La mar fue su escuela, le vio servir y delinquir, lo llevó a la gloria y grabó su óbito. Juan Sebastián Elcano ha pasado a la posteridad como uno de los más grandes navegantes de todos los tiempos. ¿Cómo logró completar la primera circunnavegación de la historia?
Más allá del halo epopéyico que rodea al héroe que capitaneó la conclusión de la Primera Vuelta al Mundo, encontramos al hombre, al marinero que, día a día y pese a todo, aguantó con tesón el capricho y la inclemencia de mares y océanos. El hombre y el marinero que, con justicia, reclamó lo que era suyo y de sus compañeros. El hombre el marinero que fue debidamente reconocido y recompensado por el monarca más importante de su tiempo.
La navegación en las venas
Nacido en Guetaria (Guipúzcoa) allá por 1486-1487, Juan Sebastián Elcano fue el primero de 9 hermanos de una familia de pescadores y marinos mercantes ligeramente acomodados. Elcano mamó desde muy pequeño el oficio de su padre (maestre de navío) y es muy posible que lo acompañara en sus navegaciones siendo un niño.
El joven Juan Sebastián tuvo que madurar forzosamente debido a la muerte de su padre en el año 1500. Elcano apenas tenía 14 años y, a pesar de la posición de su familia y las ayudas del gremio, urgía ocupar el puesto de cabeza de familia y continuar con el oficio de su progenitor.
Comerciante y soldado
Así, Juan Sebastián se curtió de acuerdo al oficio mercante, siguiendo las mismas rutas marítimas que el resto de navegantes vascos (por el Atlántico y el Mediterráneo) y llegando a tener una nave propia. Nave que, a la altura de 1509, Elcano puso a disposición de la Corona, tomando partido en la conquista de Orán promovida por el cardenal Cisneros y años después en las campañas italianas del Gran Capitán.
El de Guetaria vio una buena oportunidad de botín en estas empresas militares, pero desconocía los verdaderos riesgos que aquello acarreaba. La Corona no era buena acreedora para los particulares, tardaba en pagar y no siempre cumplía. Elcano lo experimentó en sus propias carnes. El marino vasco se sobreendeudó con mercaderes saboyanos para mantener a su tripulación, llegando a hipotecar su propia embarcación y viéndose obligado a venderla.
Un buscavidas arruinado
A sabiendas o no, Elcano incurrió en delito, ya que las leyes prohibían expresamente la venta de barcos a extranjeros en tiempos de guerra. De esta guisa, el de Guetaria optó por escurrir el bulto, huir y pasar desapercibido, deambulando y malvendiendo su oficio hasta dar con sus huesos en Sevilla, la ciudad-puerto por antonomasia.
Llegó allí, al igual que muchos otros, atraído por las numerosas expediciones que por aquellas fechas zarpaban del Puerto y Puerta de Indias.
Con Magallanes, rumbo al Maluco
Lo que Elcano no esperaba era darse de bruces con un proyecto totalmente diferente. Un proyecto con vistas a las Indias, sí, pero a las Indias Orientales. Aquellas donde se hallaban “las ricas islas del Maluco”, en las que el clavo, la pimienta y la canela eran tan abundantes como la miel en Jauja, y tan valiosas como el oro y la plata en el Viejo Mundo.
Con el patrocinio de la Corona, hacia 1518 el almirante portugués Fernando de Magallanes preparaba una expedición para llegar a las islas de la Especiería por una ruta alternativa a la de sus paisanos, que bordeaban las costas meridionales de África y Oriente. Magallanes estaba seguro de que, navegando hacia poniente, daría con el famoso paso que el Nuevo Mundo debía brindar al codiciado archipiélago asiático.
Juan Sebastián Elcano no lo pensó, frisaba los 32 años y aquella empresa podría suponer el gran golpe de su vida. Una buena paga y volver cargado de especias era una gran oportunidad para poner fin a sus deudas y limpiar su nombre. Se enroló a bordo de la nao Concepción con el rango de contramaestre, bajo la capitanía de Gaspar de Quesada.
Una dura travesía
Una vez todo estuvo listo, el 10 de agosto de 1519, las cinco naves (Trinidad, San Antonio, Victoria, Concepción y Santiago) levaron anclas en el puerto de Sevilla y zarparon. Desde allí pusieron rumbo a Canarias y, a continuación, aprovechando los vientos, se dirigieron al Brasil portugués, a donde arribaron el 13 de diciembre, en la Bahía de Santa Lucía. En Brasil, todos quedaron asombrados por la exuberancia del lugar y el hervidero comercial en el que se había convertido. El 27 de diciembre la armada vuelve a zarpar, esta vez costeando el Cono Sur, explorando el Río de la Plata y llegando el 31 de marzo a lo que ellos bautizaron como Puerto de San Julián.
En este trance, la travesía se endureció notablemente: la temperatura había descendido a bajo cero y en las costas sólo había yermo. El hambre apretaba y el frío aún más. En estas condiciones las relaciones entre Magallanes y el resto de capitanes españoles terminaron estallando cuando éste decidió hacer la invernada allí. Los capitanes Gaspar de Quesada y Luis de Mendoza auspiciaron un motín imponiendo 3 condiciones a Magallanes: compartir el derrotero de la travesía, ajustarse a las Instrucciones reales y liberar a Juan de Cartagena, apresado tiempo atrás por haber desafiado la autoridad de Magallanes.
Indultado a la búsqueda del Estrecho
Elcano, conforme a la disposición de su capitán, se sumó al motín y fue testigo de su fracaso. Magallanes tomó el control de la situación y ajustició brutalmente a los cabecillas. Gaspar de Quesada fue decapitado y a la postre descuartizado y otro tanto se hizo con Luis de Mendoza, aunque éste había muerto durante el alzamiento. Por su parte, a la partida de la armada, en agosto, Juan de Cartagena fue abandonado en tierra junto a un clérigo llamado Pedro Sánchez de la Reina. Elcano no destacó en el motín y afortunadamente corrió mejor suerte, siendo apercibido y reinsertado en la armada.
Magallanes prefirió ahorrar vidas y mantener a todos los marinos experimentados para lo que se avecinaba. La búsqueda del paso se convirtió en toda una odisea, en un rompecabezas maldito con travesías confusas en las que las naves se perdían de vista. Aquello terminó con el naufragio de la Santiago y la deserción y vuelta a España de la San Antonio. A pesar de todo, las 3 naves restantes continuaron hasta llegar y desbrozar el estrecho, encontrando su salida el 28 de noviembre.
El periplo por las Filipinas
Descubierto el Estrecho, la expedición comenzó su navegación por el Pacífico. Y, aunque la climatología fue algo más benigna que la pasada, apenas encontraron islas en las que avituallarse. Pronto comenzaron el hambre y los primeros indicios de escorbuto. Hacia el 6 de marzo de 1521 topan con la isla de Guam, a la que bautizaron como “Isla de los Ladrones” porque los nativos se lanzaron a por ellos robando cuanto podían.
Para buena estrella de la tripulación, la armada pronto topó con otras islas donde pudieron hacer acopio de agua y comida abundante. Finalmente, el 7 de abril de 1521, llegaron a Cebú, la isla más rica de toda Filipinas, donde entraron descargando una eufórica salva de artillería.
En Filipinas, Magallanes pactó con el rey de Cebú y se comprometió a ayudarlo contra el rey de la vecina isla de Mactán, que se negaba a acatar su autoridad. Allí, el 27 de abril, el marino portugués dejó la vida, derrotado frente a los guerreros nativos, muy superiores en número a los europeos. La tragedia culminó cuando, a su vuelta a Cebú, Duarte de Barbosa, cuñado y sucesor de Magallanes, aceptó la invitación del rey local a un banquete de despedida en el que él y otros 26 marinos fueron pasados a cuchillo. Elcano, como la mayoría de la tripulación, no se fio del ofrecimiento y, enterados del macabro desenlace, dejaron atrás las Filipinas.
Capitán a la fuerza del sino
A la muerte de Barbosa, el mando de la expedición volvió a recaer en un portugués, Joao Lopes Carvalho, quien tomó la determinación de abandonar e incendiar la Concepción ante su mal estado y la falta de tripulación. Pronto, el nuevo capitán dio cuenta de su incapacidad, siguiendo un derrotero confuso y arriesgando innecesariamente las vidas de un puñado de hombres entre los que se encontraban Juan Sebastián Elcano y Gonzalo Gómez de Espinosa, enviados como embajadores ante el rajá de Brunei. Fueron apresados durante dos semanas, ante lo que los navíos españoles decidieron atacar a una nave en el puerto. Los apresados, aprovechando el lance, se revolvieron y amenazaron a sus captores, logrando escapar.
Ante el desastre, Juan Sebastián Elcano y Gonzalo Gómez de Espinosa, los hombres fuertes de la armada, con el respaldo de la marinería, se hicieron cargo de la expedición y relevaron a Joao Lopes. Elcano asumiría la capitanía de la nao Victoria y Gómez de Espinosa el de la Trinidad. Ambos se encaminaron sin demora a las Molucas, evitando cualquier contratiempo.
Al fin, las Molucas
Al fin, el 7 de noviembre, con ayuda de unos pilotos locales, Elcano y Gómez de Espinosa llegaron a las codiciadas “islas del Maluco”. A su entrada en la isla de Tidore, el rey de la misma, conocido como Almansur, los recibió con gran regocijo, esperando que los castellanos los liberasen del dominio al que les tenían sometidos los portugueses. El mismo rey propuso a los españoles bautizar a la isla con el nombre de “Castilla”.
A pesar del caluroso acogimiento y el buen negocio hecho, los dos capitanes decidieron comerciar rápidamente y partir de la isla el 18 de diciembre al advertir la presencia de portugueses en el lugar. Sin embargo, la Trinidad pronto detectó una avería y optaron por regresar. Y, aunque el rey de Tidore ofreció carpinteros para reparar la nave, Gómez de Espinosa y Elcano acordaron volver lo antes posible a España por caminos distintos. Elcano, al mando de la Victoria, lo haría continuando la ruta hacia poniente y Espinosa aguardaría a la reparación de la Trinidad y regresaría navegando hacia el Este, por América.
Rumbo a España. Elcano se enfrenta al Índico
Elcano eligió la ruta más complicada y osada: la ruta de los portugueses. Contra todo y contra todos, optó por completar aquella primera vuelta al mundo que nunca estuvo planeada. Decidió atravesar el Océano Índico (el cual desconocía) buscando los vientos que lo llevaran al Cabo de Buena Esperanza. Zarparon el 21 de diciembre de 1521, con velas nuevas y la cruz de Santiago grabada bajo la inscripción “Esta es la Figura de Nuestra Buenaventura”. A bordo llevaban la nada despreciable cantidad de 600 quintales de clavo.
A duras penas, enfrentándose a tempestades y evitando la costa para no ser detectados por los portugueses, Elcano tomó la determinación de descender al paralelo 40º Sur, estando a punto de descubrir Australia.
Elcano desafía a los portugueses
Al llegar al Océano Atlántico, el régimen de vientos acompañó a la Victoria y Elcano vio cómo rápidamente remontaron la costa occidental del continente africano. Para entonces la nave se encontraba dañada, la tripulación apenas tenía víveres y el escorbuto era dueño de la marinería. Las muertes se sucedían día tras día y aumentaban progresivamente. A la altura de Guinea, el 14 de junio, Elcano decide costear el litoral en busca de vituallas, pero no encuentra otra cosa que manglares.
La situación era insostenible y Juan Sebastián consultó si la mejor opción era continuar hasta España o hacer un alto en las islas de Cabo Verde -bajo dominio portugués- para recuperar fuerzas. El peligro era mucho, pero la necesidad era aún mayor: optaron por el alto. Así, el 10 de julio de 1522, llegaron a las islas de Cabo Verde, de donde tendrán que partir después de que los portugueses capturasen a los 13 hombres que desembarcaron en busca de víveres.
“Fuiste el primero en darme la vuelta al mundo”
Juan Sebastián Elcano no lo pensó. Las condiciones de la Victoria y sus tripulantes no podían ser peores, pero, a pesar de todo, eran conscientes de que volver a España era la única opción de sobrevivir. Elcano, conocedor de esta región, decide seguir la Volta do mar portuguesa y puso rumbo a las Azores, desde donde se dirigirá a España.
Por fin, el 6 de septiembre de 1522, después de 3 años y 14 días, y tras haber recorrido la friolera cifra de 46.270 millas marinas (85.700 kilómetros), la Victoria, casi desarbolada, parcialmente inundada y con tan sólo 18 hombres famélicos, arriba al puerto de Sanlúcar de Barrameda. Elcano y los pocos supervivientes de la Victoria lo habían conseguido. Habían completado la primera circunnavegación de la historia de la humanidad y habían regresado a España cargados con un majestuoso cargamento de 27 toneladas de clavo de la India, monopolio exclusivo del rey de Portugal.
Acogidos en la Casa de la Contratación, Elcano aprovechó para escribir a Carlos V informándole de la proeza acometida, los males pasados y los avatares sorteados: “Dígnese saber V. M. que hemos regresado dieciocho hombres con uno sólo de los barcos que V. M. envió… Sepa V. M. que hemos encontrado alcanfor, canela y perlas. Que… se digne estimar en su valor el hecho de que hemos dado toda la vuelta al mundo, que partidos por el oeste, hemos vuelto por el este”.
El emperador respondió que se holgaba mucho de su regreso y del “descuvrimiento de la especería”. En recompensa, Carlos concedió a los supervivientes (incluidos los presos en Cabo Verde) su quinto real además de un cuarto del clavo traído. Por su parte, premiando el arrojo del Cano a título personal, Carlos nombró al de Guetaria caballero, le concedió el título “Primus circumdedisti me” («Fuiste el primero en darme la vuelta al mundo») y una pensión anual de 500 ducados, además de perdonarle el delito cometido años antes con la venta de su nave.
Su último viaje
Elcano pudo haber gozado de una vida cómoda y holgada, y así lo hizo durante al menos 3 años, los cuales pasó en la Corte y en juntas como la de Badajoz y Elvas, donde se buscó un nuevo acuerdo entre España y Portugal en el reparto del mundo. Sin embargo, aquella vida palaciega no era para Juan Sebastián Elcano, quien en cuanto tuvo la oportunidad se unió a otra expedición de fortuna a las Molucas: la de frey García Jofre de Loaysa. El de Guetaria se enroló una vez más rumbo a la Especiería, con mejor cargo y reputación, pero con un destino totalmente diferente.
Juan Sebastían Elcano no pudo completar su última navegación. Murió el 4 de agosto de 1526 en pleno océano Pacífico víctima, posiblemente, de una intoxicación. Tenía 40 años. Las mismas aguas que lo llevaron a la gloria recogieron su cuerpo para la eternidad. Su legado quedó ligado a una de las mayores gestas de la historia de la humanidad. Una gesta que recoge su título y que por siempre resonará con fuerza en los ecos de la Historia: “PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME”.
Bibliografía:
Varios autores, «Actas del Congreso internacional V Centenario de la Primera vuelta al mundo» (2018)
Tomás Mazón Serrano, «Ruta Elcano»
José Luis Comellas, «La primera vuelta al mundo» (2012)