Año 1346. La ciudad de Caffa, colonia de la República de Génova, situada en el Mar Negro, se encuentra bajo asedio de los ejércitos mongoles. Durante el sitio, entre los soldados mongoles se propaga un terrible mal, provocando innumerables muertes en extrañas circunstancias totalmente desconocidas hasta el momento. En un último intento por rendir la ciudad, los asediantes tomarán la espantosa decisión de arrojar los cadáveres de sus compañeros fallecidos al interior de la ciudad a través de sus catapultas, provocando que los defensores padezcan su misma suerte. Ante el pánico producido por esta situación, muchos fueron los mercaderes genoveses que decidieron abandonar la ciudad y regresas a Génova. Pero estos comerciantes no navegarían solos en sus embarcaciones, pues se les colaron ciertos polizontes que ni por asomo sabían lo peligrosos que iban a llegar a ser: en las bodegas de sus barcos, escondidas entre las mercancías, merodeaban ratas cargadas de pulgas transportando la muerte en estos parásitos. La Peste Negra llegaba a Europa.
La Muerte Negra se cobraría entre la población europea unos veinte millones de almas, hecho que castigó severamente la dinámica del continente. Los gobernantes de la época, previendo las terribles consecuencias que había de traer semejante mortandad instaron a la búsqueda de remedios que pudieran frenarla. De tal forma, la medicina de la época, dado que la patología era totalmente desconocida, pretendió ponerle remedio en atención a lo que consideraban sus orígenes. Así se comenzaron a buscar modelos experimentales de terapia que pudiesen combatir, o al menos aliviar, este terrible mal. Dentro de estas concepciones de la proto-medicina del momento, en el análisis de los pseudo-remedios terapéuticos que se utilizaron, entra el considerar la preparación de unos curiosos brebajes como la Triaca o el vinagre de los ladrones.
En cuanto a la Triaca, sabemos que fue un antídoto polifármaco cuyo origen se remontaría, según Plinio, a la época del rey sirio Antíoco III «El Grande», en el siglo II a.C.; y que fue reformado por Andrómaco, médico de Nerón. Inicialmente utilizado como antídoto, pasó a convertirse en panacea, llegando a ser muy popular en la Edad Media. Así mismo, se incluyó en prácticamente todas las farmacopeas de la Edad Moderna. Llegado el siglo XVIII, el Colegio de Boticarios de Madrid consiguió la exclusiva en su elaboración y la incluyó en su Diccionario de Farmacia de 1865.
Por su parte, el vinagre de los ladrones presenta a la hora de su conocimiento exacto muchos más claroscuros. No obstante, resulta cuanto menos curioso. Cuenta la leyenda que, durante la pestilencia, un grupo de profanadores, en contacto constante con los muertos, nunca enfermaba. Prendidos por su actividad dedicada al robo de cadáveres, se les condenó a la hoguera. Entonces, los ladrones ofrecieron la receta secreta del antídoto a cambio de una ejecución más dulce. Así apareció el mito del «vinagre de los ladrones«. Lo que sí parece estar claro es que se trataba de un compuesto de herboristería que incluía contrastados antisépticos y vulnerarios naturales que bien pudo ser protectora frente a las reales formas de contagio. La farmacopea francesa llegó a incluir su fórmula en el códex de 1748, donde permaneció hasta la revisión del mismo en el año 1884.
Ya saben, si comienzan a experimentar altas fiebres y delirios, hemorragias nasales y notan bultos en axilas o las ingles, no duden en acudir a alguno de estos remedios que bien podrían salvarles la vida. Y recuerden, si ven una rata con la nariz ensangrentada, corran al médico más cercano.
BIBLIOGRAFÍA:
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-Martínez, C.: Farmacopea en Castellano o colección de las fórmulas más usuales y acreditadas de la matritense y española. Imprenta Calle de la Greda. Madrid, 1823.
-Monlau, P. F.: Elementos de higiene pública. Imprenta de Don Pablo Riera. Barcelona, 1847.