Establezcamos una analogía entre la persona concreta y la ciudad.
Podemos afirmar que en el momento del nacimiento del individuo nada condiciona ni determina —a nivel de ideas, pensamientos y contenidos experienciales— sus actos; como tabula rasa que es, nace al mundo ex novo desde la total y completa desnudez, bajo un suelo nuevo y limpio de ningún asentamiento anterior. Por lo tanto, el ser humano viene al mundo de la misma manera a como el asentamiento civil —aunque quizás sea mejor denominarlo «asentamiento», a secas, por prematuro—, se instala en un territorio determinado.
De la misma manera a como la persona abre los ojos y los sentidos todos al nuevo mundo, así el asentamiento tiene a la vista un panorama más o menos halagüeño y fértil (generalmente en un valle, junto a un río, lejos de arideces y de yermos parajes desérticos).
La persona pasa la cuarentena de la misma manera que el asentamiento supera, con mayor o menor acierto, las primeras jornadas en las que tiene que pugnar con los distintos elementos (climatología, fieras y depredadores, calidad de las construcciones, pericia para dotarse y satisfacer las necesidades básicas…). Cobra cuerpo y enteros la persona y adquiere, poco a poco, experiencias que le van dotando de conocimientos, al principio balbucientes y primigenios, pero que, con el tiempo,se van haciendo más complejos y heterogéneos, más sólidos y originales…
El asentamiento crece, y se incrementan las construcciones: al comienzo, el adobe sucede a la madera, y aquel es substituido por la piedra y el ladrillo; se elaboran los contenidos civiles, y se incrementa la efervescencia populosa: la persona crece en sentimientos y aprendizajes, y su «mundo» particular se va transformando en un «universo» más vasto, poblado y rico en contenidos.
El río, arteria fluvial de la sociedad, le permite desplazamientos si es capaz de construir naves para este propósito, y así conocer otros asentamientos con los que congeniará si son de iguales características al suyo.
Y llegamos a experiencias traumáticas, o no tan positivas como las descritas: alguna enfermedad, tristeza, extrañamiento, falta de sociabilización… en la que la persona adolescente, al igual que el pequeño pueblo, pone a prueba su razón de ser, se curte en la vida y acrisola su carácter con la necesidad y la adversidad —maestras insubstituibles en el devenir de la vida personal y de la sociedad.
Aunque el contorno y los perfiles del pequeño pueblo tienen una conformación determinada, las calles, plazas, casas y distintos establecimientos dotarán a la comunidad de identidades diversas, según nos coloquemos en una u otra zona de lugar habitado. De la misma manera, la persona, en tanto que sujeto plural de aprendizaje, experiencias y contenidos conceptuales… tendrá una identidad que oscilará en función de las relaciones que ejercite y el comercio vital que despliegue en su decurso vital.
La inteligencia personal esgrimida le ayudará a solventar y desarrollar problemas, cada vez, más enquistados; cada vez más insolubles e irresolubles; cada vez más maduros y alejados de la simplicidad de las cuestiones de los primeros años de su existencia. El pequeño pueblo, creciendo y más bullicioso de gente–lugareña y foránea–se ve obligado a acrecentar sus fronteras, y en el arrabal construye urbanizaciones y viviendas (diferentes a las del estilo de las más céntricas), y el pueblo crece y crece… y sus habitantes, en vez de ir a pie o en animales, toman, en un principio, bicicletas o autobuses públicos, o se sirven de motocicletas o coches… para llegar a los distintos lugares más alejados del pueblo y, así, gozar de un mayor tiempo libre y de ocio.
La persona crece, pues los años pasan, así como también la ciudad: esta deviene urbe y deja atrás su pasado rural. La capacidad individual de la persona se ha incrementado de un modo sobresaliente: su grado de experiencias y la predisposición para el aprendizaje han hecho del sujeto un ser diferente a todos los demás, con un carácter y una psicología mucho más compleja que la de sus primeros años de vida. Se relaciona nutridamente con otras personas, y su poso vital se desarrolla y despliega a pasos agigantados: su capacidad de esfuerzo y de trabajo es igualmente notable.
La urbe ha establecido relaciones con otras poblaciones de su entorno más cercano, en un principio, y ha aprendido las virtudes y los vicios de los otros lugares como si de un espejo se tratara, aplicando medidas cada vez más prudentes y cívicas en el ámbito público de convivencia.
El lapso transcurrido de tiempo no garantiza un mayor desarrollo —a todos los niveles— de la persona si no media una predisposición positiva, una actitud saludable y se aplican los contenidos aprendidos anteriormente de modo que estén bien orientados: con buena dirección y sentido. Así también, la urbe no tiene porqué incrementar —ni cuantitativa ni cualitativamente— sus fronteras establecidas si no hay una buena gestión del patrimonio, si no hay innovación, ni iniciativa privada, ni prudencia colectiva ni civismo.
De la misma manera a como el individuo, a medida que va sumando años e incrementando sus experiencias, va acrisolando su conocimiento, probándolo y aquilatándolo con objeciones e impedimentos de todo calibre y condición…y, así, irá forjando en su interior un núcleo de creencias e ideas fundamentales —que podemos llamar «primordiales»— en torno a las cuales gravita y pivota la acción de la persona…
así también, el pueblo, primero, y la urbe, después, configurarán su planta social en función de una serie de distritos más o menos céntricos: en torno a la iglesia o parroquia, si los individuos crecen en un ámbito religioso, o el ayuntamiento, si estos prefieren la política. O un tercer ámbito, el de la escuela o instituto, si las personas prefieren el aprendizaje como modo de vida.
Que la parroquia devenga ermita, mezquita o, incluso, catedral estará en función del tipo de creencias y del grado de intensidad con que las abrace: a mayor creencia y mayor subordinación de la vida a los principios religiosos, un mayor edificio de credo y veneración. Así en el individuo como en la urbe. Igualmente, el ayuntamiento será mayor o menor, albergando una pluralidad mayor o menor de opciones políticas, en función de la tolerancia, respeto y civismo de los individuos. Quien decida hacer de su vida un periplo por el aprendizaje podrá desarrollarlo en academias, colegios, o, si el afán es tan grande y global que se desborda de sus márgenes, la universidad. Por consiguiente, el corazón de la persona, en cuanto a creencias e ideas primordiales, estará copado, fundamentalmente, por estas tres opciones, aunque habrá siempre quien opte por otras vías igualmente respetables y válidas.
Hablamos ahora desde otra óptica, de la condición/carácter de la persona o urbe en función de una serie de parámetros concretos.
En primer lugar, hay que decir que la educación —recibida al principio y adquirida por la persona después— condicionará —si no determina—, su modus vivendi y su modus operandi hasta el punto que será lo que quiera ser en la vida si es consciente de sus potencialidades y capacidades, o quedar al albur de elementos adventicios e indeseables si la ignorancia inconsciente tiene preeminencia y hegemonía en el ser de la persona.
Imaginemos, ahora, que la urbe, otrora pueblo o aldea, se rige por principios religiosos de creencia: si es una mezquita pequeña, el imán tendrá a su cargo a pocos fieles (en la versión cristiana, la parroquia será templo o, incluso, catedral si el individuo supedita todo a la creencia religiosa y tanto es su fervor y su proceder dogmático que solo vive para esa realidad).Hay que decir que si la persona es del sexo femenino estará en una condición de desigualdad, sufriendo el machismo y las injusticias reales de actitudes endémicas, tanto en su manera de concebir la religión como al practicarla, pues si su creencia es superlativa tan solo puede llegar a ejercer como monja (en el ámbito cristiano, en el musulmán ni eso), y no puede llegar a párroco, obispo o papa.
Pero veamos el ámbito político: la persona ignorante regirá su vida de modo entrópico, displacentero e infeliz en extremo. La urbe puede ser democrática, oligárquica o despótica, y, consecuentemente, dirigir los destinos de sus habitantes en base a principios cívicos y republicanos, o monárquicos y tiránicos. De ahí provendrá buena parte de sus relaciones con el resto de personas y urbes colindantes
o su aislamiento secular mientras dure el tirano en el gobierno de las decisiones primordiales.
En cuanto al dominio del conocimiento, la persona devendrá cívica y sujeto de aprendizaje de todo tipo. Aprenderá contenidos provechosos y fructíferos en demasía; cosas que le servirán para la vida y para relacionarse con los demás. La ciudad tendrá en la universidad su máximo exponente si dedica parte de su interés y fondos económicos, sociales y culturales a esta empresa del aprender.
Que la comunidad se quede en un pequeño poblado o alcance las dimensiones, verbigracia, de Ciudad de México o de Tokio, dependerá de lo dicho hasta ahora: es en buena medida una historia plagada de éxitos, lo que hace posible el desarrollo hasta niveles óptimos y máximos. La persona será original, singularidad única e inigualable, y extraordinaria e irrepetible, si se propone, con lo dicho, forjar su destino
en base al aprendizaje y a la educación constante.
Será en base a su tamaño cuantitativo y de su calidad cualitativa el que la aldea/urbe/megalópolis establezca distintos tipos de relaciones —de toda índole— con el resto de aldeas/urbes/megalópolis del mundo. Hermanarse con las distintas comunidades, recibir influjos, aprender lecciones y ser, a su vez, espejo reflectante para otras sociedades… establecer viajes marítimos de cabotaje o, por el contrario, singladuras de alto nivel, cruzando océanos y mares inexplorados; viajar en aviones ultramarinos e intercontinentales, o transitar en animales de carga por la aldea recorriendo pequeñas distancias…