El término “Latinoamérica” lo acuñó un esbirro de Napoleón III, a modo de arma propagandística para devaluar la influencia española. Don Juan Valera, en sus Cartas Americanas, defendía, ya en 1888, la denominación “hispano-americanos” frente a “latino-americanos”.
El libro de Julián Marías La Comunidad Hispánica de Naciones (publicado por la asociación Francisco López de Gomara como tomo décimo de la serie “La Corona y los Pueblos Americanos”, en 1992), en las páginas 88 a 90, explica el origen del nombre “América Latina”: se usó por primera vez en 1861 en la “Reveu des Races Latines”, por Michel Chevalier, activo colaborador en la política de Napoleón III en México; este Chevalier, célebre economista, fue un sectario librecambista y antisocialista, lo que no deja de ser paradójico y una ironía, dado el talante de muchos partidarios del nombre “Latinoamérica”. “En los años siguientes –dice Marías– lo usan (ese nombre) solamente seis autores franceses y dos hispanoamericanos residentes desde tiempo atrás en Francia, como ha documentado con toda precisión John L. Phelan, admirable historiador de la América hispánica”. El éxito posterior de dicha denominación entre los hispanoamericanos es “inexplicable”, dice Marías, “porque es un nombre “colonialista” por excelencia, inventado para favorecer una intervención enteramente ajena. Es además -y esto es lo más grave- un término falso, porque lo “latino” como tal no tiene que ver con América, porque nadie incluye en él Quebec, que es lo que podría considerarse así, y porque hablar de “raza latina” en Hispanoamérica, con la presencia de millones de indios, mestizos, negros, mulatos y personas de otros orígenes étnicos, no tiene el menor sentido”.
“El nombre usual –dice también Marías– incluso mucho tiempo después de la independencia, era “América española”». Además, en su España inteligible (1981), Marías escribió: “Para los países hispánicos de América, la mayor tentación ha sido el intencionado mito de “Latinoamérica”(…); esa expresión finge una unidad suficiente sin referencia a España, es decir, al principio efectivo de vinculación de sus miembros entre sí. Si se elimina el ingrediente español en los países hispánicos, se volatiliza toda comunidad histórica entre ellos, desaparecen sus raíces compartidas, y con ello toda conexión social que pudiera llegar a articularlos en un mundo coherente.”
Julián Marías añade (“Problemas de las Españas”): “Hispanoamérica e Iberoamérica parecen los nombres preferibles y más justos (y enteramente equivalentes, ya que Hispania e Iberia significan lo mismo, ambos incluyen a Portugal, y por consiguiente sus compuestos americanos comprenden igualmente el Brasil; Camoens lo sabía muy bien cuando cantaba precisamente a los portugueses como uma gente fortíssima d’Espanha).”
Según consigo hablar a fondo con mayor número de hispanoamericanos que viven aquí en Madrid, más me doy cuenta de que muchos de los males de sus países de origen y de los complejos con los que aquí viven, proceden del empeño sistemático en privarles de su historia y de sus raíces. Por otra parte, no dejo de echar rapapolvos a los de aquí que se atreven a menospreciar a los españoles de allá. Para mí, como para Cela (cuando recibió a Vargas Llosa en la Academia) no hay duda: son españoles del Perú, de la Argentina, de Colombia, México… Es increíble que tanta gente ignore la esclarecedora historia del término “Latinoamérica”.