La ciudad de Pompeya en 100 objetos

El dr. Rubén Montoya nos comenta sobre su último libro.

El primer flechazo con la Roma antigua sucedió cuando tenía 7 años, durante una visita a la ciudad romana de Segóbriga con mis familiares. Era fin de semana y decidimos pasar la tarde en unas ruinas cercanas que todos conocían… todos menos yo. Aún recuerdo, a lo lejos, el majestuoso cerro sobre el que se asienta la ciudad romana, cubierto de vegetación, con restos de algunas cartelas oxidadas y sin vigilancia alguna. Eso era mi arqueología por aquel entonces: las historias que me habían transmitido sobre una ciudad romana en ruinas donde hubo sacerdotes, gladiadores, políticos, comerciantes y actores. Poco quedaba en pie de sus edificios y solo las ruinas del teatro y el anfiteatro permitían hacerse a la idea de su pasado glorioso. Allí me enamoré de la antigua Roma… no sabría decir cómo. Pero sucedió. Desde aquel día siempre quise volver, fascinado por los escenarios reconstruidos en mi imaginación. Y comencé a ser testigo del avance de las excavaciones arqueológicas en aquel sitio. Después de eso vino mi primer viaje a Roma con 15 años. Y ese amor por la antigüedad sentó sus bases en aquel viaje. No sabría decirte por qué. Desde los 15 años Roma se convirtió en una idea constante… en un hogar donde uno siempre vuelve a desconectar y reconectar. Y, tras Roma… Pompeya. Y después de Pompeya… Roma, de nuevo. Y desde entonces nunca he dejado de buscarme y reencontrarme a lo largo y ancho del mundo antiguo. 

La antigua Roma para mí es un espacio seguro. Es un hogar. Casi a diario, afirmo que no es un lugar donde nos gustaría permanecer si viajásemos desde nuestro presente actual. Por poner algunos ejemplos… la esclavitud, la violencia y la misoginia estarían por doquier… y no es una época donde nos gustaría rehacer nuestras vidas. Sin embargo, la antigua Roma, para mí, ha sido un lugar al que he podido evadirme, donde he podido sumergirme e iniciar diversas aventuras para huir de un presente poco seguro. Roma, con sus múltiples escenarios, ha sido ese espacio donde he podido escribir mis propias narrativas, a mi antojo. Y es quizá eso lo que me conecta con la antigüedad y mantiene viva mi pasión por el mundo clásico.

Casa del Efebo

Nuestro Carlos III de España, Roque Joaquín de Alcubierre, y otros personajes que adquirieron importancia en dicha empresa arqueológica supieron ver en las antigüedades del pozo Nocerino, en la población de Resina, el potencial suficiente como para iniciar un desarrollo cultural sin precedentes. Carlos III amaba las antigüedades y, a través de su política, se convirtió en el guardián y garante de un legado clásico que había permanecido oculto durante siglos. 

El inicio de las excavaciones, centrado en los objetos más preciados (esculturas, pinturas, mosaicos…) llevó consigo la destrucción del contexto arqueológico. La arqueología clásica estaba en pañales y fue precisamente la empresa arqueológica iniciada por Carlos III la que permitió que las bases de la arqueología clásica se asentaran. Inicialmente se buscaban objetos preciados, pero inmediatamente el interés por el contexto comenzó a acrecentarse: se diseñaron las plantas de edificios, comenzaron a protegerse, poco a poco, las ruinas… sabemos que, al margen de las primeras excavaciones, hubo tentativas no oficiales para recuperar objetos preciados y antigüedades… y dichas prácticas ilícitas han continuado hasta la actualidad. Las actuales excavaciones de la villa de Cività Giuliana, al norte de Pompeya, precisamente tuvieron su origen en la incautación de la propiedad hace unos años debido al descubrimiento de excavaciones ilegales para la venta de antigüedades al mercado negro.

Cuando refiero a excavaciones gloriosas pretendo recordar los grandes episodios de la arqueología vesubiana ligados a los devenires políticos de la región: desde nuestro Carlos III, a la presencia de los franceses, o a las grandes iniciativas emprendidas por directores del yacimiento como Giuseppe Fiorelli.

Podríamos hacerlo y, de hecho, se ha hecho. Existen estudios muy detallados sobre le abastecimiento de agua corriente en la ciudad y qué mansiones estaban conectadas al suministro de la misma antes del terremoto. Pero más allá de ese porcentaje, mi interés reside en que, tras el gran terremoto, el suministro de agua corriente cesó y hubo grandes remodelaciones en los tres canales de distribución de agua en la ciudad. El agua corriente no fue en los últimos años un bien constante, y toda la población tuvo que adaptarse a métodos más tradicionales, como el uso de cisternas, pozos, o la redirección del curso del agua por otras vías para que llegase a las mansiones.  

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Creo que hoy en día nadie se escandalizaría por observar decoraciones de tipo sexual tanto en el museo como en Pompeya. Puede que nos impresione observar cómo, hace casi 2.000, los desnudos y las escenas de este tipo, incluso divinidades como Príapo, formaban parte del repertorio visual del momento. La censura y el escándalo que vino después surgió debido a los sesgos ideológicos, culturales y religiosos que existían en el siglo XVIII respecto al desnudo y a la sexualidad; sesgos que, en su mayor medida, han sido ya superados. 

Pero tenemos que matizar que no podemos hablar de mayor libertad sexual en época romana comparado con el ahora. Debemos partir de la base de que las dinámicas culturales y sociales eran completamente distintas a las actuales y que no podemos hablar ni de homosexualidad, ni de heterosexualidad, ni de libertad sexual en época romana… porque son términos construidos posteriormente, emanados de un contexto cultural distinto y de una realidad social específica, y que hacen muy poca justicia al mundo romano y a cómo se concebían las relaciones y la sexualidad por aquel entonces. Los romanos no eran más libres sexualmente… tenían otra concepción y otro sistema, que era distinto al nuestro. 

Pompeya es una ciudad más de provincia, con sus particularidades locales y regionales. De todas ella hago eco a lo largo del libro. Más allá de esto, Pompeya formaba parte de una órbita comercial globalizada en el Mediterráneo. Por ello, muchas de las dinámicas que observamos en Pompeya, si no podemos aplicarlas de manera rígida y estática a la evidencia provincial de otras zonas del mundo romano, sí que nos dan información sobre ciertas prácticas sociales y culturales del mundo romano hasta el año 79 d.C. Simplificar nuestra investigación extrapolando Pompeya es igual que decir que todas las ciudades de España son como, por ejemplo, Segovia. Cuando sabemos que habrá elementos comunes y otros distintos en función de una multiplicidad de factores. El error metodológico de gran parte de investigadores del siglo pasado, incluso de los últimos 20 años, ha sido interpretar la evidencia provincial romana sometiéndola a lentes pompeyanas. Y esta práctica conlleva a error en el 100% de los casos. Afortunadamente quienes siguen viendo Pompeya como ejemplo de todo en el mundo romano son muy pocos. 

Pompeya

Uno de los capítulos de mi libro recoge las localizaciones donde se han encontrado dichas tablillas en Pompeya, y describe el contenido del archivo de Cecilio Jocundo. Las tablillas, agrupadas en dípticos o trípticos, forman un total de 153 documentos que muestran transacciones realizadas en presencia de Cecilio Jocundo, que hacía de prestamista llevándose una comisión. Los documentos recogen los nombres de los presentes, y nos han dado información sobre pompeyanos y sus esclavos, el tipo de transacciones, los productos intercambiados o vendidos (había incluso propiedades arrendadas), y el lugar de importación. Por ejemplo, el propio Cecilio Jocundo se encargaba del arrendamiento de propiedades en la vecina Nuceria, o en una de sus transacciones se vendieron tejidos traídos de Alejandría. Estas tablillas también son una iconografía recurrente en la pintura pompeyana, y muestran la escritura asociada a la administración y al negocio, característica de la élite pompeyana emprendedora. 

Hay muchísimos que se utilizaban y que, con algunas variaciones, siguen usándose. Uno de ellos es el rasurador masculino, que lo seguimos utilizando en barberías, con un diseño más adaptado, pero siguiendo el mismo principio. O, por ejemplo, la botella de aceite de oliva, que sigue siendo la base de nuestro día a día como parte de la dieta mediterránea, o los orinales, tan típicos en muchas zonas de España en el siglo pasado… los ejemplos son muchísimos, y nos hacen reflexionar sobre cómo ciertas prácticas continúan en uso a pesar de la distancia temporal. 

Casa del Frutteto

Son muchos los objetos que me han cautivado durante el proceso de investigación, documentación y escritura de la obra. Uno de ellos es el brazalete de oro, en forma de serpiente, con la inscripción “Del señor a su esclava”. A simple vista, sería una joya como cualquier otra, y si no supiéramos que quien lo portaba era una esclava, podríamos incluso pensar que se trataba de una rica ciudadana romana. Las joyas, ya en época antigua, servían para transmitir estatus, poder y una imagen en concreto, quizá alejada de nuestra propia identidad. Y es esto lo que el brazalete al que me refiero presenta. Nos abre una ventana a múltiples dimensiones sobre la organización social del momento, la esclavitud, la belleza femenina, las pretensiones sociales, la identidad individual y colectiva… este es uno de los objetos con los que he dialogado durante horas cuando escribía el libro. 

Sin duda alguna, observar los objetos en su contexto permite una aproximación más clara y didáctica a la vida cotidiana de Pompeya. Incluso habríamos evitado que muchos modelos artificiales, como el de ‘la casa pompeyana’, hubiesen surgido en la historiografía. Pero es imposible, por razones obvias de conservación y salvaguardia del patrimonio arqueológico, dejar los objetos que se excavan in situ, en el contexto del hallazgo. Esta práctica de devolver los objetos a su contexto es lo que he perseguido con el libro, para trasladar al lector, a través del objeto, a los múltiples escenarios de vida cotidiana en la ciudad romana. Y es esta una práctica que recientemente se ha implementado en Pompeya, incluyendo objetos hallados en las excavaciones en casas como la de Ceres, la de los Ceii, o en alguna estancia de la Casa de los Amantes. Espero que mi libro, y la historia que narra, a través de objetos, contribuya a transmitir una imagen más completa de lo que fue ese pasado romano que encontró su fin durante la erupción del año 79. 


Los moldes de los cadáveres de un grupo de víctimas de la erupción del Vesubio en el año 79 d.C., encontrados en el llamado “Jardín de los fugitivos” de Pompeya.

Antes de que te vayas…

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