Donación de Constantino | Hechos y consecuencias
- Decreto imperial apócrifo del siglo VIII atribuído al emperador romano Constantino I (siglo IV d.C.).
- Se le donaba al Papa Silvestre I (reconocido como soberano) la ciudad de Roma, Italia y todo el Imperio de Occidente.
- El Papa podría traspasar las dignidades reales.
- Alianza del Pontificado con los francos (Pipino es investido rey franco y patricium romanorum) para que éstos interviniesen en los asuntos de Italia a favor del “Patrimonio de Pedro”.
- Intento papal de someter la autoridad imperial romana de Oriente y de la Iglesia Ortodoxa.
- Coronación imperial del franco Carlomagno como emperador de los romanos en el año 800 d.C..
- Cisma de 1054.
- Ganar mediante ardid algo perdido por legalidad. Socavar el prestigio de Bizancio, que de hecho es llamado Imperio griego en Occidente….
- Nacimiento de los Estados Pontificios en el año 751. Desaparerán en 1870. El Exarcado Bizantino de Rávena y el Ducado de Roma se pierden para Bizancio, que aguantará en el sur de Italia hasta 1071.
- En el siglo XI Bizancio pide auxilio a Occidente por la invasión turca selyúcida. El Papado declara la Cruzada. Ningún territorio es devuelto a Bizancio. Los cruzados crean numerosos reinos latinos. En 1204, durante la Cuarta Cruzada la expedición occidental toma a traición Constantinopla y la saquea (pérdidas para Bizancio equivalentes a 900.000 marcos de plata pura, miles de columnas, oro, sarcófagos de mármol, estatuas, orfebrería, joyas de todo tipo). Se crea el Imperio Latino y Bizancio se disgrega en 3 estados: el Imperio de Nicea, el Imperio de Trebisonda y el Despotado de Epiro. En 1261 los bizantinos niceanos reconquistan la capital. Pero la caída se hará inevitable por el estado ruinoso del Imperio.
- Los Estados Pontíficios llegaron a ofrecer a italianos y francos territorios en los que gobernaban y vivían los “bizantinos” (romanos orientales). Un ejemplo, Rodas en 1309.
- Sentimiento de odio y desconfianza de los bizantinos hacia los latinos que se mantendrá hasta 1453. Constantinopla rodeada por el Imperio turco otomano intenta una unión religiosa con Roma (1439-1452) pero es tomada al asalto tras 2 meses de sitio el 29 de mayo de 1453…abandonada por todas las potencias occidentales.
- En 1440 Lorenzo Valla demostrará que es un fraude. Antes otros como Nicolás de Cusa también lo denunciaron.
- En 1493 la Donatio ya no es mencionada en la Bula Inter Caetera para la repartición del Nuevo Mundo.
En el contexto de una Europa que veía como los nuevos poderes emergentes desplazaron a los antiguos, la institución católica ingenió una fórmula para asegurarse el poder en Occidente.Tras la caída del Imperio Romano de Occidente, el Patriarcado de Roma quedó nominalmente sujeto al Imperio Romano de Oriente, ya que primero hérulos y después ostrogodos fueron “in iure” federados del poder imperial oriental. Sin embargo, algunas disputas familares germanas propiciaron que el emperador Justiniano I (483-565 d.C.) se decidiese a llevar a cabo la “Renovatio Imperii”, es decir, el intento de recuperar todas las provincias que antes habían formado parte del Imperio Romano. En el año 536 d.C. el general Belisario reconquistó Roma y el ejército imperial oriental recuperó muchas provincias perdidas hacía 60 años. Italia volvió a formar parte del Imperio Romano, con Rávena como capital de la provincia de Italia y Roma como Ducado, en la que el Dux (Duque) quedaba efectivamente por debajo del Papa en cuanto a poder efectivo en la Ciudad Eterna.
Roma era uno de los cinco Patriarcados, junto al de Jerusalén, Constantinopla, Antioquía y Alejandría. En teoría los cinco eran igual de importantes, pero como sede imperial Constantinopla jugaba un papel preponderante. Durante los 700 años posteriores al Concilio de Nicea del año 325 d.C. todos y cada uno de los Concilios Ecuménicos se celebraron en Oriente y no en Occidente. La iglesía occidental no podía competir en ese momento con la oratoria y la preparación de los prelados orientales.
Con el paso de los años, la situación del Imperio romano de Oriente se deterioró. Las continuas guerras contra Persia y la aparición del Primer Califato pusieron en jaque la misma existencia física y política del Imperio, que vio como su capital fue sitiada por vez primera en el año 626 d.C.. Mucho más grave fue la amenaza árabe que arrebató al Imperio romano de Oriente casi las 2/3 partes de su Imperio en el siglo VII y ponía a la misma Constantinopla dos veces bajo asedio (674-678 y 717-718 d.C.). La situación de los romanos orientales en Italia no era mucho mejor, los lombardos habían penetrado por el Norte y habían fundado varios ducados en Italia, el Ducado de Benevento jugaría un papel fundamental para lo que vendría después. El Exarcado de Rávena aguantó como pudo el embate lombardo, mientras que el Ducado de Roma cada vez era más independiente de Constantinopla. El Papa de Roma fue alejándose cada vez más de los lombardos, y como quiera que fuere, los romanos orientales estaban en una situación de gravedad máxima y decidió jugar la carta de los francos. En el año 751 d.C. tanto Roma como Rávena dejaron de estar en la órbita del Imperio Romano de Oriente y el Papado se preparaba para jugar su carta y sobresalir como potencia frente (o a la cabeza) de los que una vez habían sido algunos de los pueblos germánicos que invadieron el antiguo Imperio Romano.
El patriarca de Roma necesitaba imponerse de una manera u otra a la nueva situación que se presentaba. Así pues, comenzó a fraguarse un movimiento diplomático, religioso y político sin parangón. El Papa Esteban II necesitó de legalidad para mantenerse y en sus negociaciones con el mayordomo de palacio franco, Pipino El Breve, cruzó los Alpes para ungirlo como rey en el año 754 d.C. y proclamarlo “patricius romanorum”. Ese hecho permitió que surgiese una nueva dinastía franca: la carolingia, que desbancaría a la merovingia. Así, los francos se convirtieron gradualmente en la espada del Papa, en la carta a jugar en cada situación de incomodidad. Pero ese reconocimiento llevó consigo el oscuro pacto de la devolución al Papa de todos los territorios que los lombardos habían arrebatado al Imperio Romano de Oriente en Italia. Eso se produjo en el año 756 d.C. y supuesta legalidad para llevarlo a cabo fue la célebre “Donatio Constantini”, un documento creado para tal fin y que fue en realidad una manipulación, quizá la más grave e importante de toda la Edad Media y uno de los engaños más grandes de la Historia, cuyas repercusiones aún afectan, incluso a la historiografía contemporánea. Pues no solo daba a la Iglesia de Roma derechos políticos, económicos y sociales sino que además suponía el nacimiento de los Estados Pontificios, y la exclusión del poder imperial legal en el proceso, es decir, el Imperio Romano de Oriente no sólo fue cuestionado en Occidente como entidad política legal, sino también como religiosa. Se ponía como argumento fundamental que el emperador Constantino I (274-337 d.C.) había dejado en herencia al Papa Silvestre I (270-335 d.C.) todo Occidente, todas las prerrogativas imperiales, la ciudad de Roma, las provincias de Italia y su cargo como soberano terrenal.
…Junto con todos los magistrados, con el senado y los magnates y todo el pueblo sujeto a la gloria del Imperio de Roma, Nos hemos juzgado útil que, como san Pedro ha sido elegido vicario del Hijo de Dios en la tierra, así también los pontífices, que hacen las veces del mismo príncipe de los Apóstoles, reciban de parte nuestra y de nuestro Imperio un poder de gobierno mayor que el que posee la terrena clemencia de nuestra serenidad imperial, porque Nos deseamos que el mismo príncipe de los Apóstoles y sus vicarios nos sean seguros intercesores junto a Dios. Deseamos que la Santa Iglesia Romana sea honrada con veneración, como nuestra terrena potencia imperial, y que la sede santísima de san Pedro sea exaltada gloriosamente aún más que nuestro trono terreno, ya que Nos le damos poder, gloriosa majestad, autoridad y honor imperial. Y mandamos y decretamos que tenga la supremacía sobre las cuatro sedes eminentes de Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla y sobre todas las otras iglesias de Dios en toda la tierra, y que el Pontífice reinante sobre la misma y santísima Iglesia de Roma sea el más elevado en grado y primero de todos los sacerdotes de todo el mundo y decida todo lo que sea necesario al culto de Dios y a la firmeza de la fe cristiana…
…Hemos acordado a las iglesias de los santos Apóstoles Pedro y Pablo rentas de posesiones, para que siempre estén encendidas las luces y estén enriquecidas de formas varias; aparte, por nuestra benevolencia, con decreto de nuestra sagrada voluntad imperial hemos concedido tierras en Occidente y en Oriente, hacia el norte y hacia el sur, a saber en Judea, en Tracia, en Grecia, en Asia, en Africa y en Italia y en varias islas, con la condición de que sean gobernadas por nuestro santísimo padre el sumo pontífice Silvestre y de sus sucesores…
…Desde este momento concedemos a nuestro santo padre Silvestre, sumo pontífice y papa universal de Roma, y a todos los pontífices sucesores suyos, que hasta el fin del mundo reinen sobre la sede de san Pedro: nuestro palacio imperial de Letrán, la diadema, o sea nuestra corona, la tiara, el humeral que suelen llevar los emperadores, el manto purpúreo y la túnica escarlata y cualquier otra indumentaria imperial, la dignidad de caballeros imperiales, los cetros imperiales y todas las insignias y estandartes y los diversos ornamentos imperiales, y todas las prerrogativas de la excelencia imperial y la gloria de nuestro poder. Queremos que todos los reverendísimos sacerdotes que sirven a la misma santísima Iglesia Romana en sus diversos grados, tengan la distinción, potestad y preeminencia con las que se adorna gloriosamente nuestro ilustre Senado, es decir, que se conviertan en patricios y cónsules y sean investidos con todas las otras dignidades imperiales. Decretamos que el clero de la Santa Iglesia Romana se adorne como el ejército imperial. Y como la potencia imperial se circunda de oficiales, chambelanes, servidores y guardias de todo tipo, así también queremos que la Santa Romana Iglesia esté adornada con los mismos. Y para que resplandezca magníficamente el honor del Pontífice, decretamos asimismo lo siguiente: que el clero de la Santa Iglesia Romana adorne sus caballos con arreos y gualdrapas de lino blanco y así cabalgue. Y como nuestros senadores llevan calzados blancos de pelo de cabra, así los lleven también los sacerdotes, para que las cosas terrenas sean adornadas como las celestiales, para gloria de Dios. Además, a nuestro santísimo padre Silvestre y a sus sucesores les damos autoridad de ordenar a quien quiera que desee ser clérigo, o de agregarlo al número de los religiosos. Nadie actúe con arrogancia respecto a esto. También hemos decidido que él y sus sucesores lleven la diadema, o sea la corona de oro purísimo con gemas preciosas, que de nuestra cabeza le hemos concedido. Pero porque el mismo beatísimo Papa no quiso llevar una corona de oro sobre la corona del sacerdocio, que lleva a gloria de san Pedro, Nos con nuestras propias manos hemos puestos sobre su santa cabeza una tiara brillante de cándido esplendor, símbolo de la Resurrección del Señor y por reverencia a san Pedro le sostuvimos las riendas de su caballo, cumpliendo para él el oficio de caballerizo: establecemos que también todos sus sucesores lleven en procesión la tiara, con un honor único, como los emperadores.Y para que la dignidad pontificia no sea inferior, sino que tenga mayor gloria y potencia que la del Imperio terreno, Nos damos al mencionado santísimo pontífice nuestro Silvestre, papa universal, y dejamos y establecemos en su poder gracias a nuestro decreto imperial, como posesiones de derecho de la Santa Iglesia Romana, no solamente nuestro palacio, como ya se ha dicho, sino también la ciudad de Roma y todas las provincias, lugares y ciudades de Italia y del Occidente. Por ello, hemos considerado oportuno transferir nuestro imperio y el poder del reino hacia Oriente y fundar en la provincia de Bizancio, lugar óptimo, una ciudad con nuestro nombre, y establecer allí nuestro gobierno, puesto que no es justo que el emperador terrenal reine allí donde el Emperador celestial ha establecido el principado de los sacerdotes y la Cabeza de la religión cristiana. Decretamos que todas estas decisiones que hemos sancionado con un sagrado decreto imperial y con otros divinos decretos, permanezcan inviolables e íntegros hasta el fin del mundo. Por consiguiente, en presencia de Dios vivo que nos ordenó reinar, y delante de su juicio tremendo, decretamos solemnemente, con este acto imperial, que a ninguno de nuestros sucesores, magnates, magistrados, senadores y súbditos que ahora, o en el futuro estuvieren sujetos al imperio, sea lícito infringir esto o alterarlo de cualquier modo. Si alguno -cosa que no creemos- despreciase o violase esto, sea alcanzado por las mismas condenas y les sean adversos, tanto ahora como en la vida futura, Pedro y Pablo, príncipes de los Apóstoles, y con el diablo y con todos los impíos sean precipitados a quemarse en lo profundo del infierno.
Hemos puesto éste, nuestro decreto, con nuestra firma, sobre el venerable cuerpo de san Pedro, príncipe de los Apóstoles.
- “Donatio Constantini”, Anónimo. Redactado en San Juan de Letrán sobre el año 750 d.C.
Podemos afirmar, sin miedo a incurrir en la mentira o la imparcialidad, que la Donación de Constantino del siglo VIII es la mentira más grave de la Historia de Occidente, que si bien apenas pesa en lo religioso a día de hoy, todavía pesa y mucho en el apartado histórico e historiográfico. En su día las repercusiones fueron tremendas y abrumadoras. La Iglesía Católica de Roma amasó una fortuna y rivalizó con la Iglesía Oriental, cuyo lazo se rompería definitivamente con el Cisma de 1054. Las consecuencias políticas fueron más allá de lo sospechado al principio. El Papa de Roma rivalizaría con el emperador romano de Constantinopla por el control de la Cristiandad. La Donación le dotó al Papa de poder temporal, es decir, de potestad política. Desde el año 751 a 1870 los Estados Pontificios serían una realidad en el devenir político de Europa. La Iglesia Católica usurpó de primera mano el propio legado del emperador romano Constantino I (275-337 d.C.), que legó la capitalidad imperial a la Nueva Roma, conocida como Constantinopla, ciudad que llevaba el nombre su nombre como fundador. La Donatio posibilitó que el Papa coronase a un franco emperador de los romanos por vez primera en la Historia, aprovechando además un período de turbulencia con el conflicto entre iconoclastas (contrarios a las imágenes sagradas por considerarlas ídolos) e iconódulos (favorables a los iconos) en Oriente y un reinado polémico como el de la emperatriz Irene (797-802 d.C.). Nunca, ningún príncipe o rey germano lo había sido ni se había atrevido a ello. Así, la mañana de Navidad del año 800 Carlomagno era coronado en Aquisgrán. Eso suponía una afrenta al Imperio Romano de Oriente, pues le había salido un rival directo para el concepto de Imperio cristiano Universal. La diplomacia entre el Imperio Romano de Oriente, el Imperio Carolingio primero, y el Sacro Imperio Romano-Germánico después, fue de una tensión alarmante y constante. El emperador romano de Oriente era considerado el vicario de Cristo en la Tierra y su poder y legitimidad estaba por encima del Patriarca de Constantinopla, y por ende, del resto de los Patriarcas, incluido el de Roma.
Ésto originó que los latinos occidentales y los helenos orientales se mirasen de reojo con una desconfianza mutua que rozó la obsesión. Cuando un dignatario latino o alemán visitaba la Corte Imperial de Bizancio, éste solía ser recibido de forma áspera. Por contra, si el occidental de turno llamaba “graecho” al emperador y a su pueblo, lo que le valía una vuelta rápida a su reino. De hecho, “graecho” se convirtió en una denominación despectiva para nombrar por parte occidental a todo lo concerniente al Imperio Romano de Oriente.
En el año 968 d.C. Constantinopla accedió a recibir una embajada alemana de Otón I. Pero el emperador romano rehusó tratar por escrito con Otón como un igual. La Corte oriental rehusaba a reconocer la titulación imperial de Oton I, dándole el título de “rigas” (rex-rey). Liutprando esperó la llegada de los mensajeros papales de Juan XIII, que amparados por la Donatio llamaron al emperador Nicéforo II “emperador de los griegos” y al emperador Otón como “emperador de los romanos”. Inmediatamente el patricio Cristóforo replicó a Liutprando: “El estúpido Papa no sabe que el sagrado Constantino trasladó aquí el cetro imperial, el Senado y a todos los caballeros romanos, y no dejó en Roma sino viles esbirros: pescadores, buhoneros, cazadores de pájaros, bastardos, plebeyos y esclavos”.
De esta forma, además del mencionado Cisma de 1054, numerosas querellas y desencuentros (incluida la matanza de latinos en Constantinopla al haber conspirado los venecianos en contra de los intereses imperiales), llegaría la hecatombe con el saqueo cruzado de Constantinopla en 1204 durante la Cuarta Cruzada. Hecho que supondría para el Imperio Romano legal su muerte física y política en los siguientes 250 años de ocaso político y militar.
Legalmente, el Imperio Romano de Oriente era el Imperio Romano. Tras las Tetrarquías, Diarquía y numerosas guerras civiles (284-324 d.C.), en el año 330 d.C., tras seis años de obras, el emperador Constantino I decidió llevar la capital del Imperio a su nueva ciudad: Nova Roma, conocida poco después como Constantinopla. Su situación estratégica era excelente. Estaba situada cerca del Danubio para hacer frente a los germanos y también relativamente próxima al Eufrates, para luchar contra el peligro persa. Su situación geográfica como península le confería una fácil defensa y además estaba en medio de todas las rutas comerciales entre Occidente y Oriente. Roma, durante la Anarquía militar a partir de 235 d.C. y las Tetrarquías posteriores, había perdido su capitalidad en favor de Nicomedia, Antioquía, Ebocacum, York, Tréveris o Milán. En esa época Oriente era más rica y estaba más urbanizada que Occidente.
En el año 395 d.C. el emperador Teodosio I dejó al menor de sus hijos, Honorio, a la cabeza del Imperio Romano de Occidente (con capital en Milán y luego Rávena), mientras que a su hijo mayor, Arcadio, le dejaba el Imperio Romano de Oriente (con capital en Constantinopla). El Imperio Romano se fragmentó en dos Estados independientes con las mismas leyes, costumbres y administraciones gemelas. Sin embargo, en Oriente la lengua mayoritaria era la griega y en Occidente el latín. En el siglo VII el Imperio oriental greguizó totalmente su administración aunque siguió siendo un estado romano Bajo Imperial hasta su caída con todo lo que ello implicaba. En el año 476 se produjo la extinción del Estado romano occidental, y el Senado romano de Roma entregó las insignias imperiales al emperador romano de Constantinopla, que las aceptó ante los hechos ya consumados.
La historiografía occidental y sus nociones tradicionales heredaron una animadversión hacia todo lo heleno, especialmente hacía la realidad política y cultural del Imperio Romano de Oriente, que en 1557 (más de cien años después de su caída) fue bautizado como “Imperio bizantino” por un historiador y humanista católico alemán llamado Hyeronimus Wolf. A eso se le unieron tradicionales frases costumbristas como “discusión bizantina”, aquella que se pierde en los detalles. Todo eso dura hasta hoy incluso en el concepto de la denominación nacional helena. Sólo los los hispanoparlantes (de tradición católica), los anglosajones y los alemanes llamamos “Grecia” a la actual República Helénica y “griegos” a los ciudadanos helenos. Éstos, por el contrario, mantienen la denominación original de las antiguas provincias sobre los países que un día fueron parte del Imperio. Los helenos firmaron la capitulación de Arta en 1821 sobre el Imperio Otomano en su lucha por la independencia como “romaioi”, es decir, ciudadanos romanos de cultura helena y su rey, nunca fue “rey de Grecia” sino “rey de los helenos” (Vasileus ton Ellinon) a la espera de recuperar Constantinopla y proclamar de nuevo el Imperio Romano (Basileia ton rhomaion). Hasta más adelante, los griegos no participaron de su propia Asamblea política ni tuvieron monarcas de su propia nacionalidad.
La Donación de Constantino fue puesta en duda ya en la Edad Media por los romanos orientales y algunos juristas occidentales. Pero fue el humanista Lorenzo Valla quien en 1440 demostró la falsificación del texto, ya que el lenguaje empleado en el mismo era imposible para el siglo IV d. C. y muchas referencias históricas eran inexactas. Se mencionaba a Bizancio como provincia cuando en la supuesta donación aún era una ciudad helena y se mentaban varios templos cristianos en Roma inexistentes aún en esa época. Todo ello no impidió a los Papas seguir presionando a los emperadores de Oriente para que aceptasen la Unión religiosa con el Papado ( con la condición de que éste fuese el abanderado de la Cristiandad) a cambio de ayudas militares frente a los turcos, que ya se cernían sobre los restos del Imperio. Tras numerosas humillaciones a los emperadores bizantinos, algunos de éstos para la supervivencia de su Estado asintieron en dicha unión, que en la práctica no se produjo realmente, pues el pueblo la rechazaba de forma tajante. Constantinopla cayó el 29 de mayo de 1453 y el Imperio desapareció. Ninguna potencia occidental fue oficialmente a ayudarla en su postrero sitio. Los Estados Pontificios censuraron los escritos de Lorenzo Valla y no fue hasta mucho tiempo después, ya con las múltiples copias que posibilitó la imprenta, cuando el Vaticano dejó de invocar el texto de la Donatio para sus propósitos. En el año 1493 con la Bula Inter Caetera no fue mencionada cuando se dispuso a la repartición de las tierras del Nuevo Mundo, que luego con el Tratado de Tordesillas la Monarquía Hispánica y el Reino de Portugal se repartieron en 1494. El Vaticano ha reconocido su falsificación en múltiples ocasiones, pero no de forma oficial ni analítica sobre el tema, las implicaciones y consecuencia políticas, económicas y religiosas que tuvo. Un documento que, sin duda, cambió la Historia de Europa.
Bibliografía:
- Valla, Lorenzo; “Refutación de la Donación de Constantino”. Akal. Madrid. 2011.
- Alghieri, Dante; “Monarquía”. Editorial Tecnos. Madrid. 1992.
- Cabrera, Emilio; “Historia de Bizancio”. Ariel. Barcelona. 2012.
- Potter, David S.; “Constantino El Grande”. Crítica. Barcelona. 2013.
- Barraclough, Geoffrey; “El Papado en la Edad Media”. U. Granada. 2012.
- Nicolle, David; “The Fourth Crusade 1202-1204: The betrayal of Byzantium”. Osprey Publishing. UK. 2011.
- Pirenne. Henry; “Mahoma y Carlomagno”. Alianza. Madrid. 2008.
- Heers, Jacques; “La invención de la Edad Media”. Crítica. Barcelona. 1995.
- http://www.thelatinlibrary.com y Enciclopedia Católica.