sancho III, Castilla, y Fernando II, León). Pero el ejercicio del ortograma imperial se mantuvo intacto (véanse las sucesivas pugnas por la reunificación de los reinos, finalmente culminada por Fernando III el Santo tras la concordia de Benavente en 1230). Será en el ejercicio de ese ortograma imperial donde se consiga la unidad de todos los reinos de España frente a “terceros” invasión almorávide, almohade (Navas de Tolosa) y benimerín (Salado). Una vez reducido el Islam peninsular al reducto nazarí, el ortograma imperial seguirá operando desde Castilla y León, no por una cuestión solamente de génesis, sino también de estructura, porque es el reino que ocupa una mayor extensión territorial y que alberga un mayor número de población. Dicho ortograma no se ejercerá frente al Islam, puesto que reducido al reino de Granada carece de poder, sino frente al resto de reinos, en vías a conseguir su anhelada unificación. Por ejemplo véanse los intentos de Juan I por recuperar Portugal bruscamente interrumpidos por la batalla de Aljubarrota de 1385, en la cual Juan I de Avís logra una resonada victoria frente al rey castellano; o el compromiso de Caspe de 1412 por el cual un Trastámara, dinastía de origen bastardo reinante en Castilla desde 1369, Fernando de Antequera, logra coronarse como rey de Aragón tras la muerte sin descendencia de Martín I el Humano en 1410, paso previo ineludible para la unificación política de España con el matrimonio de los Reyes Católicos en 1469, culminada tras la anexión de Navarra en 1512. Cabría hablar pues ya de nación histórica española.
La proyección del Imperio español, como por todos es sabido, trasciende el marco estrictamente peninsular y llega a dar la vuelta al mundo (Primus circundedisti me). No olvidemos que el objetivo primigenio de la expedición colombina era el recubrimiento del Islam y que en este objetivo se encontró con un nuevo mundo. Así, mientras Hernán Cortes “liberaba” a los pueblos oprimidos por la tiranía azteca ejercida desde Tenochtitlán, Carlos I se convertía en V de Alemania por los azares de su linaje, por tanto en emperador del Sacro Imperio, objetivo que ya había intentado lograr Alfonso X en el siglo XIII. No debemos confundir, pues, el Imperio Español Universal con el Sacro Romano Imperio, que es el error fundamental en el que incurre, a mi entender, el profesor Villacañas.
Ginés de Sepúlveda distinguió entre imperio heril e imperio civil, distinción que Bueno recoge como Imperio depredador (sometimiento y explotación como único ideal de la política imperial, sin buscar el desarrollo de las sociedades absorbidas) e imperio generador (sin negar los abusos, muertes y asesinatos que se producen en todo proceso de conquista, estos no deben ser achacados a la política imperial, que buscó el desarrollo de los pueblos conquistados mediante la fundación de universidades, ciudades… y, sobre todo, mediante la evangelización de los mismos, que quiere decir, básicamente, civilización). ¿Encontramos algún imperio capaz de paralizar una acción de conquista para preguntarse si es legítima o no dicha acción? Carlos I lo hizo a la espera del desarrollo de la controversia de Valladolid, que determinaría la continuación o la paralización de la empresa de conquista. Estos debates no fueron necesarios durante el desarrollo del ortograma imperial contra el islam, porque la conciencia neogótica de Reconquista en cierto modo los legitimaba. Pero, con la proyección de España en América, la situación mutaba y la bulas alejandrinas no eran suficientes para justificar la acción española en el nuevo mundo. De ahí la riqueza de los debates surgidos en torno a ello, en donde destacaron figuras ilustres: Soto, Cano, Sepúlveda, Las Casas, Vitoria… Entrar en las posturas defendidas por cada uno de ellos desbordaría el objetivo de estas líneas.
Por tanto y, sobre todo, tras la decisión de Carlos I de abdicar y de “librar” a su hijo Felipe II del Sacro Romano Imperio, será cuando el Imperio español realmente existente cobre unas dimensiones territoriales verdaderamente extraordinarias: “donde nunca se pondrá el sol”. Poco importa que al Imperio español no se le llamara Imperio, sino Monarquía Hispánica. Resumiendo, tras la proyección al Nuevo Mundo, la unidad de España lograda ya débilmente desde el siglo VIII, atravesará una profunda redefinición en función a una nueva identidad: el Imperio Universal Católico realmente existente, cuyo centro se ubicará en España, en concreto en Madrid, tras la decisión de Felipe II de erigir el monumental monasterio de El Escorial. Cabe hablar pues de nación histórica española. Un ejemplo de la utilización del concepto de nación en esta acepción será el Gran Memorial de Olivares al rey Felipe IV en 1624. La nación histórica española cobrará gran fuerza tras los decretos de Nueva Planta de Felipe V, que unifican todos los Reinos.
Por ello, siguiendo el magistral análisis de Bueno en España frente a Europa, España originariamente no es ninguna nación política, sino un Imperio, categoría política muy denostada en la actualidad, pero que han forjado la Historia Universal. Será con el desmembramiento del Imperio español en 1898 cuando se empiecen a manifestar con fuerza los movimientos secesionistas, porque la identidad imperial es lo que había forjado la unidad de España.