Posiblemente la aventura más conocida de Ulises sea la de su encuentro con el terrorífico cíclope Polifemo. Solamente la astucia pudo salvarle a él y a sus hombres de un final desastroso. En este artículo te contamos como Ulises logró escapar contra todo pronóstico de las garras de este siniestro personaje.
Un lugar lleno de peligros
Después de marcharse del país de los lotófagos, Ulises y su tripulación continuaron con su periplo. Aunque se salvaron por los pelos de acabar atrapados para siempre en aquella región tan misteriosa, todavía les esperaban múltiples desafíos antes de llegar a su ansiado destino. La siguiente parada de Ulises fue Sicilia, la mayor isla del Mediterráneo, donde habitaban los Cíclopes. Estos eran unos extraños gigantes dotados con un solo ojo en mitad de la frente que tenían la malvada costumbre de alimentarse de carne humana.
Sin embargo, hubo un tiempo en el que los Cíclopes vivían tranquilamente trabajando los metales y fabricando los rayos para Zeus bajo el mando de Hefesto, el dios de la forja. Pero todo cambió cuando estos gigantes fueron instigados por Polifemo, hijo de Poseidón y de la ninfa Toosa. Cuanto este personaje lideró a los Cíclopes, estos se dedicaron a saquear ciudades y pueblos, sembrando el caos y la destrucción. Pero Ulises desconocía esta particularidad cuando él y sus marineros arribaron a su isla. Mas les hubiese válido dar media vuelta y proseguir con su trayecto.
En cuanto desembarcaron, vislumbraron las huellas de unos pies gigantes. Esto no era un buen presagio, pero como necesitaban apropiarse de víveres, Ulises decidió adentrarse en la isla acompañado por una docena de sus hombres. Con el fin de ser amable con los lugareños, cogió el vino con el que le había obsequiado Marón para ofrecerlo como regalo y sin más dilación, se abrieron paso entre zarzas y rocas. Por lo que pudiese ocurrir (que de hecho acabará ocurriendo), Ulises emplazó al resto de la tripulación a tener las naves preparadas en caso de que tuvieran que poner pies en polvorosa.
Más adelante, según tenía lugar la exploración de la isla, encontraron la abertura de una enigmática cueva. Por la zona, encontraron pastando un rebaño de ovejas de considerable tamaño y abundante lana. Ulises decidió internarse él mismo en la cueva. Todavía en penumbra, no consiguió distinguir nada a su alrededor. Poco a poco, sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y pudo advertir que la cueva era de un tamaño mucho mayor del que había supuesto en un principio. ¿Qué era lo que escondía? ¿Acaso era la guarida de algún animal salvaje, o peor todavía, de un ser monstruoso?
Sea como fuere y a pesar de estos pensamientos, necesitaban reponer fuerzas, por lo que mataron a unos corderos para asarlos. Utilizando la cueva como refugio, hicieron un fuego y se dispusieron a comer alegremente. Hacía semanas que no probaban carne fresca y aquellas ovejas estaban resultando de gran ayuda. Pero lo que aún no podían saber es que este ganado tenía dueño y además un dueño no demasiado simpático. Según se iba acercando la noche y las escasas luces desaparecían, la tripulación descubrió la gigantesca figura de un Cíclope visiblemente molesto que obstruía la entrada de la cueva.
Encuentro con el Cíclope Polifemo
Todos estaban asustados ante esta repentina aparición, incluido el mismísimo Ulises. El Cíclope replicó a los intrusos: ¿Quiénes sois y qué me estáis robando? Para dar ejemplo a sus hombres, Ulises se armó de valor y respondió con calma que venían de Troya y que no tenían ninguna intención de robarle. A su vez, invocó a Zeus, dios de los viajeros y protector de los extranjeros, e imploró al Cíclope las leyes sagradas de la hospitalidad. Buen intento. El gigante no debió de parecerle un gran argumento, pues se río con ganas en la cara de Ulises y le espetó que él era hijo de Poseidón y, que por lo tanto, estaba por encima de esas supuestas leyes de la hospitalidad que solo los cobardes imploraban. Desde luego, este alegato constituía un mal asunto para los protagonistas de nuestra historia.
Tras esta declaración de intenciones, el Cíclope cogió a dos hombres de Ulises y los devoró como si se tratasen de suculentos muslos de pollo. Como es de suponer, los supervivientes quedaron aterrorizados y se acurrucaron unos junto a otros al fondo de la cueva. Todos menos Ulises, quien volvió a la carga a pesar del terrible episodio del que acababan de ser testigos: «¿Así es como tu padre Poseidón te ha enseñado a tratar a los hombres?» Con este atrevimiento, nuestro héroe estaba demostrando un valor y un temple dignos de su persona. Pero el Cíclope no se iba a dejar amedrentar por un personajillo del tamaño de Ulises, faltaría más. De hecho, pretendía comérselos a todos. Fue entonces cuando Ulises trató de buscar alguna argucia para salir airoso de la situación, aunque esto no iba a resultar nada sencillo.
Para intentar ganar algo de tiempo, Ulises preguntó al gigante por su nombre. El Cíclope henchido de orgullo ante aquellos hombrecillos insignificantes, respondió: «Para que sepas con quien tratas, te diré que mi nombre es Polifemo, hijo de Poseidón». Entonces Ulises le ofreció una copa del delicioso vino que le había regalado Marón. Como Polifemo tenía mucha sed, empezó a beber de aquel misterioso brebaje que le ofrecía su prisionero. Parece ser que le gustó mucho, pues se tragó todos los pellejos de la bebida que llevaba consigo Ulises. El héroe griego decidió urdir una estratagema y, para sorpresa y estupor de sus asustadizos compañeros, cuando Polifemo le preguntó a su vez como se llamaba él, este le respondió que se llamaba «Nadie«. Mientras se bebía todo el vino, el Cíclope quiso obsequiar a Ulises («Nadie» para él) dándole la oportunidad de ser el último que fuera engullido. Triste premio de consolación.
Después de acabar totalmente ebrio a causa del vino ingerido, Polifemo cayó en un profundo sueño. Había llegado el momento de rendir cuentas con aquel gigante tan problemático. Al principio, Ulises se sintió tentado de darle muerte ahí mismo hundiéndole la espada en su pecho. Pero entonces se dio cuenta de que si se le ocurría llevar a cabo tal acción, ni él ni sus hombres podrían escapar jamás de aquella cueva infernal, pues tan solo Polifemo era capaz de mover la gran roca que taponaba la entrada. De hecho, hubieran necesitado un ejército entero para poder realizar semejante maniobra. Por esta razón, Ulises ideó un astuto plan para poder salir de allí, a ser posible ilesos. Nuestro héroe se fijó en que el Cíclope había dejado un tronco de olivo en el interior de la caverna. Fue entonces cuando él y sus hombres se pusieron manos a la obra para fabricar una gran estaca de madera y, cuando la tuvieron terminada, la acercaron a las brasas que quedaban para endurecerla.
La punta de la estaca había quedado incandescente y, aprovechando que Polifemo todavía se hallaba bajo los efectos del alcohol, la hincaron con todas sus fuerzas en su único ojo. Los horribles aullidos de dolor del gigante resonaron por toda la caverna. Polifemo se sacó la estaca de su ojo pero ya había quedado ciego de forma irremediable. Empezó a dar violentos manotazos a diestro y siniestro maldiciendo a aquellos que lo habían herido. Ulises y sus fatigados compañeros corrieron a refugiarse en el rincón más profundo de la cueva para no ser alcanzados por el enojado Cíclope. Fueron de tal intensidad los gritos de Polifemo que alertaron al resto de gigantes que vivían en la isla, los cuales acudieron a averiguar que diantres le estaba ocurriendo. Al ser preguntado por la causa de su mal, el Cíclope les respondió: «Nadie me ha cegado». Esta curiosa respuesta, añadida a su voz distorsionada por la reciente borrachera, hizo pensar a los demás cíclopes que habían sido los dioses los responsables de castigar a Polifemo y que, por tanto, ellos nada podían hacer. Ulises y los suyos se habían salido con la suya. Al menos por ahora.
Porque pese a este triunfo, todavía no había pasado el peligro para los intrépidos viajeros ya que aún se hallaban atrapados. Al amanecer, Polifemo debía mover la roca gigante de la entrada de su cueva para sacar a pastar a su rebaño. El gigante sabía que Ulises y el resto de sus prisioneros aprovecharían esta oportunidad para escaparse, algo a lo que no estaba dispuesto. Pero nuestro héroe había dispuesto a sus hombres el plan a llevar a cabo. Teniendo en cuenta el gran tamaño de las ovejas del Ciclope, cada uno de los miembros de la tripulación se colocó debajo de sus vientres y así Polifemo no los podría distinguir al pasar la mano por su lomo. Así ocurrió. Una a una todas las ovejas fueron abandonando la cueva junto con los hombres de Ulises, cuidadosamente agazapados. Una vez fuera del alcance del Cíclope, todos huyeron sin demora ladera abajo hasta la orilla donde les esperaba el resto de la tripulación. Mientras se iban alejando de aquella isla tan tenebrosa, Ulises vio como Polifemo lamentaba a su padre los daños causados a su persona. Ya a salvo de sus garras, le gritó al Cíclope: ¡Adiós, gigante ciego! ¡Dile a tu padre que ha sido Ulises de Ítaca el hombre que te hirió! Todavía pudo oír estas palabras Polifemo, quien arrojó la roca de la entrada de la cueva con todas sus fuerzas hacia el lugar de donde provenía aquella voz tan familiar. Aunque por suerte no acertó en el blanco, el impacto tuvo lugar muy cerca de la popa del barco, produciendo tales olas que a punto estuvieron de acabar con la misión del legendario héroe.
Reflexión del mito
En este famoso relato de la Odisea, podemos ver con total rotundidad como la inteligencia se sobrepone a la fuerza bruta. A pesar de su supuesta superioridad, Polifemo no logra derrotar a sus prisioneros. Se cree que controla la situación, pero fue cayendo ingenuamente en todas y cada una de las trampas orquestadas. Por el contrario, Ulises encarna a la perfección la virtud de la prudencia, todas sus decisiones han sido premeditadas de forma concienzuda con el fin de evitar una tragedia para él y su tripulación. Si se hubiese dejado llevar por las emociones antes que por la razón, tal y como pretendían algunos de sus compañeros, lo más probable es que todos hubiesen perecido en aquella inmunda cueva. Ulises medita muy bien sobre las dramáticas circunstancias en las que se encuentran, se anticipa a los hechos, tiene una visión en conjunto de todos los elementos: el único ojo de Polifemo, la enorme roca que tapa la entrada, el tentador vino que porta, el astuto nombre que debe dar para confundir al resto de cíclopes («Nadie»), la estaca de madera, las ovejas, todos ellos ordenados de manera lógica y coherente para conseguir el éxito de su plan de huida. Aunque sí es cierto que su orgullo al final de esta aventura, por poco le cuesta una desagradable sorpresa. Pues más nos vale ser cautos en todo momento, incluso cuando creamos estar a salvo de todo peligro.
Bibliografía
Commelin, P. (2017). Mitología griega y romana. La Esfera de los Libros, S.L.
Goñi, C. (2017). Cuéntame un mito. Editorial Ariel.
Hard, R. (2004). El gran libro de la mitología griega. La Esfera de los Libros, S.L.
Schwab, G. Leyendas griegas. Editorial Taschen