La explotación de los mineros de Vizcaya a fines del siglo XIX

“Los trabajadores de las minas de Vizcaya, reunidos el 1º de Mayo en el frontón de Gallarta, hicieron nuevas y ruidosas manifestaciones contra el mantenimiento de cuarteles y tiendas obligatorias por los reyezuelos de esta región minera y nombraron una Comisión que reclamará de los poderes públicos o sus representantes su pronta y absoluta desaparición. […]

Los trabajadores de las minas en 1890 se levantaron en masa en huelga, reclamando la limitación de la jornada de trabajo y la desaparición de los barracones y tiendas obligatorias. […]

Zona minera. Fotografía de Olabeaga.org

Hoy, bien que mal, se mantiene la jornada de trabajo establecida en 1890, pero en cuanto a barracones y tiendas obligatorias se está en toda la zona minera, con cortísima diferencia, como antes de la primera huelga.

En la zona de Vizcaya, con menosprecio de las leyes y mengua del espíritu liberal del siglo, es condición indispensable para ser admitido al trabajo albergarse en casuchas antihigiénicas y comprar los géneros alimenticios, buenos o malos (malos casi siempre y a precios escandalosos) en determinadas tiendas.

Esto es, a nuestro modo de ver, un gravísimo atentado a la libertad de trabajo, tan a menudo invocada, un insulto a las leyes de sanidad e higiene y es, sobre todo, una explotación antihumanitaria que ningún gobierno culto debe tolerar.

Ahora bien, los obreros de las minas de Vizcaya, para hacer desaparecer los cuarteles y las tiendas obligatorias, signos de una nueva y repugnante esclavitud, apelarán al legítimo derecho a la huelga, si el gobierno y autoridades no creen que debe ponerse un límite a la insaciabilidad de negreros sin conciencia que cometen verdaderos crímenes”.

(La Lucha de Clases, 23 de mayo de 1896).

El texto es un fragmento de un artículo del semanario bilbaíno La Lucha de Clases.

El artículo no está firmado y no se puede conocer, por tanto, al autor. Pero, en este caso, la autoría no es importante. Y es que basta con saber el nombre de la publicación para conocer la ideología del autor, que es lo relevante. La Lucha de Clases fue un semanario del PSOE, que se publicó en Bilbao entre 1894 y 1937. Después de El Socialista, La Lucha de clases fue la publicación socialista más importante. De su importancia da cuenta también el dato de que en este semanario escribió Miguel de Unamuno, sobre todo, entre 1894 y 18971.

La fecha, 1896, tampoco es relevante, pues el texto denuncia una situación que venía prolongándose desde hacia tiempo. El año 1896 se sitúa durante la Revolución Industrial de Vizcaya, o, mejor de la ría de Bilbao, cuyo inicio se puede datar en 1876, es decir, tras el fin de la III Guerra Carlista. 

En la historia del movimiento obrero vasco, la fecha de 1896 se sitúa en su etapa inicial. Efectivamente, se considera que la historia del movimiento obrero en el País Vasco-Navarro comienza en 1886 con la llegada a Vizcaya del tipógrafo toledano Facundo Perezagua, que había participado en la fundación del PSOE en 18792. Los años anteriores se pueden considerar como los de la prehistoria de dicho movimiento. El cambio que supuso la actuación de Perezagua, que fundó en 1887 la Agrupación Socialista de Bilbao, lo ha expresado muy bien Manuel Montero con esta comparación:

“En 1887 un diputado a Cortes por Vizcaya, vinculado a los medios empresariales, pedía que se quitase el puesto de la Guardia Civil en La Arboleda [principal pueblo minero vizcaíno]. En su opinión, éste —que generaba impuestos a los patronos mineros— resultaba demasiado gravoso e inútil. Desde su punto de vista, la concordia social que reinaba en los montes mineros hacían innecesarias las fuerzas de orden. En la misma línea, la Diputación de Vizcaya se proponía reducir un 30% los efectivos de la Guardia Foral.

Tres años después, en agosto de 1890, el diputado Manuel Allendesalazar abordaba de nuevo la cuestión en el Congreso. Lo hacía desde una perspectiva bien diferente: responsabilizaba al Gobierno de que no hubiese suficientes fuerzas de orden público en la zona minera, y de los conflictos que de ello se derivaban”3.

La intervención de Facundo Perezagua hizo que el movimiento obrero en Vizcaya se decantase por el socialismo, en una época en la que el anarquismo –dominante en Cataluña, Andalucía y Levante– tenía más simpatizantes en España. Es más: Vizcaya, junto con Madrid y Asturias, fue el bastión del socialismo español. Y es que el socialismo vasco cobró fuerza pronto: la huelga general de Vizcaya de 1890 fue la primera gran huelga socialista4; ese mismo año se celebró en Bilbao el segundo congreso del PSOE; en 1891, el PSOE obtuvo en las elecciones municipales de Bilbao los primeros concejales de su historia; en 1894, como ya se ha dicho, se fundó el semanario La Lucha de Clases; y en Vizcaya se crearon las Juventudes Socialistas de España, a partir de 1903.La fuerza alcanzada por el socialismo en Vizcaya fue tal que Pablo Iglesias, el fundador del partido, “acostumbraba a presentar su candidatura por Bilbao, donde no obtuvo derrotas tan abultadas como las que solía sufrir en Madrid”5.

Una página del semanario La lucha de Clases. Imagen: Fundación Sancho el Sabio Fundazioa (Vitoria-Gasteiz)

El texto es una denuncia de la explotación que sufrían los mineros vizcaínos en 1893. 

En todas partes y desde el principio, la industrialización se produjo en unas condiciones pésimas para los obreros6, peores que las de los artesanos y, en general, que las condiciones existentes en el Antiguo Régimen7. Entre esas condiciones de trabajo, que también afectaron a las mujeres8, cabe destacar unas jornadas laborales muy largas9 y unos salarios muy bajos, de mera subsistencia10, que obligaban a las familias obreras a emplear a los niños en fábricas y minas para sobrevivir11. Fue la consecuencia del liberalismo económico, que sometió al trabajo a las reglas del mercado libre, a la ley de la oferta y la demanda (que favorecía a los patronos, dado el crecimiento de la mano de obra), y que, guiado exclusivamente por el principio de la eficacia, justificó sus consecuencias sociales como un mal necesario12. Ciertamente, la extraordinaria explotación de los trabajadores favoreció decisivamente la industrialización y el crecimiento económico, pues permitió una gran acumulación de capital, que multiplicó las posibilidades de inversión.

A esas condiciones de trabajo hay que añadir la falta de medidas y organismos de protección social y las deficiencias de seguridad, que provocaban numerosos accidentes mortales. Todo ello tuvo muchas consecuencias sociales. Baste con citar ahora la elevada mortalidad de la clase obrera. Así, por ejemplo, un estudio de la época sobre la población barcelonesa entre 1817 y 1847 (realizado por el célebre arquitecto Ildefonso Cerdá, autor del ensanche de Barcelona) constató que los varones de la clase rica tenían una esperanza de vida de 38,83 años (34,11 en el caso de las mujeres), que se reducía prácticamente a la mitad en el caso de los obreros: 19,68 años (27,43 entre las mujeres), 6 años menos, significativamente, que lo que vivían los miembros de la clase menestral (25,44)13

La historia se repitió en Vizcaya, o, más concretamente, en la ría de Bilbao, cuya industrialización en 1896 era todavía reciente, como hemos visto. El texto que estamos comentando señala nuevos abusos: la residencia forzada en los cuarteles de la empresa14 y la compra obligatoria en sus cantinas, prácticas prohibidas después de la huelga general de 1890.

Estas formas de explotación las sufrían los mineros, que llegaron a ser unos 12.000 en Vizcaya. Y es que entre los trabajadores de este territorio había que distinguir entre los obreros de las fábricas y los mineros, que padecían peores condiciones de trabajo.

La mayor explotación de los mineros se explica por dos razones fundamentales:

1) El carácter estacional de la explotación de las minas vizcaínas, dado que el 90% eran explotaciones al aire libre, lo que hacía que el trabajo disminuyera en invierno y aumentara en verano. Esto propició que gran parte de los mineros fueran trabajadores temporales que emigraban a Vizcaya sin familia para conseguir un dinero que no podían lograr en sus pueblos. El alejamiento de las minas de los núcleos de población, y sus traslados, cuando se agotaba el filón, favorecía también la pretensión de los patronos de recuperar gran parte de los salarios pagados con la residencia forzada de los mineros en los barracones y las compras obligatorias en las cantinas.

Mineros de Vizcaya. Fuente: eitb.eus

2) En la mayor parte de los casos, el trabajo en las minas no precisaba ninguna especialización. Esto hacía que los mineros fueran fácilmente sustituibles, lo que debilitaba su posición ante los patronos.

Los cuarteles y cantinas no aparecieron para ahorrar gastos a los mineros, como los economatos modernos, sino, como se ha dicho, para recuperar gran parte de los salarios que recibían.

Los cuarteles se componían de unos barracones endebles, para que pudieran ser trasladados en el caso de que se agotase la mina y la empresa cambiara de ubicación. Eran recintos en los que se amontonaban un centenar de camas miserables, que ni siquiera eran individuales: “En cada barracón se tienden tantos jergones cuantos se podían echar sin espacio ni solución de continuidad”, se quejaban los huelguistas en 1890, que denunciaron también que “dormían en ellos tres obreros por cama, compuesta de un jergón, casi sin paja, y de sábanas y cobertores que jamás se lavaban”. En 1894, el inspector de sanidad de Vizcaya señalaba que en uno de los cuarteles que había visitado había “181 camas para 362 hombres”. El equipamiento sanitario, cuando había, solía ser indecente. Baste decir que el general Loma, que intervino y medió en la huelga general de 1890, afirmó, cuando visitó los cuarteles, que “ni para albergue de cerdos servían”. Y, sin embargo, se cobraba al minero por el uso de los barracones unos 25 céntimos diarios, que venían a ser la quinta parte del jornal de los peones, ganado, por cierto, tras obtener unas dos toneladas de mineral, lo que da idea de lo agotador que era su trabajo.

Casa de mineros construida en las últimas décadas del s. XIX en el barrio de La Arboleda, municipio de Trapaga, Vizcaya. Las ventanas fueron abiertas posteriormente. Foto: Javier Ruiz San Miguel

De las cantinas obligatorias puede decirse algo parecido. La calidad de los productos que se vendían era inferior a la de las tiendas normales y los precios superiores. El único que ganaba era el patrón, incluso sin gestionar directamente la cantina, arrendándola a un comerciante y logrando de esta manera un beneficio extra. El intermediario, a su vez, intentaba maximizar su inversión. Se llegó, incluso, a comprar a bajo precio alimentos que por su mal estado no se podían despachar en tiendas libres para venderlos a los mineros, como cuando se denunció “al señor Padró por contratar a varios hombres en la tarea de quitar gusanos a grandes cantidades de tocino con destino a los cuarteles”15.

Como se indica en el texto, cuarteles y cantinas obligatorias llegaron a estar prohibidas. Una de las razones por la que continuaron existiendo fue por la imposición de los patronos del pago mensual de los salarios, y no por semanas, como reclamaban los trabajadores. El salario mensual obligaba a muchos a recurrir a los adelantos en las cantinas, por la dificultad de obtener créditos en otras tiendas. Fue la huelga general de 1903 y la intervención del general Zappino la que acabó con estos abusos en Vizcaya.

Las terribles condiciones de vida de los obreros del siglo XIX significaron también su embrutecimiento. Benjamin Disraeli, el político británico que renovó el partido conservador, habló de la existencia de dos naciones: la de los ricos y la de los pobres16; pero, dadas las diferencias entre unos y otros, podría hablarse incluso de dos razas17. Ese embrutecimiento propició también el desprecio hacia los obreros entre la clase dirigente, que servía, además, para tranquilizar las conciencias, como en otras épocas18. En el País Vasco, ese desprecio alcanzó una virulencia extraordinaria con la aparición a finales del siglo XIX del nacionalismo vasco, que, en gran medida, fue una reacción contra la llegada de inmigrantes, a los que se llamaba “maketos”19. En este sentido, cabe señalar que se puede observar claramente la correlación entre la llegada de inmigrantes y la extensión geográfica del nacionalismo vasco, que no nació en un ambiente rural y euskaldún, sino en Bilbao.

Cabe concluir, pues, que, aunque la publicación era partidista, la denuncias del texto eran completamente ciertas. 

Referencias:

 1 No solía firmar los artículos que publicaba en La Luche de Clases. “¿Calculadamente? Sin duda. Teniendo en cuenta las falsas ideas que muchas personas, incluida su propia madre, se hacían del socialismo y de los socialistas, Unamuno decidió elegir para sus escritos el anonimato y así evitar peligrosos malentendidos. No quería que los que le conocían le tomasen por no se sabe bien qué ser monstruoso o peligroso”(José Antonio Ereño Altuna, Unamuno y La Lucha de Clases (1898-1927, p. 11).

 2 Facundo Perezagua (1860-1935), dio al socialismo vasco un carácter más radical que el del PSOE. En 1921, fue uno de los fundadores del Partido Comunista de España en el País Vasco.

 3 La construcción del País Vasco contemporáneo, I, p. 209.

 4 La huelga general de Vizcaya de 1890, como ha señalado M. Montero, “resultó decisiva en la formación del movimiento obrero vizcaíno, del que puede considerarse punto de partida”. Además, dado su éxito, “consagró el prestigio y preeminencia de los líderes socialistas” (op. cit. p. 217).

La huelga fue consecuencia de la celebración del primer primero de mayo, convertido por la II Internacional en 1889 en jornada reivindicativa. Poco después, la Compañía Orconera despedía a cinco empleados que habían destacado en la celebración del primero de mayo. Entre los despedidos figuraban el presidente y vicepresidente del comité socialista de la Arboleda.

La medida provocó la oposición creciente de los obreros que culminó en la huelga general. Las reivindicaciones, tal como las formuló la Comisión de Obreros de La Arboleda (convertida en la práctica en el comité de huelga), fueron las siguientes: readmisión de los despedidos; reducción de la jornada laboral a 10 horas; y la eliminación de la obligatoriedad de los cuarteles y cantinas.

La generalización de la huelga, que llegó a afectar a 21.000 trabajadores, y las alteraciones de orden público provocaron la declaración del estado de guerra. La autoridad suprema de la provincia pasó al Capitán General del distrito, el general Loma.

El general Loma, tras entrevistarse con delegaciones de patrones y obreros, y comprobar las condiciones miserables en las que vivían, ordenó una reunión conjunta de empresarios y representantes de los trabajadores. Los patronos no querían esa solución, que implicaba un reconocimiento de las comisiones de trabajadores y suponía un grave precedente. Pero tuvieron que admitir la negociación. El resultado fue el acuerdo, conocido como Pacto de Loma, que puso fin a la huelga el 21 de mayo. Significó el triunfo de los huelguistas: la jornada se redujo a diez horas (nueve en invierno y once en verano) y se prohibieron los barracones y cantinas obligatorias.

Aunque en los años posteriores hubo importantes incumplimientos de los acuerdos, la huelga, como se ha dicho, fue decisiva para el movimiento obrero vasco. También hizo que en el futuro los dirigentes socialistas propiciaran la radicalización de las huelgas para forzar la participación del ejército y conseguir así un mediador imparcial que obligara a los empresarios a negociar un acuerdo. Así sucedió en 1903 y 1910 con los generales Zappino y Aguilar. 

 5 M. Montero, op. cit., p. 222. En 1898, Iglesias rechazó la oferta de Sagasta de que retirara su candidatura por Bilbao, pese a que el presidente español le aseguró a cambio su elección en Valmaseda.

 6 La vida de los obreros en la primera mitad del siglo XIX:

“No hay nadie, a menos de haber ahogado todo sentimiento de justicia, que no se haya sentido afligido al ver la enorme desproporción entre las alegrías y las penas de esta clase […]. Todo el mundo desearía ver compensadas algunas de sus miserias: el descanso después del trabajo; un servicio recibido después de un servicio prestado; una sonrisa después de un suspiro; alegrías materiales o de amor propio; cualquier cosa, en fin. Y, sin embargo, al obrero del cual hablamos, nada de todo eso le es dado a cambio de su trabajo. 

Vivir, para él, es no morir. Más allá del trozo de pan que debe alimentar a él y a su familia, más allá de la botella de vino que por un momento debe privarle de la conciencia de sus pesares, el obrero no pretende nada, no espera nada. Si queréis saber cómo habita, id, por ejemplo, a la calle de los Estiércoles, que está casi ocupada por los de esta clase; entrad, agachando la cabeza, en una de esas cloacas abiertas a la calle y situadas por debajo de su nivel. Es preciso haber descendido dentro de esos pasillos donde el aire es húmedo y frío como una caverna; es necesario haber sentido resbalar el pie sobre el suelo sucio y tener miedo de caer en ese lodo, para hacerse una idea del sentimiento penoso que uno experimenta al penetrar en casa de esos miserables obreros. A cada lado del portal de la entrada, y por consiguiente bajo tierra, hay una habitación lóbrega, grande, helada, cuyas paredes rezuman agua sucia, recibiendo el aire por una especie de ventana semicircular de dos pies en su máxima altura. Entrad, si el olor fétido que se respira no os hace retroceder. Tened cuidado, pues el suelo desigual no está pavimentado ni embaldosado, o al menos los ladrillos están recubiertos de un espesor tan grande de mugre que no se pueden descubrir de ningún modo. Y veréis esas tres o cuatro camas mal sostenidas e inclinadas, debido a que el bramante que las fija sobre sus patas apolilladas no ha podido aguantar bien. Un jergón, una manta formada de jirones listados, raramente lavada, porque no hay otra […]. Alguna vez sábanas, de vez en cuando una almohada, he ahí el interior de la cama. Los armarios no son necesarios en estas casas. Con frecuencia un telar de tejedor y una rueca completan el paramento […]. Es ahí donde con frecuencia sin fuego en invierno, sin sol durante el día, a la luz de una vela de resina por la noche, los hombres trabajan durante 14 horas por un salario de 15 ó 20 sueldos.

Con mayor elocuencia que todo cuanto pudiéramos decir de esta miserable porción de la sociedad, hablará el detalle de sus gastos: alquiler, 25 francos; lavado, 12 francos; combustibles (madera y carbón), 35 francos; luz, 15 francos: reparación de muebles deteriorados, 3 francos; cambio de casa una vez al año por lo menos, 2 francos; calzados, 12 francos; vestuario (se visten con trajes viejos que les dan), 0 francos; médico y farmacia, 0 francos (las hermanas de la caridad les entregan medicamentos contra recetas del médico); en total, 104 francos. Resulta que 196 francos, completando los 300 francos de salario anual, deberán proveer la alimentación de 4 ó 5 personas, que deben consumir por lo menos, privándose de mucho, unos 150 francos de pan. De este modo les quedan 56 francos para comprar la sal, la manteca, las coles y las patatas. Y si se piensa que la taberna absorbe todavía una cierta cantidad, se comprenderá que la existencia de estas familias es horrible.

Luego, encuentra uno con frecuencia a muchos filántropos, platicando entre el café y el licor sobre la miseria del pueblo y sus causas, llegando a menudo a señalar la embriaguez como la causa principal. Nosotros pensamos que no se puede destruir un mal hábito más que reemplazándolo por otro mejor. Y preguntamos, ¿Qué distracción está al alcance del obrero para sus ocios del domingo? Le queda el campo en verano, y no se priva de él. Pero, ¿y en invierno? Una habitación en la calle de los Estiércoles o en otra, con griterío de los chiquillos y con la compañía de una mujer agriada por la miseria, o… la taberna.

Los hijos de esta clase, hasta el día en que ellos pueden mediante el trabajo penoso y embrutecedor aumentar en unos ochavos la riqueza de sus familias, pasan su vida en el lodo de los arroyos [de las calles]. Da pena verlos, pálidos, entumecidos. Marchitos, con sus ojos rojos y legañosos: como de otra naturaleza, al lado de esos niños hermosos, tan rosados, tan esbeltos, que juguetean por el Paseo de Enrique IV. Es que se ha hecho una depuración: los frutos más vivaces se han desarrollado; pero muchos han caído bajo el árbol. Al llegar a los veinte años, o es vigoroso o ha muerto. De hecho, a los miembros de esta clase no sobreviven de promedio más que la cuarta parte de sus hijos” (Ange Guépin, Nantes au XIXe siècle, Nantes, 1835, pp. 484-488).

 7 “No comparéis nuestro trabajo con el de la generalidad de los artesanos; porque (el suyo) no es tan monótono ni tan pesado, ni se verifica bajo unas condiciones tan poco higiénicas y tan repugnantes como el nuestro. Nuestro trabajo nos acaba física y moralmente. El obrero artesano comparte su trabajo con el maestro; hay entre ellos relaciones de igualdad, algunas veces son amigos; su trabajo, tal vez de más difícil ejecución que el nuestro, tiene el aliciente de la variedad y el atractivo de la aprobación de los demás. Nuestro trabajo se verifica bajo opuestas condiciones. Metidos en grandes cuadras, en donde impera una severa disciplina, parecemos un rebaño de esclavos sujetos a la vara del señor; colocados junto a máquinas, somos los servidores de éstas; desde las cinco de la mañana hasta las siete y media de la tarde siempre hacemos lo mismo. Para nosotros, lejos de ser el fabricante nuestro igual, es el ojo vigilante y espía de nuestras acciones: nunca trabajamos bastante, siempre descontento de nosotros, no podemos de ver en él nuestro tirano” (Manifiesto de los hiladores barceloneses de junio de 1856).

  8 “Betty Harris, 37 años; me casé a los 23 y solo después bajé a la mina. No sé leer ni escribir […]. Arrastro las vagonetas de carbón y trabajo desde las 6 de la mañana a las 6 de la tarde. Hay un descanso de una hora para almorzar y me dan para ello pan y mantequilla, pero nada de beber. Tengo dos niños pero que aún son muy pequeños para trabajar [….]. Tengo puesto un cinturón y una cadena que me pasa entre las piernas y avanzo con las manos y los pies. Y la galería es muy pendiente y nos debemos tomar de una cuerda; cuando no la hay nos agarramos de todo lo que podemos. En los pozos donde yo trabajo, hay seis mujeres y media docena de niños y niñas” (Informe del Parlamento británico de 1842).

 9 “Desnuda hasta la cintura, una muchacha inglesa, durante doce y a veces dieciséis horas diarias, tira ayudándose de manos y pies de una cadena de hierro que, sujeta a un cinturón de cuero, se arrastra entre sus piernas enfundadas en pantalones de lona, para transportar cubetas de carbón” (Benjamín Disraeli, Sybil, o las dos naciones, 1845).

 10 Gastos de alimentación de una familia obrera compuesta de matrimonio y dos hijos hacia 1870 en Barcelona:

Pan diario: 1,2 Kg. Para los padres y 0,8 kg. para los niños, a 1,75 reales: 2,35 rs.

Desayuno: Los niños pan y agua. Los padres pan y sardina salada, a 0, 12 rs: 0, 24 rs.

Comida: 0,4 kg. de habichuelas a 1,75 rs. y 0,025 l. de aceite a 5,12 rs.: 0,83 rs.

Cena: 1,4 kg. de patatas a 0,59 rs. y 0,025 l. de aceite a 5,12 rs.: 1,13 rs.

Total diario: 4,55 rs.

Total anual: 1.660,55 rs.

“Se calculaba el jornal diario del marido en 9,94 rs., y el de la mujer en 1,57 rs., y en 267 los días de trabajo útil al año, lo que daba unos ingresos totales anuales de 2.827,19 rs. Los gastos de alimentación representaban el 53,6% del salario total, y el pan suponía el 51% de estos gastos” (M. Dorronsoro, A. Herbosa y Y. Orive, Historia de España y del País Vasco, p. 132).

 11 Testimonio de un obrero inglés en 1832: “Tenía yo siete años cuando comencé a trabajar en la fábrica. Las horas de trabajo eran de cinco de la mañana a ocho de la tarde, con un descanso de treinta minutos al mediodía para descansar y comer. En esta fábrica había cincuenta niños de mi edad poco más o menos, Con frecuencia caían enfermos a causa del trabajo. ¡A golpes de látigo era como mantenían a los niños trabajando!” (Documents et civilisations du Moyen Age a 20eme siècle, París, 1975, p. 101).

Informe del Parlamento Británico: En el Stafforshire descienden a los pozos a la edad de nueve años, muchas veces incluso a los siete u ocho […]. Los subterráneos son muy estrechos, el aire está enrarecido, los niños son obligados a trabajar allí normalmente con los pies en el agua” (Informe de Lord Ashley, julio de 1842).

 12 “Un hombre que ha nacido en un mundo ya ocupado, si no puede obtener de sus padres la subsistencia que puede justamente pedirles, y si la sociedad no necesita de su trabajo, no tiene ningún derecho a reclamar la más pequeña porción de alimento y, de hecho, está de más. En el gran banquete de la naturaleza,  no hay cubierto para él” (Robert Malthus, 1766-1836).

“Sería renunciar a todo respeto a la propiedad gravar a una parte de la sociedad con el mantenimiento de otra clase” (Jean-Baptiste Say, 1767-1832).

“En la mejor organización social, la miseria como la desigualdad es, hasta cierta parte, inevitable […] ¿Encontráis que es un mal horrible? Añadid que es un mal necesario” (Charles Dunoyer, 1786-1862).

“No es verdad que el fabricante encuentre tan grandes ventajas en el trabajo de los niños, y aún lo es menos que lo explote con una ferocidad despiadada: las ventajas son recíprocas […] El patrono es dueño en la manifactura; su establecimiento no es sino un asilo de trabajo, es un santuario que debe ser tan sagrado como la casa paterna y que no puede ser violado si no en circunstancias extraordinarias, en interés social. Recibe un trabajo que él ha comprado a un precio convenido con el padre del niño. Violar a cada instante el domicilio del fabricante, someterlo a una vigilancia continua inquisitorial, es demasiado lejos” (Gay-Lussac)

Textos citados por J.A. Lesourd y C. Gérard, Historia económica mundial (Moderna y Contemporánea), Barcelona, 1964, p. 11).

 13 Teoría general de la urbanización, vol II, Madrid, 1867, P. 564.

El hierro extraído en la mina San Luis fue transportado durante un tiempo en gabarras. Perviven vestigios del cargadero en el muelle de Marzana. Foto: El Correo. Vizcaya.

 14 La vida de los mineros vizcaínos en los cuarteles fue descrita así por Dolores Ibarruri:

“En la noche, cuando los hombres se habían ya recogido, los barracones ofrecían un espectáculo dantesco: Llenos de humo de áspero tabaco fumado por los mineros; alumbrados por la vacilante luz de un quinqué de aceite o de petróleo, colgado en el centro de la barraca, las figuras de los hombres medio desnudos se distinguían borrosamente moviéndose entre los camastros o sentados sobre los petates, en una atmósfera pestilencial en la que se mezclaban el olor a hombre, a sudor, a alimentos fermentados, con el amoniaco de los orines y el nauseabundo de los detritus que desbordaban los zambullos colocados en un pequeño apartado, abierto a la sala común de cada barracón.

Dormían los hombres sobre sacos rellenos de paja de maíz, tendidos sobre estrechos bancos de madera. Se cubrían con sus propios tapabocas, especie de mantas de burda lana, usadas por los mineros, en las cuales se envolvían para resguardarse del frío o de la lluvia, y que, excepto en el verano, estaban siempre húmedas o majadas, secándose por la noche con el calor de los cuerpos, que tiritaban de frío o de fiebre.

[…]. Los mineros cobraban sus salarios por mensualidades vencidas, estando obligados a comprar los víveres y efectos de vestir y calzar en cantinas especiales, establecidas por los propios patronos o por los empleados de las minas.

Y muchas veces, muchas, cuando después de largas semanas de trabajo, de sudores y de privaciones inacabables, se acercaban a la taquilla de la oficina el día de paga, a recibir su salario, se encontraban con que nada tenían que cobrar. Sus gastos, según cuenta presentada por el encargado de la cantina, eran superiores a lo que debían percibir como retribución por el trabajo durante un mes bien cumplido.

Y no había escapatoria. La deuda, inflada, y a veces inventada por la criminal trapacería de los dependientes o del encargado, les ataba a la mina.

Los patronos mineros, además de las listas negras con los nombres de los obreros más rebeldes, se pasaban unos a otros las listas de deudores.

Al obrero que tenía una deuda con el dueño o encargado de una mina no se le admitía en otra hasta que la deuda fuese saldada. Y de nada servían las protestas. Al lado del patrono estaba la ley. Y con la ley, los fusiles de la guardia civil y las cárceles y las perreras de los pueblos, o el cuchillo o la estaca de las “cuadrillas de la porra”, al servicio de los encargados” (El único camino, Moscú, 1976, pp. 16-19).

 15 “En realidad puede decirse que en toda la zona minera, salvo rarísima excepción, de un modo o de otro, más o menos descaradamente, existen habitaciones y tiendas obligatorias. En las minas que anteceden (Matamoros, La Reineta) es donde con mayor descaro se obliga al obrero a dormir en el cuartel y a comprar en la tienda del capataz o contratista.

En la mina Parcocha los hermanos Zaballa tienen casas dedicadas a la explotación de las camas y en las Conchas y cien más sucede lo mismo.

Los comestibles y el vino.

Son de malísima calidad, lo peor en clase de cada género. Garbanzos como perdigones de pequeños y de duros; legumbres, apolilladas; vino, de nombre, veneno en realidad; bacalao de perros; todo es bueno para los mineros. Todavía no hace mucho denunciamos el hecho de haber empleado el señor Padró a varios hombres en la tarea de quitar gusanos a grandes cantidades de tocino con destino a los cuarteles que habrá vendido bonitamente […].

Muchos de los precios que rigen en las tiendas obligatorias son un 25 y aun un 30 por 100 más caros que los que rigen en las tiendas libres de la Arboleda y sobre géneros infinitamente superiores.

El señor Padró, comerciante nada escrupuloso de Bilbao, paga a los señores Zaballa 14.000 pesetas anuales, por ser el único expendedor de los artículos de consumo a los obreros de las minas donde existen los cuarteles (La Lucha de clases, Mayo de 1896).

 16 Mucho antes, Sancho Panza había señalado que “dos linajes solos hay en el mundo, como decía una agüela mía, que son el tener y el no tener”

 17 No parecían de la misma raza los niños de unos y otros: “Recibí el viernes tu carta y me he alegrado del éxito de nuestra hija Celina, aunque empiezo a temer que se vuelva demasiado mundana. ¡A los 7 años ya llora para que la lleven a los espectáculos! ¿Qué hará cuando tenga 17? Parque, casino de verano, jardín zoológico y botánico, conciertos, comedias, ballets, revistas, conocerlo todo a los 7 años, ¡qué educación tan avanzada! […]. ¿Sabrá acostumbrarse a nuestras modestas costumbres? Temo que no. En fin, aprovéchate, hijita, mientras puedas, pues cuando vuelvas a Roubaix… te levantarás y te pondrás tu vestido corto y tus botas, saldrás hacia el colegio a aprender tu análisis y tu aritmética; escucharás la música que interpreta tu hermano Edmond; por la noche, cenarás un plato de leche batida y luego te irás a la cama” (Carta de Louis Mott-Bossut a su mujer del 24 de septiembre de 1854).

 18 “Se dice que esas gentes son una chusma desesperada, peligrosa e ignorante, y parece que el único remedio eficaz para aquietar esa furia de innúmeras cabezas es cortar unas cuantas que sobran. ¿Pero es que tenemos plena conciencia de nuestros deberes para con esa chusma? Esa chusma es la que trabaja vuestros campos, sirve en vuestras casas, la que tripula vuestra marina y de la que se recluta vuestro ejército; la que os ha puesto en condiciones de desafiar al mundo y podría desafiaros a vosotros si la desventura la mueve a desesperación. Podéis dar al pueblo el nombre de chusma, pero no olvidéis que esa chusma es no pocas veces portavoz de las ideas del pueblo” (Lord Byron, intervención en la Cámara de los Lores contra el proyecto de pena de muerte para los destructores de máquinas, 27 de febrero de 1812).

  19 Sabino de Arana y Goiri, que insultó repetidamente a los inmigrantes y no creía en la teoría de la evolución, afirmó lo siguiente: “Gran número de ellos parece testimonio irrecusable de la teoría de Darwin, pues más que hombres asemejan simios poco menos bestias que el gorila: no busquéis en sus rostros la expresión de la inteligencia humana ni de virtud alguna; su mirada sólo revela idiotismo y brutalidad” (Bizkaitarra, 27). Cabe añadir que el fundador del nacionalismo vasco llamó en numerosas ocasiones “vagos”, incluso “hasta el colmo”, a los españoles. O sea: no bastaba con que fueran apaleados; también debían ser cornudos. 

Antes de que te vayas…

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