En la carrera armamentista de la evolución, las especies se ven obligadas a adaptarse continuamente para poder sobrevivir. Una de las formas de adaptación es el mimetismo.
En esta carrera participan todas las especies sin excepción. Es decir, tanto la presa como el depredador han de perfeccionar sus estrategias para sobrevivir y para mantenerse aptos.
Podemos encontrar muchos tipos de mimetismo en la naturaleza. Por ejemplo, cuando una especie peligrosa imita a una inofensiva para coger a su presa desprevenida, hablamos de mimetismo agresivo. El caso contrario se conoce como mimetismo batesiano: una especie inocua imita a una especie peligrosa —léase venenosa— para prevenir a los predadores. Este mimetismo fue descrito en 1861 por Henry Walter Bates.
Para visualizar el mimetismo agresivo pensemos en la venus atrapamoscas (Dionaea muscipula). Esta planta imita la morfología y coloración de las flores para atraer insectos y capturarlos. El pulpo mimo (Thaumoctopus mimicus) es un animal que utiliza el mimetismo batesiano para asemejarse a especies peligrosas, como el pez león (género Ptoris).
La unión hace la fuerza
Otro tipo de mimetismo común es el mülleriano. Hay especies peligrosas que, al compartir un mismo depredador, se copian entre sí para unificar la señal de advertencia. El naturalista alemán Fritz Müller propuso el concepto en 1878. El modelo matemático propuesto por Müller describe el beneficio que obtienen ambas especies al copiarse mutuamente.
Un ejemplo conocido de mimetismo mülleriano es el existente entre las avispas y las abejas. Ambos insectos pueden picar y ambos presentan coloraciones muy parecidas: rayas negras y amarillas. Con este carácter, las especies receptoras de la señal conocen el peligro de acercarse a insectos con esas características.
La finalidad del mimetismo no siempre es protegerse de un depredador. También puede ser atraer a otros organismos, como en el caso de algunas flores que imitan la forma y coloración de un insecto hembra para atraer a los insectos macho y así facilitar la polinización. La orquídea abeja, Ophrys speculum, además de parecerse visualmente a una abeja, también produce feromonas similares a las de ésta para atraer a machos en celo. De esta manera, la polinización está casi garantizada.
Cuando hablamos de mimetismo, estamos distinguiendo dos tipos de especies: las imitadoras y las aposemáticas o modelos. Si la especie modelo es abundante en el entorno, los predadores la evitaran y también a la especie imitadora. Sin embargo, si la especie aposemática es menos abundante que la imitadora, los predadores aprenderán que el riesgo de envenenamiento es bajo y esto perjudicará tanto a la especie modelo como a la imitadora.
Pero ¿es el ser humano capaz de mimetizarse?
Tal y como hemos descrito el mimetismo, el ser humano no entra en ninguno de estos grupos. Sin embargo, las personas también necesitamos adaptarnos y sobrevivir.
A veces una persona necesita adoptar una serie de comportamientos para obtener algo. Puede ser que quiera pasar desapercibida o que por el contrario quiera ser el centro de atención. Imitar gestos, comportamientos y el lenguaje de otra especie o de otra persona es un comportamiento habitual del ser humano. Desde que vimos volar un ave, hemos querido imitarla. Constantemente observamos a otros organismos para copiar sus patrones o determinados mecanismos; existe una cinta médica flexible, resistente y pegajosa que imita la tela de araña, también una cinta adhesiva acuática que copia las patas de algunos lagartos y que es capaz de soportar bastante masa, un recubrimiento para barcos que repele algas y moluscos y una pintura para aviones que reduce la resistencia ambos inspirados en la piel del tiburón, y un sinfín de materiales más que nos facilitan la vida y que están inspirados en la naturaleza.
A nivel comportamental también tratamos de mimetizarnos. Muchas parejas que llevan años juntas terminan imitándose entre sí. Pero esto también les ocurre a las personas sin pareja; desde que nacemos, utilizamos la imitación para aprender. Los bebés aprenden a hablar porque imitan los sonidos que oyen y los movimientos bucales que ven y se adaptan a su entorno imitando a las personas de referencia.
Imitador vs. descubridor
Muchas personas que quieren tener éxito imitan a aquellas que ya son exitosas. Analizan y adoptan el comportamiento de sus ídolos para llegar a las mismas metas.
La necesidad de sentirnos parte de un grupo es responsable de que imitemos a los demás. Sobre todo, las personas jóvenes intentan ser parte del un grupo y para ello se imitan unas a otras o imitan al “líder”. En grupos adolescentes nadie quiere ser diferente, ser “el raro”. Imitar supone mimetizarnos con el grupo y evolutivamente hablando es una forma de integración.
Ocurre, asimismo, que a veces imitamos comportamientos que nos desagradan, pero nos cuesta dejar de hacerlo porque no queremos llamar la atención o nos da miedo ser excluidos del grupo. Esto es problemático porque en lugar de ayudarnos, nos hace infelices y no siempre es fácil pagar el precio de ser uno mismo.
Estamos programados genéticamente para imitar.
¿Cómo progresar si todo el mundo es un imitador? En realidad, no todas las personas son imitadoras. Las hay descubridoras y éstas son muy importantes para el avance de la sociedad. Las personas descubridoras son capaces de adaptarse fácilmente a nuevos ambientes e innovar y esto es clave en el proceso de evolución.
¿Y tú, qué clase de persona eres?
Referencias
Bates, H. W. (1892).The naturalist on the river Amazons: a record of adventures, habits of animals, sketches of Brazilian and Indian life, and aspects of nature under the Equator, during eleven years of travel. J. Murray.
Müller, F. (1879). Ituna and Thyridia; a remarkable case of mimicry in butterflies (transl. by Ralph Meldola from the original German article in Kosmos, May 1879, 100).Transactions of the Entomological Society of London.