En 1226, a los treinta y nueva años, moría de disentería el rey Luis VIII de Francia. Había sido coronado tres años atrás, a la muerte de su padre, el rey Felipe Augusto. Su reinado fue breve, pero ya antes de ocupar el trono francés, había dado buena prueba de su espíritu ambicioso.
En 1214, siendo todavía príncipe, derrotó al rey de Inglaterra Juan sin Tierra en la batalla de La-Roche-aux-Moines. A continuación, Luis decidió desembarcar en la propia Inglaterra, algo que haría en junio del 1216, llegando a ocupar Londres y reclamando la corona inglesa con el apoyo de varios barones británicos. Pero la muerte de Juan sin Tierra en octubre de 1216 cambió las tornas para Luis, que perdió el apoyo local, hasta el punto de ser derrotado en 1217, viéndose obligado a regresar a Francia.
En este intento por conseguir la corona inglesa, el príncipe Luis no contó con el apoyo de su padre Felipe Augusto, pero sí con el de su esposa, Blanca de Castilla, que mostró gran capacidad para reunir dinero y tropas para su marido. Pero es que, además, Blanca de Castilla, como nieta de Enrique II Inglaterra y, por tanto, sobrina de Juan sin Tierra, fue la principal razón que pudo esgrimir el príncipe Luis para reclamar el trono inglés.
Blanca era hija de Alfonso VIII, rey de Castilla, y Leonor de Plantagenet, hija, a su vez, de Enrique II y Leonor de Aquitania. En 1199, Leonor de Aquitania había acudido a Castilla para elegir a una de sus nietas a la que casar con el príncipe Luis como medio para firmar la paz entre Francia e Inglaterra. La elegida, al parecer por su carácter e inteligencia, fue Blanca que tan sólo contaba con doce años.
Blanca de Castilla partió con Leonor de Aquitania y se casó en Normandía con el príncipe Luis, que por entonces tenía 13 años, en mayo de 1200. Es posible que, en aquel largo viaje, Leonor aprovechase para explicarle a Blanca el papel que habría de desempeñar en el futuro como esposa del que había de ser rey de Francia, comenzando por el hecho de asegurar un heredero al trono.
Luis VIII de Francia y Blanca de Castilla tuvieron doce hijos, aunque siete de ellos nacieron muertos o murieron siendo niños. Entre los que sobrevivieron, destacaron Luis, futuro rey san Luis de Francia, y Carlos de Anjou, rey de Nápoles (los descendientes de Carlos I habrían de reinar en el sur de Italia hasta comienzos del siglo XV).
Cuando Luis VIII murió en 1226, las guerras contra Inglaterra prácticamente habían llegado a su fin y los reyes franceses habían ocupado casi todos los territorios ingleses en el continente. Pero el heredero, Luis IX, San Luis, era un muchacho de sólo doce años, bajo la regencia de su madre Blanca de Castilla.
En 1227, los barones decidieron acabar con la regencia de Blanca para lo que se organizó el secuestro del rey cuando este regresaba a París. Pero la regente supo adelantarse y convocó a los parisinos que acudieron en masa y acabaron con el complot de los nobles. Sesenta años antes, el padre de Blanca, Alfonso VIII de Castilla, que en ese momento también era un rey niño, también se había salvado de caer en manos de su tío el rey de León, gracias a la intervención, en su caso, de los arrieros de Atienza. Blanca de Castilla supo recordar las anécdotas de su padre que pudo haber oído en su infancia y las aprovechó para defender el trono de su hijo.
Pero, además, San Luis entendió el valor de contar con el apoyo de sus súbditos, lo que le llevaría a mejorar la forma de impartir justicia, uno de los tres ejes de su política regia. Así, reconoció la presunción de inocencia o la necesidad de un juicio previo a cualquier castigo, con lo que redujo la arbitrariedad señorial. Es innegable que esas fórmulas más justas propias del Derecho Romano se estaban extendiendo por toda la Cristiandad occidental en ese siglo XIII. La buena disposición de San Luis hacia sus súbditos hubo de ayudar a esa propagación.
El segundo eje de la política regia de San Luis fue la consolidación del dominio real, poniendo fin a la lucha contra los ingleses y asegurando así las conquistas de su padre y su abuelo; colocando los Pirineos como la frontera natural entre Francia y Aragón; pero, sobre todo, aspirando a aumentar su influencia sobre el sur de Francia y, en especial, el condado de Provenza.
Posiblemente, esta es una de las razones que explican el matrimonio de San Luis con Margarita de Provenza en 1233, a lo que hubo de añadirse la fama de belleza e inteligencia que precedían a Margarita. Bien es cierto que la reina consorte no pudo ejercer toda su influencia sobre San Luis hasta después de la muerte de su suegra, Blanca de Castilla, en 1252.
Por cierto, el condado provenzal terminó por quedar en manos de Carlos de Anjou, hermano pequeño de San Luis, quien se había casado con Beatriz, hermana pequeña de Margarita.
El tercer eje de la política regia de San Luis fue el fuerte carácter religioso que imprimió a su reino, claramente influido por su madre Blanca. Las reformas legales fueron en esta línea de ser más cristianamente justo. Pero hemos de añadir otras medidas como la persecución a los judíos (restringiendo la práctica de la usura, pero también ordenando quemar numerosos ejemplares del Talmud en 1240), el final de la lucha contra los cátaros (a partir de 1242), y, sobre todo, la organización de dos cruzadas, la séptima, entre 1248 y 1254, y la octava, en 1270 en la que moriría San Luis.
En todos los casos, San Luis contó con el concurso de su madre Blanca, que o bien participó en los eventos, o bien, quedó de nuevo como regente de Francia, como cuando San Luis partió para la séptima cruzada en 1248 y Blanca de Castilla volvió a gobernar el reino hasta su muerte en 1252.
Pero hay otro elemento, propio de la religiosidad de la Plena Edad Media, en la que destacaron Blanca de Castilla y su hijo San Luis: la veneración de las reliquias. Dada la condena que existía desde la Antigüedad tardía a la idolatría, es decir, la adoración de las imágenes, los cristianos habían optado por rendir culto a partes de los cuerpos santos o a los objetos que habían estado en contacto con esos cuerpos santos.
En 1204, los cruzados llegados a Constantinopla para iniciar una nueva cruzada en Tierra Santa tomaron la ciudad, depusieron al emperador bizantino y pusieron a uno de los suyos, Balduino de Flandes como nuevo emperador. Los bizantinos, por su parte, crearon una serie de estados que rodearon a este Imperio Latino de Constantinopla, siendo el más importante el Imperio de Nicea.
En 1237, Balduino II, sobrino de Balduino I, viajó a Francia buscando apoyos contra los nicenos. Fue entonces cuando Blanca de Castilla y su hijo San Luis decidieron adquirir la Corona de Espinas, pagando un alto precio por ella, el dinero que Balduino II necesitaba para sus ejércitos. La Corona no llegó a Francia hasta comienzos de 1239.
Aún entre 1241 y 1242, San Luis volvió a pagar una elevadísima cantidad de dinero a Balduino II por una nueva serie de reliquias entre las que se encontraban un fragmento de la Vera Cruz, la Esponja Sagrada y el hierro de la Lanza Santa.
Todas estas reliquias fueron colocadas en la capilla de San Nicolás del palacio de la Cité (el actual palacio de Justicia de París). Pero San Luis consideró que esa capilla de San Nicolás no era suficientemente digna para albergar las reliquias de la Pasión y ordenó sustituirla por una capilla de mayores dimensiones.
Recordemos que entre los milagros atribuidos a San Nicolás de Bari estaba el haber salvado de la pena de muerte a tres tribunos de Constantino injustamente condenados. Esto hizo que San Nicolás se convirtiera en el patrón de los juristas parisinos y desde que la capilla de San Nicolás se construyó en el palacio de la Cité a comienzos del siglo XI, la apertura anual del Parlement (el tribunal de París) se efectuaba tras una misa en esa capilla.
En el palacio de la Cité había una segunda capilla, dedicada a la Virgen y que servía de oratorio para los monarcas desde los tiempos de Luis VII, bisabuelo de San Luis, de mediados del siglo XI. San Luis podía haber colocado las reliquias en este oratorio. Cierto que era aún más pequeño que la capilla de San Nicolás, pero en el momento que decidió demoler la capilla nicolaina y sustituirla por una de mayores dimensiones, hemos de preguntarnos si no estaba marcando claramente como dentro de su reforma judicial, dejaba claro que más allá de esa recuperación del derecho romano que hemos mencionado antes, la fuente última de justicia era la ley de Dios. Es decir, al reemplazar la capilla de los juristas parisinos por esa nueva capilla, marcaba de manera indudable que la base fundamental de la justicia regia era la moral cristiana, más allá de la recuperación del derecho romano que se convertía en algo meramente instrumental.
Pero, además, el hecho de que San Luis se hiciera construir esa inmensa capilla-relicario en el corazón de su palacio real le permitía sacralizar aún más la institución monárquica, equiparándose a los emperadores de Constantinopla. Un detalle en este sentido. En 1246, San Luis creó un colegio de canónigos para el culto de la Santa Capilla que no dependía ni de la parroquia de la isla de la Cité, la de San Bartolomé, ni del obispo de París, sino que estaba directamente asociado al Papa.
Aunque tradicionalmente, el diseño de la Santa Capilla se la ha atribuido a Pierre de Montreuil, destacadísimo escultor de mediados del siglo XIII, posiblemente el arquitecto pudo ser Thomas de Cormont, maestro de obras de la catedral de Amiens.
El objetivo era construir un gran relicario, envuelto en la luz del cielo. Esta idea ya estaba presente en la arquitectura gótica desde que, a mediados del siglo XII, en Saint-Denis, el abad Suger había logrado combinar la técnica ojival que permitía levantar grandes alturas en los templos cristianos, con la presencia de enormes ventanales cerrados por vitrales de colores. El resultado es que el espacio superior de la iglesia, bajo las bóvedas, se convertía en un singular cielo bajo el que deambulan los fieles, por las naves, donde aún se vivía en la penumbra.
Esta solución de luz celestial gótica se encontraba en pleno apogeo durante el reinado de San Luis que pudo visitar las catedrales en obras de Chartres, Reims, Rouen, Beauvais y la propia Notre-Dame de París.
Con todo, el referente más inmediato para la Santa Capilla de París pudo ser la capilla de la Virgen, también llamada de la pequeña parroquia, de la catedral de Amiens, que es la capilla situada en el eje principal del templo, justo detrás del altar mayor. Tal como acabamos de decir, el arquitecto de la Santa Capilla pudo ser Thomas de Cormont, quien hacia 1240 estaba concluyendo la capilla de la Virgen de Amiens.
En esta capilla de la Virgen, sin embargo, aún permanece esa idea de la parte inferior del templo, con muros opacos, sobre la que se levanta el espacio celestial de las bóvedas. En la Santa Capilla de París, directamente el espacio quedará dividido en dos, con una capilla inferior, aún más oscura de lo normal, y la superior, auténtica caja de luz.
Este modelo ya se había ensayado previamente, en la segunda mitad del siglo XII, al menos en la capilla episcopal de Noyon, y en la capilla episcopal de Laon, si bien en ninguno de estos dos casos se alcanzó la cantidad de luminosidad que tenemos en la Santa Capilla de París.
Por tanto, partiendo de todas estas referencias, el arquitecto Cormont hizo un diseño único. La Santa Capilla de París es un templo orientado hacia el este y construido en dos niveles. Al nivel inferior se accede por un pórtico y cuenta con tres naves que terminan en un pequeño deambulatorio. En los ángulos noroeste y suroeste hay sendas escaleras de caracol que conducen hacia el nivel superior. También era posible llegar a este nivel superior a través de una escalera exterior que conducía hasta la galería que quedaba por encima del pórtico del nivel inferior.
La capilla baja se asemeja a una cripta, por la escasa iluminación natural con la que cuenta y fue empleada para impartir la liturgia a los servidores del palacio. Indudablemente, al haber colocado el forjado que separa esta capilla de la superior, esa sensación de penumbra se agudizó, pero no hemos de olvidar que ese era el objetivo buscado en la arquitectura gótica: que la luz quedase en el cielo y la penumbra en el nivel de los fieles.
En 1690, el Sena se desbordó, inundando la capilla y deteriorando de forma notable la decoración, que fue recuperada de una forma muy adecuada por los restauradores Duban y Lassus a partir de 1836. Es más, tanto la iconografía que hoy podemos ver, como la policromía, se apoyan sobre los restos que los restauradores encontraron, sin ponerle nada de imaginación.
Quizás los elementos más significativos son las numerosas columnas, de un diámetro muy pequeño si tenemos en cuenta la flecha de los arcos que soportan, una desproporción vertical que fue una de las marcas distintivas de este arte gótico y de la que tanto habían de renegar los arquitectos del Renacimiento en su búsqueda de la proporción canónica.
En las columnas que forman las naves y en varias de las adosadas a la pared aparece el castillo heráldico de Blanca de Castilla, mientras que la flor de lis de los Capeto (los ancestros de San Luis y el propio rey) se coloca en algunas de las columnas adosadas y, sobre todo, en los paramentos de las bóvedas de crucería. Blanca es el cimiento sobre el que se apoya su hijo San Luis y los dos juntos construyen el relicario de la verdadera fe.
En cualquier caso, la omnipresencia del símbolo de Blanca de Castilla (que volveremos a ver en la capilla superior) muestra bien la importancia que San Luis concedía a su madre en el gobierno del reino y que contrasta con la posición marginal o, claramente, la ausencia de esa figura femenina en las miniaturas sobre la vida de San Luis que se elaborarán en los siglos siguientes.
La capilla superior, como ya hemos señalado, es de una nave única y sin deambulatorio, lo que indica que no estaba prevista la circulación de los peregrinos en torno a las reliquias. Tanto los muros laterales como la cabecera son una sucesión de vidrieras a las que vino a añadirse el rosetón del siglo XV situado a los pies.
El resultado es una caja de luz, pues San Luis, en vez de levantar un templo gótico tradicional donde él había de colocarse, como el resto de los fieles, en la parte baja en penumbras, decidió que se instalaría directamente en el cielo de las bóvedas.
Para acentuar la luminosidad, el edificio fue construido con contrafuertes reforzando los pilares que sostienen los ventanales. Es decir, sin separar los contrafuertes del muro y colocando arbotantes, como sí se hacía en el resto de templos góticos.
El hecho de que pese a sus dimensiones, la Santa Capilla sea de menor tamaño que las grandes catedrales permitió esta solución técnica.
La ausencia de este sistema de arbotantes y contrafuertes redujo la cantidad de sombra que podían generar esos contrafuertes exentos.
Además de la decoración pictórica donde vuelven a repetirse los emblemas de San Luis (la flor de lis) y su madre (el castillo de Castilla), lo más destacado son las historias insertas en los vitrales, de carácter bíblico, historias entre las que vuelven a insertarse las flores de lis y los castillos de Castilla.
El relato comienza en el ángulo noroeste de la capilla, donde se encuentra la Creación. A partir de ahí avanza por el Antiguo y el Nuevo Testamento por la cabecera y el lateral sur hasta llegar al rosetón donde se halla el Apocalipsis.
Salvo los vitrales del Apocalipsis que son del siglo XV, el resto fueron realizados a mediados del siglo XIII. Sin embargo, debido a su mal estado, varios de esos vitrales del XIII hubieron de ser sustituidos, guardando la temática, en el siglo XIX. Estos últimos son los más claros.
Pese a que es posible identificar cada uno de las historias que se narra en cada uno de los vitrales, eso es algo que hoy podemos lograr gracias a los teleobjetivos.
Es decir, para la mayor parte de los fieles que participaban en la liturgia, la posibilidad leer completo el relato de un ventanal se volvía casi imposible.
Por lo tanto, no se buscaba tanto utilizar los ventanales a modo de soporte para transmitir el relato teológico como sacralizar aún más el espacio de la Santa Capilla al narrar toda la historia bíblica. La narración en sí se consideraba sublime.
La luz pasaba a través del evangelio alumbrando las reliquias que demostraban la veracidad de ese evangelio y de esa manera la capilla alta y sus fieles, es decir, el rey y su corte, formaban parte del hecho divino.
Obviamente, este ejercicio de sacralización de la monarquía jugaba con el aislamiento en el que se vivía el rito. Recordemos, sólo San Luis y su entorno podían entrar en la capilla alta. Primera barrera de prestigio.
Pero es que si, además, algún príncipe foráneo acompañaba a San Luis, el visitante debía sentir que estaba acompañando al elegido del Señor. La Santa Capilla pasaba así de ser un relicario majestuoso al mejor escenario para presentar al más grande monarca de la Cristiandad.
La Santa Capilla ya estaba concluida para 1248. Poco después, San Luis partió para la cruzada dejando la regencia de Francia, de nuevo, en manos de su madre Blanca. La obra recién acabada, con toda su simbología heráldica, venía a demostrar que el poder residía tanto en el rey como en su madre.
Pero San Luis no volvió a ver a su madre. Blanca de Castilla murió en noviembre de 1252, cuando aún el rey estaba en Tierra Santa. Tras un largo duelo, San Luis decidió que era tiempo de regresar a Francia.
Con todo, el rey volvió a partir como cruzado en 1270, muriendo a poco de iniciar la campaña. Hacia 1300, el rey Felipe IV, nieto de San Luis, quiso que los restos de su abuelo se conservaran en la Santa Capilla. Los monjes de Saint-Denis, recordemos, donde se encontraba el panteón de los reyes de Francia, se negaron.
Durante los siguientes siglos, los sucesores de San Luis fueron troceando las diferentes reliquias o fundiendo los propios relicarios, bien para regalar a algún súbdito distinguido, bien para reunir fondos para las necesidades del momento. El golpe definitivo llegaría con la Revolución de 1789, cuando el relicario se desmontó por completo y la Santa Capilla se secularizó.
A partir de 1836, se lanzó un gran programa de restauración para salvar el edificio, ya convertido en uno de los monumentos más relevantes de París hasta hoy, bien es cierto que habiendo perdido buena parte de su significado sagrado.
Por cierto, la corona de espinas, tras algunos avatares durante la Revolución, terminó por ser custodiada en Notre-Dame de París, de donde fue una de las primeras piezas que se salvaron cuando se incendió el tejado de la catedral en 2019.
Y una segunda singularidad. Cuando estaba en Francia, las residencias favoritas de San Luis fueron sus palacios de la Cité en París y el que tenía en el bosque de Vincennes. Allí, en Vincennes, en 1379, un tatatatatataranieto de San Luis, el rey Carlos V, ordenó la construcción de otra Santa Capilla que aún permanece, que a veces es confundida con la de su famoso antepasado pero que, pese a su belleza, no logra rivalizar con la Sainte-Chapelle de París.
Antes de que te vayas…