Fray Junípero tiene el honor de ser el único español que tiene una estatua en el Salón Nacional de las Estatuas situado en el Capitolio de Washington, capital de los Estados Unidos, lugar donde están representados los personajes ilustres de esa gran nación. Este fraile franciscano español, poco conocido en su tierra -ya se sabe, uno no siempre es profeta en su tierra y más si su tierra suele con frecuencia olvidar a sus prohombres más estimables de una manera un tanto ingrata- representa al Estado de California.
Juan Pablo II lo beatificó el 25 de septiembre de 1988 y Francisco lo canonizó 27 años más tarde. Estamos hablando de un personaje con una biografía excepcional, digna de la más absoluta admiración. Aunque algunos se dediquen a empañar su figura tratando de derribar sus estatuas, nunca podrán empañar la obra de Junípero, de San Junípero.
Siempre adelante
Sempre endavant (siempre adelante). Así acabaría rematando Fray Junípero sus cartas. Con esta frase quedaba consignada de alguna manera el que sería su rasgo más admirable: una voluntad abnegada de entrega hacia los demás sin que nada ni nadie pudiera detenerlo.
Miguel José Serra y Ferrer nació en un pueblo agrícola del Reino de Mallorca llamado Petra, en 1713, el mismo año que se firmaba el Tratado de Utrecht que ponía fin a la Guerra de Sucesión española, una guerra que involucró a todas las grandes potencias europeas. Dos años más tarde entrarían en vigor los decretos de Nueva Planta quedando abolidas las leyes e instituciones genuinas del Reino de Mallorca. La entrada de los Borbones en España con sus grandes reformas acabaría, sin quererlo, glorificando la vida de este mallorquín recién nacido, pero no adelantemos acontecimientos.
Los padres de Miguel José eran unos labriegos analfabetos, que se esforzaron denodadamente en inculcarle la fe desde que era un crío. Ingresaron a su hijo en la escuela de un convento franciscano en Petra y de ahí partió a ampliar estudios en el Convento de San Francisco de Palma. A sus 16 se hace fraile cambiando su nombre por el de Junípero. Se interesó por la filosofía de un paisano suyo, Ramón Llull, y acabó dedicándose a la docencia, llegando a obtener cátedra en la Universidad Luliana. De baja estatura y altas dotes para la oratoria, Fray Junípero predicó por toda la isla consagrando su vida a Dios. Hasta aquí todo hacía presagiar que la vida no le depararía otro destino, pero Fray Junípero y su discípulo el Padre Palou, amigos y futuros compañeros de andanzas, deseaban dedicar su vida a la evangelización de los nativos de América. Necesitaban un nombramiento específico de una autoridad civil. Este nombramiento tardó en llegar. Finalmente en 1749 parten de Palma dejando atrás su tierra, su familia y su pasado. Nuestro Junípero tenía 35 años.
El fraile marcha a hacer las Américas
Palma, Málaga, Cádiz, Puerto Rico, son las etapas del viaje hasta llegar finalmente al puerto de Veracruz a finales de 1749. De Veracruz recorrerían el Camino del Virrey hacia Ciudad de México, un recorrido de unos 500 kilómetros. Pudo hacerlo en carruaje, pero prefirió hacerlo a pie. En ese viaje un insecto zancudo le picó en la pierna contrayendo una dolencia y una cojera que le acompañó el resto de sus días.
A partir de junio de 1750, junto a su compañero de andanzas el Padre Palou es destinado a las misiones de Sierra Gorda, una región abrupta al norte de la capital novohispana desde la que se divisa el Golfo de México en los días claros. Allí estaría de 1750 hasta septiembre de 1758. Durante estos años aprende el pame, una lengua que usaban aquellos indios. Será una constante en su vida querer evangelizar a los nativos en la lengua que les era propia.
El siguiente destino de Fray Junípero iba a ser Texas, peligroso territorio comanche disputado por los apaches, donde unos misioneros habían sido masacrados por tribus nativas. Fray Junípero aceptó, estaba ansioso por llegar ahí para salvar las almas de aquellos salvajes que incluso practicaban la antropofagia, aunque aquello le costara la vida, pero la muerte del virrey frustró su llegada. El fraile se quedaría en Ciudad de México. Desde el colegio misional de San Fernando atendió durante años las misiones cristianas de la Nueva España. Puebla, Valladolid (hoy Morelia), Oaxaca… Y siempre iba caminando, a pesar de su cojera y de los hinchazones que se le producían en el pie. Siempre adelante. Durante estos años también desempeñó un cargo como comisario de la Inquisición, e hizo de maestro de novicios.
Los jesuitas son expulsados
Mediante la Pragmática Sanción de 1767, Carlos III decreta la expulsión de los jesuitas, una decisión muy polémica, que como hemos anticipado antes, llevaría al bueno de Junípero no solo a alcanzar la inmortalidad civil, sino la gloria eterna.
Los jesuitas encargados de evangelizar a los nativos americanos serán sustituidos por dominicos y franciscanos. En las Californias (la Alta y la Baja) 16 misioneros franciscanos encabezados por Fray Junípero llegarán para hacer la labor misional tras la salida de los jesuitas.
Las autoridades tenían prisa por entrar en esas tierras, como veremos a continuación. Y el fraile también estaba impaciente por conocer esas latitudes. La pierna ulcerada que le impedía caminar no fue suficiente para que éste rehusara seguir adelante. Se negó a que tuvieran que llevarle en volandas, así que pidió que le aplicaran el mismo remedio que se usaba para las bestias de carga y parece que la cosa funcionó. La comitiva salió de México rumbo al puerto de San Blas, desde donde se embarcarían rumbo a la Baja California. El remplazo comienza en Loreto, sede de la Misión de Nuestra Señora de Loreto, frente al Mar de Cortés.
La Alta California
Años más tarde, los dominicos se quedan con la Baja California y los franciscanos se trasladan a la Alta, zona todavía inexplorada por el Imperio, donde Junípero culminaría su gran obra.
La Corona española aun no se había molestado en ocupar las tierras occidentales de la Alta California que le correspondían por decisión papal. El Imperio británico consiguió expulsar, tras la guerra de los siete años, a los franceses del continente norteamericano y había aumentado su frontera hasta el río Misisipi, colindando con la de la Nueva España, que también había agrandado sus dominios siéndole cedida el resto de Luisiana. Cuando los piratas ingleses empezaron a asomar sus proas por las costas de California, a las autoridades españolas les entró la prisa. Además llegaron noticias de que los rusos habían irrumpido en el mismo escenario, pues años antes Vitus Bering había cruzado el estrecho que lleva su nombre.
En 1765 el Gobierno envía a Nueva España en calidad de visitador a José de Gálvez. Tres años más tarde se celebra la Junta de San Blas que supone lo que algunos han llamado “la última expansión española en América” y es aquí donde va a entrar en acción nuestro protagonista. Los franciscanos son los elegidos para la labor colonizadora.
La misión como institución de frontera
Es preciso recordar que la colonización española siempre se concibió como una empresa de integración de los territorios que anexaba; y no como una empresa de expulsión y depredación. Dos modelos coloniales en expansión quedaban separados por el río Misisipi. En términos buenistas (Gustavo Bueno), el Imperio español, a diferencia del inglés, fue un “imperio generador” donde se buscó el mestizaje biológico y cultural. Por ello, la labor de los frailes como avanzadilla era fundamental para pacificar la zona y comenzar el proceso de aculturación. Los españoles solían entrar con la cruz, dejando la espada a un lado. En no pocas ocasiones los misioneros se empeñaron en prescindir de la compañía de soldados. El historiador Herbert Eugene Bolton trató este tema en su ensayo Las misiones como institución de frontera (1917) y tiene palabras muy esclarecedoras al respecto:
“De esta manera, entonces, las misiones sirvieron como agencias fronterizas de España. Como su primera y principal tarea, los misioneros difundieron la fe. Pero además, designados o accidentalmente, exploraron las fronteras, promovieron su ocupación, las defendieron de los asentamientos interiores, enseñaron a los indios la lengua española, y los disciplinó en las buenas maneras, en los rudimentos de la artesanía europea, de la agricultura, e incluso del autogobierno. Además, las misiones fueron una institución creada para la preservación de los indios, en oposición a su destrucción, tan característica de la frontera angloamericana. En las colonias inglesas los únicos indios buenos eran los indios muertos. En las colonias españolas se pensó que valía la pena formar a los nativos para esta vida, así como para la siguiente”.
En 1769 partieron hacia la Bahía de San Diego en la Alta California. Primero llegaron dos de los buques. El tercero naufragó muriendo la tripulación. La expedición liderada por Fray Junípero y el militar Gaspar de Pórtola llegaría más tarde por tierra. Allí se fundaría la primera misión, la Misión de San Diego de Alcalá.
No se detendrían ahí. Había que seguir hacia el norte. Ese mismo año, Gaspar de Pórtola y el misionero Juan de Crespí dieron con un lugar que tenía potencial para un asentamiento. Dos años más tarde Fray Junípero ordenó construir la Misión de San Gabriel Arcángel. Pocos años más tarde en ese lugar donde Juan de Crespí recomendó construir un asentamiento y donde Junípero levantó una misión, un pequeño grupo de españoles, indígenas, mestizos y mulatos fundaría el pueblo de Nuestra Señora la Reina de los Ángeles del Río de Porciúncula, más conocido como Los Ángeles. Hoy en día el área metropolitana de la ciudad tiene casi 20 millones de habitantes. No se equivocaba Crespí, evidentemente ese lugar tenía potencial.
Volvamos otra vez al año 1770. Pórtola y los suyos siguieron hacia adelante. Hacia el norte concretamente. Llegaron a la Bahía de Monterrey donde fundaron la Misión de San Carlos Borromeo de Carmelo, en la actual ciudad de Carmel-by-the-Sea, o Carmel a secas, conocida por sus encantadoras tiendecitas y porque ese gran cineasta llamado Clinton Eastwood Jr. -más conocido como Clint- ha sido su alcalde.
San Antonio de Padua, San Gabriel Arcángel (ya mencionada), San Luis Obispo de Tolosa fueron las tres siguientes misiones que fundó Fray Junípero en la Alta California.
Pedro Fagés sustituyó a Pórtola. Fray Junípero no sintonizó con el nuevo gobernador militar. Terco como una mula, el fraile agarró nada más y nada menos que una mula, valga la redundancia, e hizo más de 1.500 kilómetros hasta llegar a Ciudad de México donde fue a visitar al nuevo virrey Antonio María Bucareli. Allí le convenció de sustituir a Fagés y lo acabó consiguiendo.
Su amigo, el mallorquín Francisco Palou fundó en 1776 la Misión de San Francisco de Asís (conocida como la Misión de Dolores) en un lugar insalubre y brumoso, difícil para la agricultura. La misión se reubicó en 1791. Es la única de las misiones californianas que se encuentra inalterada. Hoy se halla rodeada de una gran ciudad, con un área metropolitana de más de cuatro millones de habitantes, que lleva por nombre el mismo que el de la misión.
Fray Junípero fundó algunas misiones y atendió la fundación de otras en calidad de padre presidente de las misiones de la Alta California. También presidió algunas misiones de la Baja California fundadas por jesuitas tras la salida de éstos, como la ya mencionada Misión de Loreto.
Nueve misiones fundó en total. La Alta California fue la gran obra de su vida y allí, como no podía ser de otra manera, falleció tras una larga enfermedad. Era un 28 de agosto del año 1784. El Padre Junípero se encontraba en su querida Misión de San Carlos Borromeo (Monterrey) , fundada por él mismo y donde hoy descansan sus restos.
La labor de este misionero franciscano no se redujo al aspecto espiritual. Enseñó a los indios a leer y a escribir, además de diferentes oficios: desde roturar el terreno para la siembra a la construcción de casas de adobe. También les enseñó a levantar acueductos y a trazar canales de riego, y cosas tan básicas como el manejo del pico y la pala.
El padre del vino californiano
El legado de Fray Junípero es incalculable. No solo le debemos la fundación de muchas misiones. Las misiones, al fin y al cabo tenían un carácter temporal, lo importante era que éstas debían ser el germen de una ciudad. El fraile plantó la semilla, y pudo ver como el árbol crecía, pero nunca pudo apreciar en vida el resultado final en todo su esplendor: San Diego, Los Ángeles, San Francisco, Monterrey, Santa Bárbara…
A la luz están los resultados de esa simiente plantada por el franciscano, pero dejando el plano metafórico, igualmente llevó consigo los primeros sarmientos a una región que hoy es considerada como una de las zonas vitivinícolas más ricas del mundo. Por ello es considerado “el padre del vino californiano”. Si California fuese una nación independiente, sería el cuarto productor de vino del mundo, por detrás de Italia, Francia y España.