Luisa Roldán, «La Roldana»
Nos encontramos en la España del siglo XVII. Una España que, a pesar de estar sumergida en dificultades económicas y políticas, aún brilla en el terreno artístico. Es la España del Siglo de Oro, de Las Meninas de Velázquez y de Calderón de la Barca.
La Sevilla de esta época había sido sacudida económicamente; se encontraba desolada por el ataque de la Gran Peste que se llevó la vida de unas 60.000 personas, entre las cuales se encontraba el escultor que asentó los principios de la Escuela Sevillana: Juan Martínez Montañés. Sin embargo, Sevilla era, después de Roma, referencia de primer orden en lo que a la cultura barroca se refiere. Vio nacer a artistas tan importantes como Velázquez, Murillo, Zurbarán, Valdés Leal, Juan de Mesa y el mencionado Montañés. Y entre tal ambiente cultural, en 1652, nació Luisa Ignacia Roldán.
Luisa Roldán fue una importante escultora sevillana del Barroco español. Conocida como “La Roldana”, desde pequeña estuvo inmersa en el mundo de la escultura, pues su padre era don Pedro Roldán, un conocido imaginero de Sevilla. El taller familiar de don Pedro y su mujer, Teresa de Jesús Ortega y Villavicencio, estaba ligado al arte religioso, y sus hijos conocieron allí los secretos de la escultura desde su infancia.
Luisa ayudaba a su padre con los materiales y las pinturas. Él la enseñó a pintar, dibujar y moldear. De esta manera se formó en el terreno de la escultura religiosa, complementándolo con horas de lectura que aportan a sus obras la expresividad, armonía y emoción propias de una autora de profunda fe.
Pero el drama no tardó en llegar. Luisa se vio inmersa en una problemática muy acorde a su época, enamorarse de un hombre que su familia no aceptaba. En este caso, de Luis Antonio Navarro de los Arcos, un aprendiz del escultor Andrés Casino. La pareja quería casarse, pero los padres de Luisa no aceptaban tal propósito. A Luisa le dio igual. Se casó con Luis Antonio en la Navidad de 1671, sin que sus padres se enterasen. Entonces, don Pedro le negó cualquier ayuda y Luisa se independizó de su familia.
Tras haber vivido en Sevilla y Cádiz, Luisa se mudó a Madrid en 1689, con el propósito de trabajar para la corte de Carlos II (empleo por aquel entonces difícil de conseguir siendo mujer). Sin embargo, en 1692 sus méritos hicieron que obtuviera la plaza de escultora real tras realizar la imagen de Santa Clara para el convento de las Descalzas Reales y, cuando Carlos II murió, consiguió de nuevo este puesto en la corte de Felipe V.
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A pesar de haberse convertido en una celebridad, los problemas económicos de la Roldana fueron constantes, fundamentalmente porque se enfrentaba a un alto número de clientes que no pagaban lo que la debían, y tuvo que pasar su estancia en Madrid reclamándoles lo que era suyo.
Entre 1704 y 1706 su vida fue un misterio. La única documentación localizada es la declaración de pobreza que firmó en 5 de enero de 1706. En la iglesia parroquial de San Andrés se encontró la partida de defunción con fecha de 10 de enero de 1706
Obra
Las obras de la Roldana se enmarcaban en la temática religiosa. En sus inicios, sus imágenes se destinaban al culto de la procesión, se exhibían temporalmente en los belenes o se situaban en los retablos. Así, respondían a los deseos del nuevo arte religioso, del arte de la Contrarreforma o la Reforma católica promovido por el Concilio de Trento.
No hay que olvidar que el barroco fue la época de la imagen. La imagen tenía gran valor persuasivo y pedagógico, puesto que el destinatario de las formas de representación era el ojo, sobre el cual la seducción trabaja activamente atrapando las mentes. El catolicismo contrarreformista seguía una cultura de la exhibición en la que la imagen se utilizaba como arma para transmitir su mensaje.
A este respecto, la Reforma católica, en el seno del Concilio de Trento, buscaba justificar y legitimar el uso de imágenes en el culto católico. En los años de Felipe II proliferaron los escritos en defensa al uso de las imágenes y reliquias, basados en las enseñanzas de Gregorio Magno que ratificaba el valor de éstas como “biblia pauperum” (biblia de los ignorantes), pues sólo a través de ellas el pueblo se familiarizaría con las verdades de la fe. Respondiendo a esta idea, las imágenes religiosas del Barroco estaban hechas para emocionar y acercarse al público. Como San Buenaventura dijo:
«Lo que vemos suscita nuestras emociones más que lo que oímos»
En este contexto desarrollaba Luisa sus imágenes y destacó por su capacidad para adaptarse a los cánones de la época, al “llanto barroco” que dotaba a su arte de la intensidad expresiva que el culto requiere: se decía que cuando ejecutaba imágenes de Cristo o de la Virgen María “se revestía tanto de aquel afecto compasivo que no las podía ejecutar sin lágrimas”. Así como su notable delicadeza: “sobre el color castaño de los cabellos y la barba se aprecian pinceladas doradas, delicado procedimiento no detectado hasta ahora en otros escultores sevillanos barrocos”.
La obra de Luisa no se puede disociar totalmente de la de su marido. Su marido firmaba los contratos, puesto que en aquella época no era habitual que la mujer tuviera libertad ante notario, a excepción de las mujeres viudas. Sin embargo, ambos colaboraban en muchos de los encargos. Esta colaboración se confirma en la primera obra documentada de Luisa: el Ecce Homo de 1684, en la Catedral de Cádiz, que guardaba en su interior un documento que firma la autoría del matrimonio.
Aunque hay pocos datos sobre sus obras iniciales, es posible advertir su estilo en las imágenes realizadas para la Hermandad de la Carretería y la Hermandad de la Exaltación (1677-1678), contratadas por su esposo. El tratamiento dramático de las expresiones, los rostros ovalados, los ojos rasgados, las cejas arqueadas o las bocas anhelantes son algunas de las características que los historiadores atribuyen a su obra, que destaca sobre todo por el naturalismo y la expresividad con las que las dotaba.
El Arcángel
El tema de la relación de la Roldana y su marido ha sido siempre fuente de controversia. Muchas hipótesis han mantenido que Luisa fue desgraciada en su matrimonio, que su marido era un inútil y que ella tuvo que trabajar mucho y mantener a la familia. Sin embargo, ella misma lo describe como “viril, hermoso, activo, cargado de pasión y energía” en una nota escondida en la escultura Arcángel San Miguel aplastando al diablo. Parece que en lo que a la relación de Luisa con su marido respecta, no hay consenso, o al menos yo no lo he encontrado. Pero no deja de ser interesante la teoría que crece al respecto de esta estatua, una de sus obras más célebres.
Se cree que Luisa puso al diablo del San Miguel Arcángel de El Escorial, la cara de su marido, y a San Miguel, la suya propia. Beatriz Porqueres Giménez explica en Luisa Ignacia Roldán y Antonio Navarro de los Arcos: la querella de un matrimonio de artistas a finales del siglo XVII, que era habitual representar al Arcángel San Miguel atacando con armas como la espada o la lanza, pisoteando al demonio encarnado en un hombre y encadenado como símbolo de victoria. Nos cuenta, también, que los atributos que rodean al Arcángel eran, en aquella época, típicos de los hombres y no de las mujeres. Un ejemplo claro es la espada, atributo masculino por excelencia y prohibido en la representación simbólica de la mujer. Esto se constata en hechos históricos como el que respecta a Isabel la Católica, la cual no pudo llevar una espada en su coronación.
Así, continúa Beatriz apuntando que Luisa aprovecha el hecho de que los ángeles sean seres asexuados para convertir el Arcángel en mujer. En el contexto de la jerarquía de género la inversión sexual en la representación simbólica era un arma contra el orden establecido, y permitía a la mujer apropiarse del poder representándose como noble y guerrera.
Una de las teorías que se barajan es que la Roldana se representase a sí misma en el Arcángel, blandiendo la espada que la define como mujer fuerte que lucha y vence al demonio hombre, quizá representación de su marido y como medio para solventar las posibles querellas familiares, teniendo en cuenta también que España no se mantuvo al margen de la Querelle des femmes.
La Roldana fue una artista de renombre, a la que hay que recordar por ser independiente, por saltarse las normas sociales que le dificultaban sus propósitos como artista y que no le impidieron llegar a ser escultora de la corte. Una mujer que se saltó las jerarquías de género y representó a la mujer como fuerte y vencedora. Y ha de recordársela por su magnificencia como escultora, que la hizo llegar a ser reconocida tanto nacional como internacionalmente.
Referencias
- Luisa Roldán y el retablo sevillano, Alfonso Pleguezuelo Hernández. Universidad de Sevilla, 2012.
- La imagen devocional barroca: en torno al arte religioso en Sisante, Pedro Miguel Ibáñez Martínez, Carlos Julián Martínez Soria. Universidad de Castilla La Mancha, 2010
- España Épica. La gesta española II. Rescatemos nuestra memoria histórica, Jose Javier Esparza. Áltera, 2008.
- Escultura Barroca Española. Escultura Barroca Andaluza, Antonio Fernández Paradas.
ExLibric, 2016 - Luisa Ignacia Roldán y Antonio Navarro de los Arcos: la querella de un matrimonio de artistas a finales del siglo XVII, Bea Porqueres Giménez. TIEMPOS MODERNOS 18, 2009.
- http://www2.ual.es/ideimand/luisa-roldan-escultora-1652-1706/
- https://www.despertaferro-ediciones.com/2018/la-gran-peste-de-sevilla-1649/