Mateo Alemán (Sevilla, 1547 – México, ¿1614?) es un personaje sumamente atractivo que hoy casi nadie recuerda. Este sevillano escribió el primer gran “bestseller” de la literatura del siglo de Oro, alcanzando un éxito tremendo su “Guzmán de Alfarache”, novela picaresca que se difundió muy pronto masivamente por España y por Europa. En los últimos años de su vida viajó a la Nueva España, donde moriría olvidado pocos años después.
De su biografía hoy todavía permanecen en la penumbra numerosos años y pasajes importantes de su vida, aunque si conocemos algunos relevantes detalles. Varios autores han dado por hecho su dudoso origen y condición –se apunta a un antepasado converso que murió en la hoguera- aunque no está demostrado del todo. Lo que sí parece es que las envidias, sus amoríos, negocios turbios, deudas y otros factores, como la presencia de familiares a los que les había ido bien en el Nuevo Mundo, influyeron en su decisión de trasladarse allí al final de su vida.
Con Miguel de Cervantes le unen varias coincidencias y son muchos los que ven en el “Guzmán de Alfarache” una indudable influencia en la inmortal novela que dio vida al ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. Ambos autores nacieron el mismo año, 1547, los dos estuvieron presos en Sevilla por las mismas fechas –puede que hasta se conocieran en su cautiverio-, publicaron sus novelas en dos partes (Mateo Alemán en 1599 y 1604; Cervantes en 1605 y 1615) y ambos vieron con enojo como veían la luz versiones apócrifas de sus novelas entre ambas entregas, incitándoles aún más a escribir la segunda parte de sus obras.
Un último factor que les une es que los dos pidieron licencia para pasar a las Indias. Cervantes lo intentó en dos ocasiones sin conseguirlo finalmente. Alemán también, una primera en 1582 y la segunda, en 1607, cuando finalmente la obtuvo aunque para ello tuviera que ceder previamente sus propiedades a Pedro Ledesma, secretario del Consejo de Indias, y también sus derechos sobre el “Guzmán de Alfarache” en Castilla y Portugal. Sus deudas y sospechas que siempre perseguían a su figura seguramente pesaron mucho en estas decisiones para que no se le impidiera viajar a las Indias.
La licencia consta en la Casa de Contratación del Archivo de Indias para viajar junto “con sus hijos Francisca, Margarita y Antonio Alemán, y con su sobrina Catalina Alemán, hija de Juan Agustín de Alemán, todos naturales y vecinos de Sevilla, a Nueva España”. También le acompañaron al menos dos criados, María de Galves y Alonso Martín, hija de la anterior.
Hoy también se sabe que la tal Francisca no era su hija sino su amante Francisca Calderón, con quien llevaba varios años de relaciones, pues su matrimonio previo con Catalina de Espinosa había sido un mero trámite de extrema necesidad para saldar unas deudas y evitar la cárcel. El deseo de vivir tranquilo junto a la mujer que realmente amaba en el Nuevo Mundo, huyendo de un pasado muy agitado y de un matrimonio de conveniencia, seguramente influyó también mucho para que el escritor quisiera trasladarse a las Indias al final de su vida.
En la flota que finalmente le llevó a América en 1608 coincidió con Fray García Guerra, quien viajaba como nuevo arzobispo de México y con el que trabó una fluida relación de amistad. De hecho, Fray García Guerra se convirtió en su protector, primero como arzobispo y luego como virrey, aunque fuera por poco tiempo. En 1611 el dominico asumió el virreinato novohispano de manera interina tras la marcha a Madrid del veterano Luis de Velasco –quien ya anciano dejaba América para presidir el Consejo de Indias- pero la mala fortuna hizo que una fatídica caída de su carruaje complicara su salud y acabara con su vida apenas un año después de ser nombrado virrey.
No mucho se sabe con certeza de los poco más de cinco años que un sexagenario Mateo Alemán vivió en la Nueva España. Sí que conocemos que allí publicó su “Ortografía castellana” en 1609 y un par de obras para narrar la trayectoria vital de su protector en aquellas tierras y su trágica muerte, el citado Fray García Guerra.
En torno a 1614, el autor del primer gran “bestseller” de la literatura en castellano del siglo de Oro moría olvidado en la ciudad de México. Con una vida agitada y no exenta de claroscuros, el autor del “Guzmán de Alfarache” no fue un héroe por sus hechos de armas pero sí lo fue de las letras aunque, al igual que le ha ocurrido a otros autores a lo largo de los tiempos, no pudiera beneficiarse mucho en vida del fulgurante éxito de su ingenio y pluma.
Pese al gran éxito y difusión de su novela, la mayor parte de las ganancias no se las llevó él sino los impresores, tanto españoles como europeos, que tradujeron su obra con celeridad a los principales idiomas (italiano, portugués, francés, alemán, inglés,…).
El “Guzmán de Alfarache” al igual que el Quijote encierra en sus páginas todo un tesoro de frases, refranes y enseñanzas de vida. Termino estas líneas con una de sus citas más célebres:
“Deben buscarse los amigos como los buenos libros. No está la felicidad en que sean muchos ni muy curiosos; sino pocos, buenos y bien conocidos”.