Mamá, papá… ¡Me voy a América!

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Corren los años de la tercera década del siglo XVI. La conquista de América se encuentra en un punto muy avanzado y son muchos los españoles, entre los que buena parte eran de procedencia extremeña, los que deciden emprender el arduo camino de la emigración hacia aquellas lejanas tierras en busca de un futuro halagüeño. Las motivaciones de todos los que deciden viajar hasta el Nuevo Mundo son muy diversas, pero lograr tener todo lo necesario para emprender el viaje no va a ser nada fácil. La Corona española estableció duras prohibiciones para la entrada en América no solo a los extranjeros, sino a todo aquel que, aún procediendo de la propia nación española, fuera considerado como elemento perjudicial para el bienestar de los nuevos habitantes de los territorios recientemente poblados.  ¿Quieres viajar hasta América en el siglo XVI? Pues atento, porque el recorrido burocrático es bastante complejo.

Galeón español del siglo XVI

Lo primero que has de conseguir es un estatuto de limpieza de sangre, el cual se podía conseguir en el Ayuntamiento del lugar de residencia. Ningún moro, ni judío o hijos de éstos, ni recién convertidos a la fe cristina, ni tampoco ningún reconciliado por la Inquisición ni sus descendientes estaban autorizados a viajar al Nuevo Mundo. Tenías que probar que descendías de cristianos viejos, si no, aquí se podían truncar tus sueños de comenzar un futuro mejor al otro lado del charco.

El segundo paso será obtener una Real Cédula, es decir, una licencia, que expeditaba la Corona a través del Real y Supremo Consejo de Indias. Éste fue el órgano más importante de la administración indiana y sin la Real Cédula que se conseguía aquí te resultaría imposible viajar hasta el nuevo continente. Esta licencia era otorgada a título personal y de carácter intransferible, y podía ser de diferente naturaleza si ibas a desempeñar un oficio allende los mares o incluso obligarte a residir en un determinado territorio durante unos años para después poder gozar de cierta libertad de movimiento.

Una vez en posesión de estos documentos, necesitarías una licencia de embarque que se obtenía en la Casa de Contratación, ya que desde aquí se controlaba la actividad comercial, el tránsito de personas y las expediciones entre España y el Nuevo Mundo. Es decir, esta licencia sería hoy en día como tu billete de embarque mediante el cual poder subir a bordo del barco en el que vas a realizar tu viaje.

Sevilla. Siglo XVI. Gracias al monopolio del tráfico comercial y financiero con América, Sevilla se convirtió en el siglo XVI en una de las mayores urbes del mundo.

Por supuesto, todo esto había que pagarlo, y si además vivías en alguna zona alejada de alguno de los organismos que hemos citado, sumale el coste de desplazamientos y alojamientos pertinentes. No obstante, como bien sabemos la picaresca española es algo que nos ha venido definiendo a lo largo de nuestra historia, y se sabe que todos aquellos que se propusieron viajar a América y no tenían medios para hacerlo consiguieron atravesar el océano por diversos medios, ya fuera falsificando pruebas para la obtención del estatuto de limpieza de sangre, sobornando a las autoridades pertinentes, o comprando permisos falsos de embarque que solían venderse en Sevilla a un precio razonable y accesible.

Habiendo reunido toda esta documentación, ya estás listo para preparar tu macuto, despedirte de tus seres queridos y subir a tu barco para empezar una nueva vida más allá del Atlántico. Ahora solo resta rezarle a todo el santoral para que tu barco llegue de una pieza a costas americanas y no sea engullido por el mar en medio de una terrible tempestad. ¡Buen viaje!

Forma y levantado de la ciudad de México. Juan Gómez de Trasmonte. Año 1628

BIBLIOGRAFÍA:

-Iglesias Aunión, P.: «Las licencias para viajar a las Indias. Estatutos de limpieza de sangre y requerimientos en el Trujillo del siglo XVI». Asociación Cultural Coloquios Históricos de Extremadura.

-Navarrete Peláez, M. C.: «Judeoconversos en la Audiencia del Nuevo Reino de Granada, siglos XVI y XVII». En Revista de Historia Crítica, nº 23, 2003.

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