La Vera Cruz o Santa Cruz, es aquella en la que, de acuerdo a la tradición cristiana, fue crucificado Jesús de Nazaret en el siglo I d.C. Dicha cruz está considerada como una de las reliquias más importantes del cristianismo. En este artículo te contamos su apasionante historia.
Origen y hallazgo de la Vera Cruz
Jesús de Nazaret fue crucificado en la ciudad de Jerusalén durante el mandato del emperador romano Tiberio (14-37 d.C.) durante la Pascua judía, aunque se desconoce el año exacto de su muerte, situándose en torno al 26-36 d.C. Aunque la mayoría de historiadores ateos o religiosos está de acuerdo en conceder veracidad al hecho de la Crucifixión de Jesucristo en esta época, las circunstancias en las que tuvo lugar son todavía motivo de debate. Ello es debido a la enorme dificultad que supone para los historiadores e investigadores la tarea de separar los acontecimientos históricos propiamente dichos de la fe cristiana.
El historiador judeorromano Flavio Josefo, que vivió durante el siglo I d.C., habló sobre la condena de Cristo a morir en la Cruz por Poncio Pilato si bien otros eruditos restan credibilidad a su pasaje testimonium Flavianum como consecuencia de la posibilidad de posteriores revisiones hechas por autores cristianos. Así mismo, los relatos procedentes de los cuatro evangelios canónicos (Marcos, Mateo, Lucas y Juan) a pesar de constituir una fuente histórica de primer orden para el estudio de la figura de Jesús de Nazaret, estos han de ser analizados con cierta cautela con el fin de poder hallar la verdad.
Posteriormente, en el siglo IV d.C. Helena de Constantinopla (madre del emperador Constantino I el Grande) halló los restos de la Vera Cruz en Jerusalén, si bien esta historia también posee ciertos tintes de leyenda. Se cuenta que la emperatriz romana removió la ciudad santa hasta dar con los restos de una cruz en un lugar que era conocido por los sacerdotes de la región. Durante esta tarea, Helena junto al obispo de Jerusalén Macario, había amenazado a los rabinos de la ciudad con quemarlos vivos si no les revelaban el emplazamiento exacto de la ansiada reliquia. Bien fuera por esta razón o por cualquier otra, el caso es que al final Helena se salió con la suya. Así es como se ordenó derruir un templo dedicado a Venus y se encontraron tres cruces. Pero, ¿cuál de esas tres era exactamente la de Jesús de Nazaret?
La manera de descubrirlo tuvo diversas explicaciones sobrenaturales. Se dice que por allí pasaba el cortejo fúnebre de un joven y que hicieron depositar el cadáver sobre cada una de las cruces. En dos de ellas no ocurrió absolutamente nada, pero al colocarlo sobre la tercera el difunto resucitó, por lo que se corroboró que aquella cruz era la verdadera. Otra versión cuenta que una mujer se hallaba agonizando en ese momento y que al tocar la reliquia de la Vera Cruz, quedó sanada de inmediato. Sea como fuere, el caso es que al cerciorarse de que la cruz encontrada no era otra sino aquella donde había sido crucificado el mismísimo Jesucristo, por intermediación de Constantino la emperatriz Helena mandó edificar en el lugar del hallazgo la venerada Iglesia del Santo Sepulcro. La reliquia pasó entonces a estar controlada por los cristianos durante varios siglos.
Edad Media: pérdida de la Vera Cruz
En torno al 614, los tropas persas al mando de Cosroes II tomaron la ciudad de Jerusalén y se quedaron con la reliquia sagrada. No obstante, el emperador bizantino Heraclio retomó la posesión de la Vera Cruz en el año 629 una vez consiguió derrotar a sus enemigos. Pero pese a esta proeza, tan solo nueve años más tarde (638) los árabes conquistaron la ciudad santa arrebatando a los cristianos su anhelado objeto de culto. A partir de este momento, la historia se oscurece hasta la llegada del año 1009. Fue en esta fecha cuando el controvertido califa fatimí Al-Hákim ordenó incendiar el templo cristiano donde se hallaba custodiada la Vera Cruz, que supuestamente quedó destruida por las llamas.
Más tarde, en el año 1099 con la conquista cristiana de Jerusalén después de la Primera Cruzada (1096-1099), cuenta la leyenda que algunos caballeros templarios hallaron un fragmento de la Vera Cruz. Aquel trozo de madera pasó a ser la reliquia más sagrada del Reino Latino de Jerusalén, uno de los estados cruzados que habían surgido en Tierra Santa. Con dicha reliquia en su poder, los cristianos creían poder ganar todas las batallas que entablaran contra los musulmanes. Sin embargo, más tarde se enfrentaron contra el sultán de Egipto de nombre Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, también conocido en Occidente como Saladino. Este líder haría temblar a los reinos cristianos de Tierra Santa.
Tras la temprana muerte del venerable Balduino IV el Leproso y de su sobrino, ascendió al trono de Jerusalén Guido de Lusignan, el cual debido a su impaciencia condujo al ejército cristiano a un desastre sin paliativos en la batalla de los Cuernos de Hattin (principios de julio de 1187). Uno de los ansiados tesoros que consiguió Saladino tras su contundente victoria fue precisamente la reliquia de la Vera Cruz, junto con miles de prisioneros. Este hecho, unido a la colosal derrota de los cruzados, significó un varapalo sin precedentes para toda la cristiandad. El Reino de Jerusalén fue sucumbiendo ante las fuerzas del sultán, incluida la ciudad santa de Jerusalén (2 de octubre de 1187), hasta prácticamente desaparecer.
Por esta razón, el papa Gregorio VIII convocó la Tercera Cruzada (1189-1192), la cual a pesar de conseguir algunos avances significativos de la mano del rey inglés Ricardo Corazón de León, no pudo recuperar Jerusalén para la fe cristiana, el objetivo principal de la campaña. Por otro lado, el paradero de la Vera Cruz después de caer en manos musulmanas sigue siendo un misterio. Durante la Tercera Cruzada, el rey Ricardo trató de canjear la sagrada reliquia a cambio de la entrega de numerosos prisioneros musulmanes o incluso de ciudades, sin demasiado éxito. Pese a sus diferencias, tanto Saladino como Ricardo quedarían encumbrados como dos de los gobernantes medievales más emblemáticos.
Debido al significado que tuvo y sigue teniendo la Vera Cruz para la comunidad cristiana, circularon toda una serie de leyendas acerca de su posible ubicación. Se dice que Saladino la retuvo consigo y ya nunca más se supo de ella. No obstante, otra teoría afirma que antes de la derrota cristiana en Hattin, la Vera Cruz fue enterrada por un caballero templario en algún lugar secreto para así evitar su captura por los musulmanes. Otro argumento un tanto inverosímil, habla de que los propios templarios decidieron reducir la Vera Cruz a cenizas antes que verla en poder de los ‘infieles’. Parecer ser que la teoría más cercana a la realidad determina que la reliquia fue llevada a Egipto para permanecer allí custodiada.
En la actualidad
A día de hoy, existen incontables fragmentos supuestamente procedentes de la Vera Cruz repartidos y venerados a lo largo y ancho del mundo cristiano. Ello es debido a que tras su descubrimiento (hecho por otro lado discutido), se fueron diseminando numerosos trozos por toda la cristiandad aunque su naturaleza divina es puesta en duda. Existe una reliquia en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén en Roma, otra en la catedral de Notre-Dame en París, unas cuantas se hallan en España, como la de Santo Toribio de Liébana (Cantabria), la de Caravaca de la Cruz (Murcia) y la de Caspe (Zaragoza), esta última recientemente expuesta al público después de haber pasado muchos años oculta, entre otras. En la Iglesia Matriz de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife, se venera la cruz fundacional, considerada como una reliquia en sí misma. De cualquier forma, la lista es todavía mucho más larga, encontrándose relicarios en otros templos cristianos así como en diferentes cofradías de Semana Santa dedicadas a la Vera Cruz.
Bibliografía:
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Imbellone, C. (2019). ‘Templarios: el día que la Vera Cruz desapareció’. Secretumtempli. https://secretumtempli.wordpress.com/2019/01/05/templarios-el-dia-que-la-vera-cruz-desaparecio/
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