Las llanuras del este europeo se convirtieron en el hogar de diversos pueblos seminómadas que llegaban desde las estepas asiáticas. Hombres que marchaban buscando un mejor lugar para vivir o presionados por las acciones de otros pueblos. En la llanura panónica vivieron hunos, ávaros y magiares entre otros. Los tres se caracterizaron por ser temibles arqueros a caballo que saquearon y devastaron buena parte del continente. Los húngaros o magiares fueron los últimos en asentarse allí y durante unos 50 años «aterrorizaron» al occidente europeo.
El origen de los húngaros
La historia de los magiares tiene su punto de partida en unas tierras muy lejanas de la actual Hungría, en el este y el norte de la región de los Urales. Allí habitaba un grupo étnico-lingüístico conocido como ugrofineses, donde, por ejemplo, también enmarcamos a los finlandeses y a los estonios. Una parte de este grupo comenzó a desplazarse de forma paulatina hacia la zona situada al sur de los Montes Urales, la actual Bashkiria, cercana al río Volga. Desde allí iniciaron un viaje hacia el mar de Azov, para posteriormente establecerse en el mar Negro. Este grupo de protohúngaros comenzó a imbuirse de las culturas vecinas, lo que les aportó el conocimiento del uso del hierro y la vida de jinetes seminómadas.
En el siglo VII d.C. encontramos en la extensa área que abarca desde el mar Caspio hasta el mar Negro el Imperio jázaro, hallándose dentro de sus fronteras diferentes pueblos, y entre ellos los húngaros. Cuando este imperio comenzó su lento proceso de desintegración, al menos dos de las siete tribus que componían el pueblo magiar emprendieron un nuevo viaje a través de las estepas. Se desplazaron hacia el norte del mar Negro para fundar dos nuevos «reinos» en el siglo IX. Uno es Levedia, el otro, situado más al oeste, tomó el nombre de Etelköz. En este último, alrededor del 850, los húngaros se convirtieron en un pueblo independiente de los jázaros.
Hunor y Magor
Sobre los viajes de los magiares existe una leyenda que ha sido recogida en la Gesta Hungarorum. Según ésta, Hunor y Magor, hijos de Gog y Magog (reyes escitas), se encontraban cazando cuando vieron un ciervo al que se dispusieron a seguir. Pronto lo perdieron en la espesura de los pantanos del mar de Azov. Embrujados por un paisaje lleno de pastos, maderas y pescado, Hunor y Magor decidieron permanecer allí.
Otro día salieron en busca de mujeres, de cuyos enlaces nació Atila, el rey de los hunos, siendo sus descendientes los húngaros. Según esta leyenda, el hogar que habitaban comenzó a estrecharse, por lo que debieron emprender una nueva marcha. Esta crónica sirvió para alimentar en el imaginario colectivo la idea de que existía una conexión entre húngaros y hunos.
En cualquier caso, lo que si está claro es que los magiares tanto étnicamente, como culturalmente, fueron el producto de una acumulación gradual de diferentes culturas que se fueron uniendo a ellos a lo largo de sus viajes desde los Urales hasta Panonia (región que abarca parte de las actuales Hungría, Croacia, Serbia, Bosnia-Herzegovina, Eslovenia, Austria y Eslovaquia).
El último viaje
Hacia el 895, los húngaros de Etelköz sufrieron al oeste del río Dniéster un ataque relámpago de los pechenegos. El golpe se produjo por dos motivos: la presión que ejercían sobre los pechenegos otros pueblos situados más al este y su alianza con el zar búlgaro Simeón el Grande. Los efectos de la ofensiva pechenega tuvieron que ser devastadores, pues cuando tuvo lugar, casi todos los guerreros húngaros se encontraban luchando fuera ante la llamada de auxilio del emperador bizantino León VI el Filósofo.
Las tribus húngaras tuvieron que huir de los pechenegos cruzando los Cárpatos. La conquista de un nuevo hogar comenzó bajo el liderazgo de Árpád y Kurszán, quienes guiaron las siete tribus magiares. Alrededor del año 900, la ocupación de la cuenca danubiana se había completado y en poco tiempo comenzaron a mirar hacia el Principado de Moravia, que colapsaba tras la muerte del rey Svatuplok. Por su parte, el Reino Franco Oriental era gobernado por Luis IV el Niño, quien no podía ejercer ninguna autoridad sobre Panonia. Y, por último, el Imperio búlgaro sufrió una dura derrota frente a los bizantinos. Las condiciones para los magiares eran más que favorables para encontrar un sitio donde asentarse definitivamente.
El asentamiento definitivo
Las tribus que en un primer momento ocuparon la llanura comenzaron a esparcirse paulatinamente por diferentes áreas. Así, terminaron estableciendo una forma de organización común. Las ligas tribales siguieron el modelo jázaro de reconocer la autoridad de dos príncipes: un líder religioso, kende, y un jefe militar, gyula. En los momentos finales del siglo IX y principios del X los dos príncipes eran Árpad y Kurszán, aunque no sabemos que cargo ostentaba cada uno. Ahora bien, Kurszán falleció y se abandonó la tradición de los dos príncipes. De hecho, según las fuentes los descendientes de Árpád constituyeron una sola línea de príncipes hasta la desaparición del linaje en 1301.
Árpád y sus hijos ocuparon el área central de la cuenca, situada entre el Tisza y el Danubio. Además, la residencia regia seguramente se situó no muy lejos de lo que hoy día es Budapest. Por su parte, el poder central se fue reforzando poco a poco, pero mientras tanto los jefes tribales siguieron manteniendo un fuerte control sobre sus respectivas tribus.
El terror magiar
Para las fuentes occidentales del siglo X, el nuevo país en formación aparecerá bajo el nombre de Imperio ávaro, mientras que en el Imperio bizantino se hablará del país de los turcos. En cualquier caso, es este el momento en el que comienzan a aparecer de forma asidua en las crónicas. Es ahora cuando se convierten en un actor político principal en el continente, además de adquirir ahora su fama a través de sus incursiones en Moravia, Baviera, Austria, Sajonia, Italia, Lotaringia, Borgoña, Aquitania e incluso más allá de los Pirineos.
A lo largo del tiempo que duraron los ataques, los magiares fueron capaces de lanzar unas setenta incursiones, siendo a menudo llamados para ayudar a unos u otros en diferentes conflictos. Se convirtieron en unos jinetes capaces de aprovechar las oportunidades que se les presentaban para dedicarse al pillaje.
Fueron tantos los ataques que llegó a surgir en Occidente una oración de desesperación, la Sagittis Hungarorum, con la que pedían a Dios protección contra las flechas magiares. Estos jinetes realmente no hicieron más que aprovechar el desorden de toda Europa Occidental. Pensemos que por estos años la Francia de los últimos carolingios sufría ataques de normandos y sarracenos; mientras que los bizantinos lo reclamaban para luchar contra los búlgaros.
«Sálvanos y líbranos, a tus indignos sirvientes, de las flechas húngaras»
Sagittis Hungarorum
El ejército
Los magiares, al igual que otros pueblos esteparios, se caracterizaron por una asombrosa habilidad en el uso del arco a caballo. La movilidad de sus huestes y el tiro con arco les dieron grandes ventajas estratégicas sobre los ejércitos de los reinos occidentales. Sus capacidades bélicas descansaban sobre dos pilares: caballos resistentes y el arco compuesto.
El arco estaba diseñado para ser usado sobre el caballo y contaba con un gran poder para matar, así como un gran alcance. Ambas cualidades les permitía infligir grandes daños a sus enemigos sin acercarse en exceso. Por su parte, los caballos eran pequeños, rápidos, pesados y resistentes; todo estos les aportaba una gran movilidad que les permitía tener un reconocimiento superior del terreno. Esta circunstancia la aprovechaban para sorprender a sus enemigos y enfrentarlos en los puntos que tuvieran defensas más débiles. Igualmente, su maniobrabilidad les permitía atacar a sus oponentes de forma inesperada en sus flancos y retaguardia. En casos con situaciones tácticamente insostenibles podían retirarse con relativa facilidad evitando grandes daños, para después reagruparse y contraatacar.
Estamos ante una serie de ventajas técnicas que se vieron favorecidas por la facilidad de su ejército para dividirse en unidades autosuficientes que se podían reagrupar rápidamente y atacar en grandes grupos. Unas unidades que podían avanzar más rápido que el cuerpo principal para reconocer las huestes enemigas, y así buscar sus debilidades y descubrir localidades indefensas que fuesen sencillas de saquear.
Por otro lado, tanto los caballos como los jinetes iban libres de pesadas armaduras. Asimismo, a lo largo de sus migraciones en las estepas, los húngaros adoptaron el estribo de hierro, gracias al cual sus jinetes podían girar rápidamente.
Las tácticas
Cuando debían presentar batalla, los ejércitos occidentales intentaban buscar posiciones en los que sus puntos débiles estuviesen protegidos por accidentes naturales como un desfiladero o un río. Por su parte, los húngaros preferían los paisajes abiertos. Los magiares también intentaban que sus adversarios no hubiesen formado en orden de batalla antes de lanzar su ataque.
En caso de que el enemigo hubiese formado lanzaban lluvias de flechas con las que hostigarlos. Mediante esta técnica pretendían tentarlos a que presentasen batalla rompiendo la formación. Si no lo conseguían los magiares no presentarían batalla para forzarles a marchar en columna. Siendo esta última la formación más preferida por los húngaros para lanzar sus ataques, al colocarse los soldados en formaciones densas, las cuales eran un objetivo fácil para los arqueros. La solución de los comandantes occidentales fue hacer marchar a sus hombres a través de tierras boscosas, donde los magiares no podrían lanzar sus ataques.
Los guerreros húngaros usaban su velocidad y resistencia con el fin de eludir obstáculos de protección y así caer sobre las columnas en avance. Estos ataques los solían lanzar, como ya hemos dicho, contra la retaguardia, pues así se ponía peligro toda la columna. Pensemos que una derrota en la retaguardia solía sembrar el pánico en toda la columna. Con todos los hombres en desbandada comenzaría el saqueo. A este respecto, el emperador bizantino León VI escribió de los jinetes magiares:
«Cuando sus enemigos huyen, ellos [los húngaros], no se contentan, como los romanos y otras naciones, con seguirlos casualmente y robar su botín; sino que ellos, los persiguen constantemente hasta exterminarlos, si ellos pueden, hasta el último hombre».
León VI, emperador bizantino
Las desventajas
Aunque su mayor ventaja fuese el arco, en ocasiones y muy a su pesar, debían combatir cuerpo a cuerpo. Para este tipo de lucha prefirieron el sable, más ligero que las espadas occidentales, pero menos resistentes. Por supuesto, siempre se encontraban en desventaja en el combate cuerpo a cuerpo contra la caballería pesada, mejor preparada para esta labor que ellos. Esto era así salvo que antes hubiesen conseguido agotarlos y desmoralizarlos.
En ningún caso debemos sobreestimar el poder de estos jinetes esteparios, pues a pesar de lo que las crónicas puedan transmitir no eran ni mucho menos invencibles y contaban con una serie de debilidades estratégicas. De hecho, sus dos mayores deficiencias la constituían sus mismas fortalezas: sus caballos y sus arcos. ¿Por qué? En primer lugar, los magiares no portaban víveres para sus caballos (al contrario de los occidentales), por lo que requerían de grandes pastos con los que alimentarlos. En segundo lugar, sus arcos compuestos perdían gran efectividad en climas lluviosos; a lo que tenemos que sumar una construcción muy lenta, pudiendo durar hasta un año la elaboración de cada arco.
Objetivos
Su principal objetivo esencialmente era el saqueo, pero aprovecharon sus acciones para presionar a diferentes reinos y entidades para obtener rescates y tributos. Es decir, buscaban que los reinos occidentales les entregasen una suma de dinero a cambio de no devastar sus tierras. Las primeras raids (nombre con el que conocemos estas acciones) fueron para castigar al rey de la Francia Oriental Luis IV el Niño ante su negativa de cederles la soberanía de la Transdanubia. Por otro lado, también tenemos que pensar que el liderazgo magiar necesitaba guerreros que reforzasen su autoridad, guerreros que no salían gratis. La desintegración del poder carolingio abría a los magiares todo un mundo de oportunidades para saquear y así asegurarse la lealtad de todos sus hombres.
Bibliografía
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