Los Juegos Olímpicos de 1908 jamás deberían haberse celebrado en Londres. Estos Juegos iban a disputarse en Roma, pero dado que en abril de 1906 el volcán Vesubio entró en erupción y dejó a la ciudad de Nápoles muy dañada, el gobierno italiano decidió destinar el presupuesto previsto para la organización de los Juegos a la reconstrucción de esta ciudad, relegando a Roma como anfitriona del evento.
En su lugar, se escogió Londres como sede de los Juegos Olímpicos de 1908, dando lugar a uno de los acontecimientos deportivos más grandes que jamás se habían visto.
Pionera de grandes modalidades deportivas, la capital británica introdujo varias disciplinas en el calendario de unos Juegos, como el lanzamiento de jabalina, el hockey sobre césped y, con carácter oficial, el fútbol. Además, estos Juegos fueron los primeros para los que se decidió construir desde cero un estadio olímpico que albergara la mayoría de las pruebas, erigiéndose en el barrio de Shepherd´s Bush una imponente estructura con capacidad para 70.000 espectadores que posteriormente se conocería como estadio White City.
Fue en este estadio donde, además, se realizó el primer desfile olímpico, celebrado el 13 de julio de 1908 y en el que 2059 atletas presentaron sus respetos al Rey Eduardo VII y a la Reina Alejandra de Dinamarca, quienes como representantes de la corona británica presidían el palco real junto a los príncipes de Suecia, Grecia y Gales.
Estos Juegos, que fueron los más largos de la historia – las pruebas olímpicas se extendieron desde el 27 de abril hasta el 31 de octubre –, sentaron las bases de los eventos deportivos que se desarrollarían desde inicios del Siglo XX hasta el día de hoy, y son también conocidos por su incidencia en el terreno del atletismo y, particularmente, por el cambio que introdujeron en la distancia de la carrera de Maratón.
El mito griego nos cuenta que, en el año 490 a.C., el guerrero ateniense Filípides, tras el triunfo Heleno sobre los persas en la batalla de Maratón, corrió la distancia existente entre las ciudades de Maratón y Atenas para llevar las noticias de victoria a la capital griega. Al llegar, extenuado, murió, creando una leyenda que daría lugar a una de las pruebas de atletismo más famosas de la historia, la carrera de Maratón.
El recorrido que realizó Filípides, y por ende la distancia original que se corrió en los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en Atenas en 1896, fue de aproximadamente 40 kilómetros. Esta distancia, que se mantuvo con mayor o menor exactitud en los Juegos de París de 1900 y en los de Sant Louis de 1904, difiere un poco de los ya populares 42.195 metros que se recorren en las maratones actuales. La razón de este cambio estuvo en los Juegos de Londres de 1908 y, más concretamente, en Alejandra de Dinamarca, la por aquel entonces Reina consorte de la corona inglesa.
Aunque el recorrido establecido en el informe inicial de los Juegos era de 25 millas – unos 40 kilómetros -, por órdenes de la Reina, y con el objetivo de que sus nietos pudieran ver el inicio de la carrera, el Maratón debía comenzar en el ala este del castillo de Windsor, lo que añadió alrededor de una milla más al recorrido previsto inicialmente.
Además, y debido a la cojera que la reina sufría, se decidió también que la línea de final de carrera no estuviera en la puerta del estadio olímpico Shepperd´s Bush, como se había acordado, sino que se fijara justo debajo del palco real donde estaría sentada la reina Alejandra de modo que ella pudiera ver el final de la prueba sin desplazarse, incrementando así en 385 yardas la entrada de los corredores a meta.
De esta manera, de las 25 millas iniciales se pasó a 26 millas y 385 yardas, lo que en nuestro sistema métrico decimal equivale a 42 kilómetros y 195 metros. A partir de ese momento, todas las maratones han mantenido esta distancia, quedando establecida como la distancia única y oficial de la carrera de Maratón en el congreso de la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo celebrado en Ginebra en 1921.
Es así que, debido al capricho de la reina Alejandra, todos los participantes en una maratón tienen que recorrer unos dos kilómetros más de los que corrió Filípides. Este cambio, que a la postre no ha hecho sino mitificar aún más esta prueba, tuvo como consecuencia más cercana una de las historias más curiosas que se han vivido en una carrera olímpica, y que más de 100 años después merece la pena recordar.
La Maratón Olímpica de Londres de 1908 dio el pistoletazo de salida el 24 de julio a las 14:33 horas. Reunió a 56 corredores, entre los que se encontraba el italiano Dorando Pietri, camarero de profesión, que el año anterior demostró en varias pruebas ser el mejor velocista de Italia.
Pietri, que comenzó la carrera a un buen ritmo, no tardó en ponerse a la cabeza, desmarcándose claramente de sus oponentes, aunque debido a la dureza de la prueba – que presentaba grandes desniveles en su recorrido -, y a las altas temperaturas, comenzó a sufrir los efectos del agotamiento y la deshidratación en los últimos kilómetros.
Llegando al estadio Olímpico, y cuando le quedaban pocos metros para alcanzar la meta, Pietri, desorientado, se equivocó de dirección. Cuando se dio cuenta de su error y rectificó, agotado y sin fuerzas para mantenerse en pie, comenzó a caerse. Hasta en cinco ocasiones tuvo que levantarse del suelo.
Estando a 10 metros de la línea de meta, y delante de todos los asistentes al White City, Pietri, casi abatido, se derrumbó en la pista. Era como si la historia nos estuviera devolviendo a Filípides para contarnos otro nefasto final.
Así, mientras Pietri estaba prácticamente inconsciente, los jueces de la carrera, que estaban muy próximos a él y que le habían visto levantarse de sus numerosas caídas, le ayudaron a reanimarse y a levantarse para que, finalmente, pudiera cruzar la meta, que alcanzó en primer lugar. Su tiempo fue de 2 horas y 38 minutos.
En segundo lugar, y muy próximo al italiano, llegó el estadounidense John Hayes. Éste, que había sido testigo de la ayuda recibida por Pietri, solicitó, junto con la delegación de Estados Unidos, la descalificación del italiano, lo que convertiría a Hayes en el campeón olímpico. Y así sucedió.
Pietri, que había encabezado toda la carrera, fue descalificado por la ayuda de los jueces a escasos diez metros de la meta, aunque la desorientación que le llevó a confundir la entrada del estadio olímpico no sólo le costó la medalla sino que estuvo a punto de costarle la vida. No obstante, su espíritu de superación y su fe en llegar al final hicieron que el italiano pasara a la historia.
Si bien Hayes se llevó el oro, el mérito y el reconocimiento fueron para Pietri. La reina Alejandra, probablemente la culpable de todo este desaguisado, le obsequió con una copa de plata, y el escritor Arthur Conan Doyle, que había ejercido de juez en la maratón, organizó una cuestación que otorgó al italiano una fortuna. Su esfuerzo creó un mito que pasó de generación en generación, revelando el auténtico espíritu olímpico de la carrera. Porque a veces los mejores no son los que ganan sino los que luchan.
Del mismo modo que a Filípides en Atenas, a Pietri se le conmemoró con una estatua en Milán, mientras que del oro de Hayes, nadie se acuerda.
Bibliografía:
- Alperin , Eduardo, “Historia de los Juegos Olímpicos – Londres 1908”, Diario ESPN Deportes, año 2003
- Arribas, Carlos “Al servicio de su majestad” Diario El País, 11 de agosto de 2012
- Sánchez Ramos, Javier “La distancia de la maratón, invento británico”, Revista “Juegos Olímpios y Maratón”
- Tormo, Anna, «Dorando Pietri, la derrota más legendaria de la historia de los Juegos Olímpicos«, Revista «Urbanian», 6 de julio de 2016.