Museos, ¿para qué?

Nota aclaratoria: este artículo fue inicialmente publicado en 2013 como una serie de tres entradas en el blog A quién pertenece el pasado de la Universidad Francisco Marroquín. Hemos reunido esas tres entradas y actualizado los datos, ya que lo expuesto sigue siendo válido para el presente.

El Museo del Prado en 2016, Madrid, España. Por Emilio J. Rodríguez Posada.

Un artículo de The Economist «Temples of delight» hablaba del inusitado éxito de los museos en todo el mundo quizás por la nueva forma que tienen de presentarse al público: frente a la visión de almacenes polvorientos encargados de guardar cosas viejas, hoy aparecen como lugares de entretenimiento, sitios donde pasarlo bien.

¿Acaso un museo es un parque de atracciones o estadio de fútbol que tenga que atraer a las masas para divertirlas? Es más, ¿por qué ir a un museo cuando casi todo lo que exhiben podemos verlo en la pantalla de nuestro ordenador gracias a Internet?

La primera pregunta tiene una respuesta práctica: en realidad, dependerá del tamaño del edificio donde se localiza el museo para saber su capacidad para soportar un número elevado de visitantes.

En cuanto a la segunda, a pesar del realismo que parece darnos el mundo virtual, nos sigue pareciendo más “real” la realidad. Es decir, preferimos besar apasionadamente a nuestra pareja antes que imaginar que lo hacemos.

No es un debate baladí, sin embargo, la función de los museos, para qué sirven.

Si atendemos a la definición que nos da la RAE de museo, lugar en que se conservan y exponen colecciones de objetos artísticos, científicos, etc. En esa definición pesa demasiado el aspecto conservacionista frente al didáctico, el almacén polvoriento frente al sitio de solaz.

En Wikipedia, si consultamos la versión en inglés de museo, sigue primando la conservación del objeto sobre su exhibición y la exhibición sin más (ahí está el objeto, mírelo bien) sobre el verdadero placer de observar el objeto.

La versión de Wikipedia en español de museo es más generosa, el museo conserva, investiga, comunica y expone o exhibe con fines de estudio, educación o deleite. Cuatro verbos de interacción frente al pasivo conservar e, incluso con fines de esparcimiento.

Los tiempos van cambiando, pero demasiado lentamente.

De partida, como decía Benjamin Ives Gilman, secretario del museo de Bellas Artes de Boston durante el primer cuarto del siglo XX, el museo debía ser un templo sólo comprensible para los verdaderos creyentes. Una actitud elitista que aún está en la mente de no pocos conservadores y usuarios de museos.

Cuando yo estudiaba en París, a principios de los 90, recuerdo que una frase habitual entre universitarios era: “¿Qué exposición has hecho últimamente?”. Es decir, qué museo o galería de arte había visitado demostrando mi interés por una cultura más elevada que la que se puede asociar con el televidente o el seguidor de espectáculos deportivos. Importaba poco si la exposición en cuestión me había gustado o me había enseñado algo. Importaba que yo iba a ver exposiciones en vez de a ver partidos de fútbol. El museo daba prestigio.

Bien lo entendieron las autoridades vascas que apoyaron la construcción del museo Guggenheim de Bilbao, inaugurado en 1997, como un revulsivo de prestigio para la deprimida ciudad industrial. El objetivo del Guggen, de tener el Guggen, no era poder exhibir el arte contemporáneo más reciente, más atrevido, más escandaloso. Era tener un foco emisor de prestigio. Ir a Bilbao por visitar el Guggenheim da un marchamo de intelectualidad indudable. Sobre todo, cuando Bilbao, en 1997, no tenía mucho más que ofrecer, y desplazarse hasta allí demostraba el esfuerzo por estar en la vanguardia más esnob.

Museo Guggenheim, Bilbao. Fotografía de Naotake Murayama. CC BY 2.0

(Por cierto, uno de los valores clave de Bilbao, su centro histórico como ejemplo de la urbanización de Vizcaya auspiciada por la Corona de Castilla en el siglo XIV, con un modelo racional que nada envidia al supuesto urbanismo renacentista, sigue sin ser justamente reconocido. Supongo que el nacionalismo vasco no ve bien tanto pasado castellano en una de sus ciudades bandera)

En cualquier caso, los museos, al margen de su función, deben encarar un problema clave: su financiación. Tal como explicaba el artículo de The Economist, junto a las subvenciones públicas, las donaciones privadas y los ingresos por entrada, los museos han ido buscando otras fuentes de ingresos más imaginativas: el “merchandaising” de los museos ya es un tema aparentemente muy trillado, aunque aún hay nichos de mercado que pueden llenarse. De las diapositivas y postales que reproducían obras, se pasó a camisetas o pañuelos promocionales, para desembarcar en el mundo de las agendas y los calendarios o de los juegos para niños. Poco a poco van apareciendo aplicaciones para móviles o libros que utilizan como excusa el museo (las recetas de las comidas que aparecen en los cuadros o la verdadera historia del personaje anónimo de tal cuadro). El futuro pasa por otros productos interactivos, quizás más lúdicos, con lo que volvemos a la polémica de para qué los museos.

El préstamo de obras es otra de las fuentes de ingresos que puede resultar más rentable, aunque siempre levantará la crítica de los conservacionistas que consideran problemático desplazar los objetos, lo cual es cierto, aunque no pareció un problema el día que se llevaron los mármoles del Partenón de Atenas a Londres, o los toros alados mesopotámicos de Sargón II desde Iraq a París. Depende quién lleve qué y cuándo es o no es un problema.

Una de las últimas formas de recaudar dinero es el préstamo no del objeto, sino del conocimiento o, sencillamente, del prestigio. Desde labores de “expertise” desarrolladas por conservadores de un determinado museo para otros museos, hasta la cesión de un nombre reconocido (además de otras cosas) como va a ocurrir con el Louvre de Abu Dabi.

Sin embargo, la mayor parte de estas acciones o son particulares de algunos museos o no se pueden llevar a cabo (porque vaciamos el museo de la obra propia y ya nadie vendrá a verlo, o porque no hay nada tan significativo que quiera ser prestado). Al final, la clave es que la gente quiera ver el museo y con eso se sigan vendiendo entradas, o se reciban ayudas públicas o privadas.

Bien lo saben los museos españoles, donde las subvenciones públicas pueden verse recortadas drásticamente dependiendo de los avatares económicos. Pero en la propia España hay historias de éxito, como el caso del Reina Sofía de Madrid. Montan exposiciones atractivas (como la retrospectiva de Dalí de 2013), generan una red de museos iberoamericanos que facilita la circulación de obras (con lo que siguen posibilitando que la gente quiera ir a ver algo nuevo o llamativo) o crean una Fundación que atrae a los coleccionistas privados (con sus obras y sus fondos)

Las acciones del Reina Sofía son claras y van encaminadas a seguir llamando la atención del público. Si el público no llega, el museo no puede funcionar. Los objetos no se conservan por los objetos en sí, o por el gusto de los conservadores. Los objetos se conservan porque han de ser exhibidos y apreciados por el público.

Extensión del Museo Reina Sofia en Madrid (España) desde el ángulo sureste. Edificio de Jean Nouvel de 2005. Fotografía de Luis García.

Volvemos a la pregunta inicial: ¿los museos han de entretener?

La respuesta es clara: sí.

Un museo es, en primer lugar, una forma de enseñar a través de los objetos. Además, los conserva, los investiga, los exhibe, pero, sobre todo, enseña.

¿La enseñanza ha de ser entretenida? Sí. Lo opuesto a entretenido es aburrido y cuando alguien se aburre, no aprende mucho.

Entretenido no significa superficial, ni fácil. Cuando queremos seducir a nuestra pareja es posible que nos lleve mucho tiempo, mucho esfuerzo, que tengamos que poner mucha imaginación, pero no por eso nos parecerá aburrido, ni dejaremos de trabajar por el objetivo final: que nos quieran. Con el aprendizaje es igual. La satisfacción por saber nos hará sobrellevar las molestias del aprendizaje… siempre que descubramos que existe esa satisfacción.

Cuando visito un museo, espero salir habiendo aprendido algo después de pasar un rato agradable. Es más, visito (por placer) los museos que se han esforzado previamente en llamar mi atención. Incluso, he visitado por motivos profesionales museos que no he entendido por qué no se esfuerzan por explicar a los potenciales visitantes lo entretenidos que son.

Hay cierto temor por parte de no pocos conservadores de parecer demasiado cercanos a sus visitantes, demasiado abiertos a contar lo que puede parecer evidente, a no ser suficientemente cultos, elevados.

El museo de Real Madrid en 2019 fue el segundo más visitado de la capital de España, sólo por detrás del Prado. El museo del Fútbol Club Barcelona fue el más visitado de Barcelona en 2018. Habrá quien piense que es abusivo utilizar el término museo aplicado al Real Madrid o al F.C. Barcelona. O que un museo de fútbol no es comparable con uno de pintura. Cierto, los de fútbol suelen ser más entretenidos y, sobre todo, más didácticos. Podemos salir de allí sabiendo mucho de la historia de un equipo (del que sabíamos muy poco al entrar) y no estamos seguros de salir de una pinacoteca sabiendo mucho de la historia de la pintura.

Hace años recorrí el Prado en compañía de una estadounidense que no sabía nada sobre Velázquez. Después de la visita, había descubierto algunos cuadros de gran formato bastante llamativos, pero poco más. Habrá quien piense que la mera contemplación de Las Meninas basta para entenderlas, o para motivar querer saber más sobre el autor comprando un libro especializado, que el museo ya no es responsable de esa “formación”, que o bien se trae de casa o se vuelve al hogar a buscarla.

(También habrá quien diga que es normal que un estadounidense no sepa nada de cultura europea. Pero seguro que hay muchos europeos que no saben nada, por ejemplo, sobre William Merritt Chase, notable pintor impresionista estadounidense, maestro de Edward Hopper).

En la esquina del estudio, de William Merritt Chase, 1881.

Es cierto que los museos fueron hechos para los artistas y los historiadores del arte, pero hoy el objetivo prioritario ha de ser el gran público, dando la oportunidad a ese gran público de aprender, de forma entretenida, a través de los objetos.

Bibliografía

Gutierrez Usillos, Andrés, Manual práctico de museos, TREA, Gijón, 2012.

Munuera Alemán, José Luis, y Rodríguez Escudero, Ana Isabel (coors.), Casos de marketing estratégico en las organizaciones, ESIC, Madrid, 2009.

Sola Pizarro, Belén, Exponer o exponerse: La educación en museos como producción cultural crítica, La Catarata, Madrid, 2019.

Antes de que te vayas…

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