La Reina Isabel de Braganza ha pasado por la Historia de España como una sombra, mientras que para la Historia del Arte, ha sido la luz que iluminó el camino para que nuestro Patrimonio cultural fuera conocido en el mundo entero. Veintiocho meses duró su reinado junto a Fernando VII, su marido, tiempo suficiente para apoyar, promover e implicarse en la creación del Museo del Prado.
El Museo Nacional del Prado abrió por primera vez sus puertas al público el 19 de noviembre de 1819, casi un año después del fallecimiento de su gran impulsora, la reina Isabel de Braganza. La mayor Pinacoteca de España y uno de los museos más importantes del mundo, vio la luz gracias a “la generosidad del rey y la participación de la reina”, tal y como publicó La Gaceta de Madrid en aquel momento. La idea de la creación del Museo del Prado no partió de ella, sino de su real esposo, que desde 1814 ya tenía en mente el proyecto del Museo Fernandino. Lo que sí le debemos a esta reina es el impulso que le dio, y no solo económico, que también, a la constitución del Museo de Pinturas y Esculturas, actual Museo del Prado, en el edificio que había diseñado el arquitecto Juan de Villanueva para ser ocupado como Gabinete de Ciencias Naturales en Madrid. Además, y quizás lo más importante, le debemos a Isabel de Braganza su sensibilidad y amor por la cultura que hizo que no entendiera, cómo cientos de cuadros dispersos en los sótanos de los palacios reales, “sin orden ni concierto” como afirma Rosario Camacho, catedrática del Arte de la Universidad de Málaga, no fueran expuestos al público. La reina se implicó en cuerpo y alma para que todo aquel Arte guardado en un cajón real saliera a la luz para el disfrute de su pueblo, y no solo para la nobleza.
Culta y poco dada a los excesos de la Corte, disfrutaba de la lectura y de la pintura, afición que cultivaba desde pequeña, cuando en su ciudad natal, Lisboa, maestros pintores portugueses le guiaban con el pincel. En Madrid, tomó clases de Vicente López y pasaba el tiempo en sus aposentos pintando retratos al óleo y acuarela de su marido y de su hija. No se conservan ninguna de sus obras, tal vez, como apunta Rosario Camacho, porque era muy exigente consigo misma o porque los destruía, sobre todo después de haber muerto su primogénita con tan solo cinco meses de edad.
Su interés por las Artes y por el mundo femenino se reflejó en su insistencia a la hora de crear nuevos estudios en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, extendiéndose estos estudios a la enseñanza del dibujo y el adorno a las niñas y mujeres. Siguió los consejos de Francisco de Goya sobre pintura y sobre el destino que se podría dar a las colecciones reales, que eran muchas. Y así, por ese gusto a la cultura, por su insistencia en sacar a la luz pública la ingente cantidad de obras maestras que atesoraba la Corona, y exponerlas en un mismo edificio para disfrute de su pueblo, fueron clasificadas 311 obras, las primeras que dieron luz al Museo del Prado. El pueblo de Madrid pudo disfrutar de tan bello espectáculo un 19 de noviembre de 1819. No así la Reina, quien no vería en vida aquel momento por el que tanto luchó. “Las Artes han perdido una ilustrada protectora que se complacía en sostenerlas y fomentarlas”, rezaba el titular de la Gaceta de Madrid al día siguiente de su fallecimiento. El pueblo sintió profundamente su pérdida y durante meses se publicaron en los diarios, versos de instituciones y particulares demostrando su dolor: “perdiste pueblo mucho bien en un instante… murió Isabel tu reina, tu señora, de las Artes y Ciencia protectora”.
La Reina que murió dos veces
A María Isabel de Braganza se le ha llamado la reina que murió dos veces. Tuvo una de las muertes más estremecedoras de la historia. Mientras daba a luz de su segundo parto en el palacio de Aranjuez, el día después de Navidad de 1818, perdió el conocimiento. Al parecer, padecía epilepsia, pero los médicos no lo sabían y creyeron que estaba muerta. Para salvar al bebé le practicaron una cesárea. Los gritos que dio al sentir cómo le abrían el abdomen fueron, según las crónicas, desgarradores, un auténtico alarido de dolor. La reina se desangró y murió. Tenía 21 años y está enterrada en el Panteón de Infantes de San Lorenzo de El Escorial como todas las soberanas que no han dado sucesión a la Corona. Junto a ella reposa el cuerpo del bebé que nació muerto.
Isabel de Braganza se ganó el cariño y respeto de su pueblo apenas dos años después de su llegada a España, en agosto de 1816, tras casarse con su tío el Rey Fernando VII. La pena con que la despidieron contrasta con la crueldad con la que la recibieron. La hija de la Infanta Carlota Joaquina y del rey de Portugal Juan VI, sufrió, nada más llegar a Madrid, cómo se las gastaban los españoles cuando querían hacer daño. Fue el centro de la diana de las burlas contra Fernando VII. En la verja del Palacio Real apareció un pasquín que rezaba: “Fea, pobre y portuguesa, chúpate esa”. Así describieron a Isabel de Braganza. Portuguesa era cierto, pobre también, pues llegaba sin dote y sin un ajuar digno de una Reina. ¿Y fea? A pesar de aquel mísero pasquín, en el Madrid de la época la describían como una señora hermosa y afable, de semblante agradable. Los pintores resaltaban sus manos y sus brazos por su gran belleza. Su aspecto era sano, sencillo, sin adornos excesivos en el vestir, pues la Reina renegaba de éstos si el precio era excesivo. De estatura media, cara redonda, boca pequeña… Pero nada mejor que juzgar por uno mismo, y para eso el retrato firmado por Bernardo López en 1829, considerado imagen emblemática para la historia del Museo del Prado. Pintado diez años después del fallecimiento de Isabel de Braganza, el Rey quiso tener con esta obra de arte un reconocimiento hacia su mujer por su implicación y defensa del museo.
“Jamás diríamos, se acordó de que era Reina, y tampoco lo olvidó jamás; lo primero se echaba de ver, sin mucha atención, en su humildad y en su humanidad…, lo segundo en la nobleza de sus modales y costumbres. Con razón, pues, muchos la respetaban como un ángel que había bajado del cielo para habitar entre nosotros”, y, añadiremos, para dar luz al Museo del Prado.
Bibliografía
- Manuel María Arjona. Elogio fúnebre de María Isabel de Braganza. 1819. www.bibliotecavirtualdeandalucia.es
- María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado. www.museodelprado.es
- Rosario Camacho. Conferencia Isabel de Braganza, promotora de las Artes. Museo del Prado 17-10-2015